Olor

‘…Los Alejandros con olor a mar’.
Roque Dalton

Vengo con olores extraños en el cuerpo,
con olor al canto de las ranas
que llaman a sus esposos en la vera del río,
con olor de potreros que se queman en la oscuridad,
con olor a ubre de vaca en mis senos dilatados por el deseo
con olor a manantiales sudoríficos
nacidos en la ranura de los cuerpos en batalla.

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Destierro Voluntario

(Fragmento de Obra)

A veces,
en la pausa de alguna piedra a la vera del destierro,
se oye susurrar al viento, alborotando a las estrellas.
Y la agonía de un hombre solo
camina ancha y errabunda en medio de los pastizales,
en medio de la noche estentórea
tan llena de murciélagos y de esperanzas muertas;
alguna luz en la otra orilla
-en la otra orilla del sueno-
nos guía hasta las fogatas de los hombres
(fogatas hidroeléctricas
llamas cuadradas, incendiadas nieblas).

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El loco de PuertoCortés

Es otro el Mar Caribe de los barcos mercantes;
insectos venenosos y verdes platanares abatidos
enturbian el color del mar casero.
Tahúres, vagabundos,
marineros varados en noches torrentosas,
montañas de ginebra y de sexos estériles,
explotan, rugen, pasan…
y vuelven con la ronda de otros barcos…
¡Quién no se vuelve loco como tú′,
en medio de esta usina paralítica!

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Gladys, morena sílfide

En este medio día del trópico
tu cuerpo se iba amotinando pájaros,
pequeña sílfide del Caribe;
el sol, vertical y broncíneo, caía en plena calle,
hesitando en la prisa de los hombres reverberándote…
Nada te ha vulnerado al descubrirnos
tu apoteósico escorzo;
mariposa fugaz,
vela blanca que hinchaba el Mar Caribe.

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Al Volcán de Agua

Sobre la gran muralla americana
altivo torreón, vecino al cielo,
su cúspide levanta soberana,
a do jamas osó llevar su vuelo
la reina de las aves atrevida
que en la cuna de Júpiter anida.

Gigante es Almolonga entre los montes,
fuerte, soberbio, grande entre los grandes
¡Cuál domina millares de horizontes!

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Cuento

Una vieja soltera se moría
y sin cesar pedía
al confesor que estába cerca de ella
la palma y la corona de doncella;
y su afán era tanto
que era capaz de impacientar a un santo,
aunque no lo mostrase el padre cura,
hombre muy ponderable de dulzura.

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Suicidio

Llegó en fin a este presido
inserta en El Semanario
(periódico literario)
la contienda del suicidio.
Para matar el fastidio,
por no decir otra cosa,
saco mi Musa quejosa
de vivir arrinconada,
cómo quién saca su espada
para ver si está roñosa.

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Yo pienso en ti

Yo pienso en ti, tú vives en mi mente
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.
En mi lobrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de luz que el sol envía
a traves de una boveda sombria
al roto mármol de una sepultura.

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Acabo de partir de mí mismo

no soi chema cuellar
ny soi amigo de nadie
ny tuve una abuela paralítica
ny soi poeta
ny ciudadano
ny nada
me vale un pyto que nadie se acuerde de my
me llevo a san salvador en el volsillo
i hablo con gentes
que no se conocen
ni me conocen
no importa si una puerta se cierra en nicaragua
si una muchacha se declara en santiago
sy una paloma vuela por el yan-se
si el mejor libro se está escribiendo en lima
no me importa
estoi vacío
solitario como un abrigo de invierno.

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Elegía

Floté nueve meses en el Vientre de mi madre; apenas abrí
Los ojos me los vieron azules.
Con el tiempo serían tal como son.
El abuelo se internó en las montañas buscando el copalchí
Para la leche y el amuleto para el mal de ojo.

