Es de noche, camino por el bosque sin rumbo,
pero no perdido, a los lejos veo una casita de invierno,
una ventana encendida y me acerco despacio:
no hay pesadas cortinas, una chimenea crepita,
parece Thomas de Quincey leyendo a Kant,
hay un libro inacabado, sobre la mesa
la vida misma, cotidiana y común,
y manos que abren puertas y los sentidos.
Sigo esperando tu llamada,
no me olvides ni dejes que transcurra
demasiado tiempo,
porque todo es fugaz
y se pierde el instante de las cosas.
Sigo esperando cada día,
contéstame y renuncia a este silencio
de pálidos mensajes,
porque acaban las horas
y el tacto que mantienen las palabras.
En las callejas del mundo
el lenguaje es sólo la mirada,
sin manos, es silencio, sin palabras
es la angustia con sus mil ojos.
En este momento estoy ausente,
pero puedes dejar algún mensaje
y te llamaré cuando vuelva.
Si eres el amor
llama más tarde, o tal vez otro día;
si eres la soledad
espera, pronto estaré contigo;
si eres el suicida
marca otro número, apenas queda tiempo;
si eres la muerte
elige otro destino, sólo soy una técnica;
si eres el pensamiento
abandona, este hilo no medita;
si eres la palabra
da la vuelta, aquí nadie te pronuncia;
y si eres una voz anónima
que llamas angustiada
en cualquier momento llegaré a casa:
habla después de oír la señal.
Susurra el árbol, la razón entiende:
nada es el norte o el sur sino aquello que
el corazón elige, ni el objeto
es el amor sino el amor
todo en sí mismo, porque viejo o joven
hermoso es el tiempo de la luz,
como natural es el paisaje
o por libre la voluntad es fuero.
Acompañar a un cuerpo dormido,
acariciar su piel mientras sueñas
en amar esos años prodigiosos
en íntima vigilia,
rememorar ese cuerpo secreto
de ojos dulces y causa ciega,
decir amor sobre sus largos cabellos
y recorrer audaz la línea divisoria,
sin transgredir su paz ni su silencio.
Mensajes, mensajes, mensajes
continuos de bienvenida o despedida,
medida de silencio diario,
tan pequeños, tan gigantes.
El mar mantiene su vaivén
variable, e invariable.
Miro las aguas espumosas
y luego transparentes,
suben y bajan en la playa,
se estrellan en las rocas.
En apariencia son uniformes
en su movimiento,
pero la diversidad reina
en todos sus gestos.
Para mí amigo Carlos Cortés
En fin
que no he vivido nada.
No sé qué cosa es una guerra
y tengo como prisión al cuerpo
y alma como campo de batalla.
Me debato entre la duda
de reflexionar o fluir;
esto es situarse en el palco de los espectadores,
o estar
en cada íntimo instante del milagro.
III
Me aferro al cuerpo
como único reducto permitido.
Carezco de sitios de ternuras y llantos.
De nuevo palpo la llama del pájaro quebrado.
Busco abrigo en lana.
He puesto mis pies debajo de las aguas
y por la presión
de mis párpados callados
sé que no soy ni siquiera una isla.
VII
Al amor llegué con un grito de seda
y puse las dos mejillas,
el cuerpo y la conciencia.
Nada quedó de mí,
ni siquiera una carta,
ni siquiera un espejo en donde reconocerme.
Mas aprendí a pasar
por el ojo de la aguja,
es decir a perdonar sinceramente.
II
Hay dos caminos en mi vida. Siempre
los hubo. En cada uno hallé un ánfora
con el agua hasta los bordes. De las dos
aguas he bebido hasta saciarme. Mas
ahora, he llegado al final de cada trecho
y las aguas han sido consumidas.
III
Hija la tierra soy. Amante de la muerte.
A menudo en mis sueños la verdad se revela por
completo.
Crecen mis manos y mis pies hasta enroscarse
en un enorme tronco.
Deja que sea yo quien te penetre.
Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere el amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.
Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene,
angustiadamente carnal con la misma muerte devorante,
yo me consumo aullando la traición de los dioses.
XIV
Toco la carta suavemente. El mago murmura
algunas palabras que no entiendo. Dice que
la mujer del coche soy yo.
No puedo lanzarme desde aquí, aunque quisiera
tener el valor de hacerlo. Soy yo, la mujer,
esta criatura mágica que tira de las riendas
de este coche, sin haber descubierto nunca
quien las puso en mis manos.
