Araña de manto tibio
falangista en los uñazos
suspendida en baba suelta
del antebrazo…
Araña de vientre terso
arrastrandito callando
arañandito rasgando
arañita de mi miedo.
Araña de manto tibio
falangista en los uñazos
suspendida en baba suelta
del antebrazo…
Araña de vientre terso
arrastrandito callando
arañandito rasgando
arañita de mi miedo.
La tierra giem sin parir más dioses
los dioses tienen su pedestal tirado
los tronos están llenos de ceniza
y la ceniza manchada de blanco.
La esperanza perdió sus colores
los colores ya no son tornasolados
en su agonía mueren degollados
por el gris plomizo de la muerte.
Es fácil dejar a un niño
a merced de los pájaros.
Mirarle sin asombro
los ojos de luces indefensas.
Dejarle dando voces entre una multitud.
No entender el idioma
claro de su medialengua.
O decirle a alguien:
es suyo para siempre.
Sobre las salas y ventanas sombreadas de abandono.
Sobre la huida de la primavera, ayer mismo ahogada
en un vaso de agua.
Sobre la viejísima melancolía (tejida
y destejida largamente) hija
de las grandes traiciones hechas a nuestros padres y abuelos:
estamos solos.
Esto que suscribo
nace
de mis viajes a las inmovilidades del pasado. De la seducción
que me causa la ondulación del fuego
igual
que a los primeros hombres que lo vieron y lo sometieron
a la mansedumbre de una lámpara.
Los Generales compran, interpretan y reparten
la palabra y el silencio.
Son rígidos y firmes
como las negras alturas pavorosas. Sus mansiones
ocupan
dos terceras partes de sangre y una de soledad,
y desde allí, sin hacer movimientos, gobiernan
los hilos
anudados a sensibilísimos mastines
con dentaduras de oro y humana apariencia, y combinan,
nadie lo ignora, las sales enigmáticas
de la orden superior, mientras se hinchan
sus inaudibles anillos poderosos.
Los pobres son muchos
y por eso
es imposible olvidarlos.
Seguramente
ven
en los amaneceres
múltiples edificios
donde ellos
quisieran habitar con sus hijos.
Pueden
llevar en hombros
el féretro de una estrella.
Aquellos de nosotros
que siendo hijos y nietos
de honestísimos hombres de campo,
cien veces
negaron sus orígenes
antes y después
del canto de los gallos.
Aquellos de nosotros
que aprendieron de los lobos
las vueltas
sombrías
del aullido y el acecho,
y que a las crueldades adquiridas
agregaron
los refinamientos de la perversidad
extraídos
de las cavidades de los lamentos.
En la semilla
está la trayectoria del maíz,
el ciclo de la cosecha.
A los ojos del hombre,
es una lágrima.
Y en ella, una sonrisa amarga.
Catástrofico es el segundo
en que a la vida volvemos,
saber que hemos tenido en las manos
la palpitación del mundo
y, hallándonos otra vez entre los muertos,
no recordar en dónde
ni por cuánto tiempo.
Eres un sarcófago viviente,
sepulcro que en la oscuridad
abre sus ramos lechosos,
agitas tus remos y crujes
devorando mi carne y mis huesos.
Fuera de ti sólo queda mi rastro
y nada que valga la pena.
Y es que yo solamente soy una sombra
que absorbe la humedad de la puerta.
El tallo abriéndose en un pensamiento
humedecido en las pisadas del tiempo.
Distraído grabador de los frutos del árbol
que extravió su trayectoria en el ámbar
el encargado de la llave que al abrir tus puertas
fue a dar al fondo con los ojos cerrados.
esta señal de la aurora
la traían en su corazón
Popl Vuh III, cap. VI
No podemos encender la hoguera
Mojado está el bosque
podridos están los troncos
No podemos quebrar los colmillos del frío
Arrancar
Y recobrar nuestros huesos entumecidos
En la humedad en el agua
nos ha tocado prender la hoguera
En la oscuridad en la noche
nosotros somos la región más espesa
A oscuras sesionamos bajo la helada
Y conferenciamos sobre nuestro qué hacer
De cómo allí los muertos continúan
jugando un gran papel en la guerra
De qué manera se escogen entre todos
Quiénes llevarán a la espalda el mayor peso
en los ratos
de agudo peligro
Acérquense los del fuego
Los enamorados de la vida
nos calentaremos con estos nuestros corazones
Hechos leña bajo este rudo temporal
Pero contentos
A decir verdad, la lluvia no habla
de ti.
