Tigres esta isla barbara sustenta.
Se dice que del mar horribles focas
Salen tambidn; 6 acaso armas ajenas
Traspasarán mi pecho entre estas rocas.
iHaga el cielo a. lo menos que en cadenas
No me pongan mis asperos destinos,
Hilando cual esclava en duras penasi
Siendo nieta de Apolo, hija de Minos,
Y lo que es más, ya tuya en esponsales
iAh, no lo permitáis, dioses divinos!
AsI mi musa suele
En ocasiones
Jugar, por divertirse,
Pares y nones.
A Ia doncella de trece
Que ya de novelas gusta,
Y el padre Parra la asusta
Si la madre se Jo ofrece;
Y que, si el chulo aparece,
Cortando aill la lectura,
A cantarle se apresura
Apasionados cantares:
DIgole pares.
La Resolución.
Yo fuf jóven y amé. IVanos anhelos!
Pues buscando placeres y duizura,
Hallé tan solo do esperé ventura
Sustos, temores, ansias y desvelos.
Quise a Silvia, probe mil desconsuelos;
Amé a Lesbia, llenéme de amargura;
Adore a Clori, vi mi desventura;
Idolatré a.
Te rodean las aves de presa.
Se desplazan
con ojos avizores.
De la inmensidad del cielo bajan.
Deslenguada y altiva la ciudad aparece en el papel.
Habla de un solo entierro donde hubo numerosas viudas.
De casas de vidrio mecidas por el viento.
Sobre un par de máscaras que se quiebran a plena luz.
Esas y otras historias se dispersan veloces
como lebreles ingleses en los días de caza.
Alguien tiene que sentarse a mirar lo que sucede
en esta ciudad presumida.
El poder ciego permite el avance de estatuas desgraciadas.
Los pájaros regresan del invierno como hatos de luz.
El décimo día de noviembre
gauchos amanecidos fuera de las pampas
hacen retumbar galopes por los suburbios.
Algunos poetas me escriben cartas
donde me cuentan que deliran por el lejano sur.
No son pocos los que me imaginan en una casa
construida con maderas claveteadas,
escribiendo sin cesar mientras la nieve cae y cae
Hasta piensan que suelo estar sentada junto al fuego,
como si fuese un personaje de ciertas novelas decimonónicas,
y me piden que les describa el silencio porque ellos ya no lo recuerdan.
Aleteos de pájaros
y el cielo tan oscuro,
los árboles
se agitan en danza.
Por la calle corre
aire frío.
El cartero y su bolsa
pasan de largo.
Los dioses no se detuvieron
en esta ciudad arisca
y asesina.
Antiguos como el mar
más testarudos que una mula,
recalaron con sus dones
en otras tierras.
Quien no lo sepa,
quien intente negarlo,
padecerá sus trampas.
El invierno se acaba,
la gente está loca,
esa desmesura produce
discusiones tribales.
Se retira el invierno
desaparece la nieve.
Algunos permanecerán alterados.
En este día tan de madriguera
la ciudad descansa de una mala noticia.
Ahora cerrarán las puertas con varias llaves.
Perros negros vigilarán las casas.
Los insomnes no dejarán de escuchar disparos.
Un ebrio tambaleante
irrumpirá
en la noche.
Apareció el sol
y el miedo de cegarme también
presencia descarnada
la que mira no soy yo
sino la que de noche tajea el cielo
y al amanecer anda perdida
emparchando fisuras
la que se quiebra
de tanto deseo de lo que no existe.
Y en el Líbano era encierro
hasta las cinco de la tarde:
no podía salir a la calle
sin que el sol la abrasara
llegaban los extraños vientos
y el vendaval de polvo levantando murallas
en los ojos
y en la comida y en la garganta
el polvo
del color de esa gente morena
lastimaba su palidez
imposible escapar
de la respiración implacable del desierto
mejor cerrar los ojos
y los labios,
dejar pasar los vientos ardientes
como antes la nieve
barrida por el temporal de la estepa
pensó que era pecado
en el calor enloquecido
recordar el paisaje del hielo
y lloraba
porque toda la tierra
le era inhóspita.
Hablaba varios idiomas
polaco, español, lituano,
alemán, latín, inglés,
apenas pudimos decirnos algo
en todos estos años
hay un mesa entre nosotras
aquí sentamos todo lo que de ambas no sabemos
tengo un diccionario
hiszpansko-polski
una guía turística
de lugares que no sé pronunciar el nombre
ella está sentada
al borde de sus últimos silencios
y pienso en algo que pueda unirnos:
lo lejano que se siente
lo que no puede decirse, tal vez
o que a ninguna
nos hayan servido de nada las palabras
pero no encuentro nada para decirle
y ella guardó para sí lo impronunciable.
