Inútil es volver a los lugares olvidados y perdidos, a los paisajes
y símbolos sin dueño.
No hay allí ya liturgias milenarias. Ni aceite fermentado en ánforas de barro.
Los ancianos han muerto. Los animales vagan bajo la lluvia negra.
Inútil es volver a los lugares olvidados y perdidos, a los paisajes
y símbolos sin dueño.
No hay allí ya liturgias milenarias. Ni aceite fermentado en ánforas de barro.
Los ancianos han muerto. Los animales vagan bajo la lluvia negra.
¿Qué espero aún de la espiral del tiempo, de esos cuernos epílogos
que suenan en los bosques?
¿Quién atardece junto a mi corazón helado?
Por el paisaje gris de mi memoria, cruzan arrieros sin retorno, pastores y alfareros
olvidados, bardos ahogados en el miedo lacustre de sus propias leyendas.
1. Bajo el cielo tenebroso
el rehilete se abre en el jardín.
La fiesta del gorrión que danza, canta
-se vuelve flor su trino,
fruto su aleteo-,
se baña bajo el líquido haz de chispas.
Pura felicidad en el pequeño prado,
el agua limpia -hubiera dicho el santo-,
es la sonrisa de Dios.
1. Gozo y tortura
que el Tártaro yel Cielo
-uña de carne- desempeñan.
Al sexo y su desorden milagroso,
a su perfecto matrimonio; ,
de beso y abrelatas, sucumbimos.
A la gloria del sexo,
a su desenfrenado latrocinio,
su avaricia impecable,
alto, cedemos.
La regla es ésta:
dar lo absolutamente imprescindible,
obtener lo más,
nunca bajar la guardia,
meter el jab a tiempo,
no ceder,
y no pelear en corto,
no entregarse en ninguna circunstancia
ni cambiar golpes con la ceja herida;
jamás decir «te amo», en serio,
al contrincante.
El tigre real, el amo, el solo, el sol
de los carnívoros, espera,
está herido y hambriento,
tiene sed de carne,
hambre de agua.
Acecha fijo, suspenso en su materia,
como detenido por el lápiz
que lo está dibujando,
trastornada su pinta majestuosa
por la extrema quietud.
Esto es falso, esto es bueno
y aquello rubio cobre.
Qué ciencia, hermanos,
cómo saben todo eso.
¿No hay más azul, ni falso ni magenta
que el sol del que los mira?
¿No florecemos, no estamos
comprendidos
entre los seres del reino
-oh solipsistas, oh videntes, oh magos-?
Al verterse en los charcos la apostura
del que delgado está, pues disemina
sus reflejos, el agua femenina
se hiela por guardar cada figura.
El revés del cristal nos asegura
su espalda contener: allí camina
la sangre que en Narciso se origina
cada vez que un espejo se fractura.
…alle Rosen sind entweder gelb oder
rot…
No puedes, rosa, coincidir con tu rosa.
La rosa es amarilla, o no:
la rosa es roja, es blanca, es rosa.
¿Son sus hermanas todas amarillas
o blancas?
Los niños de las ciudades
conocen bien el mar,
mas no la tierra.
La niña que no había visto,
nunca, una vaca
se la encontró en el prado
y le gustó.
La vaca no sonreía
-está contra sus costumbres-.
Tan cargada de vida está la verde
absenta de tus ojos cuando hablas,
que emborracha mirarte, y tanto frío
puede albergarse en ellos, que se hiela
mi pecho si me miras. Soy apenas
quien teme y quien desea. No me mires
si es tan sólo por juego o por despecho,
pues abrasa la llama que en mí prendes
con apenas volver a mí tus ojos.
Alegra el corazón haber vivido,
y no importa del todo que el pasado
no sea ya otra cosa que pasado.
Si nos quemó la llama del vivir,
su huella es una herida hecha de orgullo
y de melancolía. Pues vivimos
una vez como nadie (ni siquiera
nosotros mismos) vivirá de nuevo.
Sus cuerpos bajo aquella luz rojiza,
su desnudo irreal entre la rasa niebla.
Fosforescía el cuarto, altas paredes
con blancos azulejos. Pensé: es un hospital,
quizás la habitación de revelado
de un amigo fotógrafo. Pero aquellas dos lunas
gemelas en un cielo azul cobalto
eran de otra galaxia, y miré el firmamento
y no reconocí ninguna estrella
que antes que yo miraran otros ojos humanos.
Era un café y estábamos charlando.
Un extraño café de gigantescas sillas
con unos veladores diminutos.
A nuestro alrededor rostros borrosos
o, más exactamente, unos hombres sin rostro;
y así no me extrañó todo el silencio
de aquel local de espejos infinitos.
Alguien está a la puerta de mi casa.
Me he levantado en medio de la noche
y le espío a través de los visillos.
Alguien llama al portal, llama a mi casa,
y yo escucho sus golpes sin abrirle.
