A ninguna parte

Los pensionistas hablan de trombosis
en los autobuses
o aguardan el final
en los bancos de los parques públicos
entre mierda de palomas y jeringas
ensangrentadas,
o me paran en la calle
ante escaparates llenos de electrodomésticos
para preguntarme la hora
e interesarse por la raza de mi perro.

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Café y cigarrillos

Salgo del trabajo. Los huesos, el cuerpo entero
dulcemente dolorido, como -a veces-
después de un polvo de los buenos.
La luna, sajada en dos pedazos, me recuerda
el ojo ese famoso de Buñuel,
asomada un tanto tenebrosamente
por encima de los árboles.

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En blanco y negro

Me despierto y hay un vaso medio lleno
de bourbon encima de la mesa, unas cerillas,
un paquete de Winston en el que alguien
ha garabateado su número de teléfono; son las siete
y cinco minutos de la mañana, James Mason me contempla
en blanco y negro desde el televisor, y vocaliza
palabras que no logro entender ni oír siquiera.

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Eso es lo que llevo más de treinta años intentando averiguar

Hojeando un libro
de Rilke
en edición bilingüe
alemán/inglés
que me he encontrado
en el bolsillo interior
de la cazadora
esta mañana
y no tengo ni puta
idea de dónde huevos
ha salido,
un ojo a la
funerala
inyectado en sangre
como una canica rota
debajo de mis gafas
de sol,
el lado izquierdo
de la cara
un viacrucis
de hematomas
y de costras
coaguladas,
luchando por reírme
o encontrarle
algún sentido a mi existencia
y esperando a que la gorda
que ha entrado delante de mí
termine con el médico
de una vez
y alquien se esmere
en pronunciar
mi nombre y apellido
como un colegial
exasperado
entre el aséptico silencio
de estas paredes blancas,
se abre la puerta
y es Jesús
que me pregunta:
«Pero… ¿qué cojones
te ha pasado?»

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La edad de la obsolescencia

Tenía un 1640 con doble unidad de disco
y pantalla monocromo
pero quedó para el arrastre
después de haberme jodido
un par de meses de trabajo,
disquete chungo
más allá de cualquier esperanza
o posibilidad de recuperación;
tenía un 8086 de monitor verde agresivo
que hizo lo que pudo por dejarme ciego
antes de estallar;
tenía un 286 a 16 megahercios
que chupó humedad como una esponja seca
dio un par de avisos, soltó una especie
de nocivo latigazo de voltaje enfermo
y quedó carbonizado;
así que luego dije, ahora verás,
voy a ponerme al día,
como hay Dios que me voy a poner
al día,
e invertí dos años de letras y suplicios
en un 486 a 66 megahercios,
pantalla de alta definición,
250 megas de disco duro,
tarjeta fax/módem,
DOS, Windows, la Biblia
en verso blanco, y si calculo
el importe aproximado
de toda esta chatarra hasta la fecha
debe de andar más cerca del kilo
que otra cosa,
pero según me dicen
sigo en la prehistoria,
es agobiante,
lo que hay que hacer en estos tiempos
para mantenerse al día,
dos pasos palante
y seis patrás;
Cervantes, es posible,
lo tuvo difícil en su época
pero a veces pienso
que de buena se libró.

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La música

Los trinos de ese mirlo
se derraman
sobre el fiambre más reciente
de la ciudad.
Dicen que encontraron la jeringa
colgándole del brazo todavía.
No lo sé.
Y no me importa
demasiado.
Escucho al mirlo.
Su múscia
en medio del infierno.

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Llámame

Tu padre se está metiendo coca, tu madre
no te deja estar, y ahora que por fin habías decidido
desechar otros vicios que no fueran
el condenado tabaco y el café.

Llegas a casa, enciendes la T.V.
Trasplantes de hígado, qué comemos,
tensión en Pakistán.

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Metafísico estáis

El tipo dijo
con palabras elogiosas
que en el fondo
le agradezco:
«… he aquí el milagro
de una lírica
que se construye
en el vacío…»;
y miré los muros
de esta casa
que no es mía
y no hallé cosa
en que poner los ojos
que me ayudara
a pagar el alquiler.

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