Montañas

Soy una mosca si éstas no son piedras,
si no son piedras éstas soy un dedo.

Dedo, hombro, ojo.
El aire las rodea como atento.

Allí estaban ayer y el mundo anteayer,
contentas todas de su herencia,

no hacía falta trabajo, sólo poseer el día,
sólo poseer poder y su presencia,

sonriendo a distancia, luminosas las faces
de la paz del paterno testamento,

flores en el cabello, decorando sus miembros
el dolor del amor y el dolor del temor y el dolor de la muerte.

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Pibroch

El mar aúlla con su voz vacía
tratando por igual vivos y muertos,
cansado de la bóveda celeste
después de innumerables noches faltas
de sueño, de objetivo, de autoengaño.

Como piedra. La piedra es prisionera
como ninguna cosa muerta o viva.

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Rosa del alba

Está fundiéndose una vieja luna helada.

Agonía bajo agonía, el silencio del polvo,
y un cuervo que conversa con los cielos de piedra.

Desolado es el grito recortado del cuervo
como boca de vieja
cuando los párpados terminan
y las colinas persisten.

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Secretaria

Si alguien la toca llora, da un chillido,
se esconde, oculta la terrible herida:
como un gorrión se pasa el día entero,
entre hombres, mirando de reojo,

al menor ruido sale disparada.
Por la noche sortea los piropos
como un ratón.

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Setiembre

Vemos la oscuridad cernerse lenta:
no la miden relojes.
Cuando besos y abrazos se repiten
desaparece el tiempo.

Es verano. Las hojas cuelgan quietas:
a mi espalda una estrella,
bajo un brazo sedeño un mar me dice
que ya no existe el tiempo.

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Un gesto

He aquí este gesto escondido.
Buscaba un hogar. Tanteó rostros
distraídos, por ejemplo, el rostro
de una mujer que se sacaba un niño de entre las piernas
pero en aquel rostro duró poco tiempo el rostro
de un hombre preocupadísimo
con el acero volador en el instante
de un choque de automóviles se fue de su rostro
dejándolo solo eso duró menos tiempo incluso, el rostro
de un soldado disparando ráfagas de ametralladora no mucho tiempo y
el rostro de un jinete en el segundo
en que chocaba contra la tierra, los rostros
de dos amantes en los segundos
en que tanto se penetraban que olvidáronse
completamente uno de otro yeso estuvo bien
pero tampoco duraba.

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Alquimia de amor

Algunos que más hondo que yo en la mina del amor han excavado
dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
Yo he amado, y poseído, y relatado,
mas, aunque hasta la ancianidad amara, poseyera y refiriera,
ese misterio escondido no habría de encontrarlo.

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Amor negativo

Nunca tanto me abatí como aquellos
que en un ojo, mejilla, labio, hacen presa;
Rara vez hasta aquellos que más no se remontan
que para admirar virtud o mente:
pues sentido e inteligencia pueden
conocer aquello que su fuego aviva.

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Canción

Ve y coge una estrella fugaz;
fecunda a la raíz de mandrágora;
dime dónde está el pasado,
o quién hendió la pezuña del diablo;
enséñame a oír cómo canta la sirena,
a apartar el aguijón de la envidia,
y descubre
cual es el viento
que impulsa a una mente honesta.

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Constancia de mujer

Un día entero me has amado.
Mañana, al marchar, ¿qué me dirás?
¿Adelantarás la fecha de algún voto recién hecho?
¿O dirás que ya
no somos los mismos que antes éramos?
¿O que de promesas hechas por temor reverente
del amor y su ira, cualquiera puede abjurar?

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El corazón roto

Loco de remate está quien dice
haber estado una hora enamorado,
mas no es que amor así de pronto mengüe, sino que
puede a diez en menos plazo devorar.
¿Quién me creerá si juro
haber sufrido un año de esta plaga?

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El mensaje

Devuélveme mis ojos largamente descarriados,
pues es ya mucho el tiempo que han estado sobre ti;
mas ya que tales males allí han aprendido,
tales conductas forzadas
y apasionamiento falso,
que por ti
nada bueno
pueden ver, quédatelos para siempre.

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El testamento

Antes que exhale mi último suspiro, deja, Amor,
que revele mi legado. Es mi voluntad legar
a Argos mis ojos, si mis ojos pueden ver.
Si están ciegos, Amor, a ti te los entrego;
A la Fama doy mi lengua; a embajadores, mis oídos;
a mujeres, o a la mar, mis lágrimas.

