Negra sombra

Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
a los pies de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.
Cuando imagino que te has ido,
en el mismo sol te me muestras,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que zumba.

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Pobre alma sola!, no te entristezcas

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
deja que pasen, deja que lleguen
la primavera y el triste otoño,
ora el estío y ora las nieves;

que no tan sólo para ti corren
horas y meses;
todo contigo, seres y mundos
de prisa marchan, todo envejece;

que hoy, mañana, antes y ahora,
lo mismo siempre,
hombres y frutos, plantas y flores,
vienen y vanse, nacen y mueren.

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Sed de amores tenía

Sed de amores tenía, y dejaste
que la apagase en tu boca,
¡piadosa samaritana!
Y te encontraste sin honra,
ignorando que hay labios que secan
y que manchan cuanto tocan.
¡Lo ignorabas…, y ahora lo sabes!
Pero yo sé también, pecadora
compasiva, porque a veces
hay compasiones traidoras,
que si el sediento volviese
a implorar misericordia,
su sed de nuevo apagaras,
samaritana piadosa.

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Soledad

Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

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Agonía

Tú no vienes.
Te sientas a mi lado
y te gusta hacer preguntas
y esperas
que yo extraiga un pez brillante
del fondo del lago.

Pescadora no soy.
Nadie me ha visto enturbiando la orilla del río
con unas botas de agua.

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Bucea

No llenes el foso de cocodrilos,
no lo hagas, bésame,
yo luego no podré tirarme de cabeza
y todo terminará como siempre
sin haber empezado.
Llévate mi vida, deja en paz mi pelo,
lleva todo lo que tengo, nunca encontrarás
el nudo oculto de mi cabeza, no me des
la lata más, no me dejes un regalo
ni quieras beberte mi copa, llévate
mi vida
y no me mires más.

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Buenas noches

Yo sólo espero
que llegue la noche para poder dormir.

Darán las once -no es la hora
todavía
de que se acuesten los niños-.

Un poco más y podré cerrar los ojos
hasta mañana.

El día me despertará
con la misma disculpa de siempre.

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Casi mediodía

I
Pero te dejo ir, te marchas, y yo ya no recuerdo
si debo sufrir, si es mi hora, mi llanto,
mi Penélope,
mi asiento duro y fácil
de tejedora a la sombra de una espera inconmovible:
te dejo ir y la mañana
cae espesa y ruidosa,
se postra en mis pasillos,
invade las cocinas y yo ya no te amo
porque no, no es del todo cierto un dolor tan constatable.

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Divido el mundo por dos

I
Divido el mundo por dos.
No hace falta ser antigua para comprenderlo:
de un lado está mi cabeza,
del otro está mi padre pescando pez espada
en las costas irlandesas, en las heladas aguas
donde mis abuelos tenían
amantes jovencísimas
e hijos confundidos con nombres de botella.

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Los reyes del anochecer I

De comida del diablo me alimento.

Los reyes del anochecer
se abrigan
un paso atrás del puesto encomendado.

Voy hasta la esquina del moro
y allí pongo mi sonrisa, mi dinero.

Por siempre hombres armados
que saben decir no
y hombres desarmados que carecen de rutina
mezclados me perturban, me apasionan

con sus mesas de playa abiertas
en la noche,
con sus tres o cuatro cosas en venta.

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Inocencia

Se acabó la inocencia.
Era una bebida empalagosa y breve,
una comida exótica,
ahora ya lo sé.

La probé.

De esas cosas que se toman un día
y siempre las recuerdas,
de esa gente que te encuentras
y no vuelves a ver.

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La amiga muerta

Averigua,
dulce corazón de hermana imperdonable,
cómo llegó hasta casa la discordia
y cómo nos estalló en las manos
un juguete que nunca deseamos, recuerda.

Nos estalló en las manos.
A ti te llevó la cara
y a mí la mano izquierda.

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La caída

Las montañas cristalizan en mil años
y el mar gana un centímetro a la tierra
cada dos milenios,
horada el viento la roca
en cuatro siglos
y la lluvia,
también la lluvia se toma su tiempo para caer.

Se paciente, con mi corazón
que suspira por una obra duradera.

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Mediodía

I
Un almuerzo de averías y lutos instantáneos
detrás de las ventanas.
La soledad es una mentira para acercarte
a los besos con premeditación.
Sólo esta sensación de pan lejano,
de hambre que no es, de transeúntes mojados en un día caliente,
sólo la certidumbre
de masticar el aire, de ver que todos
se han muerto de repente
en este mediodía abierto a los abismos.

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Peces de sangre fría

Peces de sangre fría,
fríos peces de agonía intolerable
y deseos escasos.

Ambición sólo de respirar deslizándose
Con familias enteras que el océano asila
sin preguntar de qué cálido hábitat
vengo.

Siguiendo su rastro con convencionales artes
materiales informes,
mallas nuevas
querría manejar
sin que me impresionase su baile ciego en torno a la almadraba,
su turbia postración,
su fuga turbia.

