La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
LLega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.
LLega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Con el pensado ardor que une
en el entresuelo de anticuario el
huidizo metal de un torso de
muchacha y los miembros atesados
de un fauno tras la urna
del ojo dos cuerpos bajo el viento
africano ocultos yacen tallados sobre
mutables lecturas de arenas soleadas
entre maleza de lenguajes.
De un puntapié
acabar con la ventana.
Desde el último piso
tirar el terno nuevo,
el nombre, la lascivia;
despojarme del ansia y los papeles;
arrojar a la calle
las mentiras,
las muelas que me sobran,
los amigos;
botar la basura
la calvicie
y por fin,
sin pagar el arriendo
sin avisar a nadie,
irme
donde me dejen ser
una página en limpio.
Nunca más esta lluvia
ni esa mancha de luz
en el peñasco
ni el borde
de esa nube
ni tu inmóvil sonrisa
fugitiva.
Nunca más este instante
que ya me dice adiós
desde tus ojos.
Hoy es noche de sombras
de recuerdos-espada
la soledad me tumba.
Nadie que aguarde mi llegada
con un beso
y un ron
y mil preguntas.
La soledad retumba.
Quiere estallar de rabia
el corazón
pero le brotan alas.
Es simple nuestro amor
sin estallidos
como una de esas casas
con helechos
y alguna que otra rana
intempestiva.
Has entrado al otoño
me dijiste
y me sentí temblar
hoja encendida
que se aferra a su tallo
que se obstina
que es párpado amarillo
y luz de vela
danza de vida
y muerte
claridad suspendida
en el eterno instante
del presente.
Cascabel,
cascabelín,
para que duerma el lebrel
la Luna pone un cojín
campanón
campanería,
la noche roba un ropón
para vestirse de día.
violoncín,
violoncelo,
el sol deja su pañuelo
y se lleva su espadín,
campanolín,
campanada,
el pájaro cantarín
se bebe la madrugada.
Solos de nuevo
solos
sin palabras
sin gestos
sin adornos
con un sabor a fruta
en nuestros cuerpos.
También me gusta el amor
al que le cierran la puerta
el que entra por la ventana
volando sobre una cuerda.
Soñé que era un ala
desperté
con el tirón
de mis raíces.
Yo sin ti
pero contigo
llevando a cuestas
tu muerte.
Mi soledad y la tuya
que ya han cerrado
su escape.
Prendada estoy del aguacate.
No dejo de pensar
en su acuosa existencia verde,
la luz vegetal balanceada
en su cuerpo de fruta,
convidándome la dentellada.
Aún pienso en el aguacate
de unos ojos que he visto.
La primera vez
la sangre,
como hija,
caminó por la vida
con su verdad,
y fue siempre
hasta el final
anunciando
la fertilidad
y todos sus tiempos.
Anclando el ebrio
movimiento de sus hierros,
la nave espera madurar
la digestión del plátano
en su bodega de hielo,
mientras canta
todavía
el estibador.
El mar se ancla
dormido
en la pacífica piedra
del muelle,
la pared magnífica
en que descansan las olas
hasta el próximo temporal.
Como sedales
aún mojados
que no niegan la huella
en que anda
su naturaleza pescadora,
el olor que desprenden
las branquias de sal
me guía al mercado.
Entiendo al aire
cuando lo impulso,
desde mi boca lo llevo
al caracol de tu oído
y se estanca como el mar
para ser escuchado.
La atormentada
necesidad del agua
va raptando el último
agujero de sol,
y de pronto las ánimas
que trae el viento
me despiertan
las ganas de estar
acompañada.
Desde Rijmenam lanzo pensamientos,
lazos por el espacio;
y, mira, flotan sueltos
se tornan aros y
¿qué?, ¿dónde?; no vuelven a mí.
Estoy sentado aquí y pienso ¿dónde están
mis aros, dónde mis lazos?
Y presumo que mis
pensamientos muy allá lejos preguntan
¿qué?
Bailarinita, Año Nuevo,
tan dulce, tan alegre, agachada todavía,
y ella misma una lazadilla
para que con una lazadilla
sus zapatillas
pueda atar.
Un momentito todavía,
y me yergo
y empiezo a bailar
lazadilla tras lazadilla
para que a todos, el uno al otro
y a todos a mí, pueda atar.
Esperaré paciente,
acechando, como un perro, el momento.
O me iré por la selva de tus versos
abriéndome camino lentamente
por ocultos senderos,
por pequeños resquicios
que has dejado entreabiertos.
Herido el árbol,
su fragancia me cubre,
¡oh amable delirar
mientras giran los astros!
Una llama seduce
el humo de los sueños que me acunan.
Vela mi corazón aunque yo duerma.
Los latidos estallan en mis labios
que ya apenas murmuran:
come, death, and wellcome!
Sobre el ansia desértica
de tu carne de agraz arboladura
la luna se desmaya
cubriendo de pudor
descuartizados miembros,
que en la sangre recogen
el aullido cortante,
los amorosos restos de mi cuerpo.
Me dejaré morir en tu silencio,
que de noche me diste de comer
los frutos del cerezo
en tu alcoba de sombras
sangrantes de perfume
y nada más deseo.
Me dejaré morir en tu silencio.
Me has acorralado
y con odio agarrado mis solapas,
me has empujado hacia un rincón
y me has golpeado
hasta dejar tinto de sangre
el aire mismo,
y así y todo,
he aquí que todavía me levanto
y mirándote te digo:
ahora mismo,
en este momento lo decido,
haré donación de mis ojos
aunque tenga que llevarlos
mi asesino.
Prisionera de un pánico invencible,
y aunque sé de la inutilidad de todo sueño,
desde esa cárcel torturante que es la vida,
pido la autonomía total del hombre
y el derecho a no justificar para nada
su existencia.
Revuelta con el viento
mi alma has arrastrado
hasta la orilla de tu alma.
Mas mi cabeza
anclada en ese cuerpo
se revela contra la distancia
y poseída asedia tu aislamiento.
Te busca fieramente en tus palabras
con los ojos heridos
en medio de un incendio.
¿Es eso la vida?
Empiezo con ella, cada día de nuevo.
Afilo mis cuchillos,
cargo revólver y fusil.
Y me digo a mí mismo: pobre cabeza,
venga, vamos a pasearnos un poco
al sol.
Él brillará por siglos.
imposible saber cuándo
comienza el grado cero
relámpagos mojados cubren la cara
hacen gente torpe
es que
incapaz y débil
no puedo saber
mi amor amado
en qué momento
te hiciste un trozo de eternidad