Sí que hoy te confundí. Y ya van cuatro
entre la multitud.
Dejé que cayeran mis ojos al suelo
para que las personas adultas
al pasar no lastimaran mi amargura.
A Olga Kómonova
Aprehender, sí. Primero asimilando
los matices y contornos ocultos.
Lo húmedo, lo tibio, y sin soy afortunado
el rumor de tu sangre abriendo zanja en la vida.
Loco de mí. Inocente. Como si teniéndote
sería yo el señor de tus trigales
y tus bosques de abedul copados de nieve.
Las palabras, al tocarlas al aire,
crecen como las terneras.
Con los años maduran y se ahondan
y también pueden nacer muertas.
Según.
La palabra nos revela
la consistencia del espíritu.
Es una cosa delicadísima,
en boca del mentiroso
pone al desnudo el hueso
de un alma ingrata.
El escultor no hace más que llamar,
con el cincel
y a golpe de martillo,
a los guerreros que duermen
en las espesuras del mármol.
El espacio entre los dos
resbaló
como harina entre los dedos.
Ya sólo en el mundo
un lugar habitado
-tú y yo.
Tu cuerpo refugiado
en mis manos.
Mis ojos
disueltos en tu mirada,
y la húmeda rama de tu voz
palpitando
su sombra en el silencio,
la última traza de lumbre
se extinguió bajo el alero.
No me niegues que a veces,
al despertar,
quisieras refugiarte nuevamente
debajo de mis manos,
quedarte quietecita, apenas
respirando,
convertida en la misma huella
de la noche.
Fina es la lámina,
casi transparente.
La lámina de azúcar
que separa tus labios.
Por allí se fue mi corazón
relamiéndose las heridas.
Una vara dorada señala el ombligo del mundo.
Ahora El Sucio lleva los pies negros
Porque toda oscuridad lo ata a la tierra
Y el tiempo es negro porque es implacable.
(Él lo había señalado: ‘no intentes
convencerme de lo contrario, estoy anclado,
soy un profanador y mi obsesión es descifrar tu enigma…’)
Orientación del personaje
Sueles encontrarme en cualquier lugar
y ya lo sabes, nada es casualidad.
A Daniel
Esta ciudad está hecha a la medida del amor.
Tú estabas hecho a la medida de mi propio cuerpo.
Marguerite Duras
Las murallas altas de esta cárcel que enrosca nuestros cuerpos. Las paredes encaladas, engomadas, todo nuestro furor sobre estas paredes ardiendo.
Otro sentido
No tenemos adonde ir
somos como un área devastada
Sobre la tarima de madera el muchacho cierra los ojos, las ojeras
delineadas con khol negro le dan una imagen extraña, como si
fuesen dos ojos aplastados.
eso lo repite
lo repite con la boca entrecerrada:
la decisión final fue lanzarlo por la borda
tras el tiro de gracia.
(Yo lo vi todo:
sentada en la tercera fila con una gran bolsa
de palomitas sobre la falda, se escapaban
pero las cogía en el aire y luego cerraba los ojos
ante los sonidos crujientes)
Particularidades
El color azulado de la piel lo delata:
siempre será dominado
por aquellas pasiones.
Para Luis Iván
Teniendo como carcelero a un ser nocturno formado de Éter y Vacío,
el cazador trenza con finísimos hilos de oro y plata el lado más
luminoso del universo
sabe que siempre hay algo azul que nos penetra
algo azul’ repite, mientras exhala el humo
del cigarrillo a través de las rejas
sin dejar de mover las manos, levanta la mirada de
Puma, la pupila transparente y profunda, y desde su
escondite divisa el vuelo caprichoso del colibrí
y permanece callado mientras contempla el rastro
misterioso de ese aleteo.
de una vieja bañera emerge, lenta y torpe
Venus AnadrómedaArthur Rimbaud
¿Por qué no te vas? ¿Por qué no lanzas una sola mirada lejos,
lejos?
