Que torpemente, Lesbia,
ofenderme procuras.
Considera, por caso, el venenoso infundio
que sobre mí propala tu tierna sobrinilla,
esa nauseabunda literata en vernáculo
que languidece -es obvio- por mi eterno desdén.
Sé que de ti procede, pero no ha de ayudarte
mi inmerecida fama de catador de virgos,
pues desoíste antes el consejo del Griego.