Anuda una venda alrededor de tus ojos
Déjate guiar por el aroma de la hierba buena
Colócate de espaldas al viento adverso
Siente el sol en la frente
Desdeña los caminos
Los campos de amapolas
Sumérgete en el bosque
Persigue el canto de las aves que huyen a tu paso
Sigue más allá de tu cansancio
Hasta hollar la línea del horizonte.
Poemas cubanos
La voluptuosidad de mi cuerpo ardiendo lentamente,
Reverberando bajo los rayos del sol
Contra la blanda arena.
Estirarme perezosa y volver la otra mejilla…
La increíble, inagotable sensación de subir,
Trepar, escalar,
Todo lo que sea subible o trepable o escalable,
Siempre hacia arriba, rumbo al cielo…
La piel pegada a la corteza vegetal,
Su rugosidad arañando mi carne,
La soledad de las ramas más altas,
De nuevo el sol que nos calienta…
El amor por tenderme a dormir en las piedras,
El placer por huir, por ocultarme,
Por mutar de envoltura si es preciso.
Ama a la mujer
Y no al fantasma.
Toma los defectos que te ofrezco,
Desdeña las ilusiones,
La figurativa imagen de perfección
Que has ideado
Porque soy de carne,
De humanidad,
De años transcurridos,
De recuerdos hecha.
Para sentirnos pintores
No hace falta llamarnos Da Vinci o Picasso,
Más bien, necesitamos:
Tener 5 años por fuera o por dentro,
Una idea genial, incluso sin musas,
Una tarde lluviosa que no permita ir al parque,
Una vestimenta vieja y cómoda
Que pueda embarrarse a gusto
(si se coloca al revés, da buena suerte).
Por delicadeza,
permití que los pájaros helados
calentaran sus picos en mi lumbre,
horadaran los leños de la noche
e hirieran con sus cantos mi silencio.
Ellos mancharon con sus plumas
mis sábanas
y picoteando sobre la pureza
me volvieron ceniza,
por delicadeza.
Nos conocíamos bien
pero nos perdonábamos.
Tú decías amar mi pelo largo
y esta costumbre de leerte versos
que por entonces creía memorables.
Luego fui demasiado complicada.
Teorizaba mucho
y no aprendía a cocinar.
En una palabra:
te faltaba el cariño necesario.
Ah los amores
cobardes
Son
como las canciones finlandesas:
deben tener su encanto.
Amables
instruidos
a veces hasta conversan.
Reciben los miércoles
de 7 a 10
y descansan
los fines de semana.
Guardianes de la cordura
piensan que hacen el bien
y son inteligentes
porque son incapaces.
Cuando tú eras magnífico
cientos de naves venían a estrellarse
en los desfiladeros de mi sombra.
Yo miraba en tus sueños
con la inquietud del náufrago
y jugaba a nombrarte monarca de las islas
mensajero del aire.
Cuando tú eras espléndido
mi cuerpo el cantil que frecuentabas
y yo una especie perseguida en vano
escuchaba en el viento encantadoras
músicas
levantaba mareas
y subía por la furia homicida de tus olas.
No se puede matar a una muchacha
y acomodarse luego en los abismos de la vida ordenada
para vivir impune frente al vértigo de su último aroma,
de una cita larga, obstinadamente imaginada.
Aunque su muerte diera la alegría a los seres perfectos
y, al pie de su recuerdo, el homicida
los más turbios secretos recabara:
no se puede matar a una muchacha
que florece en los sitios despoblados de una última tregua
y en deuda con su luz
fomenta el caos
abierto el corazón.
Poetisas, dijeron.
Serán tibias
y falsas
y pequeñas.
Aunque seres livianos,
no tomarán altura porque son imperfectas.
Pero si alguna toca en la palabra
como el burro en la flauta
postulemos que es mucho hombre esa mujer
y no
que es mucha mujer un ser humano.
Transparente a pesar de la materia,
me asimilo a la red con una santidad particular;
soy una firme creyente
de que hay dos movimientos para visitar la vida,
y el trayecto a pie es lo apropiado.
Mientras verifico estas sensaciones,
me acomodo en la línea vertical
que me espera al final del túnel,
aunque el tren,
con su imagen rápida,
prohiba los pecados de la imaginación.
