De puntillas anduve por un pequeño monte

(fragmento)

De puntillas anduve por un pequeño monte.
daba frescor el aire y corría tan leve,
que los dulces capullos, con orgullo modesto
y languidez, doblando, en una breve curva,
sus tallos, con las hojas escasas y abusados,
no perdieron aún la estrellada diadema
recogida del día en su primer sollozo.

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Escrito antes de releer «El Rey Lear»

¡Romance de dorada lengua y laúd suave!
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina!
Tus melodías deja en este día crudo,
cierra tu libro añoso y quédate callada.
¡Adiós! Pues que, de nuevo, ya la enconada pugna
entre dolor de Infierno y apasionado limo,
ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo
esa dulzura amarga del fruto shakespiriano.

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Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría

¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría
no viendo más verdores que los suyos,
no sintiendo más brisas que las que soplan entre
sus frondas confundidas con las leyendas grandes;
pero nostalgia siento, a veces; languidezco
por los cielos de Italia; íntimamente gimo
por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,
para olvidar un poco lo mundano y el mundo.

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Historia en versos

Lo hermoso es alegría para siempre:
su encanto se acrecienta y nunca vuelve
a la nada, nos guarda un silencioso
refugio inexpugnable y un reposo
lleno de alientos, sueños, apetitos.
Por eso cada día nos ceñimos
guirnaldas que nos unan a la tierra,
pese a nuestro desánimo y la ausencia
de almas nobles, al día oscurecido,
a todos los impávidos caminos
que recorremos; cierto, pese a esto,
alguna forma hermosa quita el velo
de nuestro temple oscuro: talla luna,
el sol, los árboles que dan penumbra
al ganado, o tales los narcisos
con su universo húmedo o los ríos
que construyen su fresco entablamento
contra el ardiente estío; o el helecho
rociado con aroma de las rosas.

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La caída de Hiperión (Sueño)

Tienen los locos sueños donde traman
elíseos de una secta. Y el salvaje
vislumbra desde el sueño más profundo
lo celestial. Es lástima que no hayan
transcrito en una hoja o en vitela
las sombras de esa lengua melodiosa
y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.

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La paloma

Una paloma tuve muy dulce, pero un día
se murió. Y he pensado que murió de tristeza.
¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataba un hilo
de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo.
¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos?

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Meg Merrilies

La vieja Meg era gitana
y vivía en el monte:
era el brezo rojizo su lecho
y al aire libre tuvo su morada.
Negras moras de zarza por manzanas tenía,
por grosellas, simiente de retama;
su vino era el rocío de blancas zarzarrosas,
tumbas del camposanto eran sus libros.

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Oda a la melancolía

1
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acónito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu pálida frente sea besada
por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.

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Oda a un ruiseñor

Me duele el corazón y aqueja un soñoliento
torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado algún fuerte narcótico
ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:
no porque sienta envidia de tu sino feliz,
sino por excesiva ventura en tu ventura,
tú que, Dríada alada de los árboles,
en alguna maraña melodiosa
de los verdes hayales y las sombras sin cuento,
a plena voz le cantas al estío.

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Oda a una urna griega

1
Tú todavía inviolada novia del sosiego,
criatura nutrida de silencio y tiempo despacioso,
silvestre narradora que así puedes contar
una historia florida con dulzura mayor que nuestro canto.
¿Qué leyenda orlada de hojas evoca tu figura
con dioses o mortales o con ambos,
en Tempe o en los valles de Arcadia?

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Oda al otoño

Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.

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Sobre el mar

No cesan sus eternos murmullos, rodeando
las desoladas playas, Y el brío de sus olas
diez mil cavernas llena dos veces, y el hechizo
de liécate les deja su antiguo son oscuro.
Pero a menudo tiene tan dulce continente,
que apenas se moviera la concha más menuda
durante muchos días, de donde cayó Cuando
los vientos celestiales Pasaron, sin cadenas.

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Sobre la cigarra y el grillo

Jamás la poesía de la tierra se extingue:
cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente
y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre
de seto en seto, por prados recién segados.
En la de la cigarra. El concierto dirige
de la pompa estival y no se sacia nunca
de sus delicias, pues si le cansan sus juegos,
se tumba a reposar bajo algún junco amable.

