Fue en Los Robles donde ella, que sabía,
Dijera la verdad. Aquella noche
Estaban dadas todas las estrellas.
Tiempo de suspirar juntas las bocas.
Parpadeaba una luz, alguien volvía
A hacer la hoguera frente a la caverna.
Marcharon entre armas a la gloria.
La veo encanecer sobre los rasgos que amé en otra cara
cuando su presencia era sólo un ardiente deseo,
Sobre los rasgos que después se repitieron y florecieron
ante mis ojos maravillados.
Ahora batalla contra dolores ajenos que hace suyos, y se
derrama en los otros con la misma tenacidad
Con que volvía del colegio enarbolando relucientes colores,
O de la beca con una confianza que nos avergonzaba en
que su escuela era la mejor del mundo.
Cómo podía él saber que su poema,
Encontrado una noche blanca de vago andar,
En un país distante que ella aún no conocía,
Era en los ojos de ella que se haría realidad.
Recuerda que buscaba esa noche a alguien o algo,
Recuerda la avenida de su lento paseo,
y recuerda la vuelta a la alcoba vacía,
y después las palabras como un amargo espejo.
A Silvia Werthein y Juan Carlos Volnovich, príncipes.
Y a Teresa.
1
Mi hija mayor va a Buenos Aires
Casi con la misma edad que yo tenía
Cuando en 1961 estuve por primera vez allí,
Y en el vestíbulo del hotel, recién llegado ya sus ojos muy
joven,
Fryda Schultz tan fina, tan dibujada,
Me dijo que mantenía correspondencia con mi padre,
De quien había recibido un libro de poemas,
Y me vi obligado a responderle que cuando yo era niño
Mi padre había publicado un libro, pero a pesar de su
bella dedicatoria
A Obdulia, mi madre, que con tanta abnegación lo ayudaba
a sostener el peñón de Sísifo
(¿Tendré que añadir que entonces Albert Camus era casi
un adolescente?),
Y a sus hijos, es decir a nosotros, que con el tiempo
íbamos a considerarnos los Karamazov,
A pesar, digo, de esa dedicatoria, era un libro de
contabilidad,
Y también a pesar de que él era más digno de mantener
relaciones con ella que yo,
Era conmigo que ella se carteaba,
Y era mío el libro que ella había recibido.
(J.L.B., 1899-1999)
Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama,
Descreí también de la inmortalidad,
Y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta
estas líneas falsamente póstumas,
Pero no es menos claro que ellas no existirían sin las que
yo produje de veras,
Si es que yo y de veras tienen sentido en el extrañísimo
universo
(Algún curioso habrá reparado en que ese superlativo no
podría ser mío,
Pero eso no da autenticidad a las restantes palabras).
En países y más países,
Casas, hoteles, embajadas,
Suelos, hamacas, autos, tierra,
Rodeados de agua o sobre el lino.
Olor de desnudez primera.
Vasija de arcilla sonora.
Sorprendente, augusta, profunda.
Camanances, colinas, bosques.
Como leones, como santos.
Esto tienen de bueno los poetas,
Que han dicho lo que uno quería decir.
¿Dé que otra manera comunicarle lo que sintió
Al ver desde el aire los islotes verdes desparramados por el mar,
y cuando ya en el barco contempló a lo lejos el borde agreste
de la isla,
Sino como ya lo escribió la poeta:
¿Qué son las islas si no estás tú?
¿Quién ha de ser?
Un hombre y una mujer
Tirso de Molina
Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve
sino ellos,
calles populares que van a dar al atardecer, al aire,
con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido
a una música que a un paisaje;
si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,
y dejan encendidas las paredes,
y hacen volver las caras como atraídas por un toque de
trompeta
o por un desfile multicolor de saltimbanquis;
si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene
la conversación del barrio,
se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros
de las esquinas,
las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:
¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo
de extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,
como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha
sabido
y del que apenas quedan en las bocas
murmullos y ruinas de murmullos?
Amor, tú que me diste los osados
intentos y la mano dirigiste
y en el cándido seno la pusiste
de Dorisa, en parajes no tocados;
si miras tantos rayos, fulminados
de sus divinos ojos contra un triste,
dame el alivio, pues el daño hiciste
o acaben ya mi vida y mis cuidados.
