Descalza en la piedra donde no queda huella visible junto al rompeolas en el Kaivopuisto. La piel ardiente los atuendos despojados por el fervor de haberte conocido huyendo de un cuadro de Gallen Kallela con plantas silvestres que expelen su aroma fresco en la rambla.
Poemas chilenos
La misoginia de hombre con todo es un elixir final
para el ave rapaz cegada de pánico
en tu piel morena
los huesos ubicados en el lugar que corresponde
como paisaje anatómico
sugestivos en estructura al tacto y tu cavilante
bajo el follaje del viejo arce la luna fúlgida
la espesura profanada
resignada en el atractivo de estos otros huesos
débil aseguro por tu aspecto –
la pálida de la fiesta con otra figura
Una urbanidad desconocida sin embargo reconozco alguna semejanza
donde se ocultan los astros y tu te amparas en mis fantasías
¿Qué difumina tu belleza entonces?
Hubo muchos que ni siquiera esperaron que me fuera
aves rapaces buitres de mala muerte
entraban y salían de las habitaciones apropiándose de mis cosas
mis escasos libros mis viejas corbatas mi chaqueta de paño inglés
Te guiñé un ojo al pasar y tú te sentiste claramente ufana
el rey se había muerto y el templo tenía las puertas derribadas
alguien destruía la validez del calendario
Allí paseábamos antes de la mano por la plaza pública
Lo había dicho, como si fuera un esmirriado slogan
un ridículo cartel de frontera
los hijos se quedan en casa
El mundo estaba bajo llave como si nada
las ojivas nucleares la Convención de Ginebra
la política de los teléfonos rojos
todo el polvo se barrió bajo la alfombra
Yo tampoco me arrepiento de haber amado en esos días
mis homenajes fueron antiguos humanos cándidos
Una misma moneda que tiene y tendrá dos caras la historia y la barbarie
los textos son ambiguos los burócratas irresponsables
Huelga establecer los límites memoriales ante la nada
la verdad es una refutación kantiana
los poderes se anulan como si fueran una ecuación matemática
que cambian su coeficiente
¿quiénes de los viejos quedan en las oscuras habitaciones del palacio?
Un siervo se despide sigiloso de su tribu para evitar la penitencia. Su testuz combada y la frente con signos de ceniza de cara al fuego. Ha sido pues ungido en vida en una causa desvalida de fe, menguado de razón. El hombre diestro, pierde la validez que hasta entonces tenía su argumento.
Miro hacia el jardín y mis pupilas sorprenden la fugacidad de un relámpago
Tal vez no existo
soy sólo un espejismo que amarillea la lóbrega arboleda
una articulada mise en scene una descuidada mentira
La madreselva se resiste a la persistencia del viento
sus hojas mantienen la lasciva humedad de la llovizna y de la pasada noche
La savia se extravía en el camino hacia los pétalos
se tempraniza se prematura entre las ramas
Un hombre se pierde en medio de la bruma ante mis ojos
en la umbría vecindad del mar del norte
Una sirena ulula en la imaginación distante de algún puerto
No hay ni habrá jamás lejanía en su mente
sus huellas se disipan con torpeza en la profunda nieve
Los cuadros cuelgan ahora en la blanca perpetuidad del muro de mi casa
con casual destreza con un orden de estética doméstica estudiada
En la cocina una olla expide un intenso olor a comida
Riitta esculca la profundidad del tiesto
la paleta arrebata en su madera
el secreto al metal y a su forma
Una fotografía refleja tenuemente la silueta de un árbol deshojado
cubren el vidrio que la envuelve
El color de la vida se destiempla se descontextualiza
se humilla ante la realidad que modifica su única existencia
Un zorzal apresura su vuelo para evitar la calma
y elude ser una figura pedestre
semejante a la pasividad de los cuerpos en reposo
Las flores se marchitan
desangran su íntimidad desde las corolas
hacia la mohosa nada
Qué puede urgir ahora la vieja memoria me pregunto
El otoño se confunde en la opacidad de la mirada en los gestos
y hace frío en todas las habitaciones de esta eruginosa casa
Una ráfaga de viento estremece la vidriera de la ventana más cercana
La garúa perla insistente la rama extendida de una palma
algo insinúa la sequedad en su aterido cuerpo
En la penumbra se escapan figuras que reconoce mi cerebro
algunos objetos figuras ambulantes una decena de rostros quietos
La evocación me obliga a rondar como temeroso fantasma
intangible próximo a una desesperada tristeza
Vuelvo a pensar que no existo unas pisadas en la nieve
la presteza de un relámpago en la oscuridad de la arboleda
El paisaje es estático un sarcasmo. Un grupo de viejas canta salmos
cristianos hasta que quedan exhaustas las gotas caen incesantemente sobre la negra indiferencia del pavimento. La canción se desvanece en el ambiente
la traga el aire.
