que hayan nacido de mujer
la escamosa superficie de estas islas
no puede engañarme:
estas no son las hijas verdaderas
del volcán que ardió en el Pleistoceno,
son apenas figuras que el sueño
engendró torcidas
más por diversión, por capricho de artista
que por mejor imitar a su modelo;
les paso la mano por encima
y agarro aire, si es que agarro;
si es que muevo la mano, si pudiera
moverla, si tuviera
mano:
lo cual no es obvio, lo cual no es evidente.
Poemas argentinos
La sombra de mi mano derecha
es una mano izquierda – lo que escribo
alguien lo escribe desde adentro del papel,
la punta de su lápiz contra el mío.
Me gustaría saber si ése es feliz.
Me gustaría saber cómo suenan
esos versos que corren al revés
rumbo al Oeste de un mundo inclinado.
moverme yo sino por la parálisis
simultánea de la opacidad
y del sentido: te miro
desesperado, no parece que lo notes,
parece, no parece, me acuerdo
que acá le dicen brillos al diamante.
Como quien percibiera dormido el cuerpo
inmóvil, sin entender que se está quieto
porque uno duerme:
y le ordenara, en el sueño, moverse,
sin lograr que obedezca, estando,
como está, boca abajo, dormido:
en un cuarto feo, azul
que por suerte o por desgracia uno
no llega a ver
estando, como está, dormido,
estampado en la cama, creyendo
que se quedó paralítico, que
la cama, horizontal, es un muro
vertical, o peor, una barrera
invisible
como el cuarto feo y azul
que, por suerte o por desgracia, uno
no llega a ver
soñando, como sueña, que está
paralítico entre el rojo
zigzag.
es sutil el origen de estas islas,
que trae la noche y vienen con el sueño.
Algo que, digamos, hubiera quedado irresuelto en el pasado
aunque es inútil buscar, retrospectivamente,
cicatrices o indicios de angustia
en las calas cubiertas de resaca,
en el pueblo negro de iguanas
sobre la costa catatónica:
la búsqueda podría,
como un detective distraído, fabricar pistas falsas
o adulterar las verdaderas.
He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Marea de mi corazón
déjame ir
en las ligustrinas
como un insecto o como la
misma ligustrina en el rumor
en el rasante
vuelo de las
golondrinas alrededor
de los aleros en la música
minimal donde se hunde
mi vecino mientras tapiza
con golpecitos los respaldos
de las sillas en el sol
rasgado por la brisa
no ser lo otro
lo que mira.
Aquella luna roja en la vigilia
bebió la sangre de mi entraña.
Hubo demonios escondidos
en el trigal
que sorbieron todas las gotas de mi savia.
Sin buscarte,
habías venido a mí.
Estaba mi boca entreabierta deambulando por los senderos secos y
agrios,
cuando fui a tu encuentro.
Me sumerjo en el imperio de la noche
desde aquel palacio rodeado de un séquito de dioses
que hieren con sarcasmo
mientras recogemos lirios prohibidos.
Mi cuerpo
a veces deshabitado del presente
comienza a ensoñar
recorriendo los laberintos del sexo.
Por qué, padre,
me he jugado la vida.
Hubo un tiempo
en que aceché al ser
que fisgoneaba por sentidos peligrosos.
Y así , con el ardor ácido de un golpe invisible,
se acalambrararon mis carnes
aguijoneadas mil veces
por esa furia execrable.
Te amé entre la letra negra de átomos iracundos.
En el instante fugaz de un encuentro azaroso.
En la embriaguez de un corazón transfigurado
por resplandores marchitos.
En la tormenta estival de amores desechos.
En la ruptura del otoño imaginando tus orgasmos.
El carnaval explota en sus colores.
Un hombre baila con la muerte en el centro de la pista,
lleva en sus brazos un esqueleto y todos miran, ríen y sospechan.
Hay hombres que creen que el carnaval constituye algo así como la vida,
se disfrazan a diario,
disfrazan a sus mujeres.
Me hablas desde el pasado extinguido y te escucho,
y al escucharte soy joven, benévola, incipiente.
