Emplumado común, zanate asesino, hueles la imprudencia del dé-
bil. Ignoras la oscuridad de tu plumaje y el ansia cabrona de la
ciudad que te cerca y te arrincona cada vez más. Soportas los
estertores luminosos con holgada resignación y jamás darás por
acabada tu propia corrientez primorosa.
Se acerca la primavera,
Marcia me odia, tanto
como yo amo a Lesbia, y
Catulo la amaba
Ella dice que es obscena
la manera de referirme a mis amigos;
que soy, en resumidas cuentas de collar,
una máscara ya obscena y amenamente
indeseable
Una máscara del teatro de la infelicidad.
a Chiquita Gramajo
Todo lo que deshaces en lo que oyes
te escucha: el aleteo de dormir.
Más que vivir el aleteo prohibido,
el escándalo disipado de un sueño:
Las voces,
los rostros borrados. Las bocas como esferas
y los ocultos ritmos, enterrados pasos
súbitos de un huésped auspicioso:
La noche en la casa vacía.
Sobre la familia
de un dibujo cortado en
los colores
El vientre cortado,
los juguetes.
¿Para qué volver a la unidad?
La naturaleza era la imitación del padre,
la mirada ilimitada de la Madre: y el amor,
aunque probablemente no era el amor, reclamó
una breve caída sobre otros silenciosos
tiempos.
.llegó, llegó el Principito. Su color, su dibujo.
Ese azul que no querías pesar
y ahora está en tus pesadillas;
ese amarillo de saturno y los planetas y las lunas
y los cráteres de mazapán de pastillaje de espuma.
Y tu sonrisa y la de él al decirme
que sólo leyeron eso -y tienen 20 años-:
El Principito.
Un coloquio remoto se hundía en la exageración
(miniatura de una incertidumbre
que lo amparaba): Algo querrá ahorrarnos
siempre, la pena de la escritura
El campo.
Todas sus cruzadas de comadronas
invisibles.
La arena de oro el sentido y del sentido,
madres desaparecidas.
in memoriam Silvia Redondo
¿suena un teléfono?
Es imposible, aquí, en el campo.
A menos que obedezcamos
a otras razones, a otras malas costumbres
iconográficas.
Es un pájaro que suena igual;
o la mixtura informe de dos frases
trinadas, que saltan a la vez de un gaznate
abierto al cielo,
a otro.
El campo,
un espacio donde los niños
confunden la belleza con la felicidad;
la luz los atonta, el flash doméstico
y natural los oculta en catacumbas, agujeros
negros, blancos conventos insonorizados,
sin follaje
oh pequeños religiosos de la exigencia:
una sonrisita fosforescente y acústica
y un abracito afectado que se conoce
en esa especie de Vacío Mundo
en otra más lejana galáctica
insaciable risita que lucha.
Cercano a la caducidad.
Al leño reseco de un altar olvidado.
Al secreto que quiere abolir
la intimidad en lo más viviente.
Y lo más joven, que hería,
es lo que vibra ahora con la especie alegría
cuando avanzás;
la verdadera juventud
entre los verdaderos árboles.
sólo el misterio busca compañía.
Busca. su alianza cruel con la ignorancia real
del deseo,
y de las cosas que por únicas
repite el carpe diem del deseo,
yo hablé
yo soñé
algo que no quiere adherirse
ni al secreto de sí mismo,
ni a la comparación que se rehúsa a cada forma todavía
Cree que el bigote del gato egipcio
es la comparación.
¡Cómo brilla en tus ojos
el brillo de tu casi niñez!
¡Cómo sumerjo en ellos
-azulceleste iridiscente-
mis años saturados de gris!
y salgo envuelto
en azulceleste.
Hemos venido aquí, desde muy niños,
a esperar, y a vivir.
Llevamos en las manos muchos años
y el otoño en lejanos comedores
vastos de sobremesa y de presagios.
Llevamos en las manos luces amarillentas,
deberes escolares,
gestos que conocimos
como iglesias de pueblo,
y en jardines que el invierno alargaba
los pequeños amigos desterrados.
Esta tarde que muere
es también vuestra tarde.
Bajo el ciclo fugitivo
es también vuestra voz el canto de estas nubes
que llenan mi pecho y huyen
y el canto de estas nubes es España.
España caliente manantial trazado con el viento,
el peso de mi sangre,
memoria del olvido.
Sola
cuando naciste estabas sola,
y ahora -muerta-
vuelves a estar sola.
El camino de enfrente es desolado,
con la sorda desolación
de la lluvia de verano,
con el monocorde chorrear
de canaletas,
y el melancólico sonido
de techos de zinc.
rostros de mujeres
rostros
risas de mujeres
risas
labios de mujeres
labios
lágrimas de mujeres
lágrimas
rostros, risas, labios, lágrimas.
Mujer,
perpetuamente viva
perpetuamente amada
Mujer
Hubo otras Navidades
de fiesta y de bullicio.
