Finalmente data en el abrazo
una tonelada de papel sin nombre
y tus pies corren blandos ejercicios
de mañanas tan viejas
de tan nuevas mañanas que ya son el fin del mundo
en el infierno desde el árbol no sembrado en el acoso.
Poemas cubanos
«Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos…»
Vallejo
Se le fueron los zapatos a perecer en el afán
y por el uso perdieron
por el uso no encontraron señales, y en la ruina,
un solo parque que afilaba el rastro con dolor de vida
señalaba el sitio a donde nunca llegaremos.
[a]
En medio el corazón que ya no cuenta
duermevela
el tiempo tiempo tiempo
camina sin pesquisa imaginable.
[b]
Me lleno, te lleno
de verdes sin reposo
tengo
cuajado tanto espacio tengo
el paladar cansado de tu huida
de mi huida: nuestra.
El mar lleva en las sienes un peso porfiado y terrible, el golpe
de una voz de sal afila su arpón en el oído; una gota de salitre
en el ojo soñoliento, desnuda el cielo que brilla en la garganta
de los peces y el paso escurridizo de los vientos enjuga
imágenes más allá de la geometría donde breves fantasmas
destilan el pavor de los buques olvidados sobre blancas hojas
de papel que beben con interminable sed, plisándose arrasadas
por el eco perpetuo de las olas.
«En la distancia inabarcable
se funden los adioses»
Teodoro Lecman
En el adiós se moldeaba el desafecto
con blancura terrible…
No supimos naufragar en la distancia
con el vuelo apagado
y la noche cubierta de banderas
reclamando el paisaje de los cuerpos
la luz
por donde debió pasar el rostro alegre
tal vez una niña, un pez, un aguacero
pero nunca el negro contrafuerte de la espera
en que no hubo recuerdo.
Marco con las migas de mi cuerpo
el camino del espejo
en que los bailarines de la noche danzan.
Pongo las canciones polvorientas de los huesos
hasta el último renglón
de madrugada
en la lengua de unos ojos que no duermen
con el hierro de la carne
clavado en el ocaso del vestido
y un pedazo de fuego en la cuchara.
Abre el agujero
enfrenta el desabrigo, tiembla
el poema tiembla como un ángel recién nacido
frente a los bancos alineados que aguardan fríamente
Se lo lleva una ausencia repentina
como de sombras, como de miedos con rostro desnudo
habitando otras bocas desprovistas de palabra y cielo.
Viajo al corazón
en la oscura membrana de la noche
dejando algunas cosas sin nombrar.
Pulso el botón que enciende las arañas
y allí están:
crecen violetas en el ático.
Viven en el frío del pasado
tras el marco
donde mueren las palabras,
en los dedos de la otra,
la que se sienta a bordar el fuego
bajo una franja de sol
y me intuye en esta brevedad
de no ser yo
en mi dulce vacío
contemplándola.
Soy araña feliz sobre la tela
en el ir y venir de las agujas
hasta sentirme olvidada
de las flor mistificada y de los parques.
Que no me engulla el sol y el agua
para luego segarme.
Soy feliz cuando las puertas
se convierten en perros guardianes
y me siento protegida de la lluvia.
«Todos mis huesos son ajenos»
Vallejo
Me ata otro dolor surcando ese dolor de siempre
Si no estuviera
mi dolor cuajado de otro que ahora parte de ti,
de ustedes todos caminos; encerrados, abiertos
blancos, negros, grises, temerarios, pusilánimes, insomnes
Si no tuviera el valor de retener la vida en este juego de ser;
ser tú, ser ellos
todos los que apenas logran vivir después del pan,
del gilvo de la lumbre que brilla en los ojos de la muerte;
tu muerte mía, apenas encontrada en ocasiones.
Tus dedos lanzan oscuros sin ley
sobre las horas, granos de sal
colmenas y alfileres. ¡Galgos!
correr correr correr
dioses como piñas dulces sin templo
vuelan juegan saben.
Chambelanes como delirios
magistralmente
tus dedos, mis dedos, nuestros
funden lingotes de animales
cautivos de ti.
Recorto pedazos de paisaje
en el tiempo preciso
para darles
esa emoción del ave
de alegre corola que aleteaba
perdida en el tronco de aquel árbol
cuajado de majaguas
este juego de volver
Y la serena compostura
de esos pájaros de ayer
posados en el agua
perfectas criaturas
que soñaron
sus vuelos de hoy
en la temprana
luz que los aroma
cautivos del tiempo aquel.
Cuando pongo el dedo en el gatillo
el agua se detiene
olvido responder tantas preguntas
el gallo se desprende del reloj
se saltan todos los muelles del piano
y la voz
se dispara de gargantas.
