el otoño deja atrás tantas cosas
los árboles lo eligen para despojarse
y volverse línea, red, circulación pura
para llegar al invierno transformados
en ríos de fibra que desembocan en la tierra
y así unirse con su oscura mitad subterránea
el otoño desestima el color verde
y transforma a los árboles en antenas
que cargan de energía a la batería del mundo
en los meses de silencio.
Poemas argentinos
Eras una flor que ocupaba toda la sala
eras un melón que pretendía suplantar al sol
exhalabas un aroma que prometía jugos dulcísimos
pero una vez ya no estuviste más
y cuando pienso en eso pienso que
el sol quemó la flor y evaporó el jugo
y lo único dulce que existe hoy es tu recuerdo.
Escuchamos tantas veces a Billie Holliday
que la luna se puso negra
tu mirada caía sobre mí
erotizando todo lo que tocaba
nunca estuvo tan rojo mi corazón
como esa noche en la que parecía
haber tiempo para todo
Hubo un verano con muchas despedidas
fue el verano más largo en años
los días se enroscaban sobre sí mismos y volvían a empezar
las flores caían sobre el pavimento y se ahogaban en su propio jugo
fue un verano triste a pesar de tanto sol
la humedad hacía más profundo el silencio de las siestas
y cuando por fin llegaba la noche
el hondo canto de los búhos duraba hasta morir.
Las filosas guitarras del DF
no alcanzan a cortar el hilo
que trae tu recuerdo en olas
pero yo prefiero pensar en una historia
con doble final
(los caminos se bifurcan en cualquier jardín
sea propio o ajeno)
elegir entre las tibias humedades nocturnas
o el rocío insano de la mañana
imaginar la melodía que refleje estos fragmentos
es un magnífico ejercicio para los sentidos
y la luz es tan delicada al llegar
con su ritmo de mareas
que hasta el eco de las guitarras
se desvanece en el aire.
Las tensiones primordiales
forman a menudo una cruz
es decir, se resuelven en un punto
y punto con punto con punto
construyen el núcleo de la red
donde los vacíos intermedios sostienen
el curso y el devenir del mundo
como se sostiene desde siempre
el telón endeble que simula el cielo.
Pintando las paredes del suburbio
con declaraciones de amor
pensar en la belleza no siempre ayuda.
En los sillones de la disco
el deseo se trasviste en vértigo
verde flúo limón, cuánta sed
pero es invierno y esta chica no sé quién es
los graffitis de amor se descascaran
borrados por la lluvia, en cuanto a nosotros
nos entretenemos bebiendo placebos
semicírculos azules en el aire,
se hicieron las 7 y la blonda se fue en bondi
después de todo, casi todos
habitan un lugar
sito en Vulgaria.
Retrato de familia, el niño gordito
en el centro del cuadro,
el perro parado en dos patas muestra
una excitación inesperada
la abuela sonríe a la nada mirando al pajarito
el padre susurra en el oído a su esposa: no seas zonza
es sólo el destello del flash
pero ella insiste en brillar esparcida en lágrimas
el perro se acerca a la abuela
el niño pide un helado de crema
el flash apagado no dejó secuelas.
Viene la luna en su gala de esfera
vestida de carmesí y arranca
licores de las bocas,
con su sonrisa helada fascina
jovencitas que estremecidas por el derrame
de su primera sangre
aferran contra su pecho un bello narciso
y todo es misterio como si fuera
un sueño como si fuera la muerte
como si fuera mañana
Demencia:
el camino más alto y más desierto.
Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes,
afónicas lamentaciones.
Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.
¡Nos unió la mañana con sus risas!
En las rondas del sol
canciones de naranjas.
Danzas de nuestros cuerpos
desnudos -rojo bronce.
El olor de la luz era sagrado:
música de horizontes,
espacio de paisajes –
rojo y bronce –
ruido de melodías,
himno de soles,
eternidad
y abismo de la dicha
en la alegría loca de los vientos.
Ponderan los ocasos gustos violetas.
Un árbol negro, un árbol blanco, un árbol verde
cuelgan sus blusas
en la inmovilidad.
Ha cerrado sus párpados el viento.
Luces deshechas;
pétalos estrujados
en superposiciones.
Ponderan los ocasos gustos violetas.
El hombre de los ojos
atormentados,
que ha mirado mil auroras del mar
desde las grandes proas,
tiene el secreto
de las neblinas, las compactas y húmedas neblinas;
tiene el secreto de las claridades,
de las muy anchas, de las ilimitadas claridades
que estallan como granizadas
sobre los barcos clavados y desclavados
en los planos soleados de los días.
En mi gemido
conté mi soledad envejecida; conté todas las noches de mis días.
Mis huesos cantan el misterio del mundo.
El agua perturbada de mi reposo.
Me veo en mi gemido según pavores de inocencia.
Paz, paz:
oído de mis palabras.