Hubo
Hubo otras Navidades
de niño, joven, hombre maduro.
Hubo
Hubo otras Navidades
Años Nuevos y Reyes Magos
Hubo
Y en medio del ruido de esta noche
recuerdo paseos y pesebres
sin pena, sin dolor,
con tan sólo un poco de nostalgia
porque
hubo otras Navidades.
Cazador entre los pinos,
al acecho de torcaces.
Otoñada.
Tus recuerdos son caminos
que regresan pertinaces
a la nada.
De mozo te conocí,
en este puesto secreto
vigilante,
como un ávido neblí,
por zarpar pugnando inquieto
desde el guante.
Cuando llegue la hora, no hagas ruido.
La casa bulliciosa
olvidará tu paso al poco de irte
como se olvida un sueño desabrido.
No te valdrá el amor ni la paciente
entrega a su cuidado.
Márchate silenciosa,
suavemente.
Me gustan la noche y su silencio
que desbarata hipocresías,
su pura y cándida insolencia
como el miedo que inquieta el sueño,
en desolada soledad, al dar las doce,
ese preámbulo incierto, de la aurora.
Me gustan la noche y su silencio
de luna y estrellas guiñadoras,
de zaguanes y esquivas sombras;
luces y pasiones en contraste,
donde repta la muerte, al dar las doce,
ese preámbulo incierto, de la aurora.
A Javier Egea,
que me regaló una rima.
Las dos hermanas ciegas de tu abuelo,
Pepita juntamente y Victoriana,
a contraluz las ves: sombras chinescas
entre el biombo de seda y la ventana.
Huye el año sesenta.
(Para Antonio Martínez Sarrión)
Yo, o lo que fuera entonces, navegaba
por el plácido mar materno,
cuando, un día de agosto,
doscientos antes de mi nacimiento,
y contando la misma
edad que ahora yo tengo,
del mester de la vida dimitiste.
Cuando lloro
lloro todos mis fracasos
apabullado.
Están y los acepto
en mi total desventura
que grita el grito absurdo y desquiciado
desde mi garganta.
Me recupero vuelvo a hablar
converso
con esta voz que no es la mía
-resquebrajada, inerme-
que ondula repitiente
y pretende ser mi voz
aquella mía
la de antes del derrumbe
firmeza y segura
mi voz
antes del colapso
de tu muerte en la que vivo y no soy yo
sino el desvergonzado
obsceno trashumante
que mi cuerpo usurpa día a día
(A Martín)
No te roce siquiera la piedad
si, al hojear el álbum de guardas desvaídas,
un colegial de floja cazadora,
cuyos ojos presagian el alcohol
de los años inhóspitos que estaban al acecho,
te mira desde el fondo del retrato
como si nunca hubiese roto un plato.
Pobrecita la luna,
hollada y desolada:
vestal del abismo
ultrajada.
Pobrecita la luna,
doncella mancillada
en su lecho de noche.
Pobrecita la luna
ultrajada, hollada, mancillada,
abandonada.
A Regaña Candina
Como una mala comedia de enredo,
así tus años mozos, por fortuna ya idos.
Querrías, sin embargo, que la frágil ternura
que todavía asocias a ciertas remembranzas
no fuera solamente ilusorio desvío
de la memoria al borde de su disolución.
A doña Josefina Plá, que en un atardecer, observando la luna
creciente dijo: pensar que alguna vez ya no podré verla
Luna creciente
barquichuelo solo
sobre el crepúsculo ardiente
de poniente.
Paleta loca
Que trasiega el cielo
do deriva el barquichelo solo
desamparado
en el mar
de crepúsculo.
Cuando vibra tu cuerpo
se encienden los lapachos
de agosto, florecidos
y al ser dos,
la soledad tan nuestra
las soledades se aúnan
brota el fuego que inflama
los sentidos
y somos entonces tú y yo
la burbuja palpitante
de tu cuerpo y el mío.
a Diana
tú eres el viaje a Europa postergado,
las vacaciones ansiadas,
el inquieto misterio de los sueños,
la tranquila presencia de la aurora.
tú eres el anhelo de gloria y de riquezas,
el afán,
la loca estratagema que la vida
urde en su deriva.
Alto día, en el flujo
despacioso del aire,
en el claro erigido
por el baile de aceros
de la luz, en la rama
cuya huraña negrura
fija la piel del agua,
fija la red del tiempo.
El puente nos afinca
entre riberas yermas.
En sombra, este ramaje
dispone celdas, redecillas,
calladas oquedades
de una penumbra
que la escarcha humedece apenas
con lengua terca y desprendida.
A espaldas de la luz
principiante,
mientras ladran los perros a lo lejos
y el íntimo rumor del aire
aviva los matojos de las lindes,
cuánta noche se anuda aún
en su corteza atenta
como una palabra no dicha,
como una sílaba prohibida
que el alba sólo atina a remedar
con voz y cuerpo largo
de calina.