He visto un hombre que al huir del mundo
halló su paz en tierra desolada:
no fue un hereje ni un muzlim profundo,
no tuvo bienes ni creencia en nada,
ni en verdades, ni en dudas, ni en la muerte.
¿Quién en el mundo pudo ser más fuerte?
He visto un hombre que al huir del mundo
halló su paz en tierra desolada:
no fue un hereje ni un muzlim profundo,
no tuvo bienes ni creencia en nada,
ni en verdades, ni en dudas, ni en la muerte.
¿Quién en el mundo pudo ser más fuerte?
¡Oh, pobrecita alma mía!
Si el llorar y el disolverte
hasta la sangre y la muerte
es tu condena sombría;
si el alba de cada día
te trae un nuevo tormento,
dime, alma, tu pensamiento:
¿Qué has venido a hacer aquí,
si no has de vivir en mí
más que el lapso de un momento?
¿Cómo queréis que los secretos míos
con la misma confianza los revele
a justos y a malvados y no vele
por la intangible unción de mi ideal?
Yo no puedo a ignorantes y a impíos
explayar gérmenes de pensamientos
donde duermen terribles argumentos,
que el gran misterio pueden develar…
Sé de un sitio en el cielo indescriptible:
Y un secreto que dar me es imposible.
No hay alma que no llore por tu ausencia,
hasta fundirse en lágrimas de sangre;
no hay ser vidente que al mirar tus gracias
preso de sus hechizos no se encante.
Y al ver que tú por nadie te interesas,
todos cautivos a tus plantas caen.
Has recorrido el mundo palmo a palmo
y todo aquello que en el mundo viste,
es nada, nada;
Has sentido pasar como un ensalmo
músicas y palabras: cuanto oíste,
es nada, nada;
Al Universo todo lo has medido,
y el Universo en su infinita anchura
es nada, nada;
Por fin en el rincón te has escondido
de tu alcoba, y ¿ qué vio tu desventura?
Triste Khayyám, tu cuerpo es una tienda,
y el alma que la habita es su Sultán;
su horizonte, desierto y más desierto;
la Nada, su final.
Cuando el Sultán la tienda ha abandonado
sepultureros a destruirla van,
y a alzarla en otra etapa del viaje
que no acaba jamás.
Fabricante de tiendas fue tu padre,
y tú, Khayyám, ingrato al noble oficio,
tras no sé qué ignorado beneficio,
tiendas de ciencia te pusiste a hacer.
La Parca con sus fúnebres tijeras
cortó en pedazos tu telar flamante…
y luego, un baratero trashumante,
«Por lo que den» los hubo de vender.
¡Oh, Dios! tú eres piadoso:
Misericordia y clemencia
son tu virtud y tu esencia
para este mundo afanoso.
¿Por qué a nuestro padre Adán
del Edén echaste, cruel,
si las que juzgaste en él
culpas, en tu mente están?
¡Qué raudo el tiempo pasó
de la ardiente adolescencia!
La primaveral esencia
del placer se evaneció.
De la Juventud el ave
de plumaje bizantino,
¿Quién sabe cuándo aquí vino?
Y cuándo se fue ¿quién sabe?
¡Oh, mil veces dichosa
alma del que pasó desconocido,
que el djubeh del magnate no ha vestido,
ni del soldado la derreh nudosa,
ni del Sufi la estola pretensiosa!
¡Ah! pero él fue como el Simourg sagrado
por el ideal al cielo levantado,
en vez de sumergirse en las neblinas
del mundo, como el búho entre las ruinas,
y ser por sus escombros aplastado.
Sé de ignorantes que jamás pasaron
una vigilia en pos de una verdad,
y más allá de sus carnales muros
un solo paso no dieron jamás.
Pero son ellos los que visten toga
y en aire de señores graves van;
y son ellos los viles detractores
del Puro, a quien jamás comprenderán.
Toros los que a la tumba han descendido,
en cenizas o en polvo se han disuelto;
sus átomos sin liga, se han revuelto,
y aquí y allí dispersos se han perdido.
¡Ah, Señor! ¿qué diabólico brebaje
es éste que los hombres han libado,
que en locos sin remedio se han trocado
para ofuscarse más en su miraje?
Cuando Dios mi barro hacía
y mi cuerpo modelaba,
ya sabía, ya ordenaba
todo lo que yo sería.
Y si un pecador he sido,
Él parte en mi sino fue:
Entonces, digo, ¿por qué
en el infierno me ha hundido?
Y ahora me voy a marchar,
y será triste este día:
de cien perlas que tenía
sólo una pude engarzar.
¡Ay! de la vida al través,
las ideas por miriadas,
del hombre, deja ignoradas
la ceguera o la estultez.
De este viejo Khayyám oye el consejo:
Busca siempre del sabio la amistad;
de los que viven en honestidad
sea la vida para ti un espejo.
Que la distancia de la tierra al cielo
te aleje del estulto e ignorante,
y la luz de tu fe vaya delante
para alumbrar las rutas de tu vuelo.
Pusiste en mí pasiones indomables
y un deseo tenaz que me devora;
su imperativo impúlsame a saciarlas,
pero lo vedan tus sagradas normas.
