¿Dónde podré esconderme
si no es ahí, en estas
palabras de amor?
Ante vosotras,
hijas del turbio hospicio
de mi alma -mis dóciles
doncellas-, llora mi desconsuelo.
Yo les escribo
a las pequeñas manchas de tinta
de tus manos, como si fuesen
cartas que debo
contestar en la noche.
Para Nena y Juan Kreisler
Escondido repite,
por cipreses y yedras, un pájaro su canto.
Celebra la mirada
una batalla con el tiempo esta tarde de otoño
incendiada de nieblas. Y pensando en la Historia
-una nube de polvo en el paisaje,
las piedras estañadas por los tonos azules
que ha dejado la lluvia en las almenas- ves derramarse el tiempo.
Arrodillado ante tu cuerpo. ¡Oh tú!, verdad hecha de flores, apacible paisaje
de reyes y criados dando caza
sobre el jarrón vacío del recuerdo a ciervos encantados
bajo un ciclo de nubes en jauría
y sin paz. Y así la imagen
del séquito encendiéndose
en el fondo del ojo del animal que ha muerto.
Para Rafael Conte
I. Su voz, fugaz cristalería de las sombras…
…las puertas de la noche,
del viento, del relámpago,
la de lo nunca visto.
…………………………………..
La música serena,
más callada, se enciende con la tarde;
sobre la verde vena
del agua, brilla y arde
junto al silencio de armonía plena.
Con ritmo lento huye
por transparentes luces alumbrada.
Oh, claridad que fluye
y en sombras agostada
contempla su pureza y se destruye.
A Francisco Fernández
Al borde del estanque se apresura
por derramar un pájaro su idioma;
roza a las flores, sufre con su aroma
la levedad de ser substancia pura.
Inclínase la flor en la amargura
de ser sólo el reflejo al que se asoma;
agua, por fin, que del estanque toma
sólo la soledad de su agua obscura.
A Luis García Jambrina
I. Las gotas de rocío…
Las gotas de rocío
caían por los pétalos de la flor del acanto; con ellas resbalaba
la imagen de los cielos. Penetrar el palacio
cerrado de las cosas; contemplarnos a solas
en sus rotos espejos; seguir con la mirada el curso de los astros
en el fondo, infinito, de las aguas de un río.
A Mari y Antonio Merchante
Roza la palidez vencida de los sauces sus aguas;
baja lleno de sombras
que mi alma conoce. Yo lo recuerdo ahora, lento,
por las umbrías; en el atardecer: cuando deja
el olor inundado de las sábanas húmedas por entre los olivos.
Para Juan Manuel Medina Damiani
El temblor del silencio
I. En el jardín del claustro
vence el tiempo a la luz. Dos leones alados
a los que nace entre sus fauces musgo, mantienen
con sus formas de piedra
una pelea acuática: batalla de reflejos
cuyas llamas inundan de belleza el estanque.
Estoy contento y sin embargo sufro
de que viví mi amor como he vivido
y siento no haber sido siempre tuyo,
pero cerca de ti me transfiguro.
Como un niño que aplasta su rostro contra el vidrio
y está y no está en el mundo de los sueños,
cerca de ti yo estaba y no lo estaba
ansioso de decirte tantas cosas.
A la memoria del poeta Sankitshi Togue
víctima del bombardeo de Hiroshima.(Abarcando con la mirada las montañas de Japón,
el poeta habla consigo mismo.)
Estas montañas son de sílex,
sus frentes desafían
por millones de años, terremotos,
áspera tiara indiferente
que despedaza las nubes.
Oh, los huesos… las piernas… y las manos
y los ojos…
y el sueño mismo…
dolores, nada más que dolores.
Engañador… te conozco.
dame peces nunca atrapados…
También soy un niño,
una criatura,
acunado tan sólo
por las olas,
por las olas burlonas…
Una barca soy,
de huesos…
resbalan junto a mí los peces
y me tocan
y resueno
con todas mis flautas blancas Â
una canción,
una canción de dolor y de vida.
a Kaoru Yasui
Tierra, tierra muda.
Muda,
con la piel quemada, con el cuerpo desnudo,
perdón, Hiroshima …
Perdón por cada paso
que golpea una herida, abre una cicatriz…
Perdón por cada mirada,
que -aún acariciando- duele…
Perdón por cada palabra
que enturbia el aire donde buscas
a los niños,
los pueblos de criaturas perdidos para siempre.
No sé quién soy; todo se ha transformado
en mí. No sé quién soy y, sin embargo, existo.
Leve soy y pesada como una maldición,
y piedra soy y vida inacabada.
No juguéis conmigo, asesinos.
me escurro entre los dedos, estoy viva,
arrojadme al océano, es en vano:
en vuestra copa anido y soy lejía.
Devolvedme mi niño
-nada quiero saber-
aunque tenga
la cara
de un monstruo,
no importa cómo sea,
devolvedme mi niño
no importa cómo,
y si no puede ser para toda la vida
(para esta vida miserable
y tan breve, aún si tuviera un siglo)
al menos por un día.,
un día sólo,
hasta el preciso instante
en que venga hacia mí,
como él venía,
ciegamente, los brazos extendidos,
con los pétalos pálidos de sus dedos.
