Llegó un día a mi puerta con un claro
silencio sobre la frente.
Era solo
respuesta tras el dintel vacío,
pura interrogación su boca
sin ninguna pregunta,
que guiara sus pasos.
Serené entonces mi corazón
agobiado
por el recuerdo innúmero
de lo que fue combate provocación,
y éxtasis.
Poemas argentinos
Antaño sobre el azul, la deriva del sueño voluptuoso
‘el mundo interpretado es solo sueño’,
y no el tempestuoso mar que ahora lanzo contra mi
para olvidarlo todo. El gran ojo del cíclope que me abandona
a los designios del azar.
El azul que ayer poblaba
mis ojos y el infinito del azul del mar y el viento
la arena mezclada al roza del deseo
las lágrimas y los secretos demonios
que mantenían mi corazón en vilo y la danza coral
en la estación del aura primigenia, la inocente infancia
que se negaba a abandonarme y los dioses
con sus huellas dibujadas en mi sudorosa piel
todo ahora sucumbido y mirado con los ojos del cíclope
el desfiladero de la locura la pesadilla del vampiro,
el pavor de las sombras el insomnio que acecha
como un tigre agazapado tras las leyes inexorables de
la fragilidad humana el tiempo irredento las fuerzas
de los Daimones de la poesía que me mantenían despierto
y la sueñera de mi alma el Gólgota amaneciendo frente a mi,
la cruz negada y afirmada cien veces cien antes del canto
del gallo y la gota de sangre cayendo sobre mi frente
cayendo sobre mi frente…
Poema inédito proporcionado por el autor
El mas inhóspito de los huéspedes
habita ahora mi corazón;
escombros y más escombros
sobre el norte de la soledad
donde se incuba el huevo de la
serpiente que engendró fuera de
tiempo mi alma. ¿Mas qué hacer?
Horror es todo que llenó de infantil
alegría el podré que ven ahora
mis ojos.
Toda la música
que afluía a mi boca
el lago de mi boca
los peces de mi boca
la gran mar estrellada
de mi boca
el infinito azul
perfumado de mi boca
perdidos ya
ya perdidos
el mismo ceto,
la misma esquina,
la misma desazón
la misma culebra
sibilante de la noche,
la misma noche perdida,
con notas disonantes
y el recuerdo como el piano
de Holderlin con las
cuerdas cortadas.
Que la muerte a la mano esté
solícita y dispuesta
a guiar esta sombra que persigue el amor
negado y prometido sea promesa de la muerte.
Ay rememoración de un imposible origen,
más allá, lo que rompe el espejo del corazón
que alumbra el claro de la razón
y nos refleja en los ojos luminosos
del felino.
Si el corazón como un durazno seco
y sin vitales sabias, y el verano, como un buitre
que sin cesar golpea las puertas del destino
para recordarnos, que sólo sombras errantes somos,
recuerdos de un pasado aferrado a la pequeña inmortalidad
del deseo (ser no es querer perseverar en su ser Spinoza, no),
sino desaparecer, trasponiendo umbrales, ir más allá,
del otro lado, porqué siempre existe lo abierto y el
vuelo de lo abierto -lo sabe el pájaro, si, lo sabe-,
y el deseo jugando en ese espacio, también abierto
de otra memoria más profunda que esta.
Misteriosos son los caminos de la vida.
Tortuosas derivas, violentas cascadas,
vientos huracanados, crepúsculos que reflejan
el vértigo del mundo y la otredad del prójimo.
Y todo está en las manos, ojos labios y música
que pone melodía al corazón y a los misterios.
Que burla señor, que has puesto en mi boca
preces y bendiciones, y en mi cintura
el fuego de los dioses que dominó la muerte,
ahora que solo clamo por ti, noche,
por tu desasimiento, yo , como exiliado, condenado,
solo en la noche libre, odiando toda luz, odiando
toda belleza, señor que burla, que burla ,
el largo camino
que conduce del sueño del niño solar,
a éste que ahora su cuerpo baña con las cenizas del
recuerdo,
– porque nadie puede saltar sobre su sobre su sombra,
ni coincidir con ella, cuando el mediodía se retrasa-,
– Oh señor- , y en mi solo crece el desierto,
el olvido que no puede olvidar el olvido
que lo revela todo-, las pequeñas muertes,
los pequeños duelos, abiertos en las confesiones
de las encenizadas lagrimas, – las que lloro por mi -,
y por aquella belleza que no engendró mi corazón
aquí, en ésta soledad a la que me condenaste,
al igual que Timón, Calibos, Catilina.
A Ricardo Mosquera Eastman
Las aves van a migrar
en qué corazón y de que flores libarán las aves
que ahora me abandonan en el desierto
de los años
muerto de sed, y de visiones
o espejismos acerca de aquello que se fue
y de lo que no vendrá,
ahora que desando el camino
de los muertos
que hicieron de mi alma
un nido, y sus plumajes se muestran
mientras los años pasan
y nada adviene, como no ser
la barca de Caronte, arrastrándome
hacia el mito del ave
que yo temo en mis sueños,
y que golpea a mi puerta
por qué señor?
