El alfanje secreto (XX)

Ya vas rindiendo al tiempo su sórdida alcabala:
este rastro de azufre de los hijos del trueno,
este limón salobre que hiere la garganta
y esta luz de atalaya sobre el cielo morado.
Cuando todo presagia la noche por los templos,
la soledad del eco gutural en las bocas,
el alfar de los días y un alféizar sin nadie,
escucha el desconsuelo nocturno de los gatos.

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La aljaba del viajero (III)

Como un leproso oscuro, también tú has escapado
bajo estrellas secretas, por sierras tenebrosas,
por ríos rigurosos y desiertos salados.
Has sufrido el estigma ardiente de los días,
la raíz tuberosa de los amaneceres,
el tiempo y los cimientos húmedos de la tarde;
la arcilla de los años, la aljaba del deseo,
las flechas con cicuta de la casa de Omar.

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La aljaba del viajero (VII)

Cuando estabas mirando
las naranjas amargas de los huertos de Murcia,
el hijo de Ismaíl, el ciego del mercado
de dátiles de Málaga,
te ha tocado en el hombro para decir -y has visto
en su acento la tinta verde de la nostalgia:
– Si vuelves a Ispahán,
tráeme bulbos de nardos
azules como el mundo que ve quien se desmaya
y atardeceres rojos
detrás de las murallas de adobes incendiados
por la dulce almenara del cielo de poniente.

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La aljaba del viajero (X)

¿Estar en otro sitio…? El viaje verdadero
es aquel que se emprende sabiendo que ya nunca
volveremos al punto de partida, a la exacta
certeza de los puertos que dejamos atrás.
¿ Lo demás? Excursiones y argucias de la niebla.
El viajero cabal es el que nunca vuelve,
quien rompe las amarras y atraviesa la leve
espuma blanca y turbia que le unía al pasado,
el que rasga la túnica que ayer llevaba puesta.

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La memoria, ese alcázar (VI)

La ciudad de los ojos en tu recuerdo: el hilo
de luz en las callejas, los narradores ciegos
de cuentos, los viejos adivinos,
los camellos que traen maderas aromáticas.
El desertor, las torres, la algarabía del zoco,
los mercaderes tristes de marfil y tapices,
el azafrán, las cúpulas, el arrayán, los zócalos,
Al Fath el especiero y el domador de monos
que vienen del oasis remoto de Xauén.

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Lear bajo la tormenta

“Blow, winds and crack your cheeks”
Shakespeare

Sobrevuelan los buitres mi ceguera de nieve.
Ladran los perros. Anda
despierta la mentira mientras la esquirla afila
su venganza agudísima por mis ojos nublados.

Un erial pedregoso como una penitencia
abona mi osamenta y nutre la morada
flor antigua y sin savia de los días pasados.

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Los puertos de la tarde

‘veo llegar cada tarde mis restos a la playa’
J. Rodríguez Marcos

I

Así como el que cuenta sus denarios,
pesadamente inclina
su esqueleto de plomo en la tarde imprecisa,
así tú vas contando los ocasos del agua,
los ríos inseguros, los barcos que se llevan
el eco de los címbalos tras el viento delgado.

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Apocalipsis XX (Visión primera)

El cuerpo del monstruo fulmíneo llenaba el espacio
como un pez que se hubiese tragado la mar.
No existía ya sitio más que para un temblor
y la luz era a un tiempo su piel y su carne.
Un leve punto, gota, gota, embrión de la tiniebla,
apareció en el tenso vientre en llamas,
en el furioso vientre hurgó como semilla de la noche.

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Atalaya

Sobre este muro frío me han dejado
Con la sombra ceñida a la garganta
Donde oprime sus brotes de tormenta
Un canto vivo hasta quebrarse en ascuas.
Yo aquí mientras el sueño los despoja
Y en sueños comen su mentida baya
Para erguirse en las venas de la aurora
Pábulo gris de su sonrisa vana;
Yo aquí mientras los sabios inocentes
Y los tranquilos de crujiente casa
Durmiendo abajo, y aprendiendo el frío
De sus angostos mármoles descansan;
Yo aquí volteado por el viento negro
Que el olor de la noche desampara,
Los cabellos fundidos en raíces
Que van abriendo turbulentas lamas;
Yo solo entre planetas condenados
Que en busca de sus huesos se desmandan
—la edad del mundo en esta pobre sangre
que entre las quiebras de su historia clama—
yo aquí turbado por la paz bravía
que con sagaces témpanos me aplaca,
sintiendo entre las médulas ausentes
el duro frenesí de las espadas;
yo aquí velando, los desiertos ojos
quemado por el soplo de la nada,
las negras naves y los negros campos
vacíos de sus oros y sus lacras.

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Callar

a A. Rimbaud

Rigor de esta ciencia rara
que en relámpago indiviso
del infierno al paraíso
quiebra el color de mi cara.
Que ya no me desampara
su asistencia abrasadora,
la palabra me devora
si me aviva el pensamiento,
y en callada flor del viento
mi antigua canción demora.

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Combate imposible

Con astuta cabeza de zafiro,
Bloque de piedra fría y transparente,
Inmóvil, la mandíbula sellada,
Linda con la tiniebla el monstruo leve.

Mientras el polvo en que se duele el mundo
Curva su flor, su lágrima troquela,
Y entre los tersos cánticos del día
Sordas espadas con su vuelo templa.

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Desdén

a Paul Valéry

Vuélvete rosa desnuda
al carmen rosa del cielo.
La forma de mi desvelo
frente a tu sonrisa duda.
Quiero y no quiero tu ayuda
pábulo de mi agonía;
vuelvo la espalda a tu día,
y en esta nocturna rosa,
con tu ausencia rencorosa,
me quema la geometría.

