“Hoy será un domingo más que agradable
Sin duda.” Afirma el diario matutino.
Para José, quien es aún un niño,
No es esta expresión muy razonable.
Su padre lo obliga con voz de sable
A cubrir la esquina, a que revenda flores.
“Hoy será un domingo más que agradable
Sin duda.” Afirma el diario matutino.
Para José, quien es aún un niño,
No es esta expresión muy razonable.
Su padre lo obliga con voz de sable
A cubrir la esquina, a que revenda flores.
¿Por qué el alma establece alternativa
Entre el buen obrar y el mortal pecado?
Sería más fácil que mientras viva
Se inclinara siempre hacia el mismo lado.
¿Por qué no se escabulle fugitiva
Hasta arrodillarse ante el Dios amado?
Y deja de negarse a ser soldado
De la sangre de Cristo rediviva.
Señor que sin desprecio me miraste
El día que encontré una cruz de acero,
A Ti no te repugna un cartonero
Si hasta a los pecadores Tú salvaste.
Jesús, te juraría que me hablaste
Y no me digas que no soy sincero.
de pronto, en medio de la representación, cantó
nadie lo había invitado, no era una pieza aburrida
pero empezó a salirle sola la voz y tuvo que pararse
y cantó, aunque no sabía cantar, y los siseos iban y venían
para hacerle callar, que no cantara, fue en un instante
crítico
en el nudo del conflicto dramático, el clímax, la mayor
tensión,
él no quería cantar, era un uruguayo típico y educado por
la costumbre
no quería irse fuera de la norma, ser el diferente
que lo señalaran con el dedo: ahí, ahí, ése, ése…
¿fue su culpa si la voz salió sola y empezó a crecer?
¿cuántas galerías, corredores, salas de espera
aguardando que los Poderosos me hablaran
con muecas de tristeza y señas falsas
torciendo mi vida?. Yo quería decirles:
señor, no es mi vida una vara flexible
o un caño de aluminio.
al principio es un pequeño pueblo cercano a una montaña
y hay una vida activa en él, los pobladores, que son pocos,
viven sus vidas, no demasiado felices ni animadas
pero todo es como el río: fluye con tranquilidad.
Luego llegan extrañas personas que no conoce nadie en el pueblo
llegan y se instalan: una niña con un bebé que berrea todo el día
mientras su madre, con aspecto de niña, grita, insulta, grita sin parar,
se la ve muy nerviosa y hay un extraño vestido de negro siempre,
alto, con sombrero y toga negros, camina por las calles de polvo
y nunca habla.
el ángel vino a mí de pronto, me protegió
tenía el rostro de mi madre: «hijo, has vuelto
a vivir». Tenía algún tiempo más, supuse,
he de enmendar mis criterios, los actos deben
ser cambiados. Pero permanecí irreductible
hoy podría haber sido ayer o quizás mañana
nada cambiaría, en todo caso
hubiera sido un accidente más, una pequeña nota
en los periódicos, algún obituario,
vendría el carpintero a reparar la madera
el vidriero cambiaría el vidrio por uno nuevo, brillante,
la trampa estaría servida otra vez
dando trabajo a otro ángel.
Conduciendo el automóvil por la carretera, en medio de la
noche
la luz de los focos abriendo la noche, rasgando las tinieblas
como una navaja, sobre el asfalto negro
las señales indicadoras a los lados del camino, gigantescas
luciérnagas
de electricidad, brotan los amarillos, los verdes, los rojos
nada se distingue en torno del automóvil que cruza solitario
devorando millas a su paso como un león sobre una alfombra
fosforescente
ocurren los accidentes menores, aquéllos en los que ningún
humano sale herido
atropellar un perro, un pájaro que se estrella contra el
parabrisas
pero ningún gato, yo he visto morir seres queridos casi en
mis brazos
he sentido el sabor de la muerte en mi taza, yo he visto
el sufrimiento
más severo, el daño más cruel, el dolor más intenso
eclipsados por la resignación y la paciencia, eran mis
bienaventurados,
pero ningún gato, he visto caballos destrozados al borde
de la carretera
disputados por perros salvajes, he visto ovejas rojas
cerca de tajamares,
y cuerpos desconocidos rebotando en el cemento
pero ningún gato, no siento nada especial en cuanto a los
gatos
pero siempre me he preguntado adónde van a morir
porque nunca he visto un gato muerto.
