Corazón partidario

Mi corazón, lo sabes,
no está con el que triunfa o que lo espera,
con el juramento mercader
que acecha el buen provecho,
se agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,

busca ganancia en el abrazo,
obtiene renta de las mariposas y pone rédito a la luz,
cobra recibo por los amaneceres milagrosos,
por cambiante gracia del color
de una invisible rosa apresurada,
dulce y apresurada
como si fuese un hombre o una llama
o una felicidad humana: sí.

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Desde la soledad

Desde aquí, solitario, sin ti, te escribo ahora.
Estoy sin ti y tu vida de mi vivir se adueña.
Yo quisiera decirte que en mi pupila mora
tu figurita tan leve como la luz pequeña.

Nunca supe decirte cómo tu amor es mío,
cómo yo no he mirado la realidad por verte,
y cómo al contemplarte yo me sentí vacío,
y cuánto yo he querido ser para merecerte.

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Desde lejos

Pasa la juventud, pasa la vida,
pasa el amor, la muerte también pasa,
el viento, la amargura que traspasa
la patria densa, inmóvil y dormida.

Dormida, en sueño para siempre, olvida.
Muertos y vivos en la misma masa
duermen común destino y dicha escasa.

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El amante viejo

¡Amabas tanto…! Acaso
con amargura, acaso con tristeza
lo dijiste. ¡Amabas tanto! En el espejo
viste tu faz que se iba haciendo vieja,

y tomaste a decir: «…amor…» Soñabas,
y en la alta noche silenciosa y queda,
lejos se oía lento el rumor manso
de un agua que pasaba mansa y lenta.

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El ciclón

Tú que me miras, mírame hasta el fondo.
Tú que me sabes, sábeme.
Porque falta muy poco, porque el tiempo
arrecia vendavales
que se llevan ventanas y gemidos,
besos, ruidos de calles,
este silbido agudo que ahora escuchas
en el vecino parque,
las nubes delicadas que se juntan
en los azules gráciles
y el corazón con que me miras hondo
queriendo acariciarme.

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El vivir de la amada

Yo sé que de tu pecho los latidos
están contados. Corazón, haz lento
tu misericordioso movimiento
y leves tus quejidos doloridos

por ese cuerpo, donde mis sentidos
ponen todo su amor, donde me siento
morir a cada golpe ceniciento
de tus redobles graves y oprimidos.

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Elegía

Te he dicho que los hombres no contemplan
el puro río que pasa,
la dulce luz que invade las riberas
cuando fluye hacia el mar el agua casta.

Te he dicho ayer…Y yo veo ahora
fluyendo dulce hacia la mar lejana,
mientras los hombres ciegos, ciegamente
se embisten con furor de piedra helada.

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En este mundo fugaz

Pozo de realidad, nauseabunda
afirmación, nocturno
cerco de sombras. Todo
hasta la muerte. Somos
aciago resplandor insumiso, noche
florecida. Oh miseria
inmortal. Tú, mi alondra
súbita, mi pequeño colibrí delicado,
flor mecida en la brisa,
tú, dichosa, tú, visitada por la luz,
lavada en su jardín que desciende
despacio,
pequeñez tan querida.

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Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer

Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer
de cigarras, cuando el calor inmóvil te impide, como un bloque, respirar.
E irás con la fatiga y el recuerdo de ti, un día y otro día,
subiendo a la montaña por el mismo sendero,
gastando los pesados zapatos contra las piedras del camino,
un día y otro día gastando contra las piedras la esperanza, el dolor,
gastando la desolación, día a día,
la infidelidad de la persona que te supo, sin embargo, querer
(gastándola contra las piedras del camino), que te supo adorar,
gastando su recuerdo y el recuerdo de su encendido amor,
gastándolo
hasta que no quede nada,
hasta que ya no quede nada
de aquel delgado susurro, de aquel silbido,
de aquel insinuado lamento;
gastándolo hasta que se apague el murmullo del agua en el sueño,
el agitarse suave de unas rosas, el erguirse de un tallo
más allá de la vida,
hasta que ya no quede nada y se borre la pisada en la arena,
se borre lentamente la pisada que se aleja para siempre en la arena,
el sonido del viento, el gemido incesante del amor, el jadeo del amor,

el aullido en la noche
de su encendido amor y el tuyo
(en la noche cerrada
de su abrasado amor),
de su amor abrasado que incendiaba las sábanas, la alcoba, la bodega,
entre las llamas ibas abrasándote todo hacia el quemado atardecer,
flotabas entre llamas sin saberlo hacia el ocaso mismo de tu quemada vida.

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La mañana

Errante por la luz, en primavera
recóndita y azul y de oro y grana,
mi corazón recoge esta mañana
todo el amor que llueve en lisonjera

tempestad de frescor. La noche afuera.
Afuera el cierzo y la ansiedad lejana.

