Siesta del verde, ahogo
de luz húmeda y baja,
ruidos que se escurren
entre la maleza, oscuro
laurel. En el huerto, piescos y nisos,
sus huesos rojos, el tacto,
hojas que vibran.
Vi la casa y el deterioro
de la casa.
Poemas españoles
Quien de linda se enamora,
atender deve perdón
en casso que sea mora.
El amor e la ventura
me ficieron ir mirar
muy graciosa criatura
de linaje de aguar;
quien fablare verdat pura,
bien puede decir que non
tiene talle de pastora.
Quien sabría nin diría
cuánta fué tu omildanza,
o María, puerta e vía
de salud e de holganza.
Fianza
tengo en ti, muy dulce flor,
que por ser tu servidor
habré de Dios perdonanza.
Noble rosa, hija e esposa
de Dios, e su madre dina,
amorosa es la tu prosa,
Ave, estela matutina.
Señora, flor de azucena,
claro viso angelical,
vuestro amor me da gran pena.
Muchas en Extremadura
vos han gran envidia pura,
de cuantas han hermosura:
dubdo mucho si fue tal
en su tiempo Policena.
Fizo vos Dios delicada,
honesta, bien enseñada:
vuestra color matizada
más que rosa del rosal,
me tormenta e desordena.
Aquella pobre niña
que aún no tenía senos…
Y la niña lloraba:
—Yo quiero tener senos.
—Señor, haz un milagro:
un milagro pequeño.
Pero Dios no la oía,
allá arriba, tan lejos…
Y cogió dos palomas,
se las puso en el pecho…
Pero las dos palomas
levantaron el vuelo.
Doctas Pimpleas, que las verdes faldas
moráis alegres del feliz Parnaso,
donde Castalia su inspirante onda
vierte suave;
Sed a mi canto fáciles, el día,
que vuestros dones celebrando grato,
del padre Betis el laurel frondoso
ciño a mi lira.
Tal vez, amor, bajo el sagrado velo
de la amistad encubres tu furor;
el corazón se entrega sin recelo,
y en él clavas la flecha a tu sabor.
Tirano dios, cuya perfidia lloro,
el infortunio me enseñó a temer,
más ¡ay de mí!, si mi peligro adoro,
¿qué vale, tu astucia conocer?
Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron
mi corazón en amorosa llama;
si en tus labios, que el abril inflama
de ardiente rosa, y no me enajenaron;
si vi el seno gentil, do se anidaron
las gracias; do el carmín, que Venus ama,
sobre luciente nieve se derrama,
e inocentes mis ojos lo miraron;
no es culpa, no, de tu beldad divina,
culpa es del infortunio que ha robado
la ilusión deliciosa al pecho mío.
En vano, Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.
Puede pintarse el invisible viento,
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni acento.
En vano, Filis bella, afectas ira,
que es dulce siendo tuya, y más en vano
nos insulta ese labio soberano
do entre claveles la verdad respira.
Un tierno pecho que por ti suspira
esa linda esquivez adora en vano,
y por ser tuyo se contenta insano
si, no pudiendo amor, desdén te inspira.
La ilusión dulce de mi edad primera,
del crudo desengaño la amargura,
la sagrada amistad, la virtud pura
canté con voz ya blanda, ya severa.
No de Helicón la rama lisonjera
mi humilde genio conquistar procura;
memorias de mi mal y mi ventura,
robar al triste olvido sólo espera.
Esta que aun lleva la encarnada espina,
gloria de su vergel, purpúrea rosa,
y esta blanca azucena y olorosa
bañada de la lluvia matutina.
Un pastorcillo a tu beldad divina
ofrece, pobre don a nueva esposa;
y no mal te dispone, Lesbia hermosa,
cuando a adornar tu seno las destina.
Alcino, quien los ásperos rigores
de una ingrata beldad vencer procura,
ni encantos a la tésela espesura,
ni a la remota Colcos pida flores.
Amar es el hechizo, que en amores
la victoria y las dichas asegura,
y somete el pudor y la hermosura,
y corona al amante de favores.
¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena,
el oro fino de su trenza hermosa?
¿En qué espinas halló la tierna rosa
del rostro, o en qué prados la azucena?
¿Dónde las blancas perlas con que enfrena
la voz suave, honesta y amorosa?
Nace la aurora y el hermoso día
brilla de rojas nubes coronado;
en mi pecho, de penas abrumado,
la sonrosada luz es noche umbría.
De las aves la plácida armonía
es para mí graznido malhadado,
y estruendo ronco y son desconcertado
el blando ruido de la fuente fría.
¿Si será de amistad, Filis hermosa,
la grata llama que en el pecho siento;
que como propio tu dolor lamento,
y soy feliz, cuando eres venturosa?
¿O será amor? Tu imagen deliciosa
grabada está en el alma, y el momento,
que obligado la deja el pensamiento,
me es ingrato el pensar, la vida odiosa.