Como Tiberio frente al mar azul, como Tiberio
al infinito tiempo de la espuma sin memorias ninguna,
como Tiberio el Dios atisbando sin ver,
más que el abismo del pasado y sentir vagamente
las incendiadas gemas arder en su corazón de niño,
así, como Tiberio, como Tiberio el Dios,
frente al inabarcable órgano del océano
siento subir en mí, contemplando como Tiberio
el elíptico vuelo de las aves,
el horror del pasado, el pánico quebrándose
sobre mi corazón, el quiasmo de lo no sucedido,
hundido como Tiberio, el Dios, entre tinieblas,
con las ardidas naves del verbo proferido por el deseo
del otro que fui, o de los Otros que hablaban
en nosotros, el infinito misterio del pasado.
Sólo el silencio, el silencio que guarda
y como ‘guarda’ de los misterios y secretas
imágenes que duermen en lo profundo del lago
transparente de los sueños, saben lo que somos,
hijos de las primeras hojas del otoño,
de los largos inviernos y los veranos ásperos
como frutos de nísperos, cuando nuestras bocas
eran fanales abiertas a la lascivia de la infinita
luz, del infinito sueño de la plenitud,
en la cual no estamos dormidos ni despiertos.
(a José Luis Dasilva Navia
por su poesía y por la poesía)
Tú, sol que has crucificado mis sueños,
incandescente que has cegado mis ojos
con el ansia temprana de la muerte,
aquí, en esta tierra de terror y de espanto
que me empuja al gran vacío de la nada.
(a Graciela Sacalotto)
olor de garzas
pudriéndose ahora en la memoria
de la infancia de la escritura:
por fin he descifrado en tu ausencia
-en tu eterno presente-
las llagas del deseo del leproso,
el nombre que hace florecer la luz,
la presencia de lo presente,
el vacío lleno de tu aroma
que amanecía azul entre mis dedos.
Sepa que aun entre los miserables como yo, un mercenario por vocación, la poesía tiene sus defensores, sentenció. Y me entregó la página de un libro mío con una dedicatoria a un joven supuestamente muerto por subversivo.
No lo había visto nunca y no sé cómo llegó hasta mi lugar de trabajo.
Cuando papá enfermó eligió la buhardilla.
Pocas las cosas a su alrededor: la vieja foto de Einstein,
los libros de medicina, la cama, un anotador
y la intrusa luz del otoño por la ventana.
Subí a la buhardilla y bajé a la infancia.
Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.
hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.
Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Mi ser henchido de barcos blancos.
Mi ser reventando sentires.
Toda yo bajo las reminiscencias de tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus pestañas.
Quiero rehuir la inquietud de tus labios.
Porqué tu visión fantasmagórica redondea los cálices de estas horas?
correr no sé donde
aquí o allá
singulares recodos desnudos
basta correr!
trenzas sujetan mi anochecer
de caspa y agua colonia
rosa quemada fósforo de cera
creación sincera en surco capilar
la noche desanuda su bagaje
de blancos y negros
tirar detener su devenir
Se fuga la isla.
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta.
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidas en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche.
Partir
en cuerpo y alma
partir.
Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más fila para morir.
a León Ostrov
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay mounstros
que beben de mi sangre
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.
a Raúl Gustavo Aguirre
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
a Elizabeth Azcona Cranwell
Llamé, llamé como la náufraga dichosa
a las olas verdugas
que conocen el verdadero nombre
de la muerte.
He llamado al viento,
le confié mi ser.
Pero un pájaro muerto
vuela hacia la desesperanza
en medio de la música
cuando brujas y flores
cortan la mano de la bruma.
La noche se astilló de estrellas
mirándome alucinada
el aire arroja odio
embellecido su rostro
con música.
Pronto nos iremos
Arcano sueño
antepasado de mi sonrisa
el mundo está demacrado
y hay candado pero no llaves
y hay pavor pero no lágrimas.
a Cristina Campo
Son mis voces cantando
para que no canten ellos,
los amordazados grismente en el alba,
los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay, en la espera,
un rumor a lila rompiéndose.
Desnudo soñando una noche solar.
He yacido días animales.
El viento y la lluvia me borraron
como a un fuego, como a un poema
escrito en un muro.
Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.
no sé si pájaro o jaula
mano asesina
o joven muerta jadeando en la gran garganta oscura
o silenciosa
pero tal vez oral como una fuente
tal vez juglar
o princesa en la torre más alta.
a Ivonne A. Bordelois
Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores,
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiració
de un animal que sueña.
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Como el viento sin alas encerrado en mis ojos
es la llamada de la muerte.
Sólo un ángel me enlazará al sol.
Dónde el ángel,
dónde su palabra.
Oh perforar con vino la suave necesidad de ser.
Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.
Mensajeros en la noche anunciaron lo que no oímos.
Se buscó debajo del aullido de la luz.
Se quiso detener el avance de las manos enguantadas
que estrangulaban a la inocencia.