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
Pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.
Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Ha entrado la noche,
la noche de los días con sus noches, la tierras
frías y los bosques muertos.
Ha entrado la noche de la carne y de los sentidos,
la noche de las tierras caídas y los cielos muertos.
Amanecer de invierno.
Un puerto.
Ha roto su órbita un silbato
sobre los hombros de la bruma.
Lamentación del mar
y cobres de los horizontes.
Se contraen las torres silenciosas;
beben las calles gritos
en sus campanas.
Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles ya se me canta aceite de júbilos.
Siento en mis manos venir la estrella de la mañana.
Zarpas monótonas
amarillentas de las horas
de Otoño,
en las cifras muy lentas de mi hastío.
Tonalidades;
respuestas y llamadas de motivos
en una discordancia de apariencias.
Brilla el cristal de mi locura.
Efervescencias bruscas;
ojos endemoniados de un molino
junto al enorme zueco
de una carreta que relincha.
De veras que no sé qué hacer contigo,
oh César, hasta ayer blanda pelusa.
Llena de rebelión está tu blusa,
y aunque no quieras ya eres mi enemigo.
Alzo la voz, levanto el dedo y digo
esto y lo otro, en fin, lo que se usa…
¡Si hasta te inspira ya contraria musa
y, a tu padre, prefieres a tu amigo!
Hijita: con tu venida
este verano feliz,
has agregado un matiz
maravilloso a mi vida.
Que te vea yo crecida
y no quiero más riqueza:
entre la tuya que empieza
y la de ella al terminar
veré mis años pasar,
mas pasarán en belleza.
Última flor de mi áspero camino,
mejor que última flor, flor de las flores,
resumen de lo humano y lo divino,
escapas, huyes por los corredores.
Sólo veo tus rizos saltarines
y de tus dulces codos los hoyuelos,
mientras de puntas en tus escarpines
eras la bailarina de los cielos.
Pienso a veces con algo de tristeza
que pudiste elegir para tu viaje
—claro de luna y temblador follaje—
la cuna de marfil de la riqueza.
Perdona mi poética pobreza
y el combativo hogar al que te traje,
mas tu hermano mayor será tu paje
y yo el primer cantor de tu belleza.
Desnuda como un yunque, mesa mía,
no admites ni una flor para tu adorno,
nada se aquieta en ti ni permanece:
el torrente infantil lo barre todo
Negro tintero, blando cartapacio,
búcaro de cristal o marco de oro
hace mucho que están en las alturas
o yacen de cajones en el fondo.
Es compañero Ricardo
tu novela campesina
tan nuestra, tan argentinas
como el ombú, como el cardo.
Epico aliento del bardo
resopla en ella profundo
nos ha descubierto un nundo
ahí no más, que nos asombra.
¡Que para segundo sombra
no haya de sombra un segundo!
Jamás he visto a nadie, señor, en sus ventanas,
siempre el gris antipático de herméticas persianas.
El hermoso jardín se muere flor a flor,
inútilmente eleva su chorro el surtidor.
Como no hay criaturas que lo pueblen de trinos,
ni siquiera gorriones saltan por los caminos.
Llegaste un día hasta mi casa,
hasta mi puerta doctoral;
de un alamillo eras la sombra,
frío, sin hojas, otoñal.
Con tu presencia ya decías
más que pudieras hablar,
y me dijiste lo preciso
que no olvida nunca más.
Estás hecha, mujer, para evocada
contra el nocturno ébano bruñido:
eres como un jazmín humedecido,
eres como una valva nacarada.
Incitante frescor de agua salada
engólfase en tu nuca, estremecido;
tienes los ojos de un color perdido,
tu boca como el mar es ondulada
y un alga de oro finge tu melena.
Esfenoides, huesito misterioso,
calado, aéreo:
¿para qué quieres tus cuatro alas
inmóviles en medio del cerebro?
Pajarito, pajarito,
llevarás mi alma al cielo.
Embadurna de luz el alba mi postigo,
y a perfilarse empiezan mis pobres muebles viejos…
Los primeros en despertar son los espejos.
Pende la luz eléctrica del techo, como un higo.
Tienen mis pobres muebles un manso despertar,
sobre todo el lavabo… Acoge a la mañana
como deshecho en blancas risas de porcelana.
I
Te has traído, hijo mío,
cierto aspecto de viejo:
la carita arrugada,
las manos con pellejos.
Envuelto en tus pañales
y abrigados pañuelos,
apenas se te ven
cuatro pelitos negros.
Un envoltorio largo,
un conito perfecto.
Cuando regreso a casa no me lavo las manos
si es que he estado contigo un instante no más,
el aroma retengo que tú dejas en ellas
como una joya vaga o una flor ideal.
Por aquí huelo a rosas y por allá a jazmines,
alientos de tus ropas, auras de tu beldad,
aproximo una silla y me siento a la mesa
y sabe a ti y a trigo el bocado de pan.