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Sobre una urna griega (otra versión)

Tú, novia intacta aún de la quietud,
prohijada del silencio y de las lentas horas,
selvático rapsoda, que refieres un cuento
florido, con dulzura mayor que en nuestra rima:
¿qué leyenda, ceñida de verdor, en tu forma
tiembla? ¿Será de dioses o mortales, o de ambos,
en el Tempé o en valles de Arcadia?

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Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,
amor de un solo pensamiento, que no divagas,
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.
Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer
del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,
incluso tú misma, tu alma por piedad dámelo todo,
no retengas un átomo de un átomo o me muero,
o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

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Desde que estás

Desde que estás
todo cambia de color
tiene un matiz más:

desde que estás
cambian los sonidos:
están llenos de tu voz

desde que estás
los bosques y los árboles
huelen a ti

desde que estás
toco el mundo
un mundo completo
y único
Versión de Abel A.

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Están sentados

Están sentados
el uno frente al otro

ella piensa
qué maravilloso es él

beben

al otro lado de la ventana está oscuro
la noche rodea la ciudad
ocupa las calles
ahuyenta a los transeúntes

de repente
él busca en su interior
saca un sapo

ella mira
no puede creerlo

saca cucarachas
un puñado
pulpos pólipos
arañas
salen solos
reptan

se apresura
porque todavía
queda mucho

las apestosas zapatillas de un vagabundo
el saco podrido de una mendiga
enanos repugnantes
vampiros
brujas

la mesa a la que están sentados
(con una botella vacía como naturaleza muerta)
toma vida y se mueve

el sapo croa
las cucarachas culebrean
las arañas rebosan de veneno

entre tóxicos efluvios
él da vueltas
balbucea

con las fuerzas que le restan
da tumbos hasta la calle

desaparece
arrastrando los pies
Versión de Abel A.

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Mira cómo se marchita la rosa

Mira cómo se marchita la rosa
está desesperada
aún intenta brillar
aún le gustaría relucir
abrirse
despertar admiración

pero los pétalos
son ya alas rotas de un colibrí

cada vez más encerrada en sí misma
ni siquiera habla de su antiguo esplendor
se le cae la cabeza
se marchitan los labios
se extingue
toda ella concentrada únicamente en su languidecer
Versión de Abel A.

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Aliud et Alibi

Como nada gloriosos combatientes
de una guerra perdida, regresáis,
imágenes de mi sesenta y ocho.

Praga pillaba lejos,
no muy cerca París.
La vida me arrastraba de la mano
hacia un verano gris.

Recuerdo un año cruel:
el despertar de un sueño de bonanza católica
y de jardín inglés.

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As man grows older

Por mi edad turbulenta
-o sea, de los veinte a los cuarenta-,
mejor pasar como si sobre ascuas.

Bebí, amé (es un decir)
y gasté por encima
de lo que la prudencia aconsejaba.

Tú, que me envidias, debes
saber que cambiaría sin mirarla
tu juventud oscura por los años
de la edad turbulenta
en que trastabillé más de la cuenta.

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Bárbara

Vuelvo a leer tus cartas de hace un siglo,
de cuando estaba en el cuartel, ¿recuerdas?,
o en la trena, mi amor, no exactamente
en la Cárcel de Amor, o en las terribles

provincias que he olvidado. Amarillean
los sobres de hilo, corazón.

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Cambra de la tardor

Aquí llega el otoño, con su voz de ceniza,
desalentando sueños, cubriendo de hojarasca
las imágenes rotas que el coraz6n conoce.

Ante mi casa lloran las cañas azotadas
por el viento nocturno, y asciende hasta mi cuarto
el olor inquietante de la tierra mojada.

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Katábasis

A Joseba Sarrionandía

¿De dónde vienen esas luces,
dónde están los marinos
del barco antiguo?
Francisco Ibernia

Decid ¿cómo zafarse
de estas tristes anémonas,
arrastrado a la vasta
oscuridad del fondo?

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La casada infiel

Un día de Aberri Eguna
me puso en un compromiso.

Después vivimos una historia
de amor, maría y luna llena
frente a la playa de Zarauz
que habría matado de envidia
a cualquier arábigo-andaluz.