La pobre humanidad vacila y gime
entre los dos extremos de tu dogma:
Tú le prohíbes derramar el vino,
¡pero le ordenas inclinar la copa!
Si quisieras escucharme
te podría aconsejar:
Sabes que la ciencia mía
es de verdad.
Mira, no vale la pena
de revestir el talar
manto de la hipocresía,
que es falsedad.
Vé que no tiene comienzo
ni fin la inmortalidad:
no vendas por un instante
tu eternidad.
1
¡Oh, qué dolor que en este horno candente
donde se ha de fundir la masa humana,
sean los crudos más favorecidos
con el pan más cocido de la hornada!
Y que en este taller de forma y peso,
donde cada uno su porción aguarda,
sean los incompletos los que lleven
la más completa dote de la fábrica.
Llegó el instante en que la tierra entera
va a adornarse de gracias y verdura,
y de Moisés por entre la espesura
la mano evocará a la Primavera;
En que, animados del divino aliento
De Jesús vivo que en los campos yerra,
van a surgir del fondo de la tierra
los retoños, al sacro encantamiento.
¿Por qué tanto llorar por tu pecado,
sabio Khayyám? ¿Qué suerte de consuelo
halla tu alma en arrojarte al suelo
en un auto-tormento así extremado?
Tú sabes, por tu ciencia y tu cordura,
que el perdón tras la culpa gustarías:
¿Cómo, pues, sin pecar conocerías
del Perdón la eucarística dulzura?
¡Oh, eterna tragedia humana!
En pos de Ti el mundo entero
corre, indaga y peregrina
por mares y por desiertos.
Los derviches y magnates,
con su oro y sus privilegios,
no han podido aproximarse
hasta tu divino asiento.
Tuve un Edén, de mil que el cielo encierra,
sin cuitas y sin dudas ni temores;
y un día, ansiando ver cosas mejores,
como un halcón lancéme hacia la tierra.
Mas ¡ay! desde que aquí llegué, perdido,
solo, con los secretos de mi ciencia,
no hallo alma digna de mi confidencia…
y huyo de nuevo por donde he venido.
¡Oh, rueda eterna del cielo
que no para un solo día,
cómo tu voltear me hastía,
cómo mi descanso anhelo!
En vano mi ciencia apuro
por librarme de su giro;
en vano a esa dicha aspiro
y al mismo Creador conjuro:
Rebelde a mi condición,
ni mi ciencia es suficiente,
ni puedo infinitamente
seguir esta rotación…
La gota de agua del mar,
desprendida y solitaria,
en playa inhospitalaria,
triste se puso a llorar.
El Océano al sentir
tan tierna lamentación
de aquella separación,
la piedad le hizo sonreír.
-«Hija mía, entre los dos
hay una sola unidad,
y sobre esta inmensidad
no hay más grandeza que Dios.
EL aura primaveral
despierta al jardín, mimosa,
y el ruiseñor, por la rosa
entona su himno nupcial.
Bajo la aromada sombra
de los tupidos rosales,
en las horas estivales
reposa en la muelle alfombra.
Sus pétalos al caer
sobre ti, te irán diciendo:
-«Como tú, vamos volviendo
hacia donde fué el nacer».
Que a esta vida la has vivido
piensa, como lo has querido:
¿Y después?
Imagínate, confiado,
que tu hora última ha llegado:
¿Y después?
Que cien años transcurrieron
y tu plena dicha vieron,
sin pesares, sin enojos,
y al colmo de tus antojos:
¿Y después?
Anoche, en un arrebato,
después de vaciar mi vino,
en las piedras del camino
rompí mi copa, insensato.
Era la embriaguez, por cierto,
la que tal acto inspiró:
Mas lo que la copa habló
me dejó de asombro yerto:
-«De tu misma esencia fuí
y tú de mi esencia fuiste;
lo que tú de mí hiciste
el Destino hará de ti».
I
Armado de albedrío y de razones
guerra sin tregua libro a mis pasiones:
¿Qué más hacer?
La aguda espina del remordimiento
de mis actos, aguza mi tormento:
No sé qué hacer.
No cesa mi conciencia de acusarme,
ni cesa tu piedad de perdonarme:
¿Qué debo hacer?
Yo mismo cerré la puerta
que siempre mantuve abierta,
del pecado,
y libre de aparcerías
y de infieles compañías
he quedado.
Y después de mi castigo
sólo me quedó un Amigo
para amar:
A Él puedo sin opresiones
mis más puras ideaciones
revelar.
Mira esta copa transparente: era,
antes de modelada, ruda arcilla,
y revela al trasluz la maravilla
de un alma en sus entrañas prisionera.
De magos y rabinos en la idea,
con los blancos jazmines la comparan,
de donde en mística eclosión brotaran
las sanguinosas rosas de Judea.
Oh, alma, si te vieses en libertad, un día,
de las cadenas de la carne vil,
¡con qué diáfana albura tu esencia irradiaría
entre las rosas blancas del místico pensil!
Sólo así fueras alma, en toda la pureza
de la gracia en su etérea plenitud,
y al firmamento irías de la inmortal belleza,
a ser la nueva Estrella, la estrella Excelsitud.
