La sonrisa apagada y el jardín en la sombra.
Un mundo entre los labios que se aprietan en lucha.
Bajo mi boca seca que la tuya aprisiona
siento los dientes fuertes de tu fiel calavera.
Hay un rumor de alas por el jardín.
La sonrisa apagada y el jardín en la sombra.
Un mundo entre los labios que se aprietan en lucha.
Bajo mi boca seca que la tuya aprisiona
siento los dientes fuertes de tu fiel calavera.
Hay un rumor de alas por el jardín.
Amiga mía, a veces si estoy leyendo y llueve
como ahora, tu voz parece oírse cerca,
por entre los grabados del pasillo y la cal
que intenta ser imagen de un callejón de Córdoba.
Brilla en el vaso apenas un copo de jazmines,
el fugitivo olor que tu mano ordenaba
sobre el mantel listado, con el pan y el cubierto
de la ternura abierta en la frugal vianda.
Oh, sé que he de buscarte
cuando el otoño abrume con sus frutos goteantes
la tierra,
cuando las mozas pasen mordiendo los racimos
como si fueran labios,
cuando las piernas rudas de los hombres
se tiñan con la sangre púrpura de las vides
y quede una canción flotando en el azul helor de la tarde
madura.
Así te amaba, voz lejana, cuando decías:
Amanecía entonces en la calle de Armas…
Era un carro ruidoso de gaseosas, sifones y aguas medicinales
donde la aurora, dulce, sonreía
como en triunfal cuadriga de leonados caballos.
Cantaban, enjauladas, desde los hondos patios, las perdices,
y el santero enlazaba de frescos heliotropos
el centro de la Virgen del Socorro.
No, no quiero volver…
Sé que está entre los mimbres secreto y aguardándome.
Sé que me espera. Piso estos verdes helechos
que llevan su sombra. Pero no he de ir.
¿No he de ir? Aún el estío
como un áureo zagal se embriaga en las siestas
y todo para él, esa rosa de fiebre y el venero escondido
y el queso blando y puro
y el aire áspero como la lengua del mastín sediento,
es deseo en su carne.
San Juan de la Cruz
Porque es de noche y va cayendo el agua
nos abrazamos, solos, en el viejo
regazo del sofá en tanto suena
la voz de Nat King Cole, triste y cálida
rama de broncas ascuas crepitantes
en la garganta humana de los discos.
I
La mermelada duró más que el amor…
no tendré que bajar ya por la confitura.
Chillan los gorriones no informados:
¡Levantaos amantes que dormís las mañanas frías!
Terminaron los desayunos para dos.
Vuelve a tu duro pan de solitario.
Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero como siempre.
Tú sabes que estoy aquí. Te espero.
A través de un oscuro bosque de ilusionismo
llegarás, si traído por el haz nigromántico
o por el sueño triste de mis ojos
donde alientas, oh lámpara temblorosa en el cuévano
profundo de la noche, amor, amor ya mío.
Hay una débil música enredada en mis dedos
como indolentes, verdes algas dormidas,
cuando Mayo desnuda de negros pabellones
mi errante pensamiento.
Hay un tejido espeso como aroma de mieles y de trigo,
que envuelve adormeciendo roca y nube.
Es temprano en la tarde.
Mi canto, para aquél que no sabe
mi nombre. Para aquél que no sabe,
mi sonrisa. Y mi amor para mí,
creciendo ante la luna, alzándose a la luna
inmóvil bajo el ropaje rígido,
bajo el plegado áureo de su luz
y la fugaz diadema de la fiebre
ardiendo con su gema misteriosa…
Para aquél que no sabe, mi canto y mi sonrisa.
Sabía que vendrías a hablarme
y no te huía
demonio, ángel mío, tentación en el aire.
Sabía que tus ojos ahogarían mis ojos
cansados ya de largos horizontes de hastío
y de copiar tranquilos paisajes de remanso.
Antes de verte, lejos, te adiviné en mi alma,
como algún fauno joven que con su flauta báquica
avivara en mi carne
un fuego leve, quieto,
amenazado casi de apagarse algún día,
rodeado de hielos, engaños de mí mismo.
Suena la noche, suena el cautiverio
tenebroso, cadenas arrastradas
por el mármol. Inician !as maderas
y el metal la batalla de la orquesta,
la nublada obertura crece suave,
gotea la cera sobre el paño negro.
Si pudieras dormir. Agazapado
el volatín de los timbales salta,
ríe, te trae desnudo hasta la cama,
bufón de cresta roja, cascabeles.
Vienes con el amanecer
o ya estás, estás sentado aún con las estrellas
en el duro escalón del arriate
donde encañados crecen los guisantes de olor
y el botón estallante de la amapola india,
el pequeño dominio urbano de tu siembra.
Hace frío en los atrios esta noche,
ascuas de cobre sobre los braseros aviva la criada
y la helada ginebra enfría el labio.