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Letanía para decir cómo me amas

Me amas como una boca, como un pie, como un río.
Como un ojo muy grande, en medio de una frente solitaria.
Me amas como el olfato, los sollozos,
las desazones, los inconvenientes,
con los gemidos del amanecer, en la alcoba los dos, al despertar;
con las manos atadas a la espalda
de los condenados frente al muro; con todo lo que ves,
el llano que se pierde en el confín, la loma dulce y el estar cansado,
echado sobre el campo, en el estío cálido,
la sutil lagartija entre las piedras rápidas;
con todo lo que aspiras,
el perfume del huerto y el aire y el hedor
que sale de un apútrida escalera;
con el dolor que ayer sufriste y el que mañana has de sufrir;
con aquella mañana, con el atardecer
inmensamente quieto y retenido con las dos manos para que
no se vaya a despertar;
con el silencio hondo que aquel día, interrumpiendo el paso de
la luz,
tan repentinamente vino entre los dos, o el que invade
la atmósfera justo un momento
antes de la tormenta;
con la tormenta, el aguacero, el relámpago,
la mojadura bajo los árboles, el ventarrón de otoño,
las hojas y las horas y los días,
rápidos como pieles de conejo,
como pieles y pieles de conejo, que con afán corriesen incansables,
con prisa
hacia un sitio olvidado, un sitio inexistente, un día que no existe,
un día enorme que no existe nunca, vaciado y atroz
(vaciado y atroz como cuenca de ojo, saltado y estallado por una
mano vil);
con todo y tu belleza y tu desánimo a veces cuando miras el techo
de la alcoba sin ver, sin comprender,
sin mirar, sin reír;
con la inquietud de la traición también, el miedo del amor y el
regocijo del estar aquí,
y la tranquilidad de respirar y ser.

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Más allá de esta rosa

(Meditación de postrimerías)
1
Una rosa se yergue.
Tú meditas. Se hincha
la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.
Cuando miras, entierras. Oh pompa
fúnebre. Azucena: Relincho
espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía
de una rosa escuchaste, sangrienta
en el amanecer cual llamada
de una realidad diminuta,
miras tras ella el hondo
trajinar de otra vida, la esbelta
rapidez con que algo se mueve en la noche
con prisa, como si quisiera llegar a una meta
insaciable.

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Mujer ajena

¡Oh realidad sin gozo y sin aurora!
Era la noche entera entre tus brazos.
Yo te tenía y sostenía. Abrazos
nos daba el sufrimiento a cada hora.

Viví contigo una verdad. No llora
quien tiene que vivir tan duros lazos.

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Noche del sentido

El olfato no huele, ojo no mira.
Ni gusta lengua ni conoce el seso.
Eso sabemos, corazón que aspira.
Tan sólo eso.
Quién pudiera cual tú mirar tan leve
esta colina que una paz ya toma:
mirar el campo con amor, con nieve:
poder llamarlo fresca luz, paloma.

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Palabras en la noche

Cecilia, dulce amiga. Hoy yo quisiera hablarte
con la verdad que nace de un corazón pequeño.
Decirte cómo un día yo quise condenarte.
A ti que fuiste sólo la luz para mi sueño.

A ti que fuiste siempre la luz para mi vida,
la luz parada en medio de mi existencia vana,
la luz suave y callada, la luz dulce, esparcida,
valiente en la tristeza, luciente en la mañana.

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Pero cómo decírtelo si eres

Pero cómo decírtelo si eres
tan leve y silenciosa
como una flor. Cómo te lo diré
cuando eres agua,
cuando eres fuente, manantial, sonrisa,
espiga, viento,
cuando eres aire, amor.

Cómo te lo diré,
a ti, joven relámpago,
temprana luz, aurora,
que has de morirte un día
como quien no es así.

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Reloj de arena

A Emilio Lorenzo

Un diálogo consigo mismo es lo que consigue el hombre
al atardecer,
contemplando el reloj de la arena que cae.
Un monólogo, una susurrante confidencia,
un murmullo apenas inteligible donde se desmorona el
pasado
continuamente, perezosamente deleznable, con lentitud
cruel, con perversa demora.

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Rememoraciones de incidentes

En una cueva de la memoria, en su larga llanura oxidada,
en su estéril cardenillo verdoso, en su desolado atardecer,
lento y un poco oscurecido como si fuese ya tarde,
como si nacer no hubiera sido posible
aquel remoto día, perdido en el confín;
e imposible fuese asimismo
el otro amargo día, no puedo decirte su nombre,
algo ladeado y ya en las afueras de súbito,
en el suburbio y el terrible descampado de súbito,
lívidamente azul de pronto;

con tazas desportilladas, abanicos devorados por la ansiedad,
relicarios de madera envejecida, espejos,
miserables espejos de azogue saltado, horrendos maniquíes
sin cabeza, emisarios inmóviles de más allá del río
solitario, emisarios sin brazos y sin cabeza, inmóviles,
y por eso no pueden sonreír;

y todo subía como una marea feroz por la memoria cárdena,
y todo subía amargamente cárdeno por el recuerdo de una noche,
trepaba por la penosa rememoración, por el jadeante ascender y acordarse
de una noche, saliendo de la sombra, un momento tan solo;
reconstruir aquella adoración
hecha de pétalos, de palabras y polen de palabras, de
cansancios o incrustaciones lamentables, quejidos,
de quemaduras y desolaciones
junto a un andén que no llegaba nunca como si fuese un tren,
un tren de súbito como si fuese aquella adoración.