si vamos hacia algo
de pronto, una movida equivocada
nos desvía y no llegamos
quizás una señal mal interpretada
por cuestión de lenguaje o confusión
y hasta por miopía
escuchamos la palabra que debería dirigirnos
hacia donde queremos ir
pero el imperfecto oído nos traiciona
y una letra nos cambia el rumbo
saltamos prolijamente todos los obstáculos
y un roce leve no calculado
nos desbarranca
una idea nos deslumbra
pero al intentar describirla se desvanece
un lugar al que no fuimos
un viaje decidido a último momento
en este juego de piezas sueltas
que suben, bajan, a izquierda, a derecha, se mueven
aun cuando, en el mejor de los casos
se sepa adónde queremos ir
sin saber si llegaremos
qué decir de los que vagan
sin rumbo fijo
si en cada instante intentamos trazar
una figura fugitiva que nos desvía
viviendo al sesgo
y vemos un camino derecho
de piadosas actitudes transformadas
en sacrificios humanos
heroicos actos de salvataje
que acaban en destrucción.
Hamaca de siete paños
en que se mece la brisa.
Listón que han puesto las nubes
colgando en la lejanía.
Banderola de señales;
semáforo sin esquinas.
Alada cuerda de seda
donde los pájaros brincan.
Alfabeto del color
con que se escriben los días.
Dame la mano, Antípoda. Tú, el hombre de ese lado;
yo, el hombre de este lado.
Pudiente o proletario, sencillo o complicado,
dame la mano.
Levanta la amarilla faz del arrozal chino
en que sudas tu pan diario; deja la mina,
apaga tu incensario, y en paz dame la mano.
Estoy en un apuro, lo confieso.
Pronto voy a inaugurar un hijo inédito;
y aunque me halaga ver que a de afirmar mi varonía,
puesto no soy precisamente un Creso
y cobran la partera, el cura, y el médico
y hay que comprar pañales, medicinas,
leches pasteurizadas,
me muero porque llegue nunca el día.
¡Vamos! ¡De nuevo no me acoséis,
no hagáis preguntas huecas
y mucho menos esa.
La intención inicial era un paseo,
y me quede a vivir.
Por un rato nomás, no para siempre.
Y me objetáis que miento,
que vine para ver si era posible,
sí, por fin, se revelaba
la oculta, luminosa sombra..
Oídlo: esta es mi voz y este es mi acento
y es esta su más casta vestidura.
Esta es mi voz que se fugó en el viento
de los fieles cristales de su altura.
Esta la voz que me inspiró el acento
para ser un Quijote en la aventura:
en su aliento prospera el sentimiento
de que es cielo esta gris arquitectura.
Señor,
cuando se muera —porque, como el tiranosaurio, por grande y por feroz que sea, por agrio y bien armado que esté, ha de morir, y será entonces como un pequeño volcán de huesos sobre el que los otros animales del bosque se orinen impunemente—
Cuando se muera,
Señor,
no te acobardes como se acobardó tu iglesia, que puso sus blancos odres
para llenar sus odres esperanzada en robar sus odres;
no te acobardes,
Señor,
y no te niegues:
Tú mismo abre la puerta
—no mandes una virgen, ningún ángel
te cumpla ese mandato—;
abre tú mismo y lo verás:
un alma enjuta, un alma miserable que moró como gusano y que gusano
es y será, que se arrastró de milagro pata tocar a Tu puerta,
para llegar hasta ella con el juego de siempre.
Me ha caído un pozo encima
me apedrean los hijos de mis padres,
los hijos de otros padre, mi mujer,
mis amigos -¡hasta aquél!-
y mis hijos que no han nacido
todavía.
Me ven cargando el pozo, y no me ayudan.
Sepulta cuidadosamente las páginas insólitas de
viejos cascarrabias como Marx, el gran culpable;
destruye hoja por hoja los versos de Rambaud,
joven durazno con vicios milenarios, y quiebra
ojo por ojo a todo Baudelaire, harapo brujo,
alcohol mistificado, viejo corozo de durazno
con vicios renovados;
escupe por las rejas de la cárcel en que moran,
empotrados en sus huesos, algunos jóvenes poetas.
Se ha cubierto el San Andrés
de un amarillo amarillo,
a la luz del sol semejante
por lo encendido encendido.
A cada soplo del viento
-de diciembre frío frío-
se le caen las campanas
al San Andrés Florecido.
El negocio es sencillo: toma y daca.
Aún me resta un poco que he de dar
a vosotros.
Después se rinden cuentas, es verdad,
El negocio es sencillo: toma y daca.
Seguidme quitando el corazón
a girones, a mordizcos, a empellones.
Algo hace quien pasa de una luz
a menos claridad, quien surca oscuro
el transitar del aire a menos aire.
Quien se encomienda a algún anochecer.
Quien trata realidades con el nombre
que en la noche, sin más, le sale al paso.
