Como la rosa: nunca
te empañe un pensamiento.
No es para ti la vida
que te nace de dentro.
Hermosura que tenga
su ayer en su momento.
Que en sólo tu apariencia
se guarde tu secreto.
Pasados no te brinden
su inquietante misterio.
Poemas españoles
Pensaba que sólo habría
sombra, silencio, vacío.
Y murió. Estaba en lo cierto.
El mismo Dios se lo dijo.
Con las piedras, con el viento
hablo de mi reino.
Mi reino vivirá mientras
estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
de todo aquello.
El viento no escucha.
Corazón que te hieren
con una rama verde.
Llegó a mi lado. Era
el momento más fuerte
que el recuerdo. Es hoy todo
inolvidable. El verde
de los álamos es
vida. Los cielos tienen
azul de amor sereno
que aún ignora la muerte.
«No quiero que pienses», dices
Tú sabes que sólo en ello
puedo pensar. Pasarán
los días, las noches. Tiempos
vendrán sin nosotros. soles
brillarán en cielos nuevos.
Ecos de campana harán
más misterioso el silencio.
(«No quiero que pienses».)
Yo seguiré pensando en ello.
Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
vagabundos eternos.
Mala gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos,
cantamos con el alma.
Segunda fábula (El amor)
1. Génesis
En el principio era el amor.
Cuando el alba buscaba un dueño.
Cuando todas las criaturas
llevaban sus cuerpos desiertos.
En el principio era el amor.
En todo tenía su reino.
Nos mira. Nos está acechando. Dentro
de ti, dentro de mí, nos mira. Clama
sin voz, a pleno corazón. Su llama
se ha encarnizado en nuestro oscuro centro.
Vive en nosotros. Quiere herirnos. Entro
dentro de ti. Aúlla, ruge, brama.
Oí latir el corazón del mar
unido al de otras músicas -el vals, la polka, el tango,
el chárleston, el pasodoble, la rumba, el twist, el mádison-,
lo eterno y la que pasa, mano a mano.
La vida. El mar. Y las ciudades: hermosa Viena,
desasosegadora Nueva York,
pasando por París y por Madrid.
Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
no podrá morir nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Tu piel me devolvía
algo remoto. (¿Es esto
un poema de amor?
¿Es un canto de duelo
o de esperanza? Un himno
triunfal o una nostalgia
acariciada sobre
la realidad?)
No había
nadie, sino nosotros.
(Los demás no existían.)
Una botella, un libro,
un cenicero.
A Vicente Aleixandre
Los hombres graves desaparecieron
después de haber clavado al mediodía
su bastón de solemnidad.
Quedó sola la estatua. y quedó el niño
a su sombra, riendo. Era evidente s
como la hoja verde; inexplicable
también como la hoja verde.
Para Tacha
Una esfinge pigmea. Se diría
que no está aquí: no ve, ni oye, ni huele.
Esta no es una Marta que currele,
sino María de la fantasía.
Susurra. Hormiga china, todavía
no distingue la erre de la ele.
¿Todo en Él es presente:
el futuro, el pasado?
Lo que será y ha sido
¿es actual en sus manos?
¿A un tiempo toca
la semilla y el árbol?
¿En el brote ve el tronco
talado y abrasado?
Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
huellas que se llevó el viento.
Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.
Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,
palmas de mármol, criaturas
girando al compás del tiempo,
imitándole la vida
su perpetuo movimiento.
Di que me amas. Di: «te amo»,
dímelo por primera y por última vez.
Sólo: «te amo». No me digas cuánto.
Son suficientes esas dos palabras.
«Más que a mi salvación», dijo Regania.
«Más que a la primavera», dijo Gonerila.
He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido
(afuera deja sus constelaciones).
«Buenas noches, Noche».
Pasa las páginas de sombra
en las que todo está ya escrito.
Viene a pedirme cuentas.
«Salí al rayar el alba -digo-.
Lamía el sol las paredes leprosas.
Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio,
tornar a este instante.
Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.
Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila del aire,
esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase…
Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas.
Lo más hermoso, aquello
que no puede comprarse,
que vale, frente a un copo de tu espuma,
si se sabe mirar,
frente a una pluma de tormenta, rota
sobre tu orilla, frente
a tus platas y azules,
metales y cristales,
si se los sabe oler, gustar, tocar, oír…
Qué vale nada lo que tú.
Por primera vez, o por última,
soy libre…
Arbustos con espuelas
de marfil. Rocas oxidadas.
El otoño pliega sus tonos
frente al crujido de las olas.
Por primera vez, o por última.
Las gaviotas tocan sus oboes
de tormenta.
Salió desnuda el alma
a quemarse en la hoguera.
¡Qué claras dan la sombra
las estrellas!
Se enredaba la noche
azul, entre las piernas.
Ocultas en los chopos
bailaban las doncellas.
¡Qué anunciación, qué víspera
de deshojar las nieblas
de dos en dos.
Otoño de manos de oro.
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino.
Ya vuelves a andar por los viejos paisajes desiertos.
Ceñido tu cuerpo por todos los vientos de todos los siglos.