Septiembre 2
Es ahora la vida
esta extraña y frecuente sensación
de sopor y distancia,
y es también una luz que vela el mundo:
salir del caserón tras la comida,
recorrer bajo el sol la carretera
con los ojos ardientes de un verano
y sentarme en la roca frente al mar.
El mujeriego
A Felipe Benítez Reyes
Demás de esto conviene guardar con diligencia todos los sentidos, mayormente los ojos, de ver cosas que te pueden causar peligro. Porque muchas veces mira el hombre sencillamente, y por la sola vista queda el ánima herida.
Contemplándote arder
Así quisiera recordarte,
poderosa en tu entrega,
destilando tu miedo -uva negra y pisada
en la barrica añeja de la sabia lujuria-
para lograr tragarlo dulcemente
convertido en el vino que nos ofrece un dios.
Desvalido orgullo
Pues sabemos del viento,
la aristocracia somos, desvalida,
de lo que el viento lleva.
Somos sólo el cobijo transitorio
del arraigado sueño que en la pasión pervive,
y en la noble tarea de alimentar un sueño
nuestra vigilia apuesta su cumplimiento altiva.
De dios es este instante,
y él lo ignora.
Es polvo del cristal de la alegría,
es la rosa que encaña
de la sangre en su entera majestad.
Bien se ve que sabéis de la honda llaga,
de este andar a derechas
sobre la brasa pura.
Estuvimos enfermos, se quebraban
los cuerpos de los padres.
Fueron largas las noches,
y en ellas sospechábamos lo que nunca
nos cumpliera saber.
Deshojábamos
la negra margarita y nos amaba
la que con todos quiere,
la de la trenza fría.
Alargaba la mano y te tocaba.
Te tocaba: rozaba tu frontera,
el suave sitio donde tú terminas,
sólo míos el aire y mi ternura.
Tú moras en lugares indecibles,
indescifrable mar, lejana luz
que no puede apresarse.
Te me escapabas, de cristal y aroma,
por el aire, que entraba y que salía,
dueño de ti por dentro.
Durante un anochecer en esta playa te amé tanto
que una respiración
para los dos bastaba.
Suspendieron el mar, para mirarnos,
su armonioso escalofrío,
y su unánime vuelo de gaviotas.
Se divertía el agua, sonrosada,
como si fuera a amanecer,
y se posó el silencio sobre el aire
lo mismo que un jilguero en una rama.
Arrebátame, amor, águila esquiva,
mátame a desgarrón y a dentellada,
que tengo ya la queja amordazada
y entre tus garras la intención cautiva.
No finjas más, no ocultes la excesiva
hambre de mí que te arde en la mirada.
Atardeció sin ti. De los cipreses…
a las torres, sin ti me estremecía.
Qué desgana esperar un nuevo día
sin que me abraces y sin que me beses.
A fuerza de tropiezos y reveses
la piel de la esperanza se me enfría.
Aún eres mío, porque no te tuve.
Cuánto tardan, sin ti,
las olas en pasar…
Cuando el amor comienza, hay un momento
en que Dios se sorprende
de haber urdido algo tan hermoso.
Entonces, se inaugura
-entre el fulgor y el júbilo-
el mundo nuevamente,
y pedir lo imposible
no es pedir demasiado.
Tenía tanta necesidad de que me amaras,
que nada más llegar te declaré mi amor.
Te quité luces, puentes y autopistas,
ropas artificiales.
Y te dejé desnuda, inexistente casi,
bajo la luna y mía.
A las princesas sumerias,
cuando fueron quemadas con joyas rutilantes,
les brillaban aún sus dientes jóvenes;
se quebraron sus cráneos antes que sus collares;
se fundieron sus ojos antes que sus preseas….
¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa
costumbre de tus alas
que refrescan el aire y renuevan la luz?
Sin ti, ni el pan ni el vino,
ni la vida, ni el hambre, ni el jugoso
color de la mañana
tienen ningún sentido ni para nada sirven.
Bajo los fuegos de fugaces colores
que iluminan el aire de la noche,
dame tu mano.
Mira abrirse las palmeras doradas, rojas, verdes;
caen los frutos azules de la altura;
rasgan el negro terciopelo
las estelas de plata…
En tus ojos yo veo el frío ardor,
artificial y efímero
de los castillos que veloces surgen
y veloces se extinguen.
¿Cómo comer sin ti, sin la piadosa
costumbre de tus alas
que refrescan el aire y renuevan la luz?
Sin ti, ni el pan ni el vino,
ni la vida, ni el hambre, ni el jugoso
color de la mañana
tienen ningún sentido ni para nada sirven.