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Interrogación ¿ ?

Dejóme Dios ver su cara
cuando entre paloma y flor
sobre aquel cielo mayor
brotó una blanca almenara;
dejóme Dios ver su cara?

Me miraba Dios acaso
cuando en la noche sin mella
dejaron lirio y centella
testimonio de mi paso;
me miraba Dios acaso?

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La página vacía

a Stéphane Mallarmé

Cómo atrever esta impura
cerrazón de sangre y fuego,
esta urgencia de astro ciego
contra tu feroz blancura.
Ausencia de la criatura
que su nacimiento espera,
de tu nieve prisionera
y de mis venas deudora,
en el revés de la aurora
y no de la primavera.

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La palabra

De pronto el viento que movía
Las vestiduras y las almas
Borra en un sueño de ala inmóvil
Su rumorosa torre de alas.

Cada mujer y cada hombre
Solo en su sola huella marcha,
Y se ignoran secretamente
En el desnudo de la plaza.

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La ráfaga

Tuvo en la mano el ramo erguido,
brioso relámpago de fiesta.
Por las corolas de ascendía
la luz amarga de la tierra,
la luz del hueso amanecido,
la luz en trance de cometa,
la luz alzada por su rostro
contra el fragor de la tiniebla;
la luz audaz que abre en su risco
despeñaderos a la abeja,
la luz que andaba por sus ojos
sobre las lágrimas sedientas.

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Liras (IV)

¿Por qué me duele el cielo
su luz de llaga que olvidó la muerte?
¿Por qué este oscuro duelo
que mi lengua pervierte
y en mi propio verdugo me convierte?

Voy a vivir la estrella
voy a tocar su frente de alegría.

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Liras (V)

Voy a llorar sin prisa.
Voy a llorar hasta olvidar el llanto
y lograr la sonrisa
sin cerrazón de espanto
que traspase mis huesos y mi canto.

Por el árbol inerme
que un corazón de pájaro calienta
y sin gemido duerme,
yal gran silencio enfrenta
sin esta altiva lengua cenicienta.

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Mira

Ven, acércate hermano, ven y mira
la vena enlucerada que desciende
lenta por las entrañas pudorosas
del animal vencido; ven y mira
como quien quiere ver: adentro mira.

Quiero mostrarte esta sencilla puerta
que no has abierto nunca y se te ofrece
bajo las cerraduras celestiales
que abrasan mano y sangre y pensamiento;
que te devoran sin razón ni duda,
que te hacen circular por la ceniza,
que te avientan en aires pavorosos
y te devuelven a tu triste sangre,
a tu quieta mirada te devuelven,
a tus éxtasis, vagos a gu asombro,
a tu límite frío, a tus miserias,
a este asomarse a las entrañas puras
de un animal vencido… Pero mira,
mira y verás el rastro enlucerado,
mira y verás, porque salvado seas.

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No puedo

No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas:
he de salir al camino
donde el mundo gira y clama,
he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.

He de salir a mirar
cómo crece y se derrama
sobre el planeta encogido
la desatinada raza
que quiebra su fuente y luego
llora la ausencia del agua.

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Tiempo II (X)

¿Cuándo la rosa concibió este frío?
¿Cuándo esta leve sombra cazadora
afinó en mi garganta su rudeza
y me detuvo en la canción que llora?
¿Cuándo nació la pálida maleza
que enturbia el goce de su pulcra aurora?
¿Cuándo perdí su celestial privanza,
de sangre a sangre el nudo y la alabanza?

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Tiempo III (XV)

Tu aire esculpe el otoño en mi garganta.
La lumbre de las uvas montaraces
mis arriscadas vértebras levanta.

Dividio entre lágrimas rapaces
cruzo tus laberintos transparentes
empañados de perros y torcaces.

Palpo en tu rostro mis cenizas, claras,
mis pies vislumbro en tus cerradas fuentes.

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Yo te sentí, paloma

Yo te sentí, paloma, en las mejillas
recién salidas del manzano alerta.
Tu cauto pico me encontró despierta
deletreando arenales y gramillas.

Jugaba un aire enano en mis rodillas
cuando tu anunciación pasó mi puerta.
Liviano amanecer, mi frente abierta
sufrió la voluntad de las semillas.

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Animales

Colgadas de cualquier frágil almanaque
las arañas se descalzan
y empiezan a tejer
las pálidas camisas
que sudaré mañana.
Y en el piso
de una apartadísima caverna
las cucarachas mezclan sombras
con el estiércol de dientudos pájaros:
ellas me preguntarán mañana
por qué estamos aquí.

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Canción del escriba de pie (4-6)

4

‘Si miramos el desierto
como un cuero de camello
aplastado por la luz
no podremos ver cada partícula
que a cada instante abandona
su grano de arena.
Y el polvo así formándose
con quemados elementos de planetas
de veloces deyecciones
y de tronchadas médulas
llegará sin fatiga
a tocar las garras
de la más inmóvil dueña del miedo.’

No: yo jamás escribí ni pinté
el discurso de ningún viajero
ni mencioné las ruinas imperiales
ni escuché las preguntas
que sólo un rey de pupilas arrancadas
pudo responder.

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Ciertas lágrimas

Una muchacha arroja sus lágrimas
a través de los nervios negros
del teléfono.
¿Dónde ha nacido
el origen de esas aguas
desesperadas que manchan
la acidez de la sal?
Una muchacha simplemente
expulsa respiraciones floraciones
dulces mocos
y oxígenos oxidados.

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