Lentamente ascendió el balón en el cielo.
Entonces se vio que estaba lleno el graderío.
En la portería estaba el poeta solitario,
pero el árbitro pitó fuera de juego.
Versión de Miguel Sáenz
Lentamente ascendió el balón en el cielo.
Entonces se vio que estaba lleno el graderío.
En la portería estaba el poeta solitario,
pero el árbitro pitó fuera de juego.
Versión de Miguel Sáenz
Primero tintinearon los vasos,
luego nosotros, a dos voces,
pero nada se hizo añicos.
Versión de Eustaquio Barjau
Luego, casi lista
y habiendo conseguido una figura esbelta,
en mitad de la danza, se desplomó
una pareja,
cayó hecha añicos.
Bellamente, en el suelo, los miembros,
en desorden.
Grietas, a lo largo de la espalda,
y roturas limpias
liberaban espacios huecos.
Orden, como desde arriba: el cuerpo que huye el cuerpo,
estirado, está en fuga,
así es como esto nos arrebata.
Ningún abismo, pero una vastedad a la que,
como si hubiera espejos alrededor,
lanzamos miradas que se pierden.
Y luego, ordenado: volver hacia dentro.
Hace un momento todavía flojo y gastado,
después de tantos años de uso,
él está de pie
-¡qué milagro!,
está de pie-,
quiere ser objeto de tu asombro, del mío y del tuyo,
difamado y al mismo tiempo útil.
Tras empinado ascenso,
hasta llegar más alto que las nubes
y más arriba aún,
Ícaro e Ícara se precipitan
más rápido de lo previsto,
pero aterrizan suavemente en las dunas,
donde -más empinado aún-
planean el siguiente vuelo.
Cuando la fiesta del señor se acaba
y empieza la del siervo…
-quizá tan solo un niño sueña con el mar-
cuando ya desoladas las botellas ofrecen lo que no pudo
entrar en las frágiles copas…
Ahora es cuando entro en la partida, ahora
es cuando juego mi baza
y abro mi camisa.
«Fui donde el Ángel y le dije que me diera el librito.
Y me dice: Toma, devóralo; te amargará las entrañas,
pero en tu boca será dulce como la miel-.» (10.9)
Como el olvido,
como las lágrimas y el sueño
que ya no se recuerda.
A Emilio Porta
Lo más difícil es que el corazón
recorra su distancia sin heridas,
que el tiempo tenga besos suficientes
entre las páginas del libro que hace piedra la Historia.
Lo más difícil es
que las fotografías rocen sin abrasar
las horas degolladas,
acaricien sin daño
los encajes oscuros de las horas que fueron.
«Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se hizo
un silencio en el cielo, como de media hora» (8.1)
Buscaremos la risa de los niños
y no la encontraremos,
ese leve chasquido de las hojas
pisadas en los parques,
un susurro del sol en nuestro rostro,
el perfecto latido
que hace dormir la mano sobre el pecho,
ese temblor de azúcar y de sangre
que se esconde en los besos de la sombra.
«…Pues el tiempo está próximo.» (1.3)
El tiempo es una ciega locura de campanas
que da vueltas detrás de una sonrisa,
mientras se ciñe al suelo inerte
la última paloma.
Vinimos desde el cobre fecundado
por semillas de arcángeles azules
hechos con argamasa de preguntas.
(Puerto libre)
En la tarima va creciendo un musgo
insoportable,
hiede a promesas rotas, a muertos prematuros,
hiede la muerte del cobarde
y la del héroe,
la muerte de los pobres
y los ricos,
del intruso,
la muerte del que habla de victoria
y del que piensa que ya está todo hecho.
Como el insecto que ignora que lo es y se esfuerza por cumplir la tarea con su estirpe.
Como las puertas que no saben si fueron colocadas para entrar o salir. “Perded toda esperanza” “prohibido el paso”
o “entren sin llamar” y otras mentiras, pone siempre.
Nada como las bolsas de plástico y de mimbre
flotando a media altura en el mercado,
bajo las manos de mujeres fuertes,
sobre pequeños carros donde un mundo cabe,
siempre dejando ver algún tallo de acelga,
una barra de pan o unas cebollas.
Algunos de los poetas se echaron a la calle, invadieron los parques y engañaron con versos y con pan a las palomas.
Se establecieron silenciosos en todas las esquinas, allí donde se acaban los oficios diarios y la melancolía
se apodera de las manos, del dorso de la mano sobre todo, del perfil de la boca.
Me levanté por la mañana,
la fecha es lo de menos,
dispuesto a ser vulgar, como se debe,
pero no funcionaba la rutina.
Alguien debió quitar los plomos de la mediocridad
o a Dios se le olvidó que era jornada de trabajo.