Observando la reunión desde afuera
me recuerda el hundimiento del Titanic;
quiero decir,
lo rápido que desaparece la realidad.
Además, porque Rose dijo en la película que:
‘el corazón de una mujer contiene profundos secretos.’
Yo no sé si este juego de palabras como ‘profundo’
significa un espacio en el agua,
o la distancia que se encuentra detrás del corazón,
aunque es divertido esconder el placer de la carne
dentro de una fotografía de amor,
sin decir nada.
La ciudad está vacía.
La ciudad no dice a quien pertenece;
por lo tanto,
esperaré como Godot, por nadie.
Detras del vaso está la llave de mi salvación.
Mejor que una oración,
escapo al toque interminable de las brujas,
uniendo el sonido interior de las neuronas
que luchan contra el invasor.
Nadie lo notó.
Yo no contesté.
Conocer el Yo no es un oficio fácil.
Mi cara posee una pieza de mí misma,
un puente entre dos ciudades.
Flotando y flexible,
me convierto en el tema de unos ojos
que desde el futuro miran para descifrar el golpe.
Siento la verticalidad de un animal sin nombre
que cohabita dentro de mí
buscando un lugar para Ser.
Mis formas son exquisitas,
y un momento de bondad
me ha permitido reclamar el techo
para hacer lo que quiero.
Te regalaría uno de esos días repletos de pereza
con olor a hierbabuena,
te regalaría un platillo de higos
con un toque de miel y canela.
Sí, me gustaría regalarte mi libro predilecto,
el que nunca se separaba de mis manos
cuando tendida en las frías baldosas del traspatio
mi infancia se llenaba de mundos por ser vistos;
también me gustaría regalarte el sentimiento
de tanto mar rodeándome el corazón
y las risas que me acompañaban
al saltar desde el muelle queriendo ser
una alga marina más entreteniendo el agua.
Se baña frente a mí caldeando los glaciales
confundiéndole al agua territorios, espejos,
sorprendiendo a las piedras su víscera de musgo
y luego se sumerge de lleno con mis ojos
fabricando sin prisa una estación de lluvia,
un lugar de monzones al Océano Índigo que habita mi deseo,
despertando las fauces de la Cobra a su fuego,
devolviendo a las cosas emplumadas su atmósfera,
el orden de sus cielos, la alegría delirante;
porque vienen al mundo destinatarios, remanente suyos,
maneras de su andar afilando el momento
destrezas milagrosas convirtiendo segundos en frutos
o acaso en novedosas semillas como perlas,
mercaderías, magias que llegan de lo súbito
para aderezar el gusto de una boca exquisita;
tributo, maravilla con que pagar a su rodilla un roce
apresando el peligro perfecto de sus dedos
la privada elocuencia donde existen países,
consonantes e cartas que esperan ser escritas o pensadas;
aturdiendo a los libros: comas, pronunciaciones, adjetivos, artículos
efervescencias únicas reorganizando pronombres al papel,
instantáneas voraces del júbilo que vive entre su puño,
lo mismo que un halcón, seguro de su presa.
Puedo dejarte ahí entre las cosas que se saben sentir
llenando el pecho de claridades y vicisitudes
sobre un campo de lunas abstraídas
donde el dormir sabe llamarse insomnio
y el color de la luz habla consigo.
Puedo sin duda alguna disolverte
a secretos sabores en mi boca
y sin habar de ti puedo nombrar tus consonantes,
los ligeros sudores de tu axila,
el espacio que media entre tus vértebras
cuando entonas una que otra canción detrás del aire
y las dejas caer como un descuido
sobre las piedras o acaso entre los árboles.
Porque el espejo y tú
saben la ausencia,
porque conocen bien
esos perfiles
que aún cuando
no están,
siempre penetran
en aguda ecuación
la franca zona
de voraces,
levíticos laureles:
porque al juego sutil
de los reflejos
la uña y el olor
sudan la misma
liviana comezón
sobre el espectro de las formas
que nunca se repiten,
pero que viajan
latitud al cerebro,
en un tenaz proceso
de horizontes,
para que el hueso
sin memoria exista
al borde de otra piel,
ya sin el límite:
a nadie le diré
que te he tocado
y sin saberlo
supe atravesarle
el corazón al vidrio
del silencio.