Porque del vino la ilusión te ofusca
te dan pavor la muerte y el olvido,
y el rayo de oro nunca has percibido
del sol eterno que tu alma busca.
Ni ves en tu incurable ceguedad,
que en ese abismo que tu miedo inflama,
con nueva savia la robusta rama
florece ya de la inmortalidad.
Ayer, antes que el Alba despuntara,
en compañía de la Amiga leal
y de una copa de rosado vino,
me hallé junto a un torrente de cristal.
Frente de mí la copa, concha fina,
Cuya fluida perla un brillo tal
esparcía, que todo el firmamento
quedó envuelto en un nimbo sideral.
Abre para mí tu puerta
pues Tú sólo abrirla puedes,
porque Tú sólo concedes
la gracia de verla abierta.
Tú el sendero me mostraste
de llegar a redimirme:
Y si no puedes abrirme,
¿para qué a Ti me llamaste?
En este instante de mi triste vida,
cuando mi corazón aun late y siente,
que todos mis problemas y mis dudas
resueltos han quedado, me parece.
Mas cuando llamo mi razón a cuentas
y en análisis hondo se sumerge,
no tardo en ver que todo ha sido humo,
y que la noche a circundarme vuelve.
¡Oh!, nunca lo pensaste, ¿por qué al abrir la puerta
de su rosal la aurora, canta alektrión su alerta?
Es que quiere advertirte que otro día ha pasado,
y en la misma ignorancia el nuevo te ha encontrado.
Y cuando ella te asesta la luna de su espejo
y encandila tus ojos el vívido reflejo,
es que quiere enseñarte que el instante vivido
en error y atonía, fugaz te ha envejecido.
Ora a los ojos te escondes
de tu angustiada criatura,
y en su vagar, insegura,
te llama y no le respondes;
ora en luminosas letras
fijas en tu firmamento,
y en voz, ritmo y movimiento
el Universo penetras.
Si entre fe e incredulidad
un soplo apenas se mide
y el mismo espacio divide
al error y a la verdad;
si induciendo de esta suerte
hemos de llegar al fin
a suprimir el confín
entre la vida y la muerte;
si este lapso de un aliento
también me aparta de Ti,
sin dejarme alzar de aquí
mi vuelo por un momento;
¡Oh, Señor!, ¿qué puedo hacer
para ser uno contigo,
si de mi ser me desligo
y no puedo a Ti ascender?
I. La voz en el desierto
Suspendidas de sus hilos, del Señor entre las manos,
bajo el techo de amatista las estrellas se estremecen;
la luna como un alfanje, y los vientos me parecen
traerme voces amigas de mis aduares lejanos.
1. Cuando hayamos partido sin dejar ningún rastro
el sol no cambiará sus leyes ni sus ciclos;
ya vivió sin nosotros innumerables siglos
y no para deleitarnos luce su ardiente astro.
2. Mulá: no reces por mí. Dios da su don
sin que se lo pidan, y el velo de perdón
y su misericordia, inmensos como el mar,
cubrirán, sin mirarlos, los pecados de Omar.
Autor desconocido
1. La aurora: felicidad y pureza. Un inmenso rubí cintila en cada copa.
Coge dos ramas de sándalo: haz con una de ellas un laúd y deja que
la otra te perfume.
2. El alba vuelca sus rosas en la copa del cielo… En el aire de cristal se
desgrana el canto del último ruiseñor… El aroma del vino es más
suave… ¡Y pensar que hay insensatos que en esta misma hora
sueñan con riquezas y distinciones!
A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde, fatigado, en la blanda yacija
de la hierba ondulante y lee una acabada,
una gentil historia de amor y languidez?
¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrádmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el más pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león, y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el oído.
«Me inspiró estos pensamientos, mi Querido Reynolds, la belleza matinal, Que incitaba al ocio.
No había leido ningún libro, y la mañana me daba razón. En nada pensaba sino en la mafiana,
y el Tordo afirmaba mi acierto, pareciendo decir…» (Carta a Reynolds, febrero 1818)
¡Tú, a cuyo rostro el viento de invierno se ha acercado
y que has visto las nubes de nieve entre la bruma
y entre heladas estrellas, olmos de negras cimas!
Cuando ya tarde paseaba por los campos felices,
A la hora en que la alondra sacude el trémulo rocío
De su exuberante escondite de trébol; -cuando de nuevo
Los bravos caballeros cogen sus abollados escudos:
Vi la flor más linda que haya ofrecido la naturaleza silvestre,
Una rosa almizcleña recién mecida por el viento; la primera en desprender
Su fragancia al verano: crecía encantadora,
Como si fuera el cetro que empuñara la reina Titania.
Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa,
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
de decreto divino que anuncia que soy presa
de mi fin, como un águila herida mira al cielo.
Bien venida alegría, bien venido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa…
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!
¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos.
Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso,
y no sean sus dientes la perla más preciosa;
sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean
más largas que la antena menuda de una mosca
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,
pero sí muchas pecas.
Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera
ocultarse igualmente en una nube.
Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-
es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.