Es menester que vengas,
mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho,
y torno a ser el hombre abandonado
que antaño fui, mujer, y tengo miedo.
¡Qué sabia dirección la de tus manos!
¡Qué alta luz la de tus ojos negros!
Darío, Silva, Nervo, B. Fernández Moreno…
Delante de mis ojos tengo el programa abierto.
Capuchón de la lluvia, arbusto de sol lleno,
yo soy el que te ama, pero mírame muerto.
Era la sombra del amor,
la sombra del amor: no pudo ser.
Ya pasó por mi vida otro dolor,
ya pasó otra mujer.
No era su pecho mi cabezal,
no eran sus manos las guiadoras
por el camino triste y fatal.
Aunque tuvieras, poeta,
un castillo en una cumbre,
un salón lleno de lumbre
y un gran sillón de vaqueta;
al llegar la noche quieta,
sobre mi hastío de pie,
me diría: bueno, ¿y qué?
y componiéndome el talle
me largaría a la calle,
a la calle y al café.
Debajo de la aljaba
no te dejaba,
por si alguna saeta
se disparaba.
En el aro ligero de la luna
canta para mí solo un ruiseñor.
A cada golpe de oro de su pico
brota en el aire una constelación.
Canta el pájaro pardo dulcemente
y se eriza de plumas y palor.
Te veo de plantón en esta esquina
desde hace muchos años, diez cabales,
capeando en el invierno temporales,
desgarrado de pelo y de chalina.
Ojo avizor y palabrita fina
en torno a los clientes habituales,
o rayado por luces espectrales,
o verde de la estrella matutina.
No habíamos hablado dos veces en la vida.
La noche que supimos la muerte de Darío
te encontré en el café de Perú y Avenida,
y esa noche rodó tu llanto con el mío.
Y caminamos juntos por la ciudad dormida,
bajo el cielo de estrellas calientes del estío.
Vaquillona con cuero y un vinillo,
de Mendoza, notable.
—¡A la criolla, amigo! el dueño de la estancia.
—¡A la criolla, Señor! la esposa, en sus percales.
—¡A la criolla, Don! un peón malicioso.
Un amigo: —¡A la criolla, che Fernández!
Con las primeras luces de la aurora
viene el lechero a la contigua casa.
Se acercan tintineando las esquilas
de un par de vacas con sus ternerillos
y un ruido seco, familiar, menudo,
hacen contra la piedra las pezuñas.
Con tanta claridad veo la escena
como si fuera de cristal mi cuarto.
Tranquilamente la comida observo:
son cuatro hombres y una mujer vieja.
Ellos están caídos sobre el plato,
comen con rapidez y silenciosos.
Con cada cucharada me parece
que se tragan también un pensamiento.
Y en camisa los cuatro, recogidas
las mangas hasta el codo, y en la espalda
las equis negras de los tiradores.
¡Vengo de la cocina, vengo de la cocina!
Traía en grandes manchas en el traje, la harina.
En las pálidas manos, entre los dedos finos,
olor agudo a especias, canelas y cominos.
Al fondo de los ojos, en grueso punto de oro,
traía de las ascuas el alegre tesoro.
Debe el beso venir desde la hondura
de una cabeza baja y atraída
en la penumbra gris desvanecida
mientras un viento vuele de frescura.
Boca entreabierta, elástica, madura,
que en el atardecer se haga una herida.
Toda ella roja de profunda vida
con un signo mortal: la dentadura.
Cuaderno,
cuaderno en que la amada
copia mis versos y dibuja flores.
Eres como una rueca torneada
donde se fuera hilando, poco a poco,
toda la buena seda de mi alma.
¿En qué oculto cajón
de quién sabe qué mueble y en qué casa,
te encontrarán las manos revoltosas
de nuestros hijos?
Contento estoy con este cuarto humilde
de ventana a la calle y puerta al patio.
Acabo de almorzar, en él me encierro
Y en su cama me tiro largo a largo.
El campo duerme y hay silencio en casa,
tal vez chilla un molino o canta un gallo.
¿Qué del paisaje de marfil me queda
éstos de soledad, días transidos?
El movedizo juego de tus pechos,
balanceo de rosas, de palomas,
menos aún, dos grandes gotas de agua
rodando en el espacio vacilantes.
Así van, así van de un lado a otro,
gotas doradas, pompas de ti misma,
hasta que al fin, horizontal, se aquietan,
apaciguados, graves, circulares,
apenas temblorosos en la noche.
Tu nombre es terso, claro, deslumbrante,
como la hoja desnuda de una espada.
En el aire se aguza como el aire
y en el agua se estría como el agua.
Para ser suspirado entre palmeras,
al fondo del harén, a una sultana,
entre un rebaño pálido de eunucos
y el brillo corvo de las cimitarras.