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Guerras en mi país

En mi país hubo guerras donde parieron los fusiles
Su huevo de sombra
Y los aviones de mil novecientos cuarenta
Pasaron secando la leche de las cabras
Todo fue mayúsculo y los pequeños gestos se volvieron
Dorados
En mi país hubo una guerra
Con generales y campos de batalla
Con héroes y antihéroes
Con sangre
Y despedidas llorosas a la puerta de las habitaciones
Con asalto a bayoneta calada
Y ametrallamiento de niños y mujeres
En mi país hubo muchas guerras
(y las balas eran ríos aéreos)
En mi país hubo muchas guerras
Pero ésta si la vieron mis ojos
Y la sintieron mis nervios
Y la palparon mis sentidos
En mi país hubo la guerra de independencia
Y la guerra de Anastasio Aquino
Y la guerra de los confederados
Y la guerra de los idealistas
Y la guerra de las cien horas
Y la guerra de los guerreros
Y nunca hubo vencedores ni vencidos
Sólo mujeres sin seno
Hombres sin testículos
Niños con la lengua de fuera
Ovillados junto al terror
Como una estatua antigua
Como un terreno baldío
Como el paisaje más triste de la segunda guerra.

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La tristeza es más larga que todos los caminos

No es necesario decir que han caído las primeras lluvias
Y que los árboles visten las primeras flores
No es necesario decirlo
Aunque el río descienda con huesos y madera de la más dulce estirpe
Porque el invierno tiene una gran similitud con la tristeza del hombre
El hombre aprendió a llorar
Cuando cayeron las primeras lluvias sobre su corazón
El hombre es un pequeño pozo de agua
Pero no es necesario decirlo
Basta saber que es poco lo que sufre
Porque un día antes o después
Él puede quedar dormido entre la tierra húmeda.

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Mil novecientos treinta y dos

1932

Para siempre el recuerdo de la carne agujereada y la tierra llena de moscas.
De gente colgada en los postes del telégrafo y amontonados
A la orilla de la carretera como animales.
Para siempre el recuerdo de cuchillos pegados a la cintura
De los hombres, de la muerte que ronda en el secreto de las aves
Migratorias y desciende a la techadumbre ennegrecida de los ranchos
De paja como una paloma de San Juan;
Esparciendo su voz como guante de hierro de un caballero
Antiguo; sobre las costillas o el fémur de todos estos muchachos
Muertos de hambre que se levantaron en 1932;
Que apagaron las cocinas en la vieja heredad y subieron
A las ciudades para encender todas las luces.

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Pueblo

Este pequeño pueblo rendido de nostalgia,
incorporado de amor a los balcones
donde hierve la voz de todas las distancias.

Este pequeño pueblo con sus espectros blancos,
con sus juguetes viejos,
y sus dinteles hijos de la niebla.

Este pequeño pueblo de mis dulces hermanas,
del color de los bueyes que humedecen la sombra,
de la vejez azul de los portales.

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Recuerdo

Para siempre el recuerdo de la carne agujereada y la tierra
llena de moscas.
De gente colgada en los postes de telégrafo y amontonados
a la orilla de la carretera como animales.
Para siempre el recuerdo de cuchillos pegados a la cintura
de los hombres; de la muerte que ronda con el secreto de las aves
migratorias y desciende a la techumbre ennegrecida de los ranchos
de paja como una paloma de San Juan;
esparciendo su voz como un guante de hierro de un caballero
antiguo sobre las costillas o el fémur de todos estos muchachos
muertos de hambre que se levantaron en 1932,
que apagaron las cocinas en la vieja heredad y subieron
a las ciudades para encender todas las luces.

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Te pido todo menos el corazón

Te ofrezco este ramo de rosas
Para que tu mirada se lo vaya comiendo poco a poco
Porque llegarán los días
En que no podrás luchar más conmigo
Y tendrás que ceñirte
Tú sola la corona
Pero
Te pido todo
Menos el corazón que dejo a quienes honren tu nombre
Y se sienten a tu mesa y hablen de la amargura
De este cielo
No llores
Puedes agotar el agua de tu país
Y hacer que las fábricas se paren
Eso
Te provocaría una muerte violenta
Por todo eso
No me esperes para cenar
Y procura que nadie me recuerde
A no ser que sean amigos de la casa

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Segundo poema para antes de morir

Siento ya sobre el ojo que vio correr los días
Batiendo récords trágicos de muerte
El llanto de los hombres caídos en desgracia
Después de ser ministros o inmunes consejeros
En el imperio de Dios y la esperanza.
Sorbo la miel salobre
De los panales míseros que el huracán sacude
En árboles bañados de espanto y de ceniza.

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Poema de la voz intacta

Habla mi voz autoritaria,
–Invasora de nardos y de rosas–
Mientras el pan de tu sonrisa se alza
Desde el horno sangriento de tu boca.
Bajo la tarde
–Mujer ciega que lava sus penas en el tiempo–
El corazón se vierte gota a gota
En los innumerables móviles del silencio:
Y es en vano seguir
Las sombras de esperanza
Donde anochece la mirada
Y querer sepultarse en un suspiro
O en un surco de lágrimas.