A Juan Van-Halen
Escribir para un tiempo
en el que no estaremos para nadie,
y en el más favorable de los casos
seremos una máscara de polvo
maquillando los libros de alguna estantería.
Escribir para un siglo, si es que llega,
menos oscuro y torpe que este siglo.
A Ana Fernández Mallo
La mitad de los días es resto de almanaque,
y el tiempo está cansado
de jugar con nosotros, con tu pelo de alcázar
que mis manos asedian,
con tus ojos de alquimia,
con el fuego robado
que se agita en la bolsa del ladrón
y reconforta el crimen, el amor o la vida.
«Es una locura amar, a menos que se ame locamente»
Jean Ythier
Cuando alguien pronuncia esas palabras
todo se paraliza.
Los asuntos más graves adelgazan, las noticias se duermen
en los ordenadores,
las solemnes estatuas
bajan del pedestal, juegan al mus
y pierden compostura.
(El Hechicero)
«…Ma se senza ingiuria vostra io potessi fruirlo, rendetevi certo
che saria in me quella letizia ch’essere in alcun uomo sia possibile.» (1)
(Ludovico Ariosto, Il Negromante)
El hechicero acaba su tarea,
acaricia su barba satisfecho
y sus labios se curvan en lánguida sonrisa
-la que debe tener todo alquimista que aprecie su trabajo-.
A Soledad Serrano
que creyó en este poema antes que yo.
Algunos gestos son arrojadizos, están llenos de furia, listos para que el aire se ilumine y sepa la distancia,
la infinita distancia miserable que separa a los hombres de la vida.
Ha muerto en Conde Duque
una niña de azul con un plumier de pino.
Es una vieja estúpida la noche de Madrid, una mueca sin dientes que recuesta su rictus de sonrisa en las aceras.
A lo lejos,
detrás de tanta fiebre de tejados,
hay un jardín con úlceras, con hambre, que golpea el perfume de café,
la tos de una muñeca
que se perdió en el fondo de la tarde.
Ven, amigo,
voy a darte un lugar.
Acércate,
dentro de este cajón están tus huesos,
semilla de un mañana que no te corresponde.
No serán ni tu flor,
ni tu árbol nuevo,
ni siquiera el vacío de tu nombre,
-Dime cómo te llamas
para olvidarlo luego-.
Desesperada y gris, un poco loca,
se dispuso a viajar conmigo al fin del mundo.
-Eso está lejos -dije-,
mejor nos vamos hasta el parque,
patatas fritas y cerveza, sol,
para qué más.
Pero ella siguió haciendo el equipaje.
Proemio
Sobre el incierto origen de Gato de Ursaria.
Gato de Ursaria, como indica su nombre, nació en la casi legendaria
ciudad de Ursaria; antigua «tierra de osos» en la que ya no quedan osos.
Puede que Gato no fuera su auténtico nombre, pero él quiso olvidar los otros que le impusieron y quedarse
con el que eligió.
Alguna noche -las fogatas eran
de dolor o de júbilo-
la casa te veía desertar.
Te abrías a una vida
distinta, a un mundo
alegre como los ojos de un dios:
voces mayores, fuegos de artificio,
inacabable noche de San Juan
en tu estancia vacía…
El tiempo se agrandaba en los rincones,
se detenía en torno al corazón,
mientras el estruendo proseguía,
lejos, lejos, quién sabe si real.
Algunas veces llego
presuroso, rodeo
tus rodillas, toco
tu pelo. ¡Ay Dios, quisiera
decirte tantas cosas!
Te compraré un pañuelo,
seré buen chico, haremos
un viaje….No sé,
no sé lo que me pasa.
Quiero morir así,
así en tus brazos.
Como la piel de un fruto, suave
a la amenaza de los dientes,
iluminada, alegre casi,
ibas camino de la muerte.
La vida estaba en todas partes:
en tu cabello, sobre el césped,
sobre la tierra que añorabas,
sobre los chopos, por tu frente…
Todo pasó, tal un verano,
sobre tu carne pura y breve.
Digo: comience el sendero a serpear
delante de la casa. Vuelva el día
vivido a transportarme
lejano entre los chopos.
Allí te esperaré.
Me anunciará tu paso el breve salto
de un pájaro en ese instante fresco y huidizo
que determina el vuelo,
y la hierba otra vez como una orilla
cederá poco a poco a tu presencia.
Dónde tú no estuvieras,
como en este recinto, cercada por la vida,
en cualquier paradero, conocido o distante,
leería tu nombre.
Aquí, cuando empezaste a vivir para el mármol,
cuando se abrió a la sombra tu cuerpo desgarrado,
pusieron una fecha: diecisiete de marzo.