Me hablas y en cada frase reconozco
mi locura de ayer, fuerte y desmesurada
como el azar y la suerte.
Escribir es volver sin volver,
indagar el desperfecto del espejo
Me hablas y hay otros hombres.
A Clara
Ella escribe.
Da vueltas por la casa aplastada de palabras,
por las calles de transeúnte del tiempo,
por las sombras de ese otoño permanente,
allí donde el sol sólo alborea en mañanas extrañas.
Generación tras generación nace la palabra.
Un bisabuelo meciéndose en su sillón de mimbre.
Una abuela partera y crías de gorrión.
Olores a guisos y a frasquitos de éter.
La línea paterna: una ruleta, el pleno al diecisiete.
Ruidos de aviones que planean y nos llevan.
Un magma entorpeciendo las imágenes.
A Clara y Federico
Mediodía, agujero de luz,
gaviotas en vuelo alto.
Al atardecer parecen no estar, sin embargo
sus huellas precisas
han dejado marca sobre la arena.
—A veces creemos el horizonte libre de huellas,
creemos haber cruzado definitivamente las aguas—
Atardecer.
Qué hubiera sido de ella si no se hubiera ido,
si las viejas caras a la entrada de los cines, odios y amores de antaño
acompañaran la última de Chabrol. Y los sueños.
Qué hubiera sido de ella si nadie hubiera muerto,
si los muertos fueran sólo los abuelos y la tía octogenaria.
Buscando entre heroínas antiguas,
releyendo crudos y amargos diálogos de amor y de muerte,
entreteniendo la tarde de invierno con té y viejos rencores adosados a un sueño,
así, entre mis libros de mujeres,
te encuentro.
Vuelvo a encontrarte,
hoy que todas las batallas damos por perdidas,
porque hemos triunfado en lo que se puede,
hemos abandonado dices, satisfecho, el imposible.
La historia no termina.
¿Qué paloma mensajera mandaré esta vez,
qué luz en el cielo harás brillar
para que vea tu naufragio,
para que sepas de mi naufragio?
Solo así, distantes,
conservamos la ilusión del desembarco.
Pieza equívoca.
Te conocí de rojo,
terciopelo que un hombre deseaba acariciar.
¿Cuándo olvidaste los cordeles del verano?
Pescabas peras pequeñas con la boca luego de arrojarlas al río
y el mundo era agua fresca
Tenues abanicos te protegen
de los primeros peldaños que nunca pudiste inventar.
El es mi insomnio de silencio,
los ojos del león en la noche del desierto.
Tiene ruinas, rupias, monumentos.
Delirios amarillos.
Toneladas de agua en las entrañas.
Pura tierra huracanada.
Lienzos.
Tiene la mustia sensación de haber vivido,
de no vivir más, de haberse muerto.
Son los que nunca dan la mano
Pero abren la boca del lobo
Los que esparcen la espuma amarga
Que rezuma de las iglesias
Los que de pronto se bifurcan
Entre el delirio y el olvido
Su sombra desborda la tierra
pero la brizna los oculta
Nacieron de bellos revólveres
De largos años y promesas
Saltaron de turbias catástrofes
O del fuego de los amores
O de encuentros entre las moscas
¿Pero quién ama esas hamacas
Que cuelgan de tanta pereza?
Una mujer tan secreta y lenta, pero insisto
en descubrir el sol que la nutre y el león que olfatea
su nuca
en la sombra,
cuando duerme de bruces,
de modo que escribo con cierta ansiedad
poemas en busca de la hierba tan fresca que brilla
en sus besos.
