(Málaga, 6 de enero)
Duerme la calma en el puerto
bajo su colcha de laca,
mientras la luna en el cielo
clava sus anclas doradas.
¡Corazón,
rema!
(Málaga, 6 de enero)
Duerme la calma en el puerto
bajo su colcha de laca,
mientras la luna en el cielo
clava sus anclas doradas.
¡Corazón,
rema!
Tan chico el almoraduj
y… ¡cómo huele!
Tan chico.
De noche, bajo el lucero,
tan chico el almoraduj
y, ¡cómo huele!
Y… cuando en la tarde llueve,
¡cómo huele!
Y cuando levanta el sol,
tan chico el almoraduj
¡cómo huele!
Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Alzáronse en el cielo
los nombres confundidos.
Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Nuestros cuerpos quedaron
frente a frente, vacíos.
Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Llamaron a mi puerta, y por temor a las sombras
y a los lobos hambrientos no respondí. Fue el hu-
racán, el amor o la muerte? ¡Quién sabe! ¡Tal vez!
Más tarde tuve encendida mi lumbre y servido mi
vino. Nadie llamó.
Alma de duende en cuerpo de sombra. Enjoyada la cabeza,
el espinazo interrogante, el paso de seda.
Las campanas desbordan sus doce vinos. Luna en los
tejados. Brisa en las ramas deshojantes. La pedrería
de los ojos del gato se abrillanta.
En los telares eternos, las brujas tejen fantasmas
para estas noches de invierno. La geometría gris
de la tristeza descuelga un arco trágico sobre el
lomo del tiempo.
Madre Miseria ríe, piruetea y danza en el circo
de las desgracias; en las callejuelas mendigas,
los perros hambrientos aúllan, aúllan hasta hacer
rodar sobre las sombras los aros fríos del silen-
cio…
Luna medio apagada, lluvia fina y nerviosa.
Traía firme anzuelo
los ojos ya nevados,
y en la roca desierta
atrapé su sonrisa una mañana.
¡Ayúdame!
vierto todos mis peces
en cristales salobres de la esfera
del humano que busca un auditorio
y canta la carcoma de sus penas.
Tú debes ser la llaga,
la llaga del principio.
Por ti se hizo la noche y las tinieblas.
Nos dejaste el legado más horrible,
plomo y duelo cosido a los talones
que nos vence a la tierra
y extermina,
después le deja al viento
los labios del despojo.
Alegre novia mía, cuando llegas
se llena el corazón de mariposas,
de puras narraciones jubilosas,
del fondo de los ojos que me entregas.
Mirándote en la fama de mis ciegas
canciones preferidas las rebosas,
llenando mi lamento con las rosas
recientes del amor que me revelas.
El cielo aquel pintado con tizas de colores;
el sol que se empozaba tantos jueves
para los largos temporales
‘Cuando se empoza el sol en jueves,
antes del domingo llueve…’
Aquellas calles largas con carros y viñeros;
el pregonero del Ayuntamiento
y el tío del ‘rabiche’; el carro
del ‘alhigue’ cuando los carnavales;
las barberías con aquellos frascos
llenos de sanguijuelas coleantes;
el miedo de las noches del invierno
desiertas por el cierzo y los fantasmas;
las uvas, las espigas, la Glorieta,
la feria, el corralazo de los títeres…
¿Era aquél Tomelloso?
El mar y tú. Tu dicha con su duro
lento verter de espumas rescatadas.
El mar y tú: mis playas frecuentadas
por este afán de mar en que perduro.
El mar me trae el ayer. Tú mi maduro
presente enamorado.
El verde almendro en flor de tu mirada
en flor de gozo y luz cambia la muerta
balada de la dicha recubierta
por nuestra mejor sangre fracasada.
Ganándose en su paz desentrañada,
contenta paz suprema, orilla cierta,
descubre el corazón su descubierta
fragancia por la pena marchitada.
Me canta el corazón como le canta
la savia fiel al árbol florecido;
me canta porque llego al presentido
cendal de tu ternura. No quebranta
la angustia mi canción, que nada espanta
a un corazón que canta prometido.
Me canta el corazón como invadido
de la tibieza fresca que te encanta.
Mujer, mujer, espacio de mi vuelo!
¡Criatura eternamente merecida!…
¡Búscame más, adéntrate en mi vida
como en la tierra el mar, como el desvelo!
Trata de perseguirme, brinda el cielo
concreto de tus manos a mi herida;
no incumplas por frecuencia la rendida
costumbre de avivar mi desconsuelo.
¡Otra vez Dios!
¡Otra vez Dios!… De nuevo la mañana.
De nuevo su pureza conseguida.
De nuevo en mi tarea, la encendida
propuesta de una estrofa soberana.
Florece el corazón. Cunde la sana
canción de lo que nace.
Tengo un amor tan hecho, tan sentido,
que pesa como un cuerpo recordado;
es sombra, apenas sombra; es un delgado
consuelo día a día comprendido.
A veces cuando llego a estar vencido
yergue lo que hay en mí desamparado;
a veces, cuando vivo desolado
siembra su ley -¡revuelo!- en mi tejido.
Una palabra busca mi desvelo,
tan pura como el llanto amanecido,
tan joven como un ciervo perseguido,
tan honda, flor de flores, como el cielo.
Una graciosa salve cuyo vuelo
celebre, mayo ileso, tu rendido
sosiego; una palabra sin olvido
que nombre de rodillas tu consuelo.