Bendita sea la hora, el año, el día
y la ocasión y el venturoso instante
en que rendí mi corazón amante
a aquellos ojos donde Febo ardía.
Bendito el esperar y la porfía
y el alto empeño de mi fe constante
y las saetas y arco fulminante
con que abrasó Cupido el alma mía.
¡Qué lazos de oro desordena el viento,
entre garzotas altas y volantes!
¡Qué riqueza oriental y qué cambiantes
de luz que envidia el sacro firmamento!
¡Qué pecho hermoso do el Amor su asiento
puso, y de allí fulmina a los amantes,
absortos al mirar sus elegantes
formas, su delicioso movimiento!
Un gallo muy maduro,
de edad provecta, duros espolones,
pacífico y seguro,
sobre un árbol oía las razones
de un zorro muy cortés y muy atento,
más elocuente cuanto más hambriento.
«Hermano», le decía,
«ya cesó entre nosotros una guerra
que cruel repartía
sangre y plumas al viento y a la tierra.
Estaba un ratoncillo aprisionado
en las garras de un león; el desdichado
en la tal ratonera no fue preso
por ladrón de tocino ni de queso,
sino porque con otros molestaba
al león, que en su retiro descansaba.
Pide perdón, llorando su insolencia;
al oír implorar la real clemencia,
responde el Rey en majestuoso tono
(no dijera más Tito): «Te perdono.»
Poco después, cazando, el león tropieza
en una red oculta en la maleza;
quiere salir, mas queda prisionero;
atronando la selva ruge fiero.
En los montes, los valles y collados,
de animales poblados,
se introdujo la peste de tal modo,
que en un momento lo inficiona todo.
Allí, donde su porte el león tenía,
mirando cada día
las cacerías, luchas y carreras
de mansos brutos y de bestias fieras,
se veían los campos ya cubiertos
de enfermos miserables y de muertos.
(…)¡Oh, gran Pepona, de saber profundo;
grande en tu oficio! Deja que repita
para instrucción y norma de alcahuetas
la alta respuesta que a mi cargo diste,
dignas palabras de grabarse en bronce.
«Hijo, me dice un día, que a las once
quedó citada en la espaciosa lonja
de Trinitarios; hijo, está perdida
la putería; apenas lo creyera,
¿quién en mi mocedad me lo dijera?
Acabo de pasar, amor, por el correo,
-chisporrotea el lacre, oscila la balanza-
es como un girasol de oro mi deseo
y como una ramita de espliego mi esperanza.
Aquí estoy con tu carta, al sesgo, en una mano
emboscado en esta sombría callejuela….
Adiós la casa blanca que albergó un año entero
entre sus cuatro muros el amor verdadero.
Adiós campos extensos, polvorientos caminos.
Adiós los pobres ranchos de los pobres vecinos.
Adiós los trigos de oro, adiós verdes maizales,
las refinadas hierbas, los bravos pajonales…
Adiós toros y vacas, adiós caballos, yeguas…
El tren nos va a llevar a muchísimas leguas.
Al caminar parece que crujieran
las hojas de la noche y sus cristales.
Es tu hombro, tu pecho, tus rodillas
deshaciendo, esponjando, tu impermeable.
Tu impermeable te ciñe totalmente,
si llevas algo más nadie lo sabe…
Es un cilicio hecho de pliegues duros
sobre la rosa de tu cuerpo suave.
Anoche había barras de luz en tu persiana
y alcé hacia ti los ojos en actitud de ruego,
como diciendo: Abre, señora castellana…
Y me perdí en la calle, triste y oblicuo, luego.
En esa luz naufragan tus ojos lentamente,
verdes como la flor más allá de la mar:
tus manos, dedo a dedo, sueño a sueño tu frente.
Como sobre una tapia se adormece una rosa
yo quisiera tu grave cabecita en mi hombro,
espontánea, caída, comprensiva, mimosa,
sin un soplo de miedo, ni una brizna de asombro.
Y contemplarte luego a la luz de una estrella
interminablemente de la frente a la boca,
como contempla el agua, inclinada sobre ella,
la frente taciturna y eterna de una roca.
Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones,
cuando ya es una bruma el aliento deshecho.
Sentir sobre mi pecho la amplitud de tu pecho
y como dos deditos pequeños tus pezones.
Y bajar la escalera trémulo de deseo
aprovechando el último peldaño para verte.