Todo es tan torpe cuando tú pronuncias la palabra que me
desgasta.
Joven:
¡Maravíllate! ¡Lávate en tu idioma!
¡Protestacantaescupegimecrece!
¡Ama de amor, ama de un solo golpe, de todo corazón, de buena gana!
¡Vive, huye de las palabras!
¡Sírvete, sírvelas!
no se ha colmado la medida
lo que has dicho lo que has amado
se tiene ahora bajo el sol
para ser despedazo o festejado
no estás todavía del otro lado
se ha dicho que tienes cosas por decir
no se acabo esto
mientras brille implacable la luz que desordena
todo lo que debe decirse o ser amado
Desdicha, vuelta a decir:
artesanía furiosa. Tuya es
la calma impura, la ignorancia
sabihonda. El doble filo
de la desventurada pesadumbre.
Desde la hierba
mi pequeño
alza los brazos
hace señas
a los pájaros
los llama
entre grandes silencios.
Entre el mar
y nosotros
hay árboles
y viento
Los pájaros son libres
no lo ven
o se hacen
que no pueden verlo
no vienen
pero andan por ahí
de cualquier modo
Entre ellos
y nosotros
brilla el sol
anda el amor
al aire
¡A la salud
de los pájaros
que es la salud
del universo!
¿Imaginó Machado (‘Si mi pluma
valiera tu pistola’), entre tristes
derrotados que tenían razón
sin embargo, a ese pie
traspasando la línea
ilusoria y real, nítidamente
viva, siendo el mismo
que en Collioure, ahora,
resbala quedamente hacia la tumba
dormida en tierra extraña?
Libres bajo el sol, los isleños maniobran dulcemente sobre el lomo del agua.
Sus embarcaciones se nos adelantan con intolerable rapidez.
Sus brazos crecen. Sus cuerpos cultivados por el tiempo conocen la alegría de estar en el mundo, la única seguridad.
Nosotros podemos saludarlos de lejos con un gesto.
Desde arriba contemplo a la bestia dentada
y recuerdo que en la infancia jugaba con una réplica
en peluche, mucho menos imponente,
presente en la formación sentimental de todo niño alpino.
El foso es la salida del laberinto medieval,
un camino sinuoso de piedra arenisca ocre
en la que han sido labradas las agujas más sorprendentes
y las ventanas de las viviendas.
Maresmer ver
desmeral dar
dar
ver
verd
verd smerald
Visio smaragdina. Juan Eduardo Cirlot
Un manto de materia verde cubre la montaña.
Verde, verde y verde. La alternancia con el rojo
y la rosa que abre entre hojas verdes, el verde helecho arborescente
y la verde piel del lagarto puntiagudo.
Pido al sol que en tu cuerpo se ufana y destaca
henchido de vigor rojo en las nalgas, mil lados
de la gema más buscada, repentina, ya incendiada.
Tu desvelo me llena y el deseo, tan denostado y
del que tanto dependo, corona mi cabeza y entra
en ti como negro impulso o negro brebaje amargo.
Caminando por la ancha avenida, en dirección norte,
el paso lento y cimbreado, las manos en los bolsillos
del estrecho pantalón vaquero, azul como las largas piernas.
La cadera prieta por el cinturón incitaba a la lectura
de dos inciciales entrelazadas en plata, trofeo ostentoso y viril
que anunciaba vete a ver qué locura desbocada,
allí mismo, en un oscuro lugar, verde y amarillo sobre el metal
quemante de tanto manoseo.
Disfrutaba de la arcana fuerza de juventud
no sin cierto sentimiento de cautiverio o distancia.
Entonces fumaba Gauloises hasta altas horas de la noche
y desayunaba en un viejo establecimiento de nombre extraordinario,
Megas Alexandros.
Alejado ya de la canícula, a medio morir,
mi cuerpo es una suprema anémona ardiente,
cubierto de oro,
víctima de complicadísimos rituales nupciales,
dominado por la luz, ligero como ya no puedo recordadr,
vencido por el agua, dueño, lumbre, rey.
