I
Érase un principito en Dinamarca
que hablaba con los aires de un monarca.
Una noche en la cama
le susurró a su dama
y se entronó señor de Dinamarca.
II
Había un dulce rey de Dinamarca
harto de la ambición del oligarca.
I
Érase un principito en Dinamarca
que hablaba con los aires de un monarca.
Una noche en la cama
le susurró a su dama
y se entronó señor de Dinamarca.
II
Había un dulce rey de Dinamarca
harto de la ambición del oligarca.
Apenas te asemejas al verano;
eres dulce y templado en cuanto haces,
por más que el fuerte viento agite Mayo
o el calor del verano se me escape.
A veces el Sol arde demasiado
y otras muchas su oro se oscurece,
pues la belleza acaba declinando
por la Naturaleza o por la Suerte.
He visto una mota azul
difuminada en lo pardo
de ese diestro tragaluz
que llamas ojo y es falso.
Que son cienos movedizos
y yo me hundí por mirarlos.
Estoy flotando: espejito,
¿dónde he de cortar el árbol?
Te reto a que me enseñes a ganarte.
No es fácil desprenderse de tal trono
-recuerda qué apetito le entró a Crono,
aunque ni yo soy hija ni tú Marte,
ni yo Afrodita loca por follarte…
Pero a veces confundo y me acojono
por si te acucia el hambre o a mí el mono
y acabo digerida en cualquier parte.
A Miguel G. M.
Miré en tus ojos
y ya no estabas.
Sólo las briznas
de la espadaña.
Miré tus ojos
que se volaban.
Los perseguían
palomas pardas.
Y en los dos fosos
de la ventana,
miré a la niña
probar las alas.
En un año que has estado
casada, pechos hermosos,
amargas encontraste
las flores del matrimonio.
Y una buena mañana
la dulce libertad
elegiste impaciente,
como un escolar.
Hoy vestida de corsario
en los bares se te ve
con seis amantes por banda
-Isabel, niña Isabel-,
sobre un taburete erguida,
radiante, despeinada
por un viento sólo tuyo,
presidiendo la farra.
Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
Mirad:
somos nosotros.
Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.
La misma calidad que el sol de tu país,
saliendo entre las nubes:
alegre y delicado matiz en unas hojas,
fulgor de un cristal, modulación
del apagado brillo de la lluvia.
La misma calidad que tu ciudad,
tu ciudad de cristal innumerable
idéntica y distinta, cambiada por el tiempo:
calles que desconozco y plaza antigua
de pájaros poblada,
la plaza en que una noche nos besamos.
o mi paseo solitario en primavera
A Fabián Estapé
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo!
Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
porque hasta el tiempo, ese pariente pobre
que conoció mejores días,
parece hoy partidario de la felicidad,
cantemos, alegría!
Ya soy dichoso, ya soy feliz
porque triunfante llegué a Madrid,
llegué a Madrid.
La viejecita, Coro
Lo primero, sin duda, es este ensanchamiento
de la respiración, casi angustioso.
C’ est une chanson
qui nous ressemble.
Kosma y Prévert: Les feuilles mortes
Os acordáis: Europa estaba en ruinas.
Todo un mundo de imágenes me queda de aquel tiempo
descoloridas, hiriéndome los ojos
con los escombros de los bombardeos.
¿Fue posible que yo no te supiera
cerca de mí, perdido en las miradas?
Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste.
Si apareciendo entonces
me hubieras revelado
el país verdadero en que habitabas!
Pero pasaste
como un Dios destruido.
Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos -qué latido
de la sangre en los párpados- y el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada. Pesan las pestañas.
Es la lluvia sobre el mar.
En la abierta ventana,
contemplándola, descansas
la sien en el cristal.
Imagen de unos segundos,
quieto en el contraluz
tu cuerpo distinto, aún
de la noche desnudo.
Y te vuelves hacia mí,
sonriéndome.
A Luis Cernuda
Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
(era en mil novecientos me parece
cuarenta y nueve)
porque en ese mes
sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene.