Roberto Carlos baja tu voz desde el Brasil, oh cuerpo tuyo,
oh alma mía asómate al gallo, no,
no le conozco, a la mirada, no, no quiero ver,
sólo tu pecho entreabriendo rosa oscura
a la táctil araña de las manos.
Abril, la ceremonia de las hojas
que sólo puede hablarse con la canción en blanco,
la consecuencia de lo inconsecuente
a trozos que se unen al decirlos
lo mismo que las rayas del paseo
se vuelven línea entera en la velocidad.
Poder amanecer.
Miro los ojos que entrecierra el gato,
lentos, celeste antiguo; gato egipcio
que se fue al más allá junto a su dueño
y se pasea por los contenedores
con la perplejidad y la cautela
de saberse en un mundo sin pirámides.
Las ráfagas de luz desfibran noche
dueña de su estación, dueña de mí
que miro en la ventana un cielo opaco,
su gravidez, la prisa del invierno
por ser él, tan de golpe, con cansancio
de sol plomo, de sol piedra de nube.
Dormida,
en tu cansancio sólo hay cuerpo,
la materialidad del día grávido.
Soy yo quien imagina alma en tu alma,
la invento con mirar,
rozo tu sueño y eres toda
la que ni tú ni yo sabemos que eres.
Tesoro de un naufragio es el naufragio mismo,
su memoria callada y encallada,
su silencio abisal y su misterio
transitado despacio por los peces.
Se naufraga para algo.
Lo que ahí abajo late sin latir
es el haber perdido
flotación en la historia y ser sustancia
de la que el tiempo se alimenta.
La meta es como un túnel, se nutre de tiniebla.
Lo propio de las alas es quemarse
cinco minutos antes de llegar hasta el sol.
Toda meta es un túnel que te absorbe,
es una oscuridad que se alimenta
de tu propia sustancia y de tu olvido
y ese modo de muerte que es el conseguir.
Me vence la manera
que dos misterios tienen de mostrarse
mutuamente, sin descubrirse,
como se miran entre sí las cosas
cerradas, las dos puertas
que en un pasillo enfrenta el arquitecto:
una tensión con límite en lo blanco
y es la orilla entre dos aconteceres.
Tan raro este derecho
a habitar en la muerte del amigo,
si lo definitivo de la muerte
es lo que queda cuando ya se ha ido.
Un orden superior es la alegría.
Cómo desplaza el llanto al pensamiento
y qué secreto nos confía la lágrima:
con sólo verla estás en el secreto.
Yo sigo el rastro de la tinta oscura
para encontrar palabras que sean lo que son y al mismo tiempo
lo que no pueden ser, lo que transita.
Las horas que gastamos en pensar;
la exactitud de lo que no es exacto;
el margen de equilibrio que evita que los dedos del presente nos mancillen.
Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro,
como quien busca en su naturaleza indiferente
la reconciliación entre hombre y mundo.
Aprendemos a ser lo que ya somos,
y este trozo de piedra es un regreso.
La piedra, en su secreto, es armonía,
memoria silenciosa del planeta,
regalo de una luz que se ha hecho sólida.
Bueno, en el fondo sí
me gusta la poesía:
están las horas llenas de sí mismas
y son para los dos
y llorar de alegría es no llorar
y está todo el camino.
Ebrios de luz
se apoyan en el otro
porque no saben que tampoco puede,
sólo que sí que pueden porque van,
ya ves cómo sí vamos y nunca vi tan dentro
lo que se llama amor
que tengas buenos días a mi lado
Sólo tú, sólo tú puedes salvarme
y darme libertad si me encadenas.
Dame la sangre virgen de tus venas,
acude con tu vida a libertarme.
A encadenarme, a desencadenarme,
así mis horas fluirán serenas
por el caudal feliz en que e ordenas.
No te merezco, no. Yo canto, canto,
y te quiero, te quiero, sí, te quiero,
y sólo por ti vivo y por ti muero,
y sé que hasta tu cima me levanto.
Pero no es en tu cima en donde canto,
sino en el valle en que me desespero
de no poder vivir siempre señero,
y callar, callar sólo, amarte tanto.
Toda la luz del cielo ya en la frente
y en el labio un carbón apasionado.
Mi pensamiento, así de iluminado,
mi lenguaje, de amor, así de ardiente.
Así de ardiente, así de vehemente,
diamante en su pasión transfigurado.
Tú, mi razón de vida, mi razón
de amor; mi razón, mi pensamiento,
mi desencadenado sentimiento,
la luz y el fuego de mi corazón.
Vivir en ti es vivir, viva pasión,
y la vida sin ti no es mi tormento,
sino injustificable y vano intento,
imposible, imposible abdicación.
Un mundo de armonías me rodea.
Fuera palabras, no turbéis mi paz.
Una vida hecha toda de sonidos,
un pensamiento universal que puede
prescindir de cualquier significado.
EL universo no habla, nada dice,
el viento mueve diáfano la hoja.