No son de carne o espíritu
tampoco son la confusa mezcla de ambas,
ni bestias ni ángeles
ni su desquiciado promedio.
Son destellos,
huecos de tiempo llenos de luz o sin ella,
galopes sobre la luna,
seres que invento y son mi vida,
entresiviones de un jardín sagrado,
formas de poesía,
milagros en metáfora de cuerpo,
metáfora incompleta sin tacto ni perfumes,
metáfora total, plenitud donde no existe el tiempo
donde no existen los efímeros tactos y perfumes que están dentro del tiempo.
Vana memoria que no puede traerte desde lejos,
que no te vuelve carne, risa gentil o canto.
Vana memoria mía incapaz de abrazar lo más mío,
incapaz de acariciar tu piel distante,
vana y obsesiva memoria que sólo alcanza a repetirme por quién vivo,
que respiro por este amor invulnerable y sin rutinas.
Sin pie mi cuerpo sigue amando lo mismo
y mi alma se sale del lugar que ya no ocupo,
fuera de mí:
no, no hay aquí símbolos,
el cuerpo se acomoda a la pasión,
y la pasión al cuerpo que pierde sus fragmentos
y continúa íntegro, sin misterios incólume.
Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio,
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.
Podría perfectamente suprimirte de mi vida,
no contestar tus llamadas, no abrirte la puerta de la casa,
no pensarte, no desearte,
no buscarte en ningun lugar común y no volver a verte,
circular por calles por donde sé que no pasas,
eliminar de mi memoria cada instante que hemos compartido,
cada recuerdo de tu recuerdo,
olvidar tu cara hasta ser capaz de no reconocerte,
responder con evasivas cuando me pregunten por tí
y hacer como si no hubieras existido nunca.
¡Belleza, flor de sueño, al fin alientas
después de tanto espanto y tanto llanto!
Porque también tu gracia puede tanto,
Tanto más que el crujir de las afrentas.
Después de la dolencia del espanto,
Cómo surgen tus músicas sedientas:
Surtidores que ayer fueron tormentas
Murmullos que mañana serán canto.
Como los dioses en su audaz vigilia,
me asombro de estar vivo y de estar muerto.
La palabra revienta en el silencio
y el silencio se nutre de palabras.
¿Cuál es la diferencia entre estar vivo
y estar muerto? ?Los dioses son balanzas.
Despierto a medianoche. Es un alarde
de lucidez frugal. Todo respira
a nuestro alrededor, como si fuéramos
los poderdantes de la gracia cósmica.
Vuelvo a dormirme, entonces. De seguro
en ese lapso se ha acabado el tiempo.
Estoy sentado frente a un vaso de agua.
Es igual que sentarse ante un océano.
La eternidad se ahoga en una gota,
pero el tiempo es un pálido velero.
Sentado en popa miro el sol que nace.
Sentado en proa miro el sol que muere.
No busco la verdad, pero persigo
su estela cautivante, su aleteo
que es la réplica infiel de lo que creo
y el huidizo fulgor de lo que digo.
La verdad absoluta es un castigo
que quizás no merezca mi deseo.
Dos pájaros que beben
en una sola gota de rocío.
Dos lágrimas de lluvia
que caen juntas desde un solo alero.
Dos hojas que se duermen
en un solo recodo del follaje.
Dos manos que descubren el destino
en una sola rosa.
III
Húndete en la ceniza, perra de hielo,
Que te trague la noche, que te corrompa
La oscuridad; nosotros, hombres de lágrimas,
Maldecimos tu paso por nuestras horas.
Más que las sombras francas, como las minas
De un campo abandonado, furia alevosa;
La luz no te conoce, por eso estamos
Doblemente ofendidos de lo que escombras.
Caminaba por calles
donde la luz se demoraba mucho,
quizás contando gajos de San Carlos.
Eran esos lugares apacibles,
de inmóviles señoras a las puertas
y costureras en un fondo de humo.
Yo no nací para las avenidas
-hago una salvedad: Campos Elíseos-,
sino para los quietos callejones,
para los caminitos con recodos.
Entre el aura obsesiva del incienso,
un rumor de cabezas oscilantes.
¿Qué silencioso aceite voluntario
me ha traído hasta el templo taoísta?
Gota a gota ese aceite me consagra
para otra devoción, de nuevo anónima.
Despréndese la noche
desde su astro más solo,
y cae sobre el miedo de los techos quebrados.
Noche de las esencias como espíritus de aire,
que beben en los ojos abiertos de las bestias.
Se despierta la noche, caída sobre el llano.
46
Cuadro impecable:
naturaleza muerta,
memoria viva.
54
Fórmula mágica
respirar el silencio
bajo la sábana.
57
Ventana abierta.
Y el aire aún tratando
de abrir la puerta.
73
Sólo un instante
se encuentra la palabra
con su habitante.
Hacia la perspectiva de las dunas,
esa ilusión comienza a dibujarse.
Una mancha de lluvia en movimiento.
Un volumen de insólitos cristales.
Una escultura onírica de sal.
Y un soplo de repente, humana ráfaga.