Ya habías alcanzado
al ratón de tus axiomas
ahora detenido en el reloj
Ah!, mi amigo
que tu no creas quererme a la hora del baño
que te asuste
que en tu calidad
desaparezcas
compañero
y apaciblemente debajo de un arco
quede la blancura del gato que fuiste
reclinado en la sombra
tenue y combada de tus miedos
-nueva pista
que presume la elipsis
sin sentir que te llaman-
que atentamente descubres
el tiempo bajo el arco
golpeando el mármol que eras
presencia embelesada
que ya no me acompaña
Ahora en tu mejor postura
eres redondo y feliz
como la novia de tus sueños.
Pasa el cuervo
en el temblor de un pie
rompe un vaso
sobre la colección de mesas.
Es un filme de atolondrados,
por orden cronológico
sobre una casa herida
mandan los retratos.
La mano de la noche planta
la mentira sin cobrarnos.
Apaga la ciudad y deja
esta calle de palabras deslucidas
con sus noches de alfabetos y de moscas
en los tejados un gato
y el chasquido de las sombras
que devoran los últimos despojos
de las líneas que trazamos.
No eran festones calcinados, ni salamandras, ni murciélagos
sino tus manos esperando la lluvia.
Y la figura exprimida varias veces se te secaba al sol
en un sueño en que también se marchitaban otros sueños.
Con tantas diferencias como granos de arroz, o como cáscaras
tus manos de pájaros sueltos,
tus anillos de afilar los dedos,
el torso opíparo de volúmenes,
y los cabellos duros, como diablos disecados que ahuyentaban la brisa:
la mirada de puñal también se te secaba.
Las ventanas se apagarán un día;
hagamos cuenta que hasta aquí
lo habías previsto, lo había previsto
polvo polvo el polvo
lunijunto de barrancos
blancos palacios de hueso
cal y arena que se mueven
prolongado flujo
esperándote, esperándome
esperándonos.
Rameras de la noche sin consuelo
las notas del reloj que dibujaban
sus trípticos, pendientes de la hora
buscaban el color desesperadas
donde el blanco
tajo en la piel de las estrellas
llovía sobre el papel
y las mudas madreselvas lo miraban.
la horeja se desbiblia de hoy
sale del libro perfumado de fantasmas
de porfías ortográficas
a tocar estatuas nuevas;
tiembla en la lengua
con la virginidad intacta
crecida y espumosa
en el estribo feliz del laberinto óseo
de haches redondas y sin frenos
agitada cognoscencia
del secreto en el órgano de Corti
horeja sin sombra rodea y ama
respetando la voz de la caricia sin conjeturas
donde la mano se detiene
donde la música acierta la estocada
donde emblanquece la risa
donde al desnudo,
el papel abre la puerta
horeja de oír la calandria en celo
entrando en el vestíbulo, deliciosa
frutal en la humedad exacta de la playa
en los canales semicirculares
en el caracol
sin envoltoriedades, holiendo
las cinco estaciones sin quebranto
en el cielo amarillo de tantos soles
espacio cóncavo que desordena y canta
sueño convexo
reclinado en la palabra destilada
COMO EL RAYO
horeja nueva de caminos
donde aún está lo que no muere
perfectamente combada en el ámbar
en la letra de volumen y cuerpo
en la sinestesia sinfín de los sentidos
horeja desdoblada en la sonrisa
dejándose llevar
sin retruécanos
por los pies descalzos del abrigo;
tintineo inmortal de martillos y yunques
de trompas de Eustaquio
de fina luz de tímpanos rumberos
de prolongaciones alegres
de nervios auditivos, viaje
en las campanas clavecindras y soneras
remontadas horejas
de párpados suaves
volando en la memoria de los astros.
El temor
atrapa lo que queda de tus ojos
el destello fijo en la carrera
terrible claridad sin muerte como agua
en la pureza de tus pies tan blancos
conejos que saben huir.
A la Abuela, a mis Hermanas, a mi Madre
Palomas.
Todo es reposo en el hogar
la puerta sin discordia, el pan
sale de sus manos tan llenas de nosotros
siempre a cobijar
las mañanas de sus dedos que relucen
palomas olorosas.
La calle es un burdel donde las horas
toman cuenta.
El vagabundo gris
a un paso de anotar la despedida
recupera el mortecino
brillar de las farolas.
Se alarga la calle, en su desdén se pierde
la visión hasta tocar el fin del mundo
a estribor, bordea la primera estrella
las grutas sin salida, el precipicio
en que un fantasma envenenado
duele en la mujer que busca
un puente y la razón fracasa.
