Sensación de otoño

Amo el otoño y amo su tristeza,
su cielo gris, sus árboles borrosos
entre la niebla, vagamente hermosos…
¿No amáis también vosotros la belleza

desnuda del otoño? El alma empieza
a hacerse buena y honda. ¡Y qué piadosos
se hacen los viejos sueños ardorosos!

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Ojos verdes

Ojos verdes de Marta de Nevares.
Ojos, ¿negros tal vez? de Dorotea.
Ojos azules, clara luz febea
de Camila Lucinda. ¡Qué avatares

de amor sin contención! Gozos, pesares,
gozos… Esto es amor. Quien no lo crea,
mírese en unos ojos, que se vea
en unos ojos de mujer.

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Noche del amor

Ay, qué podré decirte, dulce amada,
joven virgen feliz que no conoces
en un cielo cerrado, suaves roces,
el peso del amor, noche entregada.

Desde este corazón, isla olvidada,
-oye del mar sus clamorosas voces-,
me elevaré hasta ti que desconoces
la flecha que en lo oscuro está clavada.

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A la cintura de una muchacha

Oh, delgado contorno de la vida.
El fluir de la sangre en él acaba.
Oh, columna de luz y ansia de lava.
Volcán para mi mano estremecida.

Límite de la tarde preferida,
bajo un torso de niebla enajenada.
No hay tránsito a la noche enamorada,
pájaro sometido y sin salida.

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Adriano y Antinoo

Comunión

La noche en tu desnudo derrama sus estrellas.
Enajenadas luces pulsan sonoras dichas.
Fieras de hielo y fuego el tálamo devoran.

Oh demonio bitinio en quien comprendo el mundo:
si la belleza es muerte, destrúyame tu carne;
tus besos me extasíen con su insaciable daga.

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Ascensión a los abismos

Como alada columna de templo ungido a Príapo,
La irisada serpiente, en sonido de liras
Y de flautas, se eleva hasta alcanzar la luna
Y penetra con furia su lúbrico cadáver.

Tensado por el fuego sepulcral, en el ápice
Del más perverso orgasmo, aboca sobre su útero
Una candente esperma de agresivos fulgores
Que ciegan la razón y hechizan los sentidos.

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Aureus puer

No es distinta su luz de la de un dios,
mas le es adverso el curso de la historia
y no será inmortal.
Aunque Virgilio
regresara a cantarlo, ya no hay Cumes
que engalanen con versos sus murallas.
Ni el futuro sabrá leer la dulce
y esbelta desnudez de su dibujo
danzando fugitivo en kylix ática.

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Batalla última

Abrumador ejército de lanceros embiste
satánica belleza en ajustado cuero.

Los potros se encabritan por su cintura ígnea,
por sus ojos de turbios y anhelantes rubíes,
por sus labios –venero de besos criminales–.

El gímnico celeste afila sus estrellas.

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Hechizo

desleal a los dioses de todos tus poemas
por estos bellos ídolos con temporizador

sus cuerpos se suceden
como olas en la arena
y como olas se rompen
contra tu corazón

no te forjes ensueños en mundos desvelados
retírate y acepta el juego de no ser

si ayer lo que escribías
querrías revivirlo
hoy no querrías saber
escribir lo que vives

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Insistencia de la ilusión

Su ser es ya memoria sin progresión posible.
Un espacio vacío de estado silencioso
que retrae todo signo e idea que lo exprese.
Y todo es divergencia al intentar nombrarlo.

Si dura reducido a línea de ceniza
escrita o reflejada en un espejo roto,
un viento se levanta que niega su sentido.

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Nilo abajo

El río es el reflejo
del sueño de la vida.

Silenciosas falucas
cortan de blanco el aire.
Chicos nubios, papiros
florecen las riberas.

El reflejo es el sueño
del río de la vida.

Entre las cañas, túnicas
como garzas de luz.

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Pájaro lejano

Recuerdo aquel cristal de tiempo plano y frío.
Aquel amor primero.
Recuerdo su mullida voz blanquísima,
y aquellas dos columnas esbeltas de sus piernas.
Recuerdo su mirar de flores de azabache
y aquellas mariposas que, en su pecho colérico
de arena, se estrellaban.

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Patientia

…y sabes que en cualquier
momento de esta noche
cerrar pueden tus manos
el libro de la vida
aunque te quede tanto
por leer. Vida y muerte
son la misma confusa,
fugitiva sustancia.

La risa de Epicuro
resuena en el vacío.

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Poema de la mañana que raya

el palafrén del astro
sobre
un blanco / caballo
revestido de gualdrapas /
deshoja por la niebla –arco suave / de agua alada–
murmullos
risas
rosas /
empuña
esgrime el rayo de la luz / primera
ya gardenia
dalia
ya /
santuario de las llamas
descendiendo / la estrella
strelitzia
crisantemo /
en la bruma del véspero
tocando / el horizonte que
confunde flores / de mirto
lunas con
narcisos negros /
o los pies del heraldo de la muerte

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Poeta tebano hacia el 422 a.c.

He sido báculo de las musas, dulce
recipiente sonoro de himnos a los hombres
que, al son de flautas lidias, devenían
estatuas de dioses por mis versos.
Ahora, aquí, en Argos,
en el año noventa y seis de mi existencia,
solo abro ya la boca para cantar a Zeus
que, magnánimo, aún regala a mis ojos
la frescura y la gracia
de las brillantes formas adolescentes.

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Sandro Boticelli

I

Un azul de cobalto transmuta la distancia
en santuario nocturno de cuyo laberinto
salva el hilo de luz del laúd de un arcángel.

Lírica línea, tu alma, miniada de lejanos
y misteriosos soles, cielos, lunas, avernos,
invoca en la pintura un jardín sideral
donde los dedos gustan arquitecturas frías
y deshojan los blancos jazmines de la carne.

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Zwiefalt

Por la noche, cansado de aprender
tantas cosas inútiles, te pierdes
en cualquier paraíso artificial.
Alguien te pide fuego con los ojos.
Lo fijo y lo volátil de la carne.
Apura de su ser la negritud.
No has de temer que lleguen esas noches
en que nada merece ser vivido.

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Brindis

Un destello de amor
es la copa del brindis,
y el tacto una huella
en el fino cristal,
y el instante un brillo
húmedo, evanescente:
hoy lo revela todo
y mañana no existe.
Un momento sublime
sin contornos ni límites.

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El paseante

Salir de mí,
ir hacia los otros,
amanece y el aire aún es limpio,
sencillamente fresco.
Conforme avanzo el sol
se deja notar más,
no interviene en mi camino,
pero está ahí, entre mis pasos:

voy hacia los otros,
dejo atrás la música primera
de los pájaros,
y se incorporan señales
de un mundo elegido
y al mismo tiempo rehusado;

no llego a conclusiones,
no dejo hacer al pensamiento,
no niego, separo
el interior del exterior,
elijo la ola y la espuma,
el tono de ruido,
el momento del viento;

ahora que estoy afuera
pero voy por dentro.

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Erosión

Ni la hosca piedra ni el metal más noble.
Una hoja seca en las páginas de un libro
y un cuerpo envejecido nada esperan,
si el tacto ya no existe.
Sólo ver respirar el mundo
y en silencio escuchar la música
que una espaciosa nube le ocupa.

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