Mudable como el tiempo es tu mejilla,
o arde como una tarde del estío
o hiela, o poco menos, si hace frío;
pero ardiente o helada es maravilla.
Deja que acerque mi cansada arcilla
al pétalo de amor que llamo mío,
mientras corre mi brazo como un río
por tu cuello, delgada torrecilla.
Nunca podrás ver nada claramente:
todo es zarzal, espinas y maraña.
En vano gastarás toda tu maña
contra el dorado pájaro latente.
Errado el tiro, vuelves bruscamente
el arma hacia otro lado, mas te engaña
la jugada de sol que el árbol baña.
V
Poco a poco se hace la luz en tu vestido,
la noche de tu traje se disuelve en la aurora.
La primavera próxima te regala su flora,
su ligereza el aire y el agua su latido.
LXX
Profunda, ardiente, plástica, flexible,
casi palpable como miel sonora,
más que sobre tus ojos o tus labios,
sobre tu voz, te reconstruyo toda…
VI
La ciudad, que ya empieza, alondra blanca, a amarte
te dibuja la cara, y más te la ilumina,
con pinceles mimosos, con delicado arte
como nunca lo haría la acuarela más fina.
Tal vez haya soñado con un beso instantáneo,
dos estrellas fundidas augustamente en una.
Un temblor en el cuerpo y un mareo en el cráneo
y un ponerse la sangre del color de la luna.
No, jamás me has besado ni siquiera la frente,
sólo has puesto los labios o los atraje yo.
Salud a esos cuerpos que llevan la frescura
de estas sombras lluviosas en el cielo de mayo.
La primavera llueve en dulces aguas claras.
Nubes de corazón brillante.
En la blancura de las frentes de silencioso viento
tenéis vuestra luz y estrellas húmedas
arden en vuestros ojos con íntima alegría.
Conozco de la mujer el beso nocturno, espiral
y térreo.
Velocísimo labio
musculado
requema en un abismo de
húmeda luz que adentra.
Oleosa dulzura templando
la sangre más profunda, más láctea
color-de-rosa,
maculada y pura,
acrecentada.
El cuerpo es ser, estar en su arte… en el misterio
de los ojos
donde perfectos bosques, aguas, aves,
hierven la luz dulce del atardecer,
viejas maderas se pudren de brillo lunar
o de extraña pureza, bálsamo de sombra,
salvaje forma vegetal o verde serpiente en fuego
acariciando el fondo -¡qué transmigración
de exquisita dulzura de veinticinco años!-,
tarro oculto de miel tras los sueños,
toda una flor terrible pensativa
hasta un fulgor, un relámpago, una pasión,
en los ojos
viven doradamente mariposas brillantes
y ternuras de llama de rojo crepúsculo,
en el hervor de sedas de violenta caricia,
algo malva y constante, un incendio imprevisto
roza el ala de un sueño en tus ojos tan súbitos
de alegría florida, de fuente estrellada,
de almendro o ave,
en tus ojos poblados
por la antigua belleza de un abismo nocturno,
entre destellos, látigos, un delicado almíbar de melocotones de luna,
entre ardientes espadas, un anisar claro, un lobo enternecido,
estrellas con gemido en tus profundos ojos
donde las palabras hierven hasta el amor amado.
Ese amor transparente que llevamos en los ojos
con tal silencio puro de flor intensa y clara
y con esa dulzura vegetal que se sueña
en el interior del silencio, inspiraciones continuas
de lugares y ángulos con ternura y con carne
de poro perfumado, cuerpos de libre paso
por el jardín de las albas añadidas al mundo,
perspectivas de estrellas levitadas y absortas
en miradas brillantes de visibles resplandores,
miembros de adolescencia sensitiva que estallan
lentamente en ideas de anhelos prolongados
hasta un gozo inflamado de sangre en nuestra sangre,
elementos tan íntimos del corazón que habla
en sílabas blandísimas de emoción que estremece
el tiempo que se vive de amor grande y florido,
ese amor transparente que llevamos en los ojos
con permanencia suave de viento y luz y sueño
de presencias doradas, cabellos ondulados,
crepúsculos de seda sobre hombros perfectos
de redondez desnuda, elegancia delgada
para esas criaturas de paso suave y fino,
frentes de íntima luna, deseos como labios
para beber de un cáliz con apurado deleite,
brazos de un universo de música armoniosa
para abrazar espacios de azul intimidad,
dedos interminables de caricias profundas
sobre una piel amada con siglos de luces,
figuras absolutas en cuerpos pensativos
en el territorio inmenso para la feliz blancura
avivada en músculo amante y solidario
del verso que se estrecha para el amor y la vida,
ese amor transparente que llevamos en los ojos
desde el comienzo mismo de la visión que ilumina
existencias hermosas, maravillas constantes,
sensaciones que se anuncian como tibios destellos
cuando es lúcida la carne en los cuerpos liberados
por la pasión abierta dentro del espíritu.