Perro
no toques esos senos donde las más delicadas violetas orgánicas serán un hervidero de escorpiones un ladrido baldío en la ribera caliente de esa sirvienta de las hojas que ha trabajado tanto
para esas flores enormes del martirio
para los arrozales
con el gatillo del pantano al rojo vivo del silencio y a terrible
prisionera
no cae no cede únicamente insulta
con su gemido de supliciada
Perro
no toques ese pelo mordido por la lluvia etre las lentas
pantallas del follaje
en la sombra de la injusticia
ella
la empecinada la desnuda
entre las hojas cómplices
No toques ese cuerpo conectado a las fibras de un pueblo de dientes fulgurantes conectado a la savia y a la luna que recoge esos muertos de una negra cosecha al grito del amor y del monzón al alarido del soldado consumido por un soplo de gelatina ardiente
Esa presa es tantálica
como el país sin sueño que defiende
ese paíds de plantaciones de ocio que se contagia de hoa en hoja
Esa presa es tantálica
Era el corazón de mi madre
Aquel tam tam de las tinieblas
Aquel temblor sobre mi cráneo
En las membranas de la tierra
(La lenta piragua materna
Un ritmo de espumas en viaje
Una seda de grandes aguas
Donde un suave trópico late)
Día y noche su ceremonia
-No había día ni había noche-
Sólo un hondo país de esponjas
Toda una tribu de tambores
El corazón de un solo orgánico
Un ronco sueño de tejidos
Yo era la magia y era el ídolo
En el fondo de las montañas
Aquel tambor donde golpeaban
Las galaxias y las mareas
Aquella sangre germinada
Por el vino de la Odisea
Vivir en un huevo de llamas
Mezclando la tierra y el cielo
Vivir en el centro del mundo
Sin rostro ni odio ni tiempo
Crecía antiguo en la dulzura
Con astrales ojos de musgo
Yo era un germen lleno de estrellas
Un poder oscuro y terrible
Tu corazón -¡oh madre mía!-
Resonaba como el océano
Batía sus alas salvajes
Su insaciable tambor de fuego
Yo te besaba en las entrañas
Yo me dormía entre tus sueños
En un país de rojas plumas
Era tu carne y tu destierro
El paraíso de tu sangre
La gran promesa de tus brazos
Oía al sol en su corriente:
Tu corazón lleno de pájaros
Aquel tambor de la aventura
Aquel tambor de luna viva
La tierra ardiendo con su grito
Una vida desconocida
Afuera todo era enemigo:
Las uñas las voces el frío
Los días las rosas las uvas
El viento la luz el olvido
Hacia abajo en la oscura humedad de los helechos que tal vez
sean yo mismo o divinidades monótonas
desciendo
al antro de mi sexo
con la investidura de un cuerpo torturado por poderes frenéti-
cos presa de esas imágenes soñadas de mulatas de dientes
crueles con las franjas fosforescentes de sus
vientres y de sus espaldas
las tiernas estranguladoras inclinadas sobre sus
amantes para dejarles en la boca la fragancia de menta y de
sal que emana de sus pechos en el oleaje
He ahí la misteriosa serpiente con la aureola de sus labios y su
canto de profanación infinita el foco ávido donde flotan re-
giones de una blancura de relámpago
La serpiente de mirada de catástrofe la papisa del sol en su ar-
chipiélago de espejismos donde crea fantasmas carnales y
suntuosos que se retuercen con caderas llenas de savia muje-
res palpables y rápidas
cabelleras desplegadas para el lujo de un loco
Y mi sangre de príncipe animal heredero de una raza de paro-
xismo
Se filtra por esas grietas de abismo que reconocen la especie se
irisa cuando ese indolente demonio despliega sus alas
y con un acto mágico con una brasa de ceremonia de la noche
de las cavernas con una sílaba de raíz arrancada y de fronte-
ras que se desvanecen toca a mi corazón para decirme que la
tierra es errónea
Con las tormentas
regresa
la certeza
de ser pez
pero pez
en el exilio.
En el embravecido océano
de tus ojos
un dolorido pez
por un instante
fue visto
buscando tierra firme.
Que las fanfarrias de las sábanas
toquen a triunfo.
Estamos trabajando.
Hacer el amor
es sonreír a galope tendido.
Untaba pólvora
a sus labios
como manteca
a panes carnosos.
Sus besos
jamás pudieron
ser recordados
por sus víctimas
acribilladas.
Llegamos
con la urgencia
de lo impostergable.
Para dos sábanas
y una cama
la eternidad
nos alquiló sesenta minutos.