no hablé
no escribí
no dibujé en mi cuerpo
no entré al río
no le dije te quiero
no miré los sicomoros
hace tanto que nada
en la ventisca de la vida
un día besaste mi mano
hace tanto
no hablé
no escribí
no dibujé en mi cuerpo
no entré al río
no le dije te quiero
no miré los sicomoros
hace tanto que nada
en la ventisca de la vida
un día besaste mi mano
hace tanto
búscame, descúbreme mundo
húmeda medusa
las algas rondan suavemente
encuéntrame, tiempo,
compréndeme, mundo
mi región más profunda está libre
atiéndeme, espacio
alúmbrame, sol
que surjan las nubes
y el tiempo y el espacio me esperen
La luna, anoche, como en otro tiempo,
como una nueva amada me encontró;
también anoche, como en otro tiempo,
cantaba el ruiseñor.
Si como en otro tiempo, hasta la luna
hablábame de amor,
¿por qué la luna, anoche, no alumbraba
dentro mi corazón?
Que hace toda esta gente
dándome la mano, madre,
y por qué esa música acompasada
y hay hombres que hablan
y hemos caminado tanto,
hasta la noche casi,
oyendo voces
y por qué mi papá duerme tanto
y no ríe y baila como siempre,
sino que desaparece
y nos volvemos en bus
después de haber llorado
toda la tarde
y estamos todos tan tristes.
Ódiame por piedad, yo te lo pido…
¡Ódiame sin medida ni clemencia!
Más vale el odio que la indiferencia.
El rencor hiere menos que el olvido.
Yo quedaré, si me odias, convencido,
de que otra vez fue mía tu existencia.
Cuando me tienda en la vejez
como en un mal cerrado sepulcro
maldeciré tu nombre
Sólo porque esta noche
enajenado y absorto en tu cuerpo
he deseado que fueras eterna
y no sabía si pegarte o llorar.
A una Culebra que, de frío yerta,
en el suelo yacía medio muerta
un labrador cogió; mas fue tan bueno,
que incautamente la abrigó en su seno.
Apenas revivió, cuando la ingrata
a su gran bienhechor traidora mata.
Bebiendo un perro en el Nilo
al mismo tiempo corría.
Bebe quietole decía
un taimado cocodrilo.
Díjole el perro prudente:
Dañoso es beber y andar,
¿pero es sano el aguardar
a que me claves el diente?.
¡Oh, qué docto perro viejo!
Es tal vez el último día de mi vida.
He saludado al sol levantando la mano derecha,
mas no lo he saludado diciendo adiós.
Hice la seña de que me gustaba verlo antes: nada más.
Me miro frente a frente
Y conozco quién soy.
Estoy loco: evidente,
¿Pero qué loco estoy?
¿Porque soy más poeta
Que persona estoy loco?
¿O por tener completa
La noción de ser poco?
No sé, mas siento muerto
Mi ser vivo de ahora.
Pasó la diligencia por el camino y fuése;
y el camino no se volvió más bello, ni siquiera más feo.
Así por esos mundos es la acción humana.
Nada quitamos y nada ponemos; pasamos y olvidamos;
y el sol siempre es puntual, todos los días.
No puede ser. Veíamos través de
densas capas de materia
escuchábamos voces en la noche sorda
Bebíamos la realidad que estaba
y no estaba, porque fluía en el arroyo
de la percepción
Así nos amábamos y no nos amábamos,
nos dábamos el sol y la muerte
en los labios húmedos
La mariposa atrapada
entre la telaraña y el vidrio
creyó que mi mano que le daba la libertad
era su muerte
Su sorprendido aleteo hacia el cielo
Vi sobre la playa de oro
un delfín blanco resoplar
mientras lloraba como un niño
A pocos metros los pescadores
entre redes calculaban su peso
para llevarlo al mercado de carnes
Pensé que el amor era el mar
y nosotros el delfín
que no sabía o no podía regresa
Hasta que el amor de todos
descendió
a su más bajo nivel
de embalse
-Nuestra represa se seca-
Y hay angustia
y grave racionamiento de luz
Y entonces -por fin-
multitudes hacen grandes filas
para escuchar poesía
¡Oh dulcísimo callar
del ángel de mi sigilo!
¡Oh dulcísimo callar
del mundo en mi corazón!
¡Oh dulcísima miseria
de mis ojos en la flor,
de mi soñar en el río,
de mi tacto por el cielo!
Deletreo los días en que me mira cada cosa
cuando siento que la veo. Es todo.
Y no hay excusa para lo que hago.
Rosa Alice Branco
Nunca estoy conmigo. Otro.
El otro, por dentro, afuera,
entre, despertando olvido.
Voy y vengo, descompuesto,
juguete de imán profundo, niño.
Otro. Nunca estamos juntos.
Tus
manos
resbalan
suavemente.
Sobre mi cuerpo.
Tus dedos
como orquídeas
sobre mis senos
llenan de gusto
la mañana.
Sos como la gaviota
que ladea las palmeras
entra en mis pupilas
descansa en mis ojos
y sobrevuela mi atardacer.
Entre una imagen tuya
y otra imagen de ti
el mundo queda detenido.
En suspenso. Y mi vida
es ese pájaro pegado al cable
de alta tensión,
después de la descarga.
Te supe frágil y desnudo,
tan frágil eras, tan desnudo
que se quebró tu sombra al respirar.
Abrí la puerta y las voces del agua
adoptaron la forma de tu cuerpo.
Tan leve parecías, tan al borde
de ti
que la noche aprendió
el modo de dormirse sobre el rio.
¿Y qué hay del sentimiento?
No, no lo hay, aquí no hay sentimiento.
¿Debería haberlo?
¿Es poesía el verso que describe
fríamente aquello que acontece?
Pero ¿qué es lo que acontece?
Y ahora, cuando estamos a punto de acabar,
tal vez usted pueda decirme
por qué se queda a oscuras la ciudad
cuando el sol cae oblicuo
como una lanza,
y es verano.
Ibas a la montaña en busca de jaguares,
tapires o faisanes.
Siempre te acompañaba la mujer de otro.
En mis sueños te veía raudo por la playa,
eludiendo tenazas de cangrejos azules.
Ahora caminarás desnudo por la noche sin término.
Quitar la carne, toda,
hasta que el verso quede
con la sonora oscuridad del hueso.
Y al hueso desbastarlo, pulirlo, aguzarlo
hasta que se convierta en aguja tan fina,
que atraviese la lengua sin dolencia
aunque la sangre obstruya la garganta.
¡Oh!, todo estaba encendido.
La música impelía torpemente
hacia adelante y hacia atrás.
Entraban y salían gentes desconocidas.
Y había muchas voces y lenguas diversas.
Pero la que más recuerdo es la tuya,
la que no se oía.
Juncos del lago Titicaca,
juncos del antiguo Nilo.
Barcos en el desierto
herrados por el óxido.
Mares de arena.
Trigo, espigas, cebada:
aramos con las anclas.
Cómo quisiera no imaginar
a aquél que desconozco.
Cada uno debajo de su duna
y el sagrado simún sellando todo.
Un espantapájaros,
en medio de un mar agostado de trigo,
no vigila a nadie
de manera consciente.
Pero no es inútil pues cuida de la ausencia.
Todo el peso del mundo
no puede pesar tanto como el de esta
gata deslizándose por mi espalda
cual doblón de oro entre los dedos
de un verdugo.