Es preciso romper
el tabú de la intangibilidad de la poesía,
ungir con óleo amarillento
sus llagas tendidas, inmediatas,
y que cese el goteo de las horas
en el patio.
Versos
entendidos como un arte de seducción
indisoluble de sus paisajes, extraviados
por el mapamundi de los acontecimientos.
Poemas españoles
Nada, o muy poco,
trae consigo esta lluvia.
Un almanaque
de recuerdos que has logrado convocar, envilecido,
en lo magnético y lo geométrico
del pequeño jardín,
bien medido, bien rimado.
(Cada teoría tiene
su arquetipo,
al que presta su justa encarnadura la fatiga,
la ebriedad,
el terciopelo
de algunas rosas).
Al cabo de los años
seres milagrosos e inexplicables
se te han hospedado en la memoria,
más allá de las apariencias,
más allá de las convenciones sociales.
Ellos son, a menudo,
el fondo mismo de «los inconvenientes»,
los álamos que han dejado
su pompa y su circunstancia al margen
y te inyectan el deseo
de inmortalizar los viejos héroes
del día.
Poco a poco
has tenido que ceder a la tentación de los recuerdos,
a la tenue posibilidad de huir y revelarte
con alguna garantía de éxito.
Éxito
para sacudir el árbol veneciano
de la pasión que engendra la armonía,
la combinación nómada de las rosas,
la cristalización de una época;
en cierto modo,
un baile de palabras,
un juego de labios,
prácticamente nada.
Instalado en vivencias «ex aequo»,
juras
y perjuras
no dejarte llevar por un entusiasmo
demasiado radical.
El descenso hacia los fondos del abismo arrastra
el hollín, el nácar y la blonda
de aquellos valores del pasado.
(La belleza olvidada en alguna estación).
Obligados a abandonar
muchos sueños ya rotos para siempre,
con rotunda claridad,
velan los ojos.
Prácticamente
sólo se ha quedado la playa con un catálogo
de aves y castillos,
por el que la lluvia estaría
encantada de ofrecer una considerable recompensa.
Puestos a desmitificar
los elementos románticos que acompañaron
aquella pequeña historia,
deberías obligarte a vaciar de recuerdos
las calles sombreadas por la lluvia
y el cansancio.
Libre al fin
de la tarea harto fatigosa
de encajar perfectamente en los axiomas aprendidos,
sometido al número siete,
palpita muy cálido el corazón.
No pegas ojo,
ni te internas en galerías
de lunáticos minotauros.
La vista reposa en los planos de color
como en los descansillos de una escalera,
y se reúne, con las demás flores en el patio,
fino igual que una puntada.
Como continentes inexplorados,
transfigurados por la mirada,
los ojos visten, hasta el infinito,
la dialéctica desnuda
de la nostalgia.
Embates de deseo que a veces te acercan
al borde de la sima,
a esa pulpa iluminada donde resucitan
los temblores más inverosímiles.
Lo fácil es establecer comparaciones
con el emboscado silencio.
El silencio
no es cosa de esquivar en los labios,
como ríos que vienen de la cima del mundo.
Lo fácil es abandonarse
a ese instante, mortal
en el templo de la carne,
que te acaricia con sus párpados
y te crucifica con su cereal hermoso.
Reeducas la mirada y te aproximas
a lo que significan
los reflejos del sol sobre el trapecio.
Mirada
de testigo directo,
que no se atreve a recortar una realidad
deliberadamente contenida en las llamas de marzo,
su inclinación revolucionaria.
Vuelves, más que nada,
para continuar, inexorable, esta cabalgata
de silencio y polvo,
de memoria y laberinto.
Ciclos donde el tiempo
corre en sentido contrario
y las manecillas del reloj son la lógica invención
de un sueño sin ataduras.
Todos los indicios advierten
que la que se nos echa encima será
una tormenta terrible, resplandeciente;
una vedija de frío sin carmenar,
una cicatriz de gozo,
una red para las redes.
Sólo cuando no es posible acogerse
al sentido práctico de las flores, el aroma
declara su estirpe, y la metáfora
rellena el vacío que la lluvia ha dejado
entre las hojas.
La rosa es real;
la rosa es el mismo ser de la sombra,
pues lo duradero es fondo,
y ese fondo que recogen los labios
es la memoria,
la figura,
las cicatrices de la rosa.
Ella
no se agota en la calidad de los vientos
que destrozan coronas: se alimenta,
insaciable, de la fragilidad que anida
en la hora augural de la nueva noche.
Hundir la mano y extraer del alibabá cálido dátil;
quebrar al escupir su hueso el cascarón de escarcha:
nieto de musgo, opta por el fuego, huye del agua fría,
lanza desde la calle, por una ventana del palacio Pardiez, el
talismán redondo de tu suerte horrible
y echa a correr antes de que lo recojan.
