A una muchacha

Si alguien sabe qué puede destruir a la muerte,
qué puede cercenar su mano vengativa,
venga ahora y lo diga cuando estamos a tiempo
de rechazar su fuego que cada vez se aumenta.

Si alguien supiera detener al tiempo
lo diga en este instante.

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Cabo Sounion

Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.

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Canción deshojada

La vida tiene pétalos
y un rosal donde tiemblan las historias.

La historia de ese pájaro
que llegaba a dormirse en los escaparates
y ahora vuela en el alma de sus nuevos clientes.

La historia de esa nube
que cubría ciudades con papel de periódico
y ahora deja su lluvia en un tren cancelado.

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Canción suicida

No obedece el futuro,
ni el pasado obedece,
ni siquiera los días
contables del presente.

Tampoco las palabras
escritas obedecen.
Son un destino al margen,
unas canciones débiles,

como las caracolas
tocadas de cipreses
que dejan en el viento
las verdades sin suerte.

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Confesiones

Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lejos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de futbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.

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Cuarentena

Con qué ferocidad y a qué hora importuna
salen tus veinte años de la fotografía
para exigirme cuentas.
En los ojos heridos por la luz
sostienes la mirada de mis sobras,
en el descaro de tus profecías
desdeñas la lealtad de mis recuerdos,
en la piel transparente
anegas el cansancio de mi piel
y defines mis años por traiciones.

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Diario cómplice – Libro segundo (IV)

Generaciones últimas
de muchachas difíciles,
muchachos obligados al orgullo
y tocadiscos viejos, me recuerdan
que en alguna terraza junto al mar,
bajo el calor de un mundo,
estuve yo también,
con esa misma falta de existencia.

(La arena en el sostén y los vaqueros,
el muslo hundido, el vello con la luna,
las manos otorgadas a separar la sombra del perfil,
vinieron a decirme
que no debe cederse ni un palmo de terreno
al invadir el cuerpo que a la vez nos invade)

Con su sabor de hielo,
en barcos que parecen no moverse,
indefinidos y lejanamente,
siguen bailando ahí.

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El amor

Las palabras son barcos
y se pierden así, de boca en boca,
como de niebla en niebla.
Llevan su mercancía por las conversaciones
sin encontrar un puerto,
la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer
y vivir con paciencia de madera
usada por las olas,
irse descomponiendo, dañarse lentamente,
hasta que a la bodega rutinaria
llegue el mar y las hunda.

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Fe de vida

Nadie sabrá las veces, las mil veces,
después de la tristeza o de la humillación,
que envidié la sonrisa de los cínicos,
esa distancia fría de sus labios
ante la realidad. Son como estatuas
sobre el declive amargo del otoño,
y en las seguridades de la piedra
no conciben el riesgo de la fe,
la luz que se hace vida, pero luego
puede sentir la mordedura,
el veneno amarillo
de la vejez, la quiebra y el ridículo.

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Irene

Así amanece el día
Claudio Rodríguez

¿Conoces ya la tinta meditada
de la primera luz?
Mira el esfuerzo
que en la copa más alta del bosque más oscuro
raya un momento, avisa y mientras cae
forma la claridad.

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La ciudad de agosto

Baja el avión por fin,
estoy bajando a la ciudad de agosto.
La sombra de las alas deja huellas azules
sobre la tierra seca
y recorre los campos con una vibración
de película antigua.
Estoy bajando, llego
a la ciudad tomada por los brazos desnudos,
llego a la lentitud de los museos,
a terrazas que ponen en los árboles
un brillo de cerveza.

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La muerte (I)

Si alguna vez las aguas se retiran,
comprenderé el vacío,
conoceré la muerte sin disfraces.

Como una hierba seca
atrapada en el humo de los cirios,
me reveló muy pronto su disfraz.
No sé, debió de ser el año
sesenta y seis, tal vez sesenta y siete,
en una tarde de silencio frío.

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