Ocúpame, temporal, al barroco de la oreja
Manta-raya de lengua déjame atravesar tus formas
redescubriendo latitudes al arrecife de tu córnea,
y júntame de lleno en apetencia marfil contra marfil,
abriendo a enamorada línea tus pezones,
desintegrando el control que reside en tus tobillos
hasta sentir como sortija la presión de tus piernas,
a punto de explosión tensar la aorta.
Esta mañana en fin, es diferente,
he mirado mis manos
las he visto distribuir, sin prisa,
los planetas,
transformar asteroides a una explosión de nova
y sin embargo
dóciles en su tarea de aquí,
me han acercado la taza de café,
los cigarrillos, mis espejuelos,
la pluma con que escribo,
hasta las hojas de papel me han dado
sin que por ello merme
el trabajo que tienen asignado
de crear nuevos siglos a la galaxia.
Para la que en su marcha, jamás desaparece,
para la que es siempre su infinito posible
para la que llena con su abierto sonido
inescrutables rutas al balcón de mi ojo,
para la que despliega como bordada falda
su serpiente de luces
al lomo imperativo de las noches,
para la que monta, al amanecer,
su carroza de luz y la derrama
en esa interminable espiral de su espejo,
para ella,
se levanta mi corazón
como un gran viento y canta,
la resonancia del jazmín,
su centro.
Ocúpame, temporal, al barroco de la oreja
Manta-raya de lengua déjame atravesar tus formas
redescubriendo latitudes al arrecife de tu córnea,
y júntame de lleno en apetencia marfil contra marfil,
abriendo a enamorada línea tus pezones,
desintegrando el control que reside en tus tobillos
hasta sentir como sortija la presión de tus piernas,
a punto de explosión tensar la aorta.
Lo mismo que el deseo de una boca
hace suya la pulpa de los higos
las palabras me han ido poseyendo:
despiertan mi cintura a un monosílabo,
logaritmo tenaz que reclama
el voraz contrapaso de la aorta
a una fiereza horizontal de médula.
La madre que ahora tengo es la misma y es otra entre las muchas
de las cuales he sido nacida,
no me levanta como en otros tiempos en antiguo lenguaje judío
ni tampoco me levanta en lenguas arameas,
ni siquiera en un árabe olvidado que todavía tiene resonancias
entre los dientes de mis tatarabuelos
o en esas otras lenguas de los que pasan
sin saber que sus sonidos también me pertenecen
y que me viven por encima de mis presentes apellidos.
Hay un nano Segundo de mis labios
cuando se mueven sobre tu clavícula
hablando un idioma de particularidades
inherentes sólo a ese otra aromática fuerza
que emana de tu entrepierna frente a mi deseo
de tenerte y desintegrarte
en un ritual de espasmos o voraces silencios,
sitio donde te sabes francamente mujer
orquestando tus ganas de mí sobre tu cuerpo,
pintándome los flancos ,las rodillas , los senos
con tu saliva ,con el tenso calor que emana
de tu sexo cuando nos encontramos.
Hay cuartos que sostienen en medio de sus ruidos
la raíz de un silencio tan profundo
que los relojes enmudecen
y hasta los calendarios son capaces
de perder el conteo de los días,
vaciando entre su páginas
los símbolos que definen facetas a la luna
y a los espacios de la voz o las manos,
haciendo de la respiración otro instrumento
donde eliminar sonidos a la garganta
robando al plexo solar
su maravilla, su pasión de vida.
Hasta que llegues
viviré
en un duro color
de suspensión;
no habrá más nada
ni nadie más
me contendrá
en un gesto
de fronda
y temporal,
seré una casa
de vacíos espejos
aguardando
que tu presencia en mí,
por lo cercana,
nuble el azogue natural
del cuerpo
hasta verme
ya toda respirada:
labio sobre la línea
de tu nombre
navegaré un vacío
de palabras
habitaré los filos
del aliento,
marea en las resacas
de la espalda,
vuelco de corazón
que sólo puede
para sentirse
en humedad,
ser barca.