Tanta belleza pura que agiganta el sentido
puede cegar el día, invadir llama a llama
y quemar de silencio una posible muerte,
tanta desnuda belleza puede ser un prodigio
de: viva fantasía siempre inalcanzable
pero el amor existe desde los ojos al viento
y vive sin fin en los cuerpos futuros
que habiten largas noches de placer transmigrado
de estas arenas profundas que el tiempo nos destina,
querencias de las raíces más sensibles de la sangre,
vívidas como un fuego crepitando en el abismo
que nos abraza el alma en delirio infinito
de muertes transparentes, amor eternizado
de infinitos deseos, transmutación de la carne
en indecible verso, pleno conocimiento
en el corazón de la vida, encarnación invisible
de la entraña misteriosa que nos vive y desborda
en un amor para los cuerpos sol a sol, luna a luna,
en un amor de mil días con mil horas amadas
hasta la muerte más dulce, silenciosa y continua,
hasta el silencio puro de las venas colmadas
de luz líquida, sangre que resiste el incendio
del corazón abierto, carne al viento en desmayo
de nieve y lirios, rosas como estrellas ardientes,
tanto amor transfigura, puede herir sin pausa
largas tardes desiertas para un júbilo a voces
de múltiple silencio, aves de amor, ventura
en el horizonte del sueño, cuerpos como esperanzas,
deseos como un cielo o muertes tan amigas
para vivir las noches con albas esperadas,
para vivir el mundo amaneciendo todo
en ese amor transparente que llevamos en los ojos.
Los dedos se enamoraban
de la nuca suave
caían por la espalda
dibujando caricias
y en la curva pulida
de la cintura redonda
donde crecen las nalgas
blancas moles y suaves
concentraron la forma
de la caricia ondulada
e inventaron lo tierno
y abrazaron lo tibio
y vivieron la calma
de una espira!
De qué constan las lunas del tiempo hecho ocaso
de tardes que no vuelven a derivar en noches,
qué materiales suspendidos de un único momento
permanecen sonámbulos en la luz de aquellas horas.
Queda detenido el gesto interior del recuerdo,
el sentido y las formas, la exactitud intensa
del brillo del crepúsculo en los ojos conmovidos.
Hay un país de sangre verde que corre inmensamente por los
campos y eleva brillos altos en los árboles despedidos al cielo.
Es un reino de mil tierras al sol. Un fuego mineral y azul.
Estallan bajo el aire los nudos del tiempo y un hueco de
fervor anuncia la música de la luz, las alas puras que extiende la
transparencia en el corazón del espacio.
Qué sosiego, qué alivio, qué dulzura en la noche frente al aire,
en la alta hora brillante, cuando un fluido intenso
de calma luz se diluye en el tiempo y en la frescura sueña
una cálida brisa que viene del mar delgado de la playa,
oh delicada ala distante de la noche, pureza de ese labio
que sueña tan adentro de lo oscuro, cuerpo pleno y vibrante,
cántico, palpitación abierta que irradia el grave templo
del misterio estrellado, suave tránsito de las esferas azules
en la bóveda insondable del espacio, qué paz de indescifrables
signos, qué remanso en las olas del tiempo que transmigra
de un mar antiguo e ignoto la emoción reposada,
el estremecer de un astro en el corazón nocturno de la vida,
en la luz silente y profunda del corazón del hombre.
Tal vez la ceniza azul que brilla en sus ojos
sea el temblor del aire, lo lejano
tantas veces sentido cuando muere la tarde.
Y la luz, un enigma, un destello en la sangre.
En esa mirada que regresa a sí misma perdida,
entre fiebre y asombro -dolor de un laberinto-,
está muerto el deseo; raíz que muerde aún
el corazón que un día se invadió de belleza.