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La aparición

Cuando por tu despecho, ¡oh inmoladora!, esté muerto,
y libre te creas ya
de todos mis asedios,
vendrá entonces mi espectro hasta tu lecho
y a ti, vestal farsante, en peores brazos hallará.
Parpadeará entonces tu enfermiza llama,
y aquel, tu entonces dueño, fatigado ya,
si te mueves, o intentas despertarlo con pellizcos, pensará
que pides más,
y en sueño simulado te rehuirá,
y entonces, álamo tembloroso, menospreciada, abandonada,
te bañarás en gélido sudor de azogue,
espectro más real que el mío propio.

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La prohibición

Guárdate de quererme.
Recuerda, al menos, que te lo prohibí.
No he de ir a reparar mi pródigo derroche
de aliento y sangre en tus llantos y suspiros,
siendo entonces para ti lo que tú has sido para mí.
Pues goce tan intenso consume al punto nuestra vida.

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La salida del sol

Viejo necio afanoso, ingobernable sol,
¿por qué de esta manera,
a través de ventanas y visillos, nos llamas?
¿Acaso han de seguir tu paso los amantes?
Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien
a tardos colegiales y huraños aprendices,
anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza,
ordena a las hormigas que guarden la cosecha;
Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones,
de horas, días o meses, los harapos del tiempo.

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Nocturno sobre la festividad de Santa Lucía, en el día más breve del año

Ésta es la medianoche del año y la del día,
Santa Lucía, día que apenas siete horas se descubre,
se extingue el sol y ahora sus redomas
envían luces débiles, mas no incesantes rayos;
ya la savia del mundo fue absorbida:
el bálsamo universal hidrópica la tierra ha bebido hasta el término,
donde, como a los pies del lecho, la vida está encogida,
difunta y enterrada; mas todas estas cosas parecen sonreír
comparadas conmigo, pues yo soy su epitafio.

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Seducción

Ven a vivir conmigo, y sé mi amor,
y nuevos placeres probaremos
de doradas arenas, y arroyos cristalinos;
con sedales de seda, con anzuelos de plata.

Discurrirá entonces el río susurrante
más que por el sol, por tus ojos calentado,
y allí se quedarán los peces enamorados,
suplicando que a sí puedan revelarse.

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Usura de amor

Por cada hora que ahora me concedas,
te entregaré,
Dios usurero del Amor, a ti, veinte,
cuando a mis cabellos negros los grises sean iguales.
Hasta entonces, Amor, deja que mi cuerpo reine, y deja
que viaje, me quede, aproveche, intrigue, posea, olvide;
la del año anterior retorne, y piense que aún
no nos conocíamos.

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Canción de glicina

MIRÉ un rayo de sol,
combado en el azul, hasta la tierra,
y allí vi un pájaro atrevido:
¡oh, qué encantado y dulce!

Bajábase y subía, parpadeaba, en círculos
volaba por el rayo de soleada niebla,
con sus ojos de llama y con su pico de oro
y todo su plumaje de amatista.

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El arpa eólica

¡Mi Sara pensativa! Reclinada
tu cabeza en mi brazo, es dulce estar
junto a nuestra cabaña recubierta
de jazmín y de mirto (los emblemas
de la inocencia y del amor reunidos)
y ver los montes rebosar la luz
de la tarde, reunirse lentamente
y mostrar el lucero refulgente
como la sabiduría.

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El recuerdo

…El heno removido y los primeros frutos,
el heno removido y las mieses de un campo
dicen: se fue el estío. La digital, muy alta,
esparce campanillas de púrpura en el viento,
o cuando se remonta, rozándola, una alondra
o se posa un pinzón en su tallo.

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Kubla Khan

EN Xanadú, Kubla Khan
mandó que levantaran su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado,
por cavernas que nunca ha sondeado el hombre,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos,
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercando los rincones de verde soleado.

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Acuérdate de mí

Llora en silencio mi alma solitaria,
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna…
ni la muerte la puede aniquilar.

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Adiós

¡Adiós! si dicha se concede al hombre
de una plegaria en premio, ésta tu nombre
elevará hasta el trono del Señor.
Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;
más que el lloro, exprimido, ya sangrante,
de ojos sin luz, tenaz remordimiento
esta palabra dice… ¡Adiós!

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Canción del corsario

En su fondo mi alma lleva un tierno secreto
solitario y perdido, que yace reposado;
mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.

Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,
hay en su centro a modo de fúnebre velón,
pero su luz parece no haber brillado nunca:
ni alumbra ni combate mi negra situación.

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En un álbum

Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.

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Hubo un tiempo… ¿recuerdas?

Hubo un tiempo… ¿recuerdas? su memoria
Vivirá en nuestro pecho eternamente…
Ambos sentimos un cariño ardiente;
El mismo, ¡oh virgen! que me arrastra a ti.

¡Ay! desde el día en que por vez primera
Eterno amor mi labio te ha jurado,
Y pesares mi vida han desgarrado,
Pesares que no puedes tú sufrir;

Desde entonces el triste pensamiento
De tu olvido falaz en mi agonía:
Olvido de un amor todo armonía,
Fugitivo en su yerto corazón.

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La destrucción de Senaquerib

BAJARON los asirios como al redil el lobo :
brillaban sus cohortes con el oro y la púrpura ;
sus lanzas fulguraban como en el mar luceros,
como en tu onda azul, Galilea escondida.

Tal las ramas del bosque en el estío verde,
la hueste y sus banderas traspasó en el ocaso:
tal las ramas del bosque cuando sopla el otoño,
yacía marchitada la hueste, al otro día.

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La gacela salvaje

La gacela salvaje en montes de Judea
Puede brincar aún, alborozada,
puede abrevarse en esas aguas vivas
que en la sagrada tierra brotan siempre;
puede alzar el pie leve y con ardientes ojos
mirar, en un transporte de indómita alegría.

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La partida

¡Todo acabó! La vela temblorosa
se despliega a la brisa del mar,
y yo dejo esta playa cariñosa
en donde queda la mujer hermosa,
¡ay!, la sola mujer que puedo amar.
Si pudiera ser hoy lo que antes era,
y mi frente abatida reclinar
en ese seno que por mí latiera,
quizá no abandonara esta ribera
y a la sola mujer que puedo amar.

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No volveremos a vagar

Así es, no volveremos a vagar
Tan tarde en la noche,
Aunque el corazón siga amando
Y la luna conserve el mismo brillo.

Pues así como la espada gasta su vaina,
Y el alma consume el pecho,
Asimismo el corazón debe detenerse a respirar,
E incluso el amor debe descansar.

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Sol del que triste vela

¡Sol del que triste vela,
astro de cumbre fría,
cuyos trémulos rayos de la noche
para mostrar las sombras sólo brillan.
!Oh, cuánto te asemeja
de la pasada dicha
al pálido recuerdo, que del alma
sólo hace ver la soledad umbría!

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A la estrella nocturna

¡Tú, ángel rubio de la noche,
ahora, mientras el sol descansa en las montañas, enciende
tu brillante tea de amor! ¡Ponte la radiante corona
y sonríe a nuestro lecho nocturno!
Sonríe a nuestros amores y, mientras corres los
azules cortinajes del cielo, siembra tu rocío plateado
sobre todas las flores que cierran sus dulces ojos
al oportuno sueño.

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Alegría

«No poseo nombre:
pero nací hace dos días.»
¿Cómo te llamaré?
«Soy feliz.
Me llamo alegría.»
¡Que el dulce júbilo sea contigo!

¡Bonita alegría!
Dulce alegría, de apenas dos días,
te llamo dulce alegría:
así tú sonríes,
mientras yo canto.

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Canto del reír

Cuando los verdes bosques ríen con la voz del júbilo,
y el arroyo encrespado se desplaza riendo;
cuando ríe el aire con nuestras divertidas ocurrencias,
y la verde colina ríe del estrépito que hacemos;
cuando los prados ríen con vívidos verdes,
y ríe la langosta ante la escena gozosa;
cuando Mary y Susan y Emily
cantan «¡ja, ja, ji!» con sus dulces bocas redondas.

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Canto para acunar

Dulces sueños, formad una pantalla
Sobre la linda cabeza de mi niño;
dulces sueños de agradables corrientes
bajo rayos de luna felices y silenciosos.

Dulce sueño, que tus cejas tejan
con suave felpa una corona infantil;
dulce sueño, Ángel terso,
fluctúa sobre mi niño dichoso.

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El pastor

¡Qué dulce es la dulce fortuna del Pastor!
Deambula desde el alba hasta el atardecer;
debe seguir a su rebaño el día entero,
y su lengua se embeberá con alabanzas.

Pues oye el inocente llamado del borrego,
y escucha la tierna respuesta de l a oveja;
vigila mientras permanecen en calma
pues saben cuándo está próximo su Pastor.

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