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Sosténme tú

Sosténme tú… Sosténme en esta espuma,
en tan dudosa espuma, en tan extraño
vivir; en este sueño, en este engaño,
en esta incertidumbre, en esta bruma…

Pero me voy. Callada, cierta, suma,
me espera la deidad del rostro huraño,
y lentamente del vivir me extraño.

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Ven hacia mí

Algo en mi sangre espera todavía.
Algo en mi sangre en que tu voz aún suena.
Pero no. Inútilmente yo te llamo.
Aquella voz que te llamaba es ésta.

Ven hacia mí. Mis brazos crecen, huyen
donde los tuyos la mañana aquella.

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Tú y yo

Tú y yo, los dos, bajo la luz del día,
bajo la luz que dura en lo inocente,
¡Oh, sí, los dos, bajo la luz riente
queremos ser! Queremos… Yo querría.

Contra la sombra o la melancolía,
contra las injusticias del presente,
quién te tuviera siempre, siempre… ¡Tente
amor pequeño, campo de alegría!

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Vale la pena

Vale la pena, vale la condena
contemplar en la tarde que se inclina
a poniente la paz de esta colina,
dulce en la hora de la luz serena.

Vale la pena contemplar tu pena,
aunque me duele como aguda espina,
vale la pena noche que avecina
su rostro duro y su tenaz cadena.

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Verdad, mentira

Con tu verdad, con tu mentira a solas,
con tu increíble realidad vivida,
tu inventada razón, tu consumida
fe inagotable, en luz que tú enarbolas;

con la tristeza en que tal vez te enrolas
hacia una rada nunca apetecida,
con la enorme esperanza destruida,
reconstruida como el mar sus olas;

con tu sueño de amor que nunca se hace
tan verdadero como el mar suspira,
con tu cargado corazón que nace,

muere y renace, asciende y muere, mira
la realidad, inmensa, porque ahí yace
la verdad toda y toda tu mentira.

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Y yo te quise más

Yo iba contigo. Tú, con tristes ojos
parecías la tarde en la mañana.
Mi amor, al verte triste, atardecía.
Atardecía, pero alboreaba.

Pues yo te quise más. Para alegrarte,
la luz del mundo celebré más ancha.
Y mi alma entonces exhaló el perfume
agreste y fresco que madruga y canta.

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Capítulo

…Era este tu cuerpo, el cual yo viendo,
tan grande era mi miedo y mi deseo
que moría entre yelo y fuego ardiendo.

Pues ya de tu alma si escribir deseo,
tanto he de andar por lo alto rodeando
que habrá de ser perderme en el rodeo.

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Dulce soñar

Dulce soñar y dulce congojarme,
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba,
si un poco más durara el engañarme.

Dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.

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El ruiseñor que pierde sus hijuelos

Cual suele el ruiseñor entre las sombras
de las ahojas del olmo o de la haya
la pérdida llorar de sus hijuelos,
a los cuales sin plumas aleando
el duro labrador tomó del nido;
llora la triste pajarilla entonces
la noche entera sin descanso alguno,
y desde allí, do está puesta en su ramo,
renovando su llanto dolorido,
de sus querellas hincha todo el campo.

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En la huerta nasce la rosa

En la huerta nasce la rosa:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.

Por las riberas del río
limones coge la virgo:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.

Limones cogía la virgo
para dar al su amigo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantabá.

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La ausencia

Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.

Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartado
hace su desear más encendido.

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Nunca de amor estuve tan contento

Nunca de amor estuve tan contento,
que en su loor mis versos ocupase:
ni a nadie aconsejé que se engañase
buscando en el amor contentamiento.

Esto siempre juzgó mi entendimiento,
que deste mal todo hombre se guardase;
y así porque esta ley se conservase,
holgué de ser a todos escarmiento.

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Si el corazón de un verdadero amante

Si el corazón de un verdadero amante,
y un continuo morir por contentaros,
y un extender mi alma en desearos,
y un encogerme, si os estoy delante;

y si un penar con un sufrir constante,
satisfecho y contento con miraros,
y un derramar mis pasos por buscaros,
preguntando por vos a cada instante;

y si un tener mi razonar compuesto,
en hablándoos, sin más, luego turbarme,
con un grande embarazo y desvarío,

los accidentes son que han de llevarme
con público pregón a morir presto,
la culpa es vuestra y el dolor es mío.

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El amor y el paisaje

Un hálito de rocío en mis venas,
una mariposa que sangra,
tu voz hecha cristal quebrándose en el río de la noche,
y yo, llama menor de la muerte, soñando.
El otoño desliza antiguas alas de galgo
por las calles de la ciudad perdida,
los niños estremecen su cántico entre hierbas tristes,
mi voz se sumerge en el paisaje escondido,
mientras un dócil viento
martiriza mis ojos con súbitas ausencias.

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