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Recuento

Hoy tengo
veinticinco años.
Mi juventud se va
con mis mejores deseos.
La quiero, la veo marchar
sin una rozadura,
sin reproches espero a que esté lejos
para llorar su falta.
Nunca sabrá nada de mí.
Cambiaré de amistades, de lugares,
frecuentaré otros sitios
donde todo sea nuevo
y ella no pueda decirme te quiero nunca más
y yo nunca más pueda dejar de obedecerla.

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Reflexiones hipnagógicas

I
Imposibilidad del amor turco,
del amor que se arrecia en una estampa de niña desnutrida,
en un candente gesto de impotencia acribillada,
en la necedad y en lo vacío de unas muertes gratuitas
con su odio de vejeces aceleradas bajo la tristeza más simple
que se nos iba perdiendo -otro abandono más para nuestras vidas
sin lirismo.

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Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura

Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura,
sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,
en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura
con un desayuno tardío
y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer
que aún no se, no sabes, si se han muerte, si van a
comprar la libertad de su poema
o si tienen que vivir
para una madre enferma de naufragios;
la historia siempre interrumpida por la inminencia
del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,
la historia siempre interrumpida,
la historia siempre, siempre.

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Visión de Cibeles

Yo era una bella mujer que pasaba sin mirar
y llegué hasta aquí y debí detenerme,
dormirme,
soñar con hojas y aves.

Otras vidas fugaces como hojas o aves
giran sin detenerse.
No envidio sus viajes.
Quieta,
me quedo aquí de piedra.

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Alicia desposada

Era blanca la boda: un milagro
de espuma, de azahar y de nubes.
Cenicienta esperaba.
Las muchachas regaban cada día
los frágiles cristales de su himen.
Blancanieves dormía.
Al galope
un azul redentor doraba la espesura
y la Bella Durmiente erguía su mirada.

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Apocalipsis

Ella no es Pomona. Ni, como las Danaides,
una daga dorada oculta entre los senos.
Ella no es Calíope, aunque sea la voz y la belleza.
Y aunque, como las Náyades, ame fuentes y bosques,
no es Estigia, ni Dafne,
ni es la bella Afrodita
ni el sueño de los héroes.

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De la lonja

No te amaré mañana. He aguardado
tantos días desnuda, con tu nombre
grabado entre las cejas, que olvidé
los inviernos, el azul y las rosas.
Ciertamente, habría de ser negra
la piel negra del perro que amordazó
mis piernas y fue lenta, hacia dentro
vistiendo de parálisis la gallarda
evidencia del hombro.

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Destierro

Yo no soy de esta tierra.
Era ya extranjera en la distancia
del vientre de mi madre
y todo, de los pies a la alcoba me anunciaba
destierro.
Busqué de las palmeras
mi voz entre sus signos
y perforé de hachones
encendidos la amarga
región del azabache.

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Disyuntiva

La tentación se llama amor
o chocolate.
Es mala la adicción.
Sin paliativos.
Si algún médico, demonio o alquimista
supiera de mi mal
cosa sería
de andar toda la vida por curarme.
Pues tan sólo una droga,
con su cárcel
del olvido me salva de la otra.

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El potro blanco

Tiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.

-Mírate, tú no eres un hombre.

Los hombres nunca tienen
esa fiebre en los ojos, ni los muslos
les florecen redondos, ni en los pechos
les crecen dos botones
erguidos como islas detrás de la camisa.

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Inanna

Como la flor madura del magnolio
era alta y feliz. En el principio
sólo Ella existía. Húmeda y dulce, blanca,
se amaba en la sombría
saliva de las algas,
en los senos vallados de las trufas,
en los pubis suaves de los mirlos.

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Jabón de sosa

Hervía en la caldera de bronce sobre el fuego.
La sosa devoraba el saín de la vida
y ella sola sabía la entraña del milagro.
Inmensa, se enfriaba la tarta
del color de los ríos,
para luego cortarla
en cuadrados pedazos aromados de limpio.

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La cuna

Estoy encinta, y vivo. Me preñó
igual que a las ovejas.
Ahora hace la cama
con madera de olivo,
y canta, y por primera vez
me llama por mi nombre.

Porque va a ser un niño
como su abuelo, dice,
“un hombre de verdad
que trabaje conmigo”.

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La era

Mi padre y yo dormimos
en la era, y la paja
nos es lecho de estrellas. Se sienten
las culebras cruzar toda la noche
los haces de cebada, y ratas como gatos
nos roban en el trigo. Me estremezco
y no grito, porque mi padre ronca
bebiéndose la luna, y en el aire
cantan grillos de arena.

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Toda la piel del mundo

Tú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.

Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.

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Lotófagos

A mediodía, por el aire, pasa
el ángel mudo de los inmigrantes. Todo
se alza y es un vaho
de pan recién cocido con aroma
de flores. En los barrios, los tranvías,
las ventanas y el metro, cada inmigrante compra
su flor de cada día y una
ración de pan.

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