Yo me la llevé a la playa
la noche de Aberri Eguna,
pero tenía marido
y era de Herri Batasuna.

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Lauretta

Ya cesaron las lluvias.
Ya perdieron su flor los jacarandáes.
Pronto me iré de aquí.

No hice muchos amigos.
No bajé a los infiernos como Lowry,
y nada me importabas
cuando te conocí.

Ojalá no te hubiera conocido,
boca de ajonjolí.

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Lemures

Desde las tumbas cándidas
contemplamos con sorna su destino.

Ved cómo se empecinan
sus sexos miserables contra vientres hostiles.

Y la mise-en-abîme de sus conciencias
cuando abrazan la dulce materia prometida.

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Maestu

A Javier Monedero

Río del tiempo
que cruza el alma
fluyendo siempre
desde el mañana.

Orillas mustias
por donde pasa
lánguida y lenta
su lengua el agua.

Juncal del sueño
junto a la mansa
corriente.

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Muchacha en la ventana

Fumas. La tarde lenta
de julio va cayendo
sobre el cercano mar.
En esta larga huida
de la luz, solamente
la brasa del cigarro
y la brisa que mueve
los dos geranios mustios
parecen desasirse
de la paz mineral
(tan oscuros e inciertos
el mar de piedra pómez
y tus cabellos húmedos).

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O dark dark dark

Let’s ask for the bill, decías. No
querías quedarte. Decidimos, no obstante,
pedir un último café.
Nerviosa y aburrida, llamaste al camarero:
… and one tea for me, with milk. Please.
Fuera estaba cayendo mansamente la lluvia.
Se perdía la gente hacia calles extrañas.

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Póntica

Al otro pertenecen
Las escenas que guarda tu memoria:
Imágenes confusas
Que el óxido del tiempo deteriora.

Otro es el que las sueña
Desde un ayer de rabia silenciosa.

Muere con ellas una lengua exangüe
Y una causa llamada a la derrota.

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Rosario

Yo la quería mucho, pero entonces
amar y destruir sonaban parecido,
como en los más confusos poemas de Aleixandre.
Nos casamos con otros. Tal vez así perdimos
lo mejor de la vida. Quién sabe. Hubo una noche
en que ambos acordamos que pudo ser distinto
el rumbo de esta historia de culpa y cobardía.

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Sátira primera (A Rufo)

Te has decidido, Rufo, a probar suerte
en un certamen de provincias donde
ejerzo casualmente de jurado,
y encuentro razonable que me llames,
al cabo de diez años de silencio,
preguntando qué pasa con mi cátedra,
qué fue de aquella chica pelirroja
con quien ligué el ochenta en Jarandilla,
cómo siguen mis viejos, si padezco
todavía del hígado y si he visto
a la alegre cuadrilla del Pecé.

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Tonton macoute

Afirmas que he matado lo mejor que en mí había
y que por eso sueño con crímenes, y aciertas.

En mi interior acecha un asesino,
tonton macoute de negros anteojos,
avezado a tirar contra las emociones
demasiado abultadas.

No me pidas, amiga, que lo trate
con la ingratitud de un Baby Doc.

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Tríbada falsaria

Que torpemente, Lesbia,
ofenderme procuras.

Considera, por caso, el venenoso infundio
que sobre mí propala tu tierna sobrinilla,
esa nauseabunda literata en vernáculo
que languidece -es obvio- por mi eterno desdén.

Sé que de ti procede, pero no ha de ayudarte
mi inmerecida fama de catador de virgos,
pues desoíste antes el consejo del Griego.

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Última erectio

(Oración gnóstica para las postrimerías)

Sólo roza mis labios el extremo del ala
de aquél ángel terrible que fue mi compañero.
Privilegio del légamo: ahora sé lo que espero
de la rosa que muere, de la sal que desala.

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Vers l’ennui

but who is that on the other side of you?

Entonces era el mundo. Qué grande parecía.
En el límite mismo del verano, qué dulce
el tiempo que se abría, la luz indeclinable.

Entre el pinar y el río se extendían los huertos:
los pequeños retazos de maizales y habares
brillaban agolpados bajo el oro de junio.

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