Aquí en el ascensor, la torre arriba
y abajo, fuera y dentro extraños-, yo amo
que nuestros cuerpos vayan al reclamo
de este azar de botón y pasión viva.
Mecánica carnal a la deriva
descendente, ascendente, tramo a tramo,
en la que me proclamas, te proclamo
divinidad de sexo y de saliva.
(fragmento)
[…] Rocas,
islas que no llegan a islas,
reticentes de erizos;
tú
buceas
y sales luego al aire del rompeolas,
con cara de saber secretamente,
oculta tras tus gafas de buceo.
Me veo en su transparencia,
sumergido en tu fondo en superficie
como en un agua oscura.
Tenía en aquel tiempo el pelo más oscuro
y se tendía a un sol filtrado por los árboles
sobre el blanco mosaico de sus siestas de anciana.
Os hizo tomar sopa y varias precauciones
contra aquel barrio de óxido y, ahora,
la noche junto al álbum, ve la bruma
de los días perdidos igual que un oleaje
o lo que fue la vida, lejos, rara,
en un país de insomnio y de sobrinos.
Estás en el estante
con la mirada fija
en nadie, imagen íntegra,
fotogénico amor
de mi desvelo.
Ya no miro a diario
esta fotografía,
ni otras como ésta.
Aquel año llevabas
lacio el pelo.
Noche final, si al fin tengo que verte,
sé una duelista noble y dame el sable
con el que en nuestro duelo inevitable
no esté dejado yo sólo a mi suerte.
Si la naturaleza no subvierte
su orden por más lucha que se entable,
déjame por lo menos la improbable
ocasión de intentar matar mi muerte.
He mirado la verja de unas tumbas,
la fuente en que bebían los caballos,
el sosiego que guarda para sí este paseo
de escaparates mínimos, sin gente.
Esta ciudad no es ya el poder de tedio
que yo un día temí como a un murmullo.
Tiempo que nos desunes y nos unes,
tiempo que eres abstracto y tan concreto
que, por mucho que guardes tu secreto,
reaparece en las cosas más comunes:
para que con tu norma no importunes
el sitio sin lugar, te lanzo el reto
de intemporalidad al que me someto:
al escribir y amar somos inmunes,
amando y escribiendo rompo el pacto
de que tú, el invencible, vencerás
un tiempo hecho de amor y nada más:
alta inexactitud contra ti, exacto
pero que desconoces, tiempo idiota,
esta inutilidad que te derrota.
Después de un año vuelven a su sitio
mis libros y yo vuelvo con la idea
de no marcharme más. Toda la tarde
la paso en la terraza, hasta esa hora
en que nos ve el vecino aunque nosotros
no lo vemos a él.
El rey se sale de misa
de Santa María la Blanca;
don Alvaro, el Condestable,
con otros lo acompañaba.
Díjole el rey en llegando,
con enojo estas palabras:
Partios de aquí, Condestable,
que por vos me desacatan:
por creer vuestros consejos
mal me quieren en España;
si por ende hacedes otro
haríades en ello saña.
A don Álvaro de Luna,
condestable de Castilla,
el rey don Juan el segundo
con mal semblante le mira.
Dio vuelta la rueda varia,
trocó en saña sus caricias,
el favor en amenazas
privaba, mas ya no priva.
Si Dios, nuestro Salvador,
ovier de tomar amiga,
fuera mi competidor.
Aun se me antoja, señor,
si esta tema tomaras,
que justas de quebrar varas
hicieras por su amor.
Si fueras mantenedor,
contigo me las pagara,
no te alzara la vara,
por ser mi competidor.
Porque de llorar
y de suspirar
ya non cesaré,
pues que por loar
a quien fuy amar,
ya nunca cobré.
Lo que deseé
te desearé
ya más todavía.
Aunque cierto sé
que menos habré
que en el primer día.
Mi persona siempre fue
es así será toda hora,
servidor de una señora
la qual yo nunca diré.
Ya de Dios fue ordenado,
quando me hizo nacer,
que fuese luego ofrecer
mi servicio a vos de grado.
Al otro lado me dijeron
los viejos se van convirtiendo en árboles
viejos también sin hojas en el lado del sol
aguardando sin saber qué, mudos.
Pero súbitamente un árbol cualquiera
siente subir dentro de él la savia de un sueño
al borde de la muerte ya, pero todavía
tibio como la leche de la madre.
Alguien dijo que había ciudades para soñar
al otro lado de las montañas.
No dijo si estaban suspendidas en el aire,
sumergidas en las lagunas,
o perdidas en el corazón del bosque.