El haber sido,
la duda al menos;
pizca, señal, asomo, idea…
la muerte que tuvo sus rasgos de vida
la pisada que no ha dejado huellas,
aún la palabra que nunca se dijo
o la humedad de cuando
en una misma ansia de dejarse acompañar
la oscuridad y el tiempo se colmaron
franqueando el perfil de la luz que no había muerto,
es este siempre dispuesto silencio.
Estoy llorando en el paño roto de la noche
y mi niñez que ahora no me entiende
reniega de mi llanto.
Estoy inmóvil y desnuda
frente a la oscuridad del viento
encendiendo una vela blanca
al alma de mis viejos zapatos muertos.
«Estoy perdido en el bosque de las comunicaciones»
Miguel S. Aparicio
Todos se pierden
los felices, los que tienen esperanza
los que engullen el pan de la pobreza
los que niegan, los que aciertan
los que se aprestan a destapar sus partículas
los que no escuchan
los que no hablan
los que hablan y los que escuchan
¿y eso qué?
He estado a punto
de emblanquecer como los ángeles
cuando el labio con que soplo el talco de los días
borraba la esfera del reloj
cuerpo de pájaros que aún me late.
He estado a punto de salir volando
en el ala lenta de las hojas
que espera una mano sin nombre
llenando crucigramas en la inercia,
sin profanar la mansedumbre
retenida en la blandura de la espalda.
A causa de mis vestidos rotos
de mis estrellas fracturadas
de mis paisajes eternamente cosidos al recuerdo
alunizan tus avispas de seda buscadas en el aire
lo que no nace adentro
capitombe tuyo y mío, toca
nos toca, tocamos
sus flores
su rodante cielo aburrido
ahora nuestro tomados de la mano.
[1]
Enraizada la costumbre confluye sin reposo
en ti, en mi, en nosotros verso adentro
no te busca el letargo en otro cuerpo
en lo que ha quedado de todo en ti
en lo que ha quedado de ti
en lo que ha quedado
sin ti.
Porque el mar se ha quedado
putrefacto en otra orilla,
yo inconforme,
con mis párpados ceñidos al calor y al verde claro
de una isla,
de un fulgor,
estas plumas que han crecido en mí
ya no me bastan.
Los silencios deben parir por ende
silencios para permitirte sentado en el origen
nuevamente elegido tú mismo rey de tus melancolías
encontrarte.
Una oscuridad nace en tus alas
te amordaza los pulmones novios
bajo el humo en la basura trazada
con el pelaje disperso de las fieras
peleándose un pedazo de luz
sombra raída abismo recorrido
maletines con secas melodías
por donde la voz ya no asoma.
Plata encendida tus pasos de romero al sol
mis pasos
bruma y montaña el mundo nuestro
aposento en que te ríes
reímos la extensión de transvelar
nuestras naves al desvelo
volar volar volar
única circunstancia
de ti sin ti descarnado
tan tuyo, tan mío sin ti
sin aquel que nunca fuiste
no vale un astro, no vale mar
no vale cielo cegándonos.
Primero.
Duelen las farolas. Un papel
volante gris escapa
la calle que me lleva al parque
regresa a mi
al ojo de mi padre
abriéndome la puerta.
Segundo.
Alrededor las formas
que vagaron
la vida más querible
cuando aún no la sabía.
Una mujer en negro y blanco
detiene el minutero
se cruza de brazos
sin alfileres
sin tuercas
no sabe llorar
espera
que todo haya terminado
que sus zapatos la lleven
donde no hay calumnia.
Saltar de alguna forma el mediodía
crecer en el crepúsculo
tocar la yema
fruncido el llanto. Vernos
inmensamente labios desnudos
enfrentar tu nombre
mi nombre, nuestros nombres
nunca abandonados en los parques.
Acaso el polvo en sus cuatro estaciones
nos sepulte.
Era de granizo el verde derramado
junto a la blancura el pájaro de hielo.
El cielo nace al hombre atento
que mueve el pan nerviosamente,
lanza migas, borra la pregunta
y atado a su parque ya es carámbano.
Digan lo que digan no te importe
el canario comprimido que no muerde
ni que crezcan retoños a la ausencia.
Déjenme entrar allí
donde pastan las hormigas de otros cuerpos.
No me cierren las puertas
donde muero
sin olor a poema
sin reloj
sentada en el último banco de mis versos.
Déjenme entrar allí
donde no hay bruma en la palabra
donde mi cuerpo
siente el equilibrio de los ojos despiertos;
allí, donde los muertos
tienen su propio corazón latiendo.