Nuevas disposiciones de la noche,
sórdidos ejercicios al dictado, lecciones del deseo
que yo aprendí, pirata,
oh joven pirata de los ojos azules.
En calles resonantes la oscuridad tenía
todavía la misma espesura total
que recuerdo en mi infancia.
quam magnus numerus Libyssae arenae
……………………………………………………….
aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores.
Catulo, VII
Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Pasada ya la cumbre de la vida,
justo del otro lado, yo contemplo
un paisaje no exento de belleza
en los días de sol, pero en invierno inhóspito.
Aquí sería dulce levantar la casa
que en otros climas no necesité,
aprendiendo a ser casto y a estar solo.
Todo pasó como él imaginara,
allá en el frente de Smolensk.
Y tú has envejecido -aunque sonrías
wie einst, Lili Marlen.
Nimbado por la niebla, igual que entonces,
surge ante mí tu rostro encantador
contra un fondo de carros de combate
y de cruces gamadas en la Place Vendôme.
Nada hay tan dulce como una habitación
para dos, cuando ya no nos queremos demasiado,
fuera de la ciudad, en un hotel tranquilo,
y parejas dudosas y algún niño con ganglios,
si no es esta ligera sensación
de irrealidad.
Mi recuerdo eran imágenes,
en el instante, de ti:
esa expresión y un matiz
de los ojos, algo suave
en la inflexión de la voz,
y tus bostezos furtivos
de lebrel que ha maldormido
la noche en mi habitación.
Al fin, rendida entre mis suaves brazos,
me has concedido el don de tus deseos,
¡oh virgen maternal, extraño sueño
que conturba al poeta! Adolescente
yo te rondé, como un antiguo novio
ronda la misteriosa casa amada
y tras de aquellos cercos, algún día,
logré verte pasar, apenas sombra
entrevista en las luces de mis ojos.
Formas infatigables de mi alma,
blancos rayos de luz sobre las cosas,
terrenal soplo abierto, alas mías,
que me arrastráis sin freno ni codicia
por esta indescifrable primavera
del ser, los tactos, la tibieza, el frío,
las formas y el color de sus pasiones,
los más ocultos sinos de la tierra;
¿dónde vais desbocadas, presurosas,
a qué porción del mundo oscurecido,
a qué estelar materia abandonada
osáis acometer, cual si en los dedos
harpas o púas de un amor ardiente
guiaran vuestros toques extasiados?
Para Lea Pentagna
En las manos del ocio, un breve tiempo
abriste tu ala blanca, pregonando
el lejano país donde se oculta
la oriental primavera. Yo podía,
con un antiguo gesto silencioso,
sentir la palpitante ligereza
del aire en mis mejillas, como vuela
entre el denso calor adormecido
la errante mariposa.
Canción
Algún día
el sigiloso administrador de la divinidad,
aquel doncel extraño,
descenderá, para llevarme allí
donde su espada da luz a los elegidos
y la radiante oscuridad de sus ojos
satisface la integridad del hombre,
así como la fruta madura
sirve al inextinguible apetito de la muerte.
Balada
«¿Dónde estás, dónde, en qué país extraño
has ido a hundir el rostro venerable
en el agua que aniña y que refresca
los insignes harapos? ¿A qué tierra
ignorada del hombre te volviste,
llorando los caudales misteriosos
de una gran deserción, de una congoja
de algo viejo y pesado que se hunde?
La canción ignorada entre las valvas
del corazón sospecho floreciente
como un ímpetu ciego que me tienta.
Que sea no lo sé, pero me llama
esta fruición oculta que sorprendo
dentro de mí tendiéndome en sus brazos
como en lecho de sierpes entre cercos
de algún rosal.
Cuando eras una joven indefensa
con aquel cuello frágil levantando
la lozana cabeza en que esplendía
el amplio sol su dulce arrobamiento,
y cual pájaro o flor que nada teme
abre al espacio el curso de sus alas
o sus pétalos tiñe ardientemente
con el claro rubor de su existencia,
entonces te canté como si hermana
fueras de mi ilusión, y en tu regazo
fraternal vuelo alzaba contemplando
esa faz adorable.