Otoño, de manos de oro:
con el canto del mar retumbando en tu pecho infinito,
sin espigas ni espinas que puedan herir la mañana,
con el alba que moja su cielo en las flores del vino,
para dar alegría al que sabe que vive
de nuevo has venido.
Sin ternuras, que entre nosotros
sin ternuras nos entendemos.
Sin hablarnos, que las palabras
nos desaroman el secreto.
¡Tantas cosas nos hemos dicho
cuando no era posible vernos!
¡Tantas cosas vulgares, tantas
cosas prosaicas, tantos ecos
desvanecidos en los años,
en la oscura entraña del tiempo!
Hablaban con bocas de sombra,
susurraban sucesos mágicos,
historias de herrumbre y de musgo
(no sabían que estaban muertos,
y yo no quería apenarlos).
Fui reconstruyendo sonidos
que en el sueño significaban
para interpretarlos despierto
y atribuirlos a unos labios.
Dejé un instante de pensarte. Había
sucedido algo en ti cuando volviste.
Venías más nostálgico, más triste,
seco tu sol que iluminó mi día.
Alguien -sé quién- que yo no conocía,
alguien que calza sueños de oro, y viste
almas dolientes, te pensó.
Después de miles, de millones de años,
mucho después
de que los dinosaurios se extinguieran,
llegaba a este lugar.
Lo acompañaban otros como él,
erguidos como él
(como él, probablemente, algo encorvados).
A partir de onomatopeyas ,
de monosílabos, gruñidos,
desarrolló un sistema de secuencias sonoras.
De todos los que vi (se sucedían
fatalmente), de todos los que vi,
todos aquellos que solicitaron
-de quienes yo solicité- ternura,
calor, ensueño, olvido o lágrimas…
De todos esos en los que viví,
por qué tenias que ser tú, retama
matinal, estival, voz derruida,
perro sin amo, espuma levantada
hacia las noches, agua de recuerdo,
gota de sombra, dedos que sostienen
un pétalo de sol… por qué tenías,
ciega, precisamente que ser tú…
De todos los que vi, por qué tenías
que ser tú, leño que sobrenadabas…
Por qué tenías que ser tú, muralla
de ceniza, madera del olvido…
Por qué tenías que ser tú, precisa-
mente tú, con el nombre diluido,
con los ojos borrados, con la boca
carcomida, lo mismo que una estatua
limada por los siglos y las lluvias…
De todos los que vi, desenterrados
de las mañanas y los cielos grises…
De todos, todos, todos, por qué habías
de ser tú sólo quien me entristeciese,
quien se me levantase, puño de ola,
me golpease el corazón, con esos
instantes sin nosotros, caracolas
duras, vacías, donde suena el mar
de otros planetas…
Modelada en sombra
y en olvido, tenias que ser tú,
melancolía, quien resucitase…
No vives ya de ainrazones.
¿Tan sola estabas, alma mía?
El alba nueva no traía,
para acunarte, sus canciones.
Llega la luz de otras regiones
sin la hermosura que solía.
Mala alegría es la alegría
que nos abrasa los corazones.
Aquello era hermoso. ¿ Te acuerdas de como las flores nacían?
¿De cómo traía el ocaso su rojo clavel en la boca?
¿De un hombre que todas las tardes tocaba el violín a la puerta?
¿Del soñar cotidiano que daba sus llamas al alma en la sombra?
Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte,
hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.
No quiero que desgranes tu pasado en mis manos,
porque sólo el presente ofrece carne viva.
Sería, recordar, sentir dolores de otros
doliendo en nuestras vidas.
Serenidad. Se siente el otoño en el alma
caer, con la tristeza de su razón cumplida.
(Lectura de madrugada)
Serenidad, tú para el muerto,
que yo estoy vivo y pido lucha.
Otros habrá que te deseen:
ésos no saben lo que buscan.
Si se durmieran nuestras almas,
si las tuviéramos maduras
para mirar inconmovibles,
para aceptar sin amargura,
para no ver la vida en torno
apasionadamente nunca,
duros y fríos, como piedra
que sopla el viento y no la muda…
Almas claras.
Si soñaras siempre, si amaras
olvidándote, abandonándote…
Pensaría por ti las cosas
dejando que me las soñases.
Con mi velar y tu soñar
el camino sería fácil.
Yo daría los nombres justos
a los sueños que deshojases.
Para Paula
Es una rubia furia desatada,
gatea, sube y baja, embiste, grita.
Cléndula que araña, uñas de pita,
torito bravo, más: una manada.
Comedora de flores desmadrada,
Vesubio en miniatura. Es la rayita
que no cesa, pimienta y dinamita,
torbellinita desencadenada.
I. Teoría
Un instante vacío
de acción puede poblarse solamente
de nostalgia o de vino.
Hay quien lo llena de palabras vivas,
de poesía (acción
de espectros, vino con remordimiento).
Cuando la vida se detiene,
se escribe lo pasado o lo imposible
para que los demás vivan aquello
que ya vivió (o que no vivió) el poeta.
Por qué te olvidas y por qué te alejas
del instante que hiere con su lanza.