Una paloma se descuelga desde un inmenso pino.
Hay fachadas de edificios destruidos por la guerra
individuos desdoblados en la fugacidad del tiempo
siluetas que construye la noche sus propias semejanzas
Estaciones de tren donde nunca llega el alba
ruidos gritos murmuraciones de gente apresurada
el día se cae hecho pedazos
explosiones sirenas estridencias de fusiles y metrallas
Un relámpago destiempla de súbito la frágil presencia de la tarde
La lluvia surge pronta la ciudad se anega de dolores y de barro
Unos hombres salen en cortejo a enterrar sus muertos
La ciudad es hostil
profundamente hostil y vulnerable
Claman por piedad los desconsolados
los ancianos la multiplicidad de sus penas
La tarde sigue siendo una antojadiza espía
posa su sombría relevancia en los detalles
Los caminos no permiten que la guerra abandone esta destruida urbe
están cortados con una profunda herida
Ella también y el neón
las luces de los escaparates de las tiendas
Ya nadie hace culto al fetichismo de la época
se mata para oficiar la barbarie de los malvados días
y los cuerpos pierden suficiencia
La dignidad descendida a la tierra repugnante
bajo un centenar de escombros yace de vulgares cascajos
La sombra alcanza una atrevida destreza en la zona prohibida
la ruina tendrá después de todo su nefasto epicentro
Un francotirador apunta su villanía al caer la noche
el humo entorpece la visión existente entre los muros y las piedras
se traspone el silencio y brota con claridad una profusión de llanto
una nueva ráfaga parcela las osamentas
cuando acaba el derrumbe los vestigios están allí presentes
¿adónde irán a parar los siervos de la gleba?
En Gabés cercano al páramo Hamed marcha en una caravana de dromedarios a Douz. La grava se altera en trizas estériles en la aquiescencia del desierto Desovan las lagartijas trashumantes entre los pedruscos yermos de Kebili Se ruinan los ídolos y los peregrinos en los cenobios del rastro agonizan las zarzas y las musarañas de los cenegales Me enternece la claridad de la mezquta en la kashah camino de las ciénagas de Marrkía.
¡Oh dulce noche, que mueve los estambres
con su sombra silenciosa
que es luz para la sangre!
Tú posees la fatiga que requiere mi descanso,
la faz nupcial que esconde el eco
por donde un hilo de éter va fluyendo.
Cuantos vienen a mirarte te miran desde un solio de egoísmo
bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.
No pueden suponer que el día nace de tus sombras,
el día que concede su luz a cualquier hombre
y que también nos sirve para odiarnos.
¡Oh noche! ¡Oh noche! Detén a los paseantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.
El amor es la razón de tus árboles dormidos,
del silencio que corre por tus venas aurorales
porque en ti las bocas son nidos
y las palabras aves que pronuncian tu mensaje.
Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre
Aquí el silencio ha juntado sus labios para nunca pronunciar palabra
Que pudiera profanar la ostensible flor que cae
Como un junco en la ribera de los sueños.
Un sol amarillento acaricia el pórtico
Mientras haya aún verdad para la muerte y queden hombres
Por caer hacia su túmulo
Como caen los costados de los ríos en las sórdidas vertientes sin celaje
El tiempo está temblando
Temblando como un ópalo en la mano
De este día jubiloso
Yo sé que este día, sin embargo, no puede interrumpir el curso
De los muertos que aquí yacen
Esparcidos como frutas
Aunque el gallo en su plumaje de guerrero etrusco y asoleado
Borre con la esponja de su canto
La indescifrable desdicha de la vida
Y los gorriones veloces y las cautivas golondrinas
Impongan un blasón de idilio a la comarca
La tierra está sorbiendo nuestras lágrimas
Bebiendo la salud que se nos va
La alegría que perdemos a medida que vivimos
La tierra está atrapándonos la sombra que el sol proyecta mediante nuestros sueños
Ella combina con su química dorada la esencia de la luz
El aroma de la esbelta peripecia que añoramos
A las fórmulas más dulces de la ciencia de la vida.
