Ofrendas

En cada mano, el mundo deja
aquello que no tiene su medida:
lo que pesa demás, lo que es ardiente
en exceso -pues nadie
que tenga un alma puede
impasible aguardar como la estrella.

No es que no tenga luz, pero sus rayos
deben llegar a donde no ilumina
el fuego general -al subterráneo
de cada vida, al breve paraíso
que brota de su sed como un relámpago.

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Paseata del destronado

¿En qué jardín sembrar una rosa
de Francia? ¿A que follajes
confiar una estatua de Ceres la rubia,
un bronce del Verrocchio, una matita de verbena?

¿Puede ascender sobre estos pastos
un quinteto de oboes,
o bien una gentil perdiz
que podríamos llevar al lienzo?

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Romper quiero tu bulto

Romper quiero tu bulto
para que al menos vengas
enojada, y la injuria
me haga escuchar tu voz
antes de aniquilarme.

Hecho añicos, deshecho
su volumen, que mide
en mí toda la distancia
y todo tiempo, en piedras
que insinúan el giro

delicado de un pie,
de un lóbulo la flor
turbadora, de un seno
la frutilla salvaje,
clamará por ti, odiosa.

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Sin querer

Sin querer,
sin encontrar una niebla de olvido
que me haga extraviarme en mi presente,
que no recuerdo
porque la luz es excesiva;

sin querer,
sin desaprender esa música
lejana -y conseguir,
en el día brumoso,
escuchar al silencio lleno de alas.

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Ula

Aquella noche te llamabas Ula
y huías ululando por la nieve.
Aquella noche escandinava
en que las alas de la nieve
entraban por debajo de la puerta
y, ateridas, se desplumaban
-yo te veía figurarte en Ula,
estremecida por el fuego,
e internarte en el bosque
en connivencia con lo oscuro.

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Aquí contemplo vida, me hago llama

Aquí contemplo vida, me hago llama
de esta hoguera de manos que levanta
sus negras lenguas a lo alto, siento
que soy un hombre más entre los hombres,

y un vestido de angustias me abandona
sencillamente, así la noche deja
desnuda el alba y libre, aunque con frío,
cuando lejanos sones la presienten,

frío tengo en el alma, pero canto,
ahora que estoy aquí de nuevo y veo
tanto gozo y dolor, tanta miseria
y tan clara esperanza compartida.

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Cansancio

A tu embate me rindo. Ya no lucho
por conseguir tu beso. Estoy cansado,
y a través de la carne luminosa
he conseguido ver. Saber de ti.

Tú, tan remota, tan alejada siempre
del caudal de esta sangre, te has entrado
como un viento en las venas y tu furia
desordenó la gracia de mis trigos.

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Dulce amor

Las cosas suceden así,
sencillamente:

Vuelven del trabajo
con sabor de cal viva entre los dientes.
la esposa les contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor, si la palabra estalla?-.

Y cogen del pan,
como si fuera barro y arena,
un puñado tan sólo.

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Frente a frente, los dos

Los dos damos igual: pálpito y celo.
El corazón nos juega su sonrisa
y un sol titiritero da en el suelo
desnucado, de su áurea cornisa.

Ni luna enardecida, ni alta brisa:
firmamentos de cal a tu recelo
y una hora inmóvil, silenciosa y lisa
desgranando en mis pulsos su desvelo.

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Mi loba blanca

(Primer poema de amor)

Ella, tan vaga e indecisa antes,
tiene escogido cuerpo, sitio y hora
Me ha dicho: «Voy», Soy ya su predestinada presa.»
Pedro Salinas

Me seguían sus ojos y yo era menos que un niño;
bosques y primaveras me arañaban el pecho
brotándome en los cauces borbotones calientes
en los que el alma yergue su furia fundadora.

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Mujer redonda

Hasta los niños la miraban, cuando
doblaba las esquinas de la calle;
tan azul y radiante, que una llama
parecía tener entre los dientes.

Huía de la luz con la pereza
de una cierva cansada, y sonreía
sintiendo las miradas de las gentes
resbalar por su vientre abovedado.

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Novia del recuerdo ya

Si acertara tu contorno
y pudiera recogerte
de tan lejos, negra novia,
inmóvil y permanente.

Si se me diera cubrir
el largo trecho de ausencia
en un galope de tactos
de labios y de violetas.

Si aún alcanzara el remate
delgadísimo del beso
perdido en la lejanía
aún viva de mi recuerdo…

…Serías mía de nuevo
-mi lejana negra novia-
con gallos y cascabeles
repicando tus alcobas

de espejos y de violetas.

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Sábado amor

Pero el sábado es distinto. Viene
de muy lejos, con sol a las espaldas
y extrañas músicas entre los dientes
endurecidos de la madrugada.

Todos le miran y él sonríe. Pisa
la tierra y la acaricia; el eco alarga
la estela de su paso, tal un barco
abriéndose caminos en el agua.

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¿Cómo podré pagarte

La nada es el fruto de mi
constante meditación.
Omar Jayyam

¿CÓMO podré pagarte
que me hayas hecho ver
la irrealidad de todo,
la vanidad de todo?
¿Cuánto daría yo
por oír en tu voz
que la nada es el fruto
de tu meditación,
que después de la muerte
hay la nada
o la misericordia?

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Adolescencia

En el Alba de su vida el deseo
le surgió en su boca la sonrisa
por hallarse ante el amor.

Era niña que vivía hasta en sueños
su ardor, y la sangre palpitaba
al hallarse con su amor.

Sin el Alba ni en la Tarde
ella un día preguntó:
Si posible era guardar
aquel su primer amor.

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Ante ti

Porque siendo tú el mismo, eres distinto
y distante de todos los que miran
esa rosa de luz que viertes siempre
de tu cielo a tu mar, campo que amo.

Campo mío, de amor nunca confeso;
de un amor recatado y pudoroso,
como virgen antigua que perdura
en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.

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Confusión

Ahora empezarás, mi vida,
a no dejarme vivir.
A que los días y sus noches sólo sean
el ahogo feroz de tu encuentro.
De tu incorporación a mí,
de tu revestimiento de mí.
A que mi sangre no sepa detenerse sola,
y se arroje a la tuya, a ti,
con la furiosa alegría de amarte,
del éxtasis de saberse tuya;
y de la angustia,
del tremendo milagro oscuro
¡que es pertenecerte!

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Dominio

Necesito tener el alma mansa
como una triste fiera dominada,
complacerle con púas la tersura
de su piel deslumbrada en mansedumbre.

Es preciso domarla, que su fiebre
no me tiemble en la sangre ni un minuto.
Que la aneguen los fuegos del aceite
más espeso de horror, y que resista.

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El universo tiene ojos

Nos miran;
nos ven, nos están viendo, nos miran
múltiples ojos invisibles que conocemos de antiguo,
desde todos los rincones del mundo. Los sentimos
fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.
Y, a veces, nos asfixian.

Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos
de las interminables vigías acosan y extenúan.

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Entrega

Guardaré mi voz en un pozo de lumbre
y será crepúsculo toda la vida.

Ya girarán más leves los cuchillos
porque no encontrarán dónde herirme.
Erguida de rocíos negros,
para ti cantaré.

¡Que no me busquen los sin vista,
que no me llamen los ahogados,
que no me sientan los que huyo!

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