Cierro los ojos para ver la luz
que sobrevive al íntimo terror
de disolverse en la total conciencia;
y hay primero una ráfaga difusa,
una explosión serena y ambarina
que tiembla como el fluido de los sueños
en la frontera de la madrugada.
La armonía es un río transitable.
Cada aurora embarcamos
corriente abajo, en ceremonia inédita.
No recordamos nunca
las estaciones en las que paramos
ayer o antes de ayer o antes de siempre.
En el viaje que a diario se repite
en una barca nunca vista.
No hay para qué llamar, porque está franca
la puerta principal, de anciano cedro.
Hace un leve chirrido
al entreabrirse, a modo del lamento
de la seda graciosa que se rasga
por el imperio de las manos diestras.
Y de manos a boca está el vestíbulo
donde se alza un oscuro paragüero
de madera pulida,
frente al que un gran espejo veneciano
va guardando la historia
del día cada día,
que en oblicuo lenguaje de reflejos
le cuenta el tragaluz.
La garza vuela sobre el agua inmóvil.
Desde la orilla, un bosque de álamos
se empina para ver el pozo ciego
donde se acaba de ocultar la luna.
En el entorno, suelta una cocina
tres pañuelos de humo,
para decirle adiós al sol noctámbulo.
La palabra es un pétalo
que el viento desprendió de la magnolia.
En el árbol, la flor
sigue estando completa,
porque la herida es invisible.
El pétalo que vuela solitario
al volar se convierte en otros pétalos,
y así en la levedad del cielo abierto
se dispersan magnolias incontables.
La rosa muerta mira
a través del cristal el grávido paisaje
La rosa viva observa
a través del cristal la estancia sola.
La rosa muerta sigue viva
en la cruz de las nubes.
La rosa viva está encerrada
en la celosa paz del tiempo.
Las aguas pasan bajo el puente,
sin recordar a Heráclito.
Han fluido así desde que el río es río,
sin cesar de medirse
con la fatalidad del mar que las aguarda.
Desde lo alto del puente,
un niño de la mano de un anciano
contempla el tránsito del agua.
Vivimos en la violencia verde, disfrazada,
como tranquilos visitantes de un pueblo
sujeto en el primer hervor del desafío;
dignatarios sin plumas se pierden en las páginas;
encomenderos, comerciantes, jueces,
plenamente juiciosos, nos ahogan el juicio;
por las veredas del país, las sombras
son verdes y encendidas también, huelen a piedra,
como nosotros, seres de ciudad, clandestinos
merodeadores del presentimiento,
porque con cada día que pasa, cada día,
se agrega un rayo más al ambiente colmado,
y hasta los chupamieles arden como pañuelos ofendidos.
Las ramas del ciprés
se ven mejor en el estanque quieto.
Es como si el reflejo definiera
más hondamente su naturaleza.
Y cuando hay un temblor
en las aguas tocadas por la brisa,
es aún más flagrante aquel reflejo.
Lo ausente no está ausente,
sólo apenas distante del instante.
Al poner el oído fantasioso
junto a la laminilla que separa
lo presente y lo ausente,
una vaga corriente se incorpora,
flor que surge del fondo del latido,
y así ya no es posible distinguir
lo que está y lo que estuvo,
y ya la ausencia duerme entre mis sienes
y la presencia es este don distante.
Nada es más que un instante. Lo remoto
se quedó detenido en su minuto.
La sucesiva flor soñó su fruto
para prenderlo en el dorado exvoto.
En el instante exprime el sol devoto
su apuesta cotidiana al Absoluto.
Y en esa ardiente vocación de luto
se hunde hasta la más pura flor de loto.
Nada es memoria: todo es invención.
Lo que recuerdo es lo que más invento,
porque es obra interior inesperada,
que no admite proyecto. Soy el último
retoque de mí mismo sin cesar.
Y eso me lo ha enseñado la memoria.
El sol se pierde —moneda de fuego
en su ciega alcancía.
Duerme el tesoro, luego, en el pleno sosiego,
hasta que lo descubre, de pronto, en el hondón,
el picapedrero del día.
(Tal le pasa al maduro corazón).
Por nómadas caminos secundarios
se llega siempre al sur, piedras abajo,
hasta encontrar los rastros del origen.
En estas tierras bajas se aglomeran
vestigios de extraviados manantiales,
basureros gemelos del crepúsculo,
serenas maquinarias desterradas,
y también las familias de los dioses
que como enjambres fértiles
siguen goteando miel
por las truncas proezas del enigma.
en el que hablando con Dios desvive su secreto valimiento
Ábreme, dios, el juego de tus venas,
la voz de tus cartílagos contusos,
la animación floral de tus abusos,
tu cariñoso abismo de sirenas.
No ese estupor de luz en que te entrenas,
ni el salar de tus mares inconclusos,
no, porque pese a crédulos ilusos,
tienes de oscuridad las manos llenas.