Dulce es a la codicia cuanto alcanza
doblar el oro inútil, que ha escondido;
sin tener otro afán, ni por sentido,
meditar ya el placer, ya la esperanza.
Dulce es también a la feroz venganza,
que no obedece al tiempo ni al olvido,
los sedientos rencores que ha sufrido
apagar entre el fuego y la matanza.
Dulce esperanza, del prestigio amado
pródiga siempre, que el mortal adora,
ven, disipa piadosa y bienhechora
las penas de mi pecho acongojado.
Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado,
y al seno la amistad consoladora;
y tu voz, oh divina encantadora,
mitigue o venza la crueldad del hado.
Es tarde ya para que amor me prenda
en su lazo halagüeño y fementido;
que aunque tal vez de la razón me olvido,
el hielo de la edad ¿quién hay que encienda?
Es tiempo ¡ay! triste que a su voz atienda
mi juvenil esfuerzo ya perdido,
después de haberla insano desoído,
cuando ser pudo de mi esfuerzo rienda.
Salve, oh alcázar de Edetania firme,
ejemplo al mundo de constancia ibera,
en tus ruinas grandiosa siempre,
noble Sagunto.
No bastó al hado que triunfante el peno
sobre tus altos muros tremolase
la invicta enseña, que tendió en el Tíber
sombra de muerte,
cuando el Pirene altivo y las riberas,
Ródano, tuyas, y el abierto Alpe
rugir le vieron, de la marcia gente
rayo temido.
El que todo lo ama con las manos
despierta la caricia de las cítaras,
siente el silencio y su pesada carne
fluyendo como ungüento entre los dedos,
lame la lenta lengua de sus manos
el hueso de la tarde y sus sortijas
se enredan en el ave adormecida
del viento.
Sólo tu amor y el agua….Octubre junto al río
bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
Mansedumbre crecida
que su fruto confiere
al impulso
fugaz que se acerca
y demanda, insaciable añoranza
de paciencia
y esfuerzo, vano intento de ser
que insistente reclama
del vano oficio
su mesura alada
y ofreciendo
cruel
ensalmo en su luz vencida
hiere del tiempo
su esbeltez negada, quimera altiva
que afligido acata.
Madura
para la siembra
está mi astucia, trucos de mujer
aprendidos
al cabo de los años, trucos
aprendidos en la obligación de la inocencia. Tanto
como amar cansa
la posibilidad
de amar, lengua para la soledad,
camino
hasta llegar a la roca, vientre
de la paciencia que se abre
como la valva de un molusco, flujo de la pasión
que acontece
cuando el deseo
se ha perdido: Trágico truco
para una vida, que se juzgó imposible.
Levantan en medio de patio espacioso
cadalso enlutado, que causa pavor;
Un Cristo, dos velas, un tajo asqueroso
encima; y con ellos, el ejecutor.
Entorno al cadalso se ven los soldados,
que fieros empuñan terrible arcabuz,
a par del verdugo, mirando asombrados
al bulto vestido de negro capuz.
Si nombras este fuego, el límite es el margen,
pero no se han quemado las hojas ni la pluma.
Si nombras este llanto, no se moja la mesa
ni se esfuma la tinta en lágrimas de luto.
Pero si no clamaras al cielo, a grito abierto,
un azote continuo de varillas metálicas
arañará tu piel, sembrando arrugas.
Envolveré el ayer. Pondré mucho cuidado
en recoger las briznas de los viejos tesoros,
también las horas llenas de un concierto de voces
ansiosas por huir de los sueños dormidos.
Recogeré uno a uno los cabos de los lápices,
las miguitas de pan de las meriendas,
las dulces y aromadas perrunillas
y el ondear del humo del chocolate hirviente.
¿Quién eres tú, Boliche, que con azules lágrimas
me asaltas en la hora del olvido obstinado?
De tu postal, al dorso, las palmeras se cuelgan
como arañas sombrías en un cielo azul-acre,
rodeando, acechantes, al cenachero enclenque
-garabato de bronce sobre el Mediterráneo-.
Las flechas, rotas, y el jardín, seguro.
El humo nada entre los aires vagos.
¡Traedme el vino, y dejaré que caiga
sobre el tapete la verdad inerme!
Ya tengo más de un muerto en el almario,
más de un cadáver bajo el alfombrado
-de hierbas y de flores- triste suelo.
In memoriam Ch. D. T.
Olvidaré las olas de la playa lejana
y las noches orondas como carpas de circo.
Olvidaré el espeso aroma del salitre
y el ostentoso yate anclado en la bahía.
Me pongo las pantuflas y vigilo ese viento
que avanza, bronco y sucio, revolviendo la calle,
derrotando las hojas, desatando las nubes,
cerrando las ventanas con barrotes de lágrimas…
Ya se instalan la ausencia y el silencio.