Has estado cayendo
todo el día
como un distante filo
hacia mi rostro
hablando tu vivir
con mi memoria;
no quiero ser
testigo a tu presencia
logro ausentarme a ratos
de tu asedio
de tu constante diálogo
a mi frente,
que como tú, se me hace imprescindible
pone fiesta a mi piel
cuelga piñatas
al corazón
y tira sin piedad
de mis sonrisas
hasta ponerlas
del color del aire:
allí vuelas cometas,
coroneles de luz
como tus ojos
que se repiten
en sin final imagen
de reflejos;
sólo entonces
la niña que soy
bate las palmas
mueve los invisibles hilos,
te convoca,
maniobra tu presencia
en el espacio,
que ya es varilla
en un papel de china
en perfecto equilibrio
con mi atmósfera
y la mujer en mí
casi contempla
en silenciosa soledad
los giros
de tu ausencia
cercando mi cabeza,
el voraz contrapunto
de ese juego
donde la sombra de tu amor
me roza.
Fluyendo en largo gesto
fabricas las mareas
Luna o mujer
así te haces presencia.
Los espejos de tus ojos
guardan peces y cosas repentinas:
barcos que se han perdido,
mapas para llegar al punto más frágil
de una orquídea
y un tiempo sin relojes contra tu hombro izquierdo,
allí el deseo se mueve como una sinfonía,
gravita entre los caracoles,
marca los arrecifes del color de tu pelo,
habla con el lenguaje que tienen tus pezones
y dictan a las nubes lugares no antes vistos.
Como verbena mi boca
se detiene frente a ella.
Nadie es capaz de conversar
la historia que sin esfuerzo crece
a su secreto de constelaciones.
Quién puede descifrar este gran hábito,
esta manera de encallar el hambre
en la continua furia de los higos;
atómica raíz reconstruyendo el gusto,
desvistiendo presencia entre los dientes.
Cómo te contaré
de esa mi casa,
ese pueblo que nadie
en fija residencia quiere,
mi rechazada casa
donde amigos y gente
que aún no encuentro
viven planeando
como irse de ella.
Violenta latitud
quemando el aire.
Como hilo ensartado en ricas turquesas
los ojos se nos fueron anegando
con la fuerza de lo desconocido,
logrando así que lo visto y soñado
por mis Nietas- Primas, las Diosas
nos fuese penetrando las esquinas
donde las miradas se hacen posible
ensañándonos el misterio de la Flor
el perfil de las criaturas,
lo creado en ellas y de ellas
mucho antes que sus principios
ahuecaran la huella de la imperturbable
de la cual el nacer fabrica toda especie
en el paridor vientre de Esa,
que nadie sabe ni sabría comprender del todo.
Adrenalina en el sabor de mangos, te voy a seducir,
envés de esas ausencias de estarle a los contigos,
abecedario deshabitando el marco de vivir al múltiple.
Quiero encontrar espacios que van a fabricarse:
antiquarium a ritmo de presencias en calles por llegar;
quiero imaginarias tiendas, azules adoquines,
cuartos recopilando encantos a tus pasos;
sitios donde comprar miniaturas, relieves o descuidos
dejados por la huella de tu cuerpo, maravillas de olor
que van permeando sin pensarlo siquiera:
tijeras de marfil, vasos, horquillas, brújulas,
abanicos, cartas, peines, memorias de tu pelo.
Como eras la antítesis
de lo que yo creía
hasta entonces ser cierto,
mi habilidad de ver cosas,
cristales , tránsitos,
no caminaba en firme destina,
ni sabía, que tu tejías las zonas
de todos los minutos
fijando nuestro encuentro.
Los espejos ocultos están frente al Paseo del Prado
para que tú los atravieses.
Del otro lado esperan todas las ilusiones
las piedras en el centro de otro orden
los rastros y los pasos.
Los espejos descubren los caminos
sin saber demasiado hacia dónde
penetran en las estridencias de los sueños
fantásticos como nunca antes
ilusorios
reales para los que olvidaron la esperanza.
Para Tenochtitlán, desde la isla Juana
La Habana húmeda a mis pies
desatada y húmeda como las caracolas
los ruidos e su nombre y el silencio de ti
de tu impaciencia rondándome los gatos de la sombra
y tú sin mi ciudad sin su herejía bajo la lluvia
sin la humedad que cubre las ventanas
los raíles de punta
el colibrí de ayer en la arboleda.