Todo lo llevas contigo,
tú, que nada tienes.
Lo que no te han de quitar
los reveses
porque es tuyo y sólo tuyo,
porque es íntimo y perenne,
y es raíz, es tallo, es hoja,
flor y fruto, aroma y jugo,
todo a la vez, para siempre.
(Montevideo)
Y un día entre los días ¿qué misteriosa mano
con un golpe certero
te arrojará, en deporte de trasmundo, a lo arcano
que te aguarda, oh pelota lanzada a tu agujero?
Han venido los húngaros, hermana,
osos de tardo andar, monos ladinos
lleva la miserable caravana.
Son los hombres esbeltos y cetrinos.
Fuman pipas enormes. Llevan rojos
casquetes, de los cuales se desborda
la maraña de pelo, y en sus ojos
brilla el destino de la errante horda.
La voz del mar es un clamor de furia,
de paroxismo. En el temblor del agua,
con espasmos de amor y de lujuria,
tal vez un mito divinal se fragua.
Líquidas trallas baten los cantiles;
y es tan tremendo el ímpetu que azota
los peñascos austeros y seniles,
que su masa en esquirlas salta rota.
Yo me quiero morir como se muere
todos los años el jardín, y luego
renacer de igual modo que renace
todos los años el jardín. Se han ido
los pájaros; volaron, pero no tenían alas.
No me quiero morir como las hojas,
ni quiero ser el árbol de perenne
verdor adusto, ni el arbusto dócil
cortado en seto, sino el árbol libre,
desnudo atleta que en el suelo ahínca
las fuertes plantas y en el aire tuerce
los recios brazos; no el verdor eterno
sino la fronda renovada, el fruto
cuando el año lo envíe.
De verdes varios, tallada
en mil facetas, la huerta,
el bello paisaje amado
que nuestra dicha contempla.
Verde el agua en los regajos,
en el estanque, en la acequia;
verde el río entre que entre campos,
siempre verdes, zigzaguea.
¿Dónde crece el manzano marinero
que sabe de la espuma y la colina?
¿En dónde la granada granadina
para el cumpleaños del amor primero?
¿Va en el aire tu acento verdadero
o duele a media sangre, como espina?
¿Se esconde bajo el sueño que adivina
el luminoso viaje del lucero?
Una rosa de angustias -mar y viento-
y la estrella que gime en tierra oscura;
una secreta herida de ternura
y el camino interior del pensamiento.
Tu nombre fijo, tu divino intento,
la suelta voz que llega, larga y pura;
este compás de sangre, que asegura
tus cantos recogidos en mi acento.
I
¿Quién soltó de tu pecho la impaciente
paloma musical que en fuego sube?
¿Quién puso en los cristales de la nube
la misma luz que cae de tu frente?
¿En qué silencio de estupor vehemente
te pude descubrir y te retuve?
La noche del mundo:
¡qué largos cabellos!…
Los suelta en la torre,
la torre del viento.
Los peina en el valle,
los trenza en el cerro,
los abre en las ramas
frías del almendro.
¡La noche del mundo:
qué oscuro su cuerpo!…
En él transforman
las cosas del suelo:
el lirio descalzo
se calza de acero;
el loro se vuelve
piedra de silencio;
la errante neblina,
ángel medio ciego;
y el naranjo en flor,
un oso de hielo.
Alta visión de un sueño sin espina,
honda visión en realidad clavada;
ansia de vuelo en recta que se empina,
miedo del paso en curva accidentada.
Rosa de sombra, rosa matutina,
una caída y otra levantada;
ángeles invisibles en la esquina
donde el presente cambia de jornada.
con la complicidad de Eladio Orta
En mi país cocido de lejos buenamente con las tripas afuera
los poetas comen jeringuillas con leche
carne de avestruz
brotan de las cuevas con un poco de saliva
se derraman por el campo como niños sin dientes.
I
El tiempo regresó —en un instante—
A la casa donde mi juventud
Quiso comerse el cielo.
Lo demás bien lo sabes…
Otros llegaron con sus palabras
Y sus cuerpos,
Buscándome dolorosamente
O dejando la niebla del camino
Entre mis pobres manos.
“La justicia no es anónima,
nombre y dirección?
—Bert Brecht
( para jorge riechmann )
Ocurre que al amor le sigue
un rubor de tierra tras tu patio.
Ocurre que existe la injusticia,
su sal en el aullido
sin más temblor que la esperanza.
I
A medio otoño, casi del olvido
volviendo con la rosa del verano;
el mar del corazón bajo tu mano
y el camino de ayer para el oído.
No es golondrina, no, la que ha venido
al cielo de este cielo cotidiano;
porque llega del frío más lejano
sabe escoger la tarde de su nido.
el Canal se extiende, en su parte principal,
desde la presa del Pinjab, a
lo largo de novecientos quilómetros llegan,
hasta donde desembocan Beas y Sutlej,
áridas, las matanzas negras del olivo, tú nunca llegaste,
amor, hasta las fiestas, fueron
silbo y desolación del hombre en los pastizales lentos de su boca,
a lo largo del acoso de su boca,
…y todas estes redes infinitas…?
(Fragmento)
Hermoso el visitante,
descubridor de grutas misteriosas
y amigo de mi frente.
Me contó su aventura con las olas;
su pacto con la tierra;