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Momento

Por un túnel tan negro que pareciera mi hijo
Se desboca la angustia
De hombres zozobrando en el diluvio,
Como descarrilado tren
En que van, pasajeros, la muerte y el olvido.
Y yo siento temor de verme en los espejos
Y de saber que estoy semi-espantado
Luchando contra el grito de los insectos
Que se enrolla en las torres de metal
Y en los candentes hilos telegráficos.

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Invitación a la lucha

A Ella
Fraterna sombra, hermana de algún ángel,
Prima de alguna llama de mí mismo,
Que me sigue a la noche y a la aurora,
Al combate, a la tregua y al descanso:
Ayúdame a vencer esta agonía
Que en la entraña me crece como una sed de árbol;
A repoblar este silencio abierto
Que ha enmudecido el rumbo de los pájaros
Y a domeñar el pánico latido
Que socava la aurora caída hacia mis brazos.

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Buscando tu saliva

Buscando tu saliva
En esta constelación de gritos
Y en este vaivén de olas humanas y difusas,
Yo busco la corriente clara de tu saliva
-Ungüento iluminado de palabras y risas.
Me quito la camisa y el miedo y los zapatos
Y subo por escalas de aire y nada
Para asaltar y desflorar
La desnuda verdad de tu esperanza.

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A manera de salmo de ausencia

I

A manera de salmo de ausencia
Rebotan mis palabras
En las piedras oscuras del recuerdo
Y mis lágrimas ruedan ateridas
Y enhebradas con hilos en desfleco.
No hay soñador que sueñe los sueños de mi noche:
Apagado está el grito, muerto el clamor del alma:
Y un mudo seguimiento de fantasmas y sombras
Burlescamente hiere mi fría piel bronceada.

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Estos muros de sombra, que se los abandona

Estos muros de sombra, que se los abandona, estos solemnes muros
de arcilla somnolienta,
Que se los abandona a su familiar suficiencia bajo los cielos,
Y a su diálogo de polvo.
Como las piedras que se despiertan tiernamente en el instante más húmedo del año,
Que se maravillan, descubren y tienden sus cuerpos endurecidos a la espuma
que los envejecerá sin tardanza.

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Poemas varios

A Alberto Coloma Silva

1.

De lo remoto a lo escondido

Tanto soy y más la brizna de saturada espina
A cuya sed perenne se acrecientan los desiertos.
Sangre adentro y de soslayo iré por consiguiente,
Como van las tempestades,
Hacia aquel país cerrado a toda mente,
País de Khana, cuando al paso, en las sales densas de la muerte,
Habré de hablarte,
Toda en escombros, ciudad de Balk.

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Tempestad secreta

Para ti, profundamente.
Para David García Bacca,
esta desvergüenza.

I

Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
Las consabidas alas de este mirar,
La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
Juntad las de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.

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Pero él

¡Amén, Silencio!

El paso se inquieta en el suelo de las gamas.
Recojamos las melódicas flores de la pastoral
Para nuestras tiernas hermanas.
Venid todos, mordamos los barbechos; para nosotros los peces y el arsenal.
Agua disipada de ámbar en la resonancia estelar.

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Los amotinados

¡Ah, risa loca!
¿Henos aquí tus compañeros
Ilustres en la ciudad de los políperos?
¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!
Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.
¡La tierra para nosotros!

¡Y en nuestra angustia
Más bien el cieno de los cerdos
Que el hueso que flota
Como leño podrido del alud!

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El ladrón

A Jules Supervielle

Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,
En las profundas soledades del invierno,
Yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.

Ya el lobo no escucha en su guarida
Sino el golpe siniestro de mis años.

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El agua

Navegante,
¡Almendra del navío!
La mirada acorralada por tantos brillos,
Amianto y témpanos vivos de la estrella polar.
El arco metálico arranca de las ramas astrales
El lino de las cataratas.
¡El hielo de las cabezas sobre la esfera
Que sonará una voz sin nombre!

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Ausencia 1932

A.M.E.

A la que fue todo amor,
embriagadora y cortejada,
Lucrecia Borgia,
mi ancestro bienamado.