-¿Dónde, dónde están?
-¿Quiénes?
-¿Dónde, dónde están?
-¿Quiénes? ¿Quiénes?
-¿Dónde están?
-¿Quiénes? ¿ Quiénes?
-Los hombres…
-No sé. Mira, copos de ceniza…
Han volado todos…
-¿Adónde, adónde?
-No sé. Construyamos el nido.
-¿Dónde,
dónde,
dónde,
dónde,
dónde?…
Versión de Manuel Serrano Pérez
Sueña en este instante la ciudad
sueños
nacidos del Dolor o
de la Alegría,
pues uno y
otra sueñan…
Serena,
la Alegría quisiera engendrar criaturas
que se le parezcan,
en tanto que el Dolor,
desfigurado por tantos suplicios,
quiere que nazcan
criaturas más bellas que su amargo rostro…
Versión de Manuel Serrano Pérez
Pude haber sido un árbol, bajo el cual
tú te habrías recostado cuando yo no te conocía,
habría hecho oscilar dulcemente una de mis ramas, casi al azar,
para besar tus ojos.
Habría sido quizás una hoja blanca,
sobre la cual te hubieses inclinado pensando en silencio
y yo habría besado, mientras tú dibujabas,
el mármol
de tu mano desnuda.
¡Dejádme llorar, que ha muerto la Esperanza…
asesinada en pleno día, ahora…!
¡Traédme de las sombras el vestido más triste
y cubrid mi semblante con un inmenso velo de humo!
Quiso arropar a los pequeños. ¡Védla: desnuda, silenciosa,
asesinada ante nosotros bajo yertas ruinas…!
Hay que salvar la nave,
su tripulación,
el cargamento.
Sálvala tú que sabes el oficio,
que puedes tranquilizar el desorden
de las máquinas y el fragor de las olas
con el simple roce de tus dedos,
con el bálsamo de una sonrisa.
Habitada por el viento
que en recinto cerrado
se pone a mecer tus cabellos,
nocturnas voces musitan
lapidarios dialectos
por el fluir de tus ojos.
Brilla y parece desvanecerse
el calor de tu piel
cuando platicamos de brujas
y un relámpago enciende
la punta de tu lengua.
El amor expira
y renace
cuando irrumpe su tiempo
de ser,
efímera rosa a destiempo
espinas en el tiempo justo:
preludio de trinos
que tendrán otra voz
y nueva substancia
mientras dure la cosecha.
Caracoleando su rumor milenario,
imponente emerge el mar
por entre oscuras rocas
que bordean la costa y me rodean
las mujeres de mi vida.
Sus cuerpos se encrespan,
estallan aquí cerca, a mi lado,
y en la distancia muere el atardecer.
Afuera llueve
Tu mano escribe a mi lado un poema
Veo caer la lluvia
Los trazos emiten un sentido
En los charcos de la calle flotan palabras
Una lenta humedad de signos nos ciñe al respirar
Estoy empapado de ti cuando te leo
Somos ya una misma esencia
atrapada entre agua y escritura.
I
Como pechos violentos desbocados
hacia manos disponibles, temblorosas;
hacia labios cuyo asedio ya no es necesario.
Como risas desatadas por las noches
cuando llueve y corriendo por las calles
destilamos efímera alegría.
Como flores contráctiles extrañas
halladas de repente
donde uno menos las espera
-¿en el fondo de un sueño?-
y su presencia nos seduce
aún al despertar.
Las dudas surgen -trenzadas- de las dudas;
la tenaz certidumbre, del amor.
No dudes más, confía.
Come de mi mano, paloma;
de mi cuerpo, antropófaga.
Aliméntate de mí.
Que yo sea
hostia
consagrada
en tu altar.
Hay resquicios como encendidos rescoldos
y rescoldos que son presencias sinuosas
que cotidianamente nos habitan.
Viven en nosotros alimentándose de sí mismos,
de lo que fuimos, de lo que alguna vez
volveremos a ser, bueno o malo.
Sólo somos sus impávidos anfitriones,
incubadoras, matrices donde a veces van creciendo
y cuando en los resquicios los rescoldos
se inflaman, se ponen al vivo rojo,
en los rescoldos los resquicios se destemplan, se exacerban,
pueden salirse de madre.
Para Leland H. Chambers
La angustia es siempre
indocumentada ave
que se aposenta
mirando ansioso a todas partes.
Sólo al mirarse de frente
en el trémulo pozo del alma
hasta embarrarse de luz
la médula del ser
brota un largo beso de sombras
permeado de ígneas ráfagas
que son alas de una gran emoción.
A Tatiana, mi primera hija
El día es gris
y están frías mis manos
cuando a través de la ventana
veo agitarse los rosales
en el jardín
azotado por el viento.
Empieza a llover
como un lento aprendizaje
de la naturaleza
hasta que la oscuridad
que ha ido creciendo
entra en mi ánimo.
Se abre, meandro de esplendor;
palpitante, desde su centro me incita,
me ruega, no tardes tanto, ven…
Fuego terso, ríos de lava dulce,
algodón, filamentos desprendiéndose,
blando espacio que desaloja su vacío,
su creciente plenitud,
noche tornándose soleado deleite crepuscular,
complacida expectación,
apaciguada brasa.