Duras son las bancas, y el profesor tampoco tan lúcido.
Con frecuencia se nota que improvisa. Que falsea
tradiciones, héroes, anatomías
para salir del paso. Y si se murmura en los corredores —
lo he oído —
que su papel es difícil, pues que se hubiera dedicado a
otra cosa,
corsario turco, por ejemplo, pintor de santos de alcoba
adulterina.
Como un alto vuelo blanco de garzas temprano se convierte
en inferior cometa a ras de lomo
sin grabar las vísceras que aflige la balanza,
así los pensamientos de un día con su noche
(a qué hora comenzará la carne a oír),
flores de dos esmaltes, son religiones hondas donde
dormita el riesgo
al murmurar: amoneda tu rostro y has de amanecer tirano.
Que ocupes una mesa frente a sillones obesos,
escribiendo con diez dedos más despacio que yo con cinco,
no es cosa que te perjudique, a decir verdad; tan
estragados estamos
Simplemente, consuma la transustaniación en los ene
pisos del ascensor
para que al llegar a la calle
hayas dilapidado ese tufo penetrante a eufíteusis,
fideicomisos, derechohabientes, cónyuges supérstites
y el número de hoy del Diario Oficial-
-vamos pues; no era para tanto.
Polvo. Detrás de la cortina, entre los equipajes,
tosió un Niño de diez años:
-Qué tos más desgarradora e incoercible- comentó acto
seguido con voz argentina.
Remontos aún los pinchos ya candentes de la ciudad
Declaró el maestro:
-No dudo de que este Niño, elapsando el tiempo preciso
para su formación,
alcance la soñada eminencia.
Sonidos y perfumes, Claudio Aquiles,
giran al aire de la noche hermosa.
Tú sabes dónde yerra un son de rosa,
una fragancia rara de añafiles
con sordina, de crótalos sutiles
y luna de guitarras. Perezosa
tu orquesta, mariposa a mariposa,
hasta noventa te abren sus atriles.
Porque se llama Manuel
y Machado se apellida,
en su verso Muerte y Vida
juegan partida y nivel.
¿Quién vence? Tablas. Y él,
banderillero de Apolo,
supo, cantó y está solo:
ese poeta chapado
que se apellida Machado
y le llamaban Manolo.
El vals llora en mi ojal
Silencio
En mi hombro se ha posado el sueño
y es del mismo temblor que sus cabellos
El cielo se serena
Salinas cuando suena
Cantan los verbos en vacaciones
jaculatorias y conjugaciones
Yo seré tú serás él será
La imagen de ayer mañana volverá
La imagen duplica el presagio
¿Rezas cuando truena el trisagio?
Góngora 1927
Era el mes que aplicaba sus teorías
cada vez que un amor nacía en torno
cediendo dócil peso y calorías
cuando por caridad ya para adorno
en beneficio de esos amadores
que hurtan siempre relámpagos y flores
Ella llevaba por vestido combo
un proyecto de arcángel en relieve
Del hombro al pie su línea exacta un rombo
que a armonizar con el clavel se atreve
A su paso en dos lunas o en dos frutos
se abrían los espacios absolutos
Amor amor obesidad hermana
soplo de fuelle hasta abombar las horas
y encontrarse al salir una mañana
que Dios es Dios sin colaboradoras
y que es azul la mano del grumete
amor amor amor de seis a siete
Así con la mirada en lo improviso
barajando en la mano alas remotas
iba el galán lacrándole el aviso
de plumas blancas casi gaviotas
por las calles que huelen a pintura
siempre buscando a ella en cuadratura
Y vedla aquí equipando en jabón tierno
globos que nunca han visto las espumas
vedla extrayendo de su propio invierno
la nieve en tiras la pasión en sumas
y en margaritas que pacerá el chivo
su porvenir listado en subjuntivo
Desde el plano sincero del diedro
que se queja al girar su arista viva
contempla el amador nivel de cedro
la amada que en su hipótesis estriba
y acariciando el lomo del instante
disuelve sus dos manos en menguante
«A ti la bella entre las iniciales
la más genuina en tinta verde impresa
a ti imposible y lenta cuando sales
tangente cuando el céfiro regresa
a ti envío mi amada caravana
larga como el amor por la mañana
Si tus piernas que vencen los compases
silencioso el resorte de sus grados
si más dificil que los cuatro ases
telegrama en tu estela de venados
mis geometrías y mi sed desdeñas
no olvides canjear mis contraseñas
Luna en el horno tibio de aburridas
bien inflada de un gas que silba apenas
contempla mis rodillas doloridas