La soledad es un reflejo de las horas dichosas
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras
Vierten en la hondura su compacto mecanismo
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos
Sobre el cojín de las sienes apagadas.
Soy yo Altazor
Altazor
Encerrado en la jaula de su destino
En vano me aferro a los barrotes de la evasión posible
Una flor cierra el camino
Y se levantan como la estatua de las llamas.
La evasión imposible
Más débil marcho con mis ansias
Que un ejército sin luz en medio de emboscadas
Abrí los ojos en el siglo
En que moría el cristianismo.
Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.
Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.
Cantar
Todos los días
Cantar
Ella vendrá tan rápida
Que su sombra se quedará olvidada
Sin poder encontrar
En el camino
Las nubes hidrófilas
Se rasgan en las cimas de las hojas
La lluvia
Detrás del agua
El sol
Al final de una canción
Alguien doblará los años
Y caerá en mis brazos.
La barca se alejaba
Sobre las olas cóncavas
De qué garganta sin plumas
brotaban las canciones
Una nube de humo y un pañuelo
Se batían al viento
Las flores del solsticio
Florecen al vacío
Y en vano hemos llorado
sin poder recogerlas
El último verso nunca será cantado
Levantando un niño al viento
Una mujer decía adiós desde la playa
TODAS LAS GOLONDRINAS SE ROMPIERON LAS ALAS
Mi espejo, corriente por las noches,
Se hace arroyo y se aleja de mi cuarto.
Mi espejo, más profundo que el orbe
Donde todos los cisnes se ahogaron.
Es un estanque verde en la muralla
Y en medio duerme tu desnudez anclada.
Aquél pájaro que vuela por primera vez
Se aleja del nido mirando hacia atrás
Con el dedo en los labios
os he llamado.
Yo inventé juegos de agua
En la cima de los árboles.
Te hice la más bella de las mujeres
Tan bella que enrojecías en las tardes.
La mancha trágica de tus cabellos,
encarna un mar fascinante y entenebrecido.
Albea tu frente magnifica, escrita de surcos,
y tus sienes como dos azucenas puras.
Tus cejas y tus pestañas interrogadoras
recogen la esmeralda enferma de tus ojos.
Entre las piedras, brotadas de musgo,
se estancó la pena,
como agua de lluvias desmemoriadas,
Flor malsana,
mujer eterna, abandonada y obscura
mano de pétalos de aluminio.
Caravana de polvo, siniestra,
multitud de agujas envenenadas,
rebozo gris, gabardina de ocaso,
Mis dedos tranquilos y castos,
desdoblaron del arpa terrosa
sonidos de cuerdas vencidas.
Resuena en las amapolas del cielo
mis historia de piedra dormida,
desde el suceso inmemorial de los crepúsculos.
Prolongo mares de árboles
besando el camino sin término.
Entrego a la vida mi sombra
de calle tranquila;
-balcón en la ciudad de los arabescos inusitados-.
Sobrecogida, bajo el arco cándido
de los vientos azules,
arrojo desde mi balaustrada en avance,
(como labios que van a besar),
la mirada hacia el océano amarillo.
Todo vive ese olor mojado
de rasal llovido y de naranja;
el gato -flor de cardo de invierno-
se elctriza y se hace cantar,
las moscas buscan las vigas ahumadas,
las gallinas cloquean y sacuden su ropa interior;
y mi corazón
trata de acomodar su tristeza de velos desgajados,
descalza y sin pupilas.
A menudo la soledad,
con su gran rumor de silencio,
merodea en mi alma.
Las almas oscuras de los murciélagos,
azotan ilusiones sombrías en los vidrios.
Friolentas, las chimeneas
echan su aliento triste,
hacia los caminos libres y sin huellas
del cielo y del tiempo.
En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Hay países que yo recuerdo
como recuerdo mis infancias.
Son países de mar o río,
de pastales, de vegas y aguas.
Aldea mía sobre el Ródano,
rendida en río y en cigarras;
Antilla en palmas verdi-negras
que a medio mar está y me llama;
¡roca lígure de Portofino,
mar italiana, mar italiana!
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
Velloncito de mi carne,
que en mis entrañas tejí,
velloncito friolento,
¡duérmete apegado a mí!
La perdiz duerme en el trébol
escuchándole latir:
no te turben mis alientos,
¡duérmete apegado a mí!
Hierbecita temblorosa
asombrada de vivir,
no te sueltes de mi pecho:
¡duérmete apegado a mí!