Los que allá fueron nada encontraron,
ni altas torres ni jardines
ni mujeres hilando en el atrio,
ni un muchacho aprendiendo a tocar la gaita.
Yo temía por su sonrisa.
Ella era aquella profundamente meditativa
a la que todo le nacía de los ojos
a la que nada le nacía de los ojos.
Sabía su sino por experiencia
y esto le había dado una melancolía graciosa de
ángel herido.
Cigüeñas geográficas en mi noviazgo novio.
Un tiempo claro como un ojo de rueda de vidrio.
Yo en el medio de litorales y aviones platino
ciudadano de corrientes submarinas color tibio.
Mi claraboya en brújula silvestre:
un árbol por el Norte, Oriente hecho
de moluscos, Sur de riberas liquidas.
Aquí
-entre la cuerda rota
e inmóvil de las horas-
se para
cristalina
la rueda de la noche.
Aquí
-la luna entre salas desiertas
de madurez-
comienza
silenciosa
la rueda del alba.
Era era.
Sus manos nacían al lado de cada cosa
y de cada flor.
Temíase siempre su rotura
y a ella parecían converger los números y las estrellas.
El amanecer encontraba sus cabellos perdidos
y sus ojos depositados en sus propias orillas.
Le dije a la tórtola: ¡Pase mi señora!
Y se fue por el medio y medio del otoño
por entre los abedules, sobre el río.
Mi ángel de la guardia, con las alas bajo el brazo derecho,
en la mano izquierda la calabaza de agua,
mirando a la tórtola irse, comentó:
-Cualquier día sin darte cuenta de lo que haces
dices: ¡Pase mi señora!
A Ricardo Carballo
Luz mojada le llegaba del mar.
¡Qué claro el tiempo
para verla en la playa
con presencia de cosa!
¡Qué sencilla la tarde
para besarla en el pelo
con caricia animal y pura!
Ni donde viviré por largos años,
ciudad prometida primavera,
ni donde amante amor aguarda.
Atravesando la tierra, la temerosa rueda,
quizá un árbol florecido pueda
sostener la derramada soledad.
Quizá en la sombra aquella se encontrara
sed abundante, sangre, carne, hueso,
en que albergar la voz que ahora huye.
Los fragmentos de espejos amaban ríos.
Amistades con la sal. Con las cosas más antiguas.
Una novia de las fuentes y de los pájaros novios.
Los cabellos despiertos. La sal imagen mansa,
central de noches vivas. La luna cosa antigua.
Una piedra hierve su talle.
Mirad los árboles cómo sueñan las hojas florecidas.
¡Yo tengo un árbol! ¡Mirad la novia novia!
Cada sueño deposita grietas en las manos.
Mirad como se fueron haciendo los dedos.
Todo anda revuelto con mi sangre reciente.
La luna tiene un hombro.
Noche azul de silencio
esquina de sí misma
oída por las amables
galerías de la luna.
Nadie piensa la lejana
melancolía tibia
de los espejos de luto
de tus ojos primeros.
Creciste como mansa
angustia de vidriados
alambre sin respuesta
de tu sexo solícito.
Siegas llamadas por tributo: rosas
Flor trigal espacio travesía.
Como nudos cortados: Ala infancias.
De claro nombre en risas reflejadas.
Nueva estampa pastora en niño lloro
Igual vidrio agobiado en luz fundida.
Pastora:
Sí pastora: íntima rueda
Qué corazón de calle -¡ay!
Sabían los cerezos el secreto de sus oídos
llenos del verde puro de la acústica de las ventanas
y los jardines se llamaban por el nombre de las palomas que
bebían agua en sus surtidores.
Ella comenzaba a andar.
En cada ojo le había nacido una trasmigración de palomillas,
y al marcharse dejaba vocales fuertes en su sitio.
Inaudita presencia
los peces venían a crear el azul de los ojos en su regazo
y las ciruelas a madurar su verde entre la
paja indeclinable de sus cabellos.
Ella hacía un ángulo agudo con las puntas de
sus mismos pies.
Ella se dedicaba a unir su soledad a las cosas.
-Los recovecos llovían su oscuridad alrededor de su
talle pensativo,
y había un miedo de manos abiertas bajo los ojos
afilados de la medianoche.
Ella se dedicaba a repicar en los vidrios con su frente
naciente.
Ella andaba al lado de su ventana, ¡tan cursi!,
que tenía naranjas verdes y un abanico con pájaros.
-¿Qué vidrio nació en aquella gotera que toda la música
le suena a vals?
Ella tenía un alma sencilla llena de puntas de dedos
y en el blanco de los ojos llevaba un horizonte de tangos de
acordeón.