No estuve para siempre en la ciudad
la amé con una queja con un grito de espanto
pero la amé sin fin
sin desconcierto
recorrí las costumbres de tus manos
el trazo de tu cuello el resplandor insomne de tu boca.
Fue como una conquista la ciudad
cinco ratas huían por cada beso tuyo
cinco animales muertos
cinco cloacas trascendidas por cada virtud
en cada uno de tus gestos una hazaña
en tus cuestiones la razón de existir
los titubeos para abrirse camino entre los sueños.
A Vivian, en su ciudad
Un negro viejo lustra sus botas en el sillón del Hotel Plaza
y sabe que la ciudad yace
en esas botas.
Los turistas activan sus cámaras fotográficas
para recoger la imagen del caminante
urbano de La Habana
quien sonríe con un aire desdentado
que huele a la chaveta
con la que trabajó la hoja de tabaco
durante toda su vida.
Entre la espuma y la marea
se levanta su espalda
cuando la tarde ya
iba cayendo sola.
Tuve sus ojos negros, como hierbas,
entre las conchas brunas del Pacífico.
Tuve sus labios finos
como una sal hervida en las arenas.
Todavía despoblada,
brillando en el corazón sin habla
de la peregrina,
entro hacia tus corrientes
sumida por ahora bajo las presiones
de un golfo mudo
que toca el fondo de las islas.
Un mono pequeñito
asoma sus ojazos de lechuza intranquila
y acecha en la penumbra la sombra de la Reina;
monito vivaz
como un colibrí chiapaneco.
Suelta mi trenza
para que dance
en el mojado viento…
Vuela, bailotea,
con asustadas alas
y al revolotear
revela su origen africano.
Mi cabellera crespa
trae un furor,
un oleaje,
un ancestro
que viene desde lejos.
Cuando miro hacia atrás
y veo tantos negros,
cuando miro hacia arriba
o hacia abajo
y son negros los que veo
qué alegría vernos tantos
cuántos;
y por ahí nos llaman ‘minorías’
y sin embargo
nos sigo viendo
Esto es lo que dignifica nuestra lucha
ir por el mundo y seguirnos viendo,
en Universidades y Favelas
en Subterráneos y Rascacielos,
entre giros y mutaciones
barriendo mierda
pariendo versos.
El frío cala los pies
y esta premura de la rosa
nos conmueve, al nacer.
Estamos en una presa de trentaidós kilómetros
y los papeles del universo giran
ante esas hojas de flamboyán
que dan sombra en verano.
Los enamorados se tumban en el sol
sobre el suelo de un yate,
mientras respiran con válvulas mojadas
por el soplo del mar
que viene del Sur.
Camino sobre el río.
La luz del sol alumbra suavemente.
Mecida por un haz de extrañas flores,
lianas, peces y algas, voy bogando.
Una fuerza me empuja y no lo sé.
Un marino de cobre me contempla desnudo.
Mecido por un haz de extrañas flores,
voy bogando entre peces, lianas y algas.
Mi madre no tuvo jardín
sino islas acantiladas
flotando, bajo el sol,
en sus corales delicados.
No hubo una rama limpia
en su pupila sino muchos garrotes.
Qué tiempo aquel cuando corría, descalza,
sobre la cal de los orfelinatos
y no sabía reir
y podía siquiera mirar el horizonte.
Nada más que una marimba,
un guasá, un bombo
y la astilla de un grito
para poner el cielo
al nivel de mis pies.
Sube un temblor
asentado
en la raíz misma
de mi ancestro.
Los ojos de Abel Santamaría
están en el jardín.
Mi hermano duerme bajo las semillas.
Santiago alumbra
las frescura del tiempo
que nos tocó vivir.
Un niño baila
el dulce aire de julio
en la montaña.
Alguien escucha su canción
bajo el estruedo puro
de una rosa.
A veces tengo ganas de ser un cursi
para decir: La amo a usted con locura.
A veces tengo ganas de ser tonto
para gritar: ¡La quiero tanto!
A veces tengo ganas de ser un niño
para llorar acurrucado en su seno.