Polvaredas de luz suspensas sobre la ría. Aire vegetal inmóvil
sobre el aliento antiguo del agua. Fluyente ser submerso en el
polvo de la tierra ebria de lunas diluidas. Reverdor ceniciento,
voracidad lentísima de una simiente líquida de incesante textura.
La ría es una hembra yaciente que desnuda sus frutos sin
viento.
Analizo el cóncavo milagro de la luz trazada sobre las últimas
líneas de la llanura.
Inscribo un surco de texturas doradas en los ojos enlazados a
la insuperable franja donde la tierra es un volumen de bóvedas
construidas en el aire de un posible abismo.
Y dexas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo… escuro…
F ray Luis de León
Aquí vino…
y se fue
Vino, nos marco nuestra tarea
y se fue.
Tal vez detrás de aquella nube
hay alguien que trabaja
lo mismo que nosotros,
y tal vez
las estrellas
no son mas que ventanas encendidas
de una fábrica
donde Dios tiene que repartir
una labor también.
(A todos los judíos del mundo, mis amigos, mis hermanos)
Esos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud…
Que hablen más bajo…
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ayer estaba mi amor
como aquella nube blanca
que va tan sola en el cielo
y tan alta,
como aquella
que ahora pasa
junto a la luna
de plata.
Nube
blanca,
que vas tan sola en el cielo
y tan alta,
junto a la luna
de plata,
vendrás a parar
mañana,
igual que mi amor,
en agua,
en agua del mar
amarga.
Ten una voz, mujer,
que pueda
decir mis versos
y pueda
volverme sin enojo, cuando sueñe
desde el cielo a la tierra…
Ten una voz, mujer,
que cuando me despierte no me hiera…
Ten una voz, mujer, que no haga daño
cuando me pregunte: ¿qué piensas?
Mujer… no tendré un beso de niño para ti
ni de viejo, ni de sátiro…
Cuando vengas no besaré tus mejillas
ni tu frente, ni tus labios.
Pondré mi boca en los pliegues
recogidos de tus párpados
y beberé el agua clara
que suba a tus ojos claros.
Deshaced ese verso,
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma.
Aventad las palabras,
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.
La tangente
¿Y la tangente, señor Arcipreste?.
(Entre Don Quijote y Sancho)
-Todos andan buscando, Sancho, una paloma por el mundo y nadie la encuentra.
-Pero , que paloma es la que buscan?
-Es una paloma blanca que lleva en el pico el ultimo rayo amoroso de luz que queda ya sobre la tierra.
No he venido a cantar
No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.
No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente
para que me canonicen cuando muera.
He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar,
por el río
y por la nube…
y en las lágrimas que se esconden
en el pozo,
en la noche
y en la sangre…
He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.
Españoles:
el llanto es nuestro
y la tragedia también,
como el agua y el trueno de las nubes.
Se ha muerto un pueblo
pero no se ha muerto el hombre.
Porque aún existe el llanto,
el hombre está aquí en pie,
en pie con su congoja al hombro,
con su congoja antigua, original y eterna,
con su tesoro infinito
para comprar el misterio del mundo,
el silencio de los dioses
y el reino de la luz.
Ahora camino de noche
porque las noches son claras…
Y esta noche no hubo luna,
no hubo luna amiga y blanca…
y había pocas estrellas,
pocas estrellas y pálidas…
Y era todo triste sin la luna amiga…
y era todo negro sin la luna blanca.
Franco… tuya es la hacienda…
la casa, el caballo y la pistola…
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo…
mas yo te dejo mudo… ¡mudo!…
Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
Más sencilla… más sencilla.
Sin barroquismo,
sin añadidos ni ornamentos.
Que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos.
«Los brazos en abrazo hacia la tierra,
el mástil disparándose a los cielos.»
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto…
este equilibrio humano
de los dos mandamientos.
Oh, este dolor,
este dolor de no tener ya lágrimas;
este dolor
de no tener ya llanto
para regar el polvo.
¡Oh, este llanto de España,
que ya no es más que arruga y sequedad…
mueca,
enjuta congoja de la tierra,
bajo un cielo sin lluvias,
hipo de cigüeñal
sobre un pozo vacío,
mecanismo, sin lágrimas, del llanto!