Como en Coney Island
nunca estuve y nunca estaré
la lejanía
Cuando imagino su nombre sólo veo el pavimento
la dureza del gris donde arrastraron sus pisadas mis abuelos
No sé una palabra del idioma
de zetas y eses
El lenguaje que la lengua no pronuncia
que pronuncia la lejanía
dice : Warszawa
El mapa partido, el territorio es lejanía
para siempre se aparta
de dueños eventuales
Para siempre en su pasado que se me cierra
para siempre Warszawa como el marco de la puerta
después del temblor
o es el temblor mismo
y tristísimo
El nacimiento se me partió en la lejanía de un territorio
Luego
un despliegue
de sus tácticas & estrategias
para sobrevivir
Luego
vinieron Siberia & las cáscaras de papa para el
hambre
& El Líbano & Irán
& Egipto & Palestina & Londres
último
el mapa partido & este país
De Warszawa en mi rostro no queda rastro alguno
ni el nombre permanece
ni la lejanía siquiera
y sólo veo quedarse un semblante como un muro
un recuerdo que lo jaspea
los ojos aguados
de todo un lado de mi familia.
Igual que una vestal pisoteada,
permanece escondida y silenciosa.
Pero a veces, renace inmaculada,
y de nuevo, como una antigua diosa,
por sus secretos fieles invocada,
se yergue intacta, fatal, majestuosa,
y en el milagro súbito de un verso,
de pronto, nos descifra el universo.
Lo sé, lo sé, pero mi rostro finge
oír una noticia inesperada;
Lo sé, lo sé, porque tus ojos brillan
otra vez al llegar cada mañana.
Pensabas, me dices, con ese miedo
que se parece tanto a la esperanza,
estar a salvo ya de la tormenta
y el naufragio, en aburrida calma,
si no feliz, al menos protegida
de aquel dolor que destrozó tu alma.
Es tan adorable introducirme
en su lecho, y que mi mano viajera
descanse, entre sus piernas, descuidada,
y al desenvainar la columna tersa
su cimera encarnada y jugosa
tendrá el sabor de las fresas, picante
presenciar la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe usar,
mostrarle el sonrosado engarce
al indeciso dedo, mientras en pérfidas
y precisas dosis se le administra audacia.
Edad inimitable, a tu espejo interrogo
en cuál de mis innumerables
alacenas está la máscara de diosa
que de oscuro los mármoles cubría.
Vuestro fervor, tan obsesivo éxtasis,
la hizo hermosa y distante y proclamó única.
Sin embargo, tantas veces os maltrató!
En sus dedos la ostia lunar amanece, se alza desde el vaso sagrado, brilla
sobre el carmesí de la casulla. Y cómo ir, cómo prosternarme, cómo abrir la herida de mi boca a la luz
si en mis entrañas anidan los petreles y mis venas son astas de ciervo y mi cuerpo es batalla con sus brechas
y minas.
Cuando en la noche surge tu ventana,
el oro, taladrando los visillos,
introduce en mi alcoba tu presencia.
Me levanto e intento sorprenderte,
asistir al momento en que tu torso cruce
los cristales y la tibia camisa
sea a la silla lanzada.
Cada noche implacable, cada noche,
la ginebra cimbrea visiones y deseos,
y un lamento de intolerable ansia
-dice llamarse música- exhausta se sucede.
Y el neón carmesí, cordoncillo enredado
en la pálida estrella de la aurora
sólo es sangre delgada.
Si recordaras, amor mío, qué es lo que te aguarda
tras las seguras paredes de la espera.
Si recordaras cómo ¡y qué cruelmente! el deseo atendido
oculta su puñalada de decepción.
Si recordaras que, una vez que la pasión estalla, el secreto
deja de ser escudo y huída,
no me insistirías para que te mostrara, para que te ofreciera,
para que te otorgue.
Si recordaras, amor mío, qué es lo que te aguarda tras las
seguras paredes de la espera.
Si recordaras cómo ¡y qué cruelmente! el deseo atendido
oculta su puñalada de decepción.
Si recordaras que, una vez que la pasión estalla, el secreto
deja de ser escudo y huída,
no me insistirías para que te mostrara, para que te ofreciera,
para que te otorgue.
Pero acúsome también de ser tribuna de orgullo. Acúsome de toda la
vanagloria que me asiste al comprobar que vos, capaz de convocar con una divina fórmula la Carne y la Sangre
de Ntro. Señor, jamás poseeréis la palabra que hiciera nacer el tacto de tu cuerpo entre vuestros dedos consagrados.
Si con Noviembre un penetrante nardo ahogara los temblores de mis sábanas. Si lágrimas de lluvia diluyeran
sucesos anteriores, y de mis ojos cayeran como hojas de otoño, desnudándolos. Si el tiempo desandase
hasta cuando era inocente todavía y quieto y transparente. Y si, además, pudiera apresurarse, desplegar el velo
que mi mirada contuviera, antes de que la suya alcanzara.
Mis ojos, por tu cuerpo reclamados,
de su hermosura avisan, amplio torso devastan
y en la estrecha cadera contiénense aturdidos.
Sin indulgencia alguna muestran al labio hambriento,
de cerezas mordientes, la semilla
y al igual que mis dedos el más ardiente roce
de tu piel se presagia, de la amatista intrusa
e irisado pezón, en mi confusa lengua
avívase su tacto.