No hay más vida ni más muerte
solo lluvia en las manos;
no hay más voz que su voz
en los cristales de agua viva
ni más cuerpo
que su cuerpo en el deleite
de esta estrofa mojada
acariciando tréboles.
Tu lengua es el país de fuego
donde no hay relojes,
donde la palabra dura y difícil,
da vueltas y vueltas
peregrinando a trancos
donde el salivajo
mancha los manteles
sin cortarle el paso.
Cuando un solo de tripas la sorprende
en el deseo de ahorcarse
envuelta en una tira de bacon,
queso horadado suizo
y un pedazo de pan,
tu lengua de azúcar
rompe las murallas de la mala palabra,
se instala en el café
después de la certeza de ser dios
prendido al paladar
por las diptongaciones.
Un deseo de ríos y palmeras
me tiembla entre los dedos
enredándose
en la voz del tiempo
tan cansado
que va nombrando las calles
donde nadie ha pasado llorando desde entonces
y está en juego el recuerdo de la piña
fermentándose en las venas,
en mis labios que desean el azúcar,
o ese tiempo del regreso
al amarillo de un girasol despierto
centro de fieltro
encrucijando tiempos.
Mirar desde la altura de un padrenuestro las azoteas envueltas
en la niebla, los amores furtivos, las peleas de vecinos y las
cabezas de los paseantes, es un oficio que se pierde en los
balcones de las viejas usureras y escurridizas como lentejas en
días de hambre.
Los trenes pasan
a ambos lados de Dios
sin arruinar la muerte
que lima cada paso.
Ausentes de palabra
de leyes, de constelaciones
caminan lentamente
mordiendo las arenas sin pudor.
Se anaranjan
descienden, almas en pena;
después de las campanas
anochecen.
I
Yo, tú, los árboles perfectamente
juiciosos entre el día y la noche
las calles blancas largas dóciles
desatándonos
llenas de ti, llenas de mí
quitándonos el polvo.
II
Dejé de besar
de silbar al lunajero de tus pies
para que nada
interrumpa, me interrumpa
tu carrera tantas veces proscrita
Equivocadas entre sexta y nona
emigran ocasiones
llevándonos de en medio
lo que más queríamos.
Su cuerpo resonaba en el espejo
vertebrado en imágenes distantes:
uno y múltiple, espeso, de reflejo
reverso ahora de inmediato antes.
Entraba de anterior huida al dejo
de sí mismo, en retornos palpitantes,
retenido, disperso, al entrecejo
de dos voces, dos ojos, dos instantes.
La luna y el niño juegan
un juego que nadie ve;
se ven sin mirarse, hablan
lengua de pura mudez.
¿Qué se dicen, qué se callan,
quién cuenta una, dos y tres,
y quién tres y dos y uno
y vuelve a empezar después?
Rompo una rosa y no te encuentro.
Al viento, así, columnas deshojadas,
palacio de la rosa en ruinas.
Ahora —rosa imposible—empiezas:
por agujas de aire entretejida
al mar de la delicia intacta,
donde todas las rosas
—antes que rosa—
belleza son sin cárcel de belleza.
Por el verde, verde
verdería de verde mar
Rr con Rr.
Viernes, vírgula, virgen
enano verde
verdularia cantárida
Rr con Rr.
Verdor y verdín
verdumbre y verdura
verde, doble verde
de col y lechuga.
Al caos me asomo…
El caos y yo
por no ser uno
no somos dos.
Vida de nadie,
de nada… No:
entre dos vidas
viviendo en dos,
víspera única
de doble hoy.
Muere en la máscara
quien la miró,
yo por dos vidas
me muero en dos…
Negro néctar
Amargo como la memoria,
Dulce como los recuerdos,
Filtro del amor eterno
Que me llega de tus manos
Cada amanecer,
Salutación del nuevo día,
Comienzo de la jornada.
Los vapores que le acompañan,
le siguen, o preceden,
Traen consigo el furor de las batallas,
El aroma de momentos repartidos,
El sabor de las noches en desvelo,
La zozobra de las fiebres de los hijos,
Lecturas de poemas a altas horas,
Veces que nos rendimos,
Las victorias,
Las derrotas,
Los fantasmas,
Los augurios…
Poción, bebedizo, pócima, brebaje
Que oculta los hechizos,
Ofrenda mística
Más de dioses que de hombres,
Licor que se brinda a los amigos,
Que aleja el sueño
Y deleita a los sentidos.
Por las calles de la Habana
Un duende se pasea.
Bajo el sol o en pos de las estrellas
Se escucha a través de las celosías
Su voz cascada, sin prisas,
Cantando sus loas.
Su paso incansable
Golpea los adoquines
Con el peso de su historia.