Y si se escondieron en la casa de mi sangre,
¿cómo no me arrastro hasta el amado
que muere detrás de mi ternura?
para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente
Este temporal a destiempo, estas rejas en las niñas de mis
ojos, esta pequeña historia de amor que se cierra como un
abanico que abierto mostraba a la bella alucinada: la más
desnuda del bosque en el silencio musical de los abrazos.
Y fue entonces
que con la lengua muerta y fría en la boca
cantó la canción que le dejaron cantar
en este mundo de jardines obscenos y de sombras
que venían a deshora a recordarle
cantos de su tiempo de muchacho
en el que no podía cantar la canción que quería cantar
la canción que le dejaron cantar
sino a través de sus ojos azules ausentes
de su boca ausente
de su voz ausente.
ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida
Emboscado en mi escritura
cantas en mi poema.
Rehén de tu dulce voz
petrificada en mi memoria.
Pájaro asido a su fuga.
Aire tatuado por un ausente.
Reloj que late conmigo
para que nunca despierte.
Femineidad cobrando
entonación masculina,
gracia donde resuena
la voz virago,
carne con todo
lo que insinúa de caballo,
vientre recogido,
redonda grupa, ancho pecho,
orejas en punta, cerviz levantada,
crines densas,
la tibia piel y el belfo
en sucesivo mudar, del reflejo
castaño al ceniciento, bayo,
dorado, a manchas…
¡Y la vitanda conclusión
en tu deleite,
un abrazo
que por imprevista alquimia
se agrega también dones histriónicos,
un caballo que además finge
no admitir en su dorso a nadie
que no sea su dueño,
y además la prevención
de perder mansedumbre toda vez
que se lo ceda a otro dueño!
La Andrómeda del Tiempo, impar en la belleza y el agravio,
sobre este rudo peñasco ahora escruta largamente hacia uno
y otro brazo de la costa,
su flor, su porción de vida, condenada a ser alimento del dragón.
Muchos golpes y venenos la tentaron y acecharon una vez;
pero desde Occidente oye ahora el rugir de una bestia
más salvaje que las demás, más desenfrenada
en sus daños, más inicua y más obscena.
Mientras espera que la desnuden,
la expresión se esfuerza en desearse
a sí misma en blanco y negro,
y el ojo cuidadoso acecha
hasta sorprenderla empañándose,
empañada por matices de tensión,
físico desamparo.
Se trata de cazar,
y se trata de robo,
la víctima
lo consciente, sometiéndose,
y el ladrón llena de facciones, visajes,
su bolsa;
no supone angustias, trabajo aflictivo,
incomodidad, suceso infeliz.
Aquí yazgo pensando en ti:
¡La mancha del amor
se extiende sobre el mundo!
¡Amarilla, amarilla, amarilla
roe las hojas,
unta con azafrán
las cornígeras ramas que se inclinan
pesadamente
contra un liso cielo púrpura!
No hay luz,
sólo una espesa mancha de miel
que gotea de hoja en hoja
y de rama en rama
desluciendo los colores
del mundo entero;
¡tú allá lejos
bajo el rojo zumo del oeste!
De lo que va adelante
y de lo que sigue atrás,
de lo que dura y de lo que cae,
me deshago,
abandonado quedo
del fuerte soplo,
del suave viento,
y quieto, las espaldas
vueltas las manos hacia arriba,
apoyo en el suelo,
corazón
abjurando de armas, faltas,
de oraciones donde borrar las faltas,
blando organismo, entidad
que ignora cómo decir: “Yo soy”
y en la enfermedad y la muerte,
vejez y nacimiento,
ya no encontrarán lugar,
como no lo encontraría el tigre
para meter su garra,
el rinoceronte el cuerno,
la espada su filo.
Como el amor
que se posa
cada día sobre la ramita
que puede morir
Así brota tu amor
lozano
vigoroso de sol
compañero de los pájaros…
Intenta dibujar un león
y logra un perro,
cuando siente hambre cree
calmarla dibujando pasteles,
si dibuja una serpiente
le agrega patas,
al concentrarse
en un grano de mostaza, cabeza
de alfiler que crece en arbusto,
dibuja una higuera, lo estéril,
leño seco destinado al fuego.
En el mismo escenario
donde hasta avanzado el siglo
los enamorados todavía se buscaban
y estrechaban por lo idílico,
posándose
«cada día sobre la ramita
que puede morir»,
elevóse gradualmente un marco
de gustos crepusculares,
por las prostitutas de lujo
titilante rococó,
baudelaireanas correspondencias,
y allí acechaban
las Lou Andreas Salomé, Alma Malher,
proponiendo que a partir de sus romances,
exaltación de luminarias en ciernes
(el casto Nietzsche, Rilke el joven,
atraídos hacia la órbita de un texto
diáfano ya la vez temible),
caducarían todos los estereotipos
femeninos hasta entonces conocidos,
y en trance ya de esfumarse
para siempre hasta el más leve
rastro del bíblico infundio
que asegura que la mujer no tiene
potestad sobre su cuerpo.
De algún modo soy tu cuerpo,
Me designo en él, me quema
En la mentira útil como un remo,
En la desgracia y la amorosa lucha
Abriendo los huecos de su máscara.
Pero no me lo permitas,
No me dejes ser sólo tu cuerpo.