Dueño de los aspectos ardientes e irracionales de la vida,
es capaz de alterar el comportamiento de los animales
en el jardín de Arcadia.
Parece ignorar, hasta el momento,
el suceso maravilloso que ha tenido lugar en el infierno.
independiente y lleno de energía, su poderoso cuerpo,
elástico y sano por los juegos y la guerra,
espera en armoniosa unidad respuesta de los dioses.
La partida
El dos es una casa donde las estrellas titilan encima
de todas las cabezas, el aire blanco, refractario, perfora
los convenidos puntos cardinales. Dices siete palabras
mágicas y un incendio podría despojarlo de todo
su sentido.
Ofrenda a Venus
Todo cuanto florece, todo lo que germina
es un reflejo del oscuro mirto que nace entre las olas.
(a Paul Bowles)
Sonaba en la calle una grabación de la cofradía gnaua
en un charco turbulento
y el inquilino se despertó confuso,
con profunda sensación de desamparo.
Paseó la vista por la habitación en penumbra
y advirtió que aún faltaba hasta que le sirvieran
su acostumbrada infusión de especias,
y con el corazón fúnebre de una rosa
me confesó que se durmió vestido.
(en la casa de Lezama Lima)
Qué impresionante silencio en la angosta saleta,
en el exacto lugar donde la voz atronadora
reclamaba cada tarde su café, en fina taza china,
colado y servido con amor de madre. Remedio certero
para aplacar el ritmo entrecortado, entre risotada y risotada,
y recomendar a Góngora, leer cada día a los franceses,
los de la rosa.
La joven yace envuelta en una fina mortaja de hilo
mientras Orfeo desciende a su encuentro, consumido por el fuego.
La pasión resbala como basalto envenenado o agitado
estuche de rubíes hasta la cintura.
La fina tela, sostenida por la curva de su pecho
plano y bellamente modelado,
cae dejando desnudo su hombro derecho.
Como una actinia oscura, rojo púrpura,
ni hablo mi lengua ni habito en mi país,
soy, eso sí, el heredero de una inteligente familia fenicia.
Heme aquí el fenicio del célebre poema de Eliot
para seguir siendo el ahogado para siempre.
Descubrir el peligro convierte a la ciudad en un lugar
rutinario. El horror da la pista de lo que hay que hacer
en semejante circunstancia, pues se trata siempre de buscar
la salida más rápida en lo que la violencia tiene de aproximación
a nosotros mismos.
Si hubiese creado el mundo abigarrado
y alguien me pidiese cuentas por ello,
lo llevaría a oler la fruta aplastada en el suelo.
Desde el inicio tenía la certeza de que las hormigas
recorrían continuamente mis piernas, decididas,
como luna inmóvil en el recuadro de la plaza.
El color turbio y verdoso de las aguas solidifica
en el aro de jade frío que aprieto entre los dedos.
De las tinieblas de la casa inferior,
una figura llena de majestad ascenderá por un momento,
en cuerpo de diosa, acaso una heroína.
No es seguro cuál sea su destino,
presa de amor, bajo el peso de sus faltas,
en el fuego de la lira, Eurídice,
la amada de Orfeo que vive en el infierno.
Señor de la despedida, su última intervención será
la más perfecta. Rápidamente se aleja de la luz más cruda
como escorpión atento a todo acontecimiento del subsuelo.
Todavía bajo la impresión de lo que acaba de presenciar,
vuelve hacia atrás la cabeza.
La inmensa planicie brumosa, húmeda, helada en su superficie,
tierra y cielo solidificados por meses y meses, no entra el azadón,
los enormes almácigos dispersos al borde de los canales
indican la cercanía de las granjas, extensa granja de ladrillo
y madera entrecruzada alrededor de una enorme explanada
que lleva por nombre Sophienhof, antecedente de mi sangre.
Todo aquel que estudia poesía
anuda en primer lugar la esquina de su turbante,
solitario y azul en torno a la cabeza.
Lo que dice quiere ser diáfano, en palabras cíclicas
que nunca aclaran el enigma, quizá por culpa de la luz
o de tanta desesperación que aflora en ávido tacto.