así no estallen tus mejillas llenas
contempla y dime si hay otro infortunio
comparable al desdén y al plenilunio
Y tú inicial del más esbelto cuello
que a tu tacto haces sólida la espera
no me abandones no Yo haré un camello
del viento que en tus pechos desaltera
Y para perseguir tu fuga en chasis
yo te daré un desierto y un oasis
Yo extraeré para ti la presuntuosa
raíz de la columna vespertina
Yo en fiel teorema de volumen rosa
te expondré el caso de la mandolina
Yo peces te traeré (entre crisantemos)
tan diminutos que los dos lloremos
Para ti el fruto de dos suaves nalgas
que al abrirse dan paso a una moneda
Para ti el arrebato de las algas
y el alhelí de sálvese el que pueda
y los gusanos de pasar el rato
príncipes del azar en campeonato
Príncipes del azar Así el tecleo
en ritmo y luz de mecanografía
hace olvidar tu nombre y mi deseo
tu nombre que una estrella ama y enfría
Príncipes del azar gusanos leves
para pasar el rato entre las nieves
Pero tú voladora no te obstines
Para cantar de ti dame tu huella
La cruzaré de cuerdas de violines
y he de esperar que el sol se ponga en ella
Yo inscribiré en tu rombo mi programa
conocido del mar desde que ama»
Y resumiendo el amador su dicho
recogió los suspiros redondeles
y abandonado al humo del capricho
se dejó resbalar por dos rieles
Una sesión de circo se iniciaba
en la constelación decimoctava
A Antonio Machado
Sentado en el columpio
el ángelus dormita
Enmudecen los astros y los frutos
Y los hombres heridos
pasean sus surtidores
como delfines líricos
Otros más agobiados
con los ríos al hombro
peregrinan sin llamar en las posadas
La vida es un único verso interminable
Nadie llegó a su fin
Nadie sabe que el cielo es un jardín
Olvido.
También la piedra, si hay estrellas, vuela.
Sobre la noche biselada y fría
creced, mellizos lirios de osadía;
creced, pujad, torres de Compostela.
Campo de estrellas vuestra frente anhela,
silenciosas maestras de porfía.
En mi pecho ay, amor mi fantasía
torres más altas labra.
A Fernando Villalón
Venid a oír de rosas y azucenas
la alborotada esbelta risa
Venid a ver las rosas sin cadenas
las azucenas en camisa
Venid las amazonas del instinto
los caballeros sin espuelas
aquí al jardín injerto en laberinto
de girasoles y de bielas
Una música en níquel sustentada
cabellos curvos peina urgente
y hay sólo una mejilla acelerada
y una oropéndola que miente
Agria sazón la del febril minuto
todo picado de favores
cuando al jazmín le recomienda el luto
un ruiseñor de ruiseñores
Cuando el que vuelve de silbar a solas
el vals de «Ya no más Me muero»
comienza a perseguir por las corolas
la certidumbre del sombrero
No amigos míos Vuelva la armonía
y el bienestar de los claveles
Mi corazón amigos fue algún día
tierno galope de corceles
Quiero vivir La vida es nuevo estilo
grifo de amor grifo de llanto
Girafa del vivir Tu cuello en vilo
yo te estimulo y te levanto
Pasad jinetes leves de la aurora
hacia un oeste de violetas
Lejos de mí la trompa engañadora
y al ralantí vuestras corvetas
Toman las nubes a extremar sus bordes
más cada día decisivos
Y a su contacto puéblense de acordes
los dulces nervios electivos
Rozan mis manos dádivas agudas
lunas calientes y dichosas
Sabed que desde hoy andan desnudas
las azucenas y las rosas
Nada más
Dejar la cabeza
sobre la mesilla
Y dormir con el sueño de Holofernes
A mis amigos de Santander que festejaron
mi nombramiento profesional.
Debiera hora deciros: «Amigos,
muchas gracias», y sentarme, pero sin ripios.
Permitidme que os lo diga en tono lírico,
en verso, sí, pero libre y de capricho.
Amigos:
dentro de unos días me veré rodeado de chicos,
de chicos torpes y listos,
y dóciles y ariscos,
a muchas leguas de este Santander mío,
en un pueblo antiguo,
tranquilo
y frío,
y les hablaré de versos y de hemistiquios,
y del Dante, y de Shakespeare, y de Moratín (hijo),
y de pluscuamperfectos y de participios,
y el uno bostezará y el otro me hará un guiño.
Azor, Calatañazor,
juguete.
Tu puerta, ojiva menor,
es tan estrecha,
que no entra un moro, jinete,
y a pie no cabe una flecha.
Descabalga, Almanzor.
Huye presto.
Por la barranca brava,
ay, y cómo rodaba,
juguete,
el atambor.