Hay alguien en la calle que se oculta
en la noche sin luna y que me llama,
alguien que no conozco, alguien extraño.
Apenas la caricia de tu mano.
Mi piel es de cristal cuando me tocas.
¿Qué apaciguada luz, qué temblor hecho brasa
se deslíe en mis ojos si me miras?
¿Dónde hiere tu risa y por qué hiere
si con ella me abres la mañana del mundo?
En medio de la noche surge a veces
una pregunta, y la noche se agranda,
y es inmensa la noche hasta la angustia.
Como un barco sin luces, silencioso,
surca así nuestro cuarto tanta sombra
que parece sin límites el mundo.
La calle estaba oscura, había llovido
y brillaba la luna en el asfalto.
Una sombra sin sombra me detuvo
impidiéndome el paso. Oí su voz,
de un helado metal que no era humano,
preguntarme ¿qué buscas, di, qué buscas?
Permanecí ante ella silencioso.
Verte, como tras niebla, vuelto el rostro,
oculta la cabeza entre las sombras,
y vislumbrar el suelo ajedrezado,
los hondos muros blancos, la ventana
y tras ella el paisaje, una alta torre
guardando la ciudad que ciñe un muro,
los azules, los verdes, los dorados,
tan exactos que niegan la distancia.
De entre todas las vidas que una vida
puede encerrar, tú y yo nunca escogimos
precisamente aquella que podría
habernos hecho odiar todas las otras,
esa que hubiera sido sólo nuestra.
Pero quizás la vida no se escoge
y es ella quien elige.
No fue verdad la noche ni tus besos.
En la sombra mentía aquel jardín,
la anaranjada luna entre los árboles,
fríos bancos de mármol, hondos pájaros
desvelados cantando en altas ramas.
No fue verdad tu mano entre las mías,
el olor de tu pelo a hierba fresca,
su abrasado perfume, su perfume.
Era la noche cálida como lo son tus ojos,
gruta de magia blanca era la noche.
Era la noche cómplice, bajo qué estrellas rotas
cobijamos el sueño de una noche,
de un verano sin noche, de un instante tan hondo
que era nada la vida aquella noche.
Arde aún y es espléndida la llama
de aquel fuego. ¿Recuerdas esas tardes,
el canto de los pájaros; la tenue
veladura de un mar casi tan negro
como tus ojos? Súbita, la vida
nos quemaba por vez primera entonces.
Nosotros, qué podíamos hacer
sino aceptar ese secreto incendio,
su agonía y su éxtasis, fundidos
en un mismo sentir inexpresable.
Como cuchillos fueron nuestros besos
en tanta sombra hiriéndonos callados.
Vida o muerte nos dimos muchas veces,
tan ebrios de aquel vino con ceniza
que la luna vertía en nuestro pecho.
¿De qué nos escondía nuestra carne?
La luz llegó desnuda, devolviéndonos
lo robado a la noche, su mentira.
Del amor a las palabras queda sólo costumbre.
Se hace rito el misterio y un dios inútil
silencioso visita el asolado paisaje de nuestros sueños.
En espejos ardiendo miramos nuestro rostro
y la mano sostiene una flor que es de hielo y ceniza.
¿Desde qué paraíso o raro sueño
desciendes hasta mí para mirarme?
Un pájaro que canta hay en tus ojos,
de brillante plumaje y negro pico
y poderosas garras que desgarran
mi pecho con fiereza. Y canta el pájaro
al ritmo de mi sangre que se escapa
con esa misma vida que me das
cuando me hieres tú que eres mi vida.
Más allá del deseo y su luz torpe,
más allá de la risa, al otro lado
de ese instante sin tiempo o la nostalgia,
lejos de la razón, de la locura,
más allá de mí mismo, de la vida,
tan inútil, tan vieja conocida,
más allá de estos sueños, de esta muerte:
tras de la sombra en llamas de tus ojos.
Durante muchos años, a menudo
me he acordado de ti, o de tu imagen,
para ser más exacto, pues de aquello
que amamos una vez sólo nos queda
(al igual que de un libro) una muy vaga
impresión general y alguna anécdota.
Ahora sí que tú y yo estamos más lejos uno del otro
que dos estrellas de diferentes galaxias.
Ningún astrónomo logrará tenernos juntos
en su vertiginoso campo visual
ni el fotógrafo de Cartagena ante su Polaroid
así fue hace la infinidad de siete años
el resto de las imágenes son nubes de la memoria
y de aquélla y de todas se ha retirado la vida.
Se lee en la pantalla: sólo para ti
La función empezaría siempre que te duermes
Si no fuera porque, a veces, felizmente la pierdes
Vienes al cine solo
como lo estás en la pantalla
tus encuentros en ella con la primera actriz
aunque fatales no agregan
su nombre a la falacia del reparto:
tú mismo haces todos los papeles.