Génesis

En el principio Dios creó el infierno.
Y dijo luego
hágase la luz y apuntaron los primeros
rayos del sufrimiento.
Separó en días sucesivos los cielos
de la tierra, la tierra del océano,
los cimientos
que amorosamente prietos
estaban en uno, y multiplicó la vida en los reinos
del aire y sobre la tierra y bajo el crespo
manto del océano
en torturantes e infinitos cuerpos.

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La extraña realidad

Aquello que llamamos realidad
es simplemente el edificio gótico

de una Idea caída
sobre la piel delgada del espacio.

Una ilusión
que nunca será nuestra,

por ella nos perdemos
entre alamedas de fértiles engaños

o celajes que trazan al azar
el mundo real, el mundo imaginario:

nombres, rostros, figuras,
fechas, ciudades, años y paisajes

de sombra.

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Leyendo en la biblioteca

A esta líquida luz de las vidrieras
la sala de lectura, evanescente, va ensanchando el vacío,
crujen los anaqueles con los grandes tomos
donde otros, antes que tú, dieron a la penumbra
el oro quebradizo de sus sueños.
Gira el vacío y corre un viento ácido
por entre los pupitres -ataúdes dormidos- y los rostros borrosos
de quienes leen, olvidados de todo, en el borde del mundo.

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Noche de San Lorenzo

Luna, llamada violenta
de la luz, sima del cielo,

desde esta quietud de noche plena
la vida reposa en lejanías.

¿Quién no se siente fuente estremecida
por la pleamar helada de los astros?

Arrebatados, en silencio, oímos
fluir esta bullente geometría:

la noche boga
por los ríos de luz,

y aún aceptamos otras leyes
que son las floraciones de la muerte.

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Palabra

Celada hermosa,
detrás de cuya estela
se me fueron
los ojos deslumbrados;
viví para ahuyentar
la muerte y su cara empolvada
con tu gracia
de frágil danzarina.

Para esperarte
bajo la luna negra del deseo,
como sumiso amante,
por si acaso venías.

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Promaquia

Ángel de hielo, obelisco mortal,
Azrael de los lienzos de bruma,
de los ojos voraces en la tiniebla ardiendo,
del tacto glacial sobre la carne,
y del suave licor del silencio, sobre todo del silencio,
con el que nos condenas, día a día,
a la tortura blanca del vacío.

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Canto órfico

La danza ya no suena,
la música dejó de ser palabra,
el cántico creció del movimiento.
Orfeo, dividido, anda en busca
de esa unidad áurea que perdimos.

Mundo desintegrado, tu esencia
reside tal vez en la luz, más neutra ante los ojos
desaprendidos de ver; y bajo la piel,
¿qué turbia imporosidad nos limita?

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Dulce fantasma, ¿por qué me visitas

Dulce fantasma, ¿por qué me visitas
como en otros tiempos nuestros cuerpos se visitaban?
Me roza la piel tu transparencia, me invita
a rehacernos caricias imposibles: nadie
recibió nunca un beso de un rostro consumido.
Pero insistes, dulzura. Oigo tu voz,
la misma voz, el mismo timbre,
las mismas leves sílabas,
y aquel largo jadeo
en que te desvanecías de placer,
y nuestro final descanso de gamuza.

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Permanencia

Ahora recuerdo uno, antes recordaba otro.

Día vendrá en que ninguno será recordado.

Entonces en el mismo olvido se fundirán.
Una vez más la carne unida, y las bodas
cumpliéndose en sí mismas, como ayer y siempre.

Pues eterno es el amor que une y separa, y eterno
el fin
(ya comenzara , antes de ser), y somos eternos,
frágiles, nebulosos, tartamudos, frustrados:
eternos.

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Procura de la poesía

No hagas versos sobre acontecimientos.
No hay creación ni muerte ante la poesía.
Frente a ella la vida es un solo estático,
no calienta ni ilumina.
Las afinidades, los aniversarios, los incidentes personales no cuentan.
No hagas poesía con el cuerpo,
ese excelente, completo y confortable cuerpo, tan enemigo de la efusión lírica.

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Reconocimiento del amor

Amiga, cómo carecen de norte
los caminos de la amistad.
Apareciste para ser el hombro suave
donde se reclina la inquietud del fuerte
(o que ingenuamente se pensaba fuerte).
Traías en los ojos pensativos
la bruma de la renuncia:
no querías la vida plena,
tenías el previo desencanto de las uniones para toda la vida,
no pedías nada,
no reclamabas tu cota de luz.

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Amandiño

Amando, Amandiño, que eras de Corredoira,
cómo vuelve esta noche, con qué mágica luz,
aquel baño silvestre, y nuestras cabriolas
desnudas por el prado salpicado de bostas,
y aquella canción tuya, amigo agreste, bucanero de siete años
-«Ay, ay, ay, bendito es el borracho»-,
bajando por las hondas carballeiras
desmedida, insistente y en pelotas.

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Capricornio en el paseo marítimo

Mira la tarde, mira qué canción
multicolor: las mobylettes felices
como estrellas fugaces, quinceañeras
azules con bermudas y suspensos, gaviotas
acariciando el tiempo,
la playa allá como una bienvenida…
¿Cuánto le habrá costado
al Universo, cuántos siglos, abrazos, guerras…
este momento?

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Carta

A ti, que serás siempre La Ignorada,
a ti, qúe llegaste a quién sabe qué lugar
cuando yo acababa, ay, de salir de él,
o perdiste aquel tren, no sé cuál, que te hubiera traído
al centro de mi vida,
o estabas en un banco de algún parque
un día que yo no quise pasear entre las hojas verlenianas,
a ti,
por la chacarera de tu mirada que nunca he visto,
por ese corazón que desconozco y es como una playa de
setiembre,
a ti, por todo lo que me habría obligado a amarte,
a ti, que me habrías amado hasta nunca,
que ahora puedes estar llorando
en la luz fría de una habitación de hotel,
o con tus hijos en el British Museum,
o ves el arco iris en una telaraña,
o piensas en mí sin saber que soy yo,
a ti, retrospectiva, condicional, perdida,
dondequiera que estés,
este poema.

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Carretera

(Homenaje a A. T.)

Invierno gris sobre las sementeras
hurañas de Castilla. Atrás quedaron
-niebla harapienta y hielo- los peñascos
de Pancorbo, y la tarde palidece
tras este parabrisas de mosquitos
estrellados. La carretera, eterna
-en la cuneta, un repentino vuelo
de urracas-, va esfumándose a lo lejos,
en el futuro.

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