Para vosotros, mis compañeros de exilio,
Henri Michaux, andré de Pardiac de Monlezun,
Aram D.

Mourandian

Versión de Gonzalo Escudero

* * * * *

IV.

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A contraluz

Bebo los latidos de la ceniza
En el velorio de los sueños
Roto póstumo
Deshaciendo oráculos
Destruyendo arcos
Subastando lágrimas
Bronces desvaídos
Anillos como gargantas
Nunca fueron hechos los sueños
Sin paciencia
Sin ríos
Sin espigas
Nunca faltó un grano de luz
Un mar de golpes cubriendo la vida
Bebiendo hasta en boca
Ajena
La sangre

Nunca para levantar un alma
Faltaron cuerpos
Hoy lo sé cuando ellos
Construyen el silencio
Y desnudan la tierra
En pleno sol

Nunca para vivir
Ha dejado de congregarse
La muerte todos los días
Con su pañuelo de palpitante río

Nunca he dejado de caminar sin tregua
Sin fuego
Sobre un horizonte de rieles
De peces y pasmos
Y huellas

Nunca dejé de sentir ecos
Paleolíticos
En la osamenta insomne de las esferas

Salvo el frío del grito

Salvo las piedras hondas del vacío…

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Ahora, hoy, siempre

Ahora desnuda tu alma.
Hoy he salido de la noche
A buscar tus ojos que ven
En la remota distancia.
Siempre busco una forma:
La forma del amor desnudo
Que calcina como fuego.
Ahora eres densa en mi Psique,
Y siendo lo que eres:
-mi perpetuo pensamiento-
que la luz caiga al alma
entera y unitaria.

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Aún queda el crepúsculo

Aún queda el crepúsculo
(Menos mal)
Rodajas de nubes
Pedazos de cielo
Brisas de vez en cuando
Ventanas aunque sin vecinos en los balcones
Gatos cazando ratones
Cucarachas felizmente alimentadas
Con suculentas migajas
Húmedos albañales
Cloacas
Mujeres madres solteras
Niñas a la moda con medias blusas y asteroides
Pantalones al estilo cantinflas

Pese a todo
Aún quedan flores de las once
Aunque agonicen en las tardes
Cirios de reventa en los cementerios
Noches sin colores
Pañuelos de asfalto
Calles inciertas
Rostros de ceniza

Aún nos queda el crepúsculo
Para adjetivar los semáforos
Buscar habitaciones
Falsear puertas
Tragar sueños
Usurpar paisajes
Buscar el retorno a Ítaca

Aún nos queda el crepúsculo
Para ver los rótulos en primer plano
Sentirnos repletos de siluetas
Gritarle a las sombras
Asirse a los árboles
A los párpados
Amortajados de eructos
Diluidos por bocanadas de humo
Que desprende el aire
Anochecido de los espejos

Aún nos queda el crepúsculo
Como un furtivo pozo
Para tocar el tiempo
Helado de los acantilados
El abandono
El silencio
Pese al murmullo del marketing.

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Confesión del tiempo

«¿Qué tierra es ésta?
¿Qué violencias germinan
bajo su pétrea cáscara,
qué obstinación de fuego ya frío,
años y años como saliva que se acumula
y se endurece y se aguza en púas?»
Octavio Paz

Inventé el aguardiente
Para quitarme las imágenes
Del miedo
Y desprenderme del horror
Que provoca la historia

Siempre anduve entre escombros
Espectro de sueños
Apagándose
En la espuma sangrienta
De húmedos pájaros
Descendí a la tierra
Ensordecida
A la novena extensión
De los vitrales
Donde el cáliz del halito
Se vuelve piedra
Por montañas de ceniza

Jamás renegué de las ciudades
Cansadas por el plomo
Ni por el abismo
De las persecuciones

No hubo plenitud.

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Despojos

Eternidades que están
atravesando mi alma.
Manuel Altolaguirre

En todas partes el frío
Inunda las calles
Y las esquinas envejecen
La gente aflora sus toxinas
De pronto se cuelan los recuerdos
Por el orificio
Cinematográfico
De los calendarios
No sé cómo este mundo apretado
Mitiga su silencio
El madero que acuña
La mortaja sigilosa del vacío
El aire molido de la noche
Miro que suben y bajan los dioses
Zapatos cansados
Ya sin forma
Sin sitios conquistados
¿Qué luz nos desnuda
Para luego desconocernos?

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