Siento mi corazón en la dulzura
fundirse como ceras:
son un óleo tardo
y no un vino mis venas,
y siento que mi vida se va huyendo
callada y dulce como la gacela.
Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
se van mis manos en azogue suelto;
se van mis pies en dos tiempos de polvo.
¡Se te va todo, se nos va todo!
Él pasó con otra;
yo le vi pasar.
Siempre dulce el viento
y el camino en paz.
¡Y estos ojos míseros
le vieron pasar!
Él va amando a otra
por la tierra en flor.
Ha abierto el espino;
pasa una canción.
El nombre mío que he perdido,
¿dónde vive, dónde prospera?
Nombre de infancia, gota de leche,
rama de mirto tan ligera.
De no llevarme iba dichoso
o de llevar mi adolescencia
y con él ya no camino
por campos y por praderas.
Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.
Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.
Dame la mano y danzaremos;
dame la mano y me amarás.
Como una sola flor seremos,
como una flor, y nada más…
El mismo verso cantaremos,
al mismo paso bailarás.
Como una espiga ondularemos,
como una espiga, y nada más.
I. Amarás la belleza, que es la sombra de Dios sobre el Universo.
II. No hay arte ateo. Aunque no ames al Creador, lo afirmarás creando a su semejanza.
III. No darás la belleza como cebo para los sentidos, sino como el natural alimento del alma.
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Dormimos, soñé la Tierra
del Sur, soñé el Valle entero,
el pastal, la viña crespa,
y la gloria de los huertos.
¿Qué soñaste tú mi Niño
con cara tan placentera?
Vamos a buscar chañares
hasta que los encontremos,
y los guillaves prendidos
a unos quioscos del infierno.
Como soy reina y fui mendiga, ahora
vivo en puro temblor de que me dejes,
y te pregunto, pálida, a cada hora:
«¿Estás conmigo aún? ¡Ay, no te alejes!»
Quisiera hacer las marchas sonriendo
y confiando ahora que has venido;
pero hasta en el dormir estoy temiendo
y pregunto entre sueños: «¿No te has ido?».
A la cara de mi hijo
que duerme, bajan
arenas de las dunas,
flor de la caña
y la espuma que vuela
de la cascada…
Y es sueño nada más
cuanto le baja;
sueño cae a su boca,
sueño a su espalda,
y me roban su cuerpo
junto con su alma.
I
La tierra se hace madrastra
si tu alma vende a mi alma.
Llevan un escalofrío
de tribulación las aguas.
El mundo fue más hermoso
desde que me hiciste aliada,
cuando junto de un espino
nos quedamos sin palabras
¡y el amor como el espino
nos traspasó de fragancia!
Doña Primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.
Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.
Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!
No tengo sólo un Ángel
con ala estremecida:
me mecen como al mar
mecen las dos orillas
el Ángel que da el gozo
y el que da la agonía,
el de alas tremolantes
y el de las alas fijas.
Madrecita mía,
madrecita tierna,
déjame decirte
dulzuras extremas.
Es tuyo mi cuerpo
que juntaste en ramo;
deja revolverlo
sobre tu regazo.
Juega tú a ser hoja
y yo a ser rocío:
y en tus brazos locos
tenme suspendido.
Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro.
Tú lo quisieras vuelto en alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.
Es verdad, no es un cuento;
hay un Ángel Guardián
que te toma y te lleva como el viento
y con los niños va por donde van.
Tiene cabellos suaves
que van en la venteada,
ojos dulces y graves
que te sosiegan con una mirada
y matan miedos dando claridad.
Corro de las niñas
corro de mil niñas
a mi alrededor:
¡oh Dios, yo soy dueña
de este resplandor!
En la tierra yerma,
sobre aquel desierto
mordido de sol,
¡mi corro de niñas
como inmensa flor!
Le he encontrado en el sendero.
No turbó su ensueño el agua
ni se abrieron más las rosas;
abrió el asombro mi alma.
¡Y una pobre mujer tiene
su cara llena de lágrimas!
Llevaba un canto ligero
en la boca descuidada,
y al mirarme se le ha vuelto
grave el canto que entonaba.
El espino prende a una roca
su enloquecida contorsión,
y es el espíritu del yermo,
retorcido de angustia y sol.
La encina es bella como Júpiter,
y es un Narciso el mirto en flor.
A él lo hicieron como a Vulcano,
el horrible dios forjador.
Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.
Y se fueron acercando,
y alargaron hasta el Niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.