Suena el tren en la noche
?¿llamando a quién, a quiénes??,
el tren abajo, en los cañaverales,
como una larga serie de pañuelos llorados;
y su llamar se junta al fuego de los perros,
sofocando las luces pequeñas y amarillas,
llamándonos, llamándonos,
porque nosotros, madre, nos iremos en él,
con la canasta virgen y la hermanita enferma
y un envoltorio de pañales
como dormidas mariposas,
y el tren no espera, no, no espera nunca,
y por eso corremos entre el polvo nocturno
como fieles y nítidas luciérnagas…
Verdinegra es la piedra, como siempre.
Transparente es el agua, como nunca.
¿Podría imaginarse algún riachuelo
que se olvidara en la sed del día?
Entre el nunca y el siempre hay una alianza.
Entre el siempre y el nunca está el abismo.
Vi la tierra descalza
y quise descalzarme yo también.
Oí el agua desnuda
y quise desnudarme yo también.
Sentí el aire indefenso
y quise estar inerme yo también.
Me habló el fuego en lo oscuro
y quise hallarme solo yo también.
Yo no soy Pedro,
Juan,
ni Segismundo.
Yo no soy pura sangre,
ni mestizo,
ni natural del valle o de la estepa.
Mi pensamiento es un pequeño mundo.
Un mundo de orfandad de pura cepa.
Vine de no sé dónde,
un día en que unas manos
se estrecharon a medias.
Que vuelvas a ver la enorme catedral
y la erizada Capilla
y sientas el paso distante, los rumores
de los Cruzados y de San Luis.
Que vuelvasa la calle Monsieru le Prince
para asomarte a los escaparates
y, luego, en la calle Vavin,
a los inventos de los herboristas
y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores.
Humo de rosas quemadas en el jardín donde hemos conocido a la noche
con brazos más extraños que la palabra Deseo,
donde sobrevive un aire de recuerdo inútil,
mordido por la venenosa fragilidad que distribuye la sombra al pasar,
cuando el frío se transforma en una cercanía igual a una oscura
concavidad
y nuestros ojos tienen un color escondido que respira con un fulgor
desnudo y desconcertante.
Entro en una gasa letárgica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Está detrás de una velocidad de párpado
la fractura de una Afirmación.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociación
de bien, mal, política, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmación me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
La región que buscabas en el azul del sábado es una reliquia
desprendida del corazón húmedo del aire: una zona de poca
fortuna
Para la riqueza de tus manos rectas y dolorosas, metidas en el azar
de un brusco acercamiento
o penetradas por el disturbio de una desnudez que nadie sospecharía.
Capítulo I
Simulacro
El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.
En la noche del cuerpo se preparan
los alimentos de Dios,
la cena carmesí de los esclavos, el místico bocado
de los turbios amantes-
sudor, lágrimas, mierda-
el humus lento, el óvalo marchito,
el resto náufrago del visionario,
el regalo sedente
que se posa en la tierra-
un vapor de Demonios
rodea los Testimonios.
Milímetros de ti convergen ahogándose, bajo la noche, la fantasía de toda
la transparencia empozada en el cuarto.
Tu mirada oscila con un cerrado esplendor,
y en tu saliva surgen pedazos de nombres, alas de quemaduras: la noche
resuena en tu paladar
con paso lentísimo de larva y roce tibio,
de animales numerosos extraviados en el reino de tus ropas, mezcladas
de cualquier modo en la silla sombría,
bajo techos muertos y lúcidos, recogido tú en los dones del sueño sobre
tu cabeza hipnotizada de silencio.
Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio
Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.
Señor, salva este momento.
Nada tiene de prodigo o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos…
Pero está aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
– y sabe a mar, a manos amadas,
huele a una calle de París
donde fuimos felices.
Paso
ágil,
frágil,
raso,
muertos
quioscos,
hoscos
puertos.
Tiro
votos
rotos.
Miro
caras
raras.
Duele que el mar, sitiado por la arena
renazca en cada aurora y cada espuma
y que la ausencia de la flor asuma
en nuevas rosas su verdad mas plena.
Duele que el luto que la tarde estrena
resurja en cada sombra y cada bruma
y que, perenne, el llanto se resuma
en las resurrecciones de la pena.
Si por instruírme de amorosa llama
y confiar en la rosa y su armonía
me agrede la impiedad de noche y día
y el dolor me cirdunda y me reclama.
Si por amar la tierra donde se ama
y no empuñar el odio todavía
tengo a la soledad por compañía
y en mi la sed se anuncia y se proclama.
Pende tu olvido sobre mi nombre oscuro
como prende la hiedra desde el muro
o la luz de la estrella en el vacío.
Así, silvestremente como el vuelo
cuelga sutil del cielo
o como maná de su fuente el río,
te llevo en mí, sin desamor ni empeño,
sin saber si eres ansia o eres sueño,
si eres amor o desencanto mío.
La penunbra humedecida se tendió
cómo un abrazo y alumbraron los espejos
de la antesala del llanto.
Hasta las piedras el pulso
fue llevando su delgado paisaje de enredaderas
y bosquecillo aromático.
La vida le hacía gárgaras
por las grietas del costado
y a la tiniebla oprimída
por las cárceles del barro
le mandaron los planetas
su luvia de candelabros.