Por qué te ciñes de desesperanza
si eres muy joven, y las cosas viejas.
Las orillas que cruzas las reflejas;
pero tu soledad de río avanza.
Juan de la Cruz, dime si merecía
la pena descolgarte, por la noche,
de tu prisión al Tajo, ser herido
por las palabras y las disciplinas,
soportar corazones, bocas, ojos
rigurosos, beber la soledad…
-¡Otro whisky?
Todas las cosas son las mismas
que ayer estaban en mi orilla:
tierra inmutable y poderosa,
cielo sereno y hondo arriba,
piedras heladas donde el tiempo
pasa lejano y nunca mira…
Solo las nubes y las rosas
cada mañana son distintas,
como el misterio de mi carne,
por una sangre enrojecida,
donde las luces de la aurora
rompen sus ondas cada día
y en sus espumas me arrebatan
flores ocultas de ceniza…
Pido las cosas que no tengo,
algo que quise y no quería,
un amor vago… Pero pasan
todas las cosas, alma mía,
como las nubes y las rosas
pasan, pasan… Yo no sabía
que allá en tu fondo me brotaba
una tristeza sin medida,
porque las cosas que yo quise
cada mañana son distintas:
nubes y rosas, amor vago,
y esta tristeza que no es mía…
Acércate. Más, más,
hasta palpar mis sueños.
No, todavía no…
Aún más y más, sin miedo:
como el agua del mar
a su fondo de cieno,
como se acerca a Dios
todo el azul del cielo.
Como me acerco a ti
cuando digo: te quiero.
Ahora que ya estoy solo te llamo suavemente
y bajas a mi boca como un fruto maduro
desde el árbol eterno donde existes y velas,
con las ramas rozadas por los astros desnudos.
Ahora que ya estoy solo puedo morir.
Nunca he sabido si acaso la muerte
era algo más que tocar una rosa
y sentir que sus pétalos rojos
se ocultaban, de pronto, en la sombra.
Me he perdido de noche en un bosque
y vino a encontrarme la luz de la aurora,
y he comprendido que el sol encendido
dora de nuevo las lívidas lomas.
Cuando dos cuerpos se unen para amar,
se quema más despacio la soledad de la tierra.
De corazón a corazón, de hueso a hueso,
saltan pájaros ardiendo como puñales
piel del mundo o deseo donde la carne gime,
un gran río desnudo de inesperados crisantemos.
Atardecer de marzo
en la mar cenicienta.
El crepúsculo, lejos.
ya no se ve, se sueña.
Atardecer de marzo,
tú estás aquí, tan cierta
como esta dicha de ahora
que me da tu presencia.
Dame tu mano, inclina
sobre mí tu cabeza
y calla, no me rompas
este paisaje y esta
ternura que se alza
desde ti y se me adentra
por el cuerpo y el alma…
Mírame, piensa y deja
todo así como está
sin besarme siquiera:
el cielo alto y sereno
que sobre el mar se espeja,
en el aire parado
la gaviota que vuela,
y bajo nuestros pies
éste poco de tierra…
Dame tu mano, inclina
sobre mí tu cabeza.
Como un pájaro herido
venía tu tristeza,
sus pobres alas mustias
sosteniéndote el alma.
Había un aire azul
con un cielo sin fondo
para volar…
Y el pájaro
leve de tu tristeza
voló a mi corazón
¡porqué tú me querías!
El zumo de la noche me gotea
con racimos de estrellas en la cara,
y madura mi frente su luz triste,
como una fruta sola sin su rama.
He perdido mi tronco; ardientemente
ha tajado el amor en sus entrañas
con un hacha sombría.
Cómo llegas, abril, con qué delgada
planta de junco pisas en la arena.
Un delirio de luz en cada vena
y una gota de azul en la pisada.
Una gota de azul, la delicada
inundación de amor ceñida y plena,
una esbelta delicia que encadena
de inabarcable aroma desbordada.
Este día que viene a mis labios
esgrimiendo su zumo de oro,
moja el alma en su triste belleza,
y la embriaga de sueños remotos.
Todo acaba en su luz amarilla.
Los recuerdos se borran, y de otro
me parecen las manos que tocan,
me parecen las cosas que lloro.
Nunca la palma blanca del amor
podrá tocar en ti y abrir las fuentes
de un alegre vivir, limpio y desnudo,
que cante como un pájaro en tus sienes.
Nunca, porque el amor deja a los hombres
cuando dejan de serlo con la muerte.
Llueven tus ojos palomas somnolientas de ceniza
que hieren lentamente el silencio de este ciervo de
música que tengo entre los brazos.
(De Norte a Sur abre su boca el firmamento
como un gran perro que tuviera dentadura de estrellas.)
Te quiero como nunca.
Hoy vengo a hablarte, mar, como a mí mismo.
Como me hablo cuando estoy a solas,
cuando alejado de los tristes días
que nos contemplan desde el ojo humano
acerco el ascua tenebrosa y sola
al principio del ser, a las raíces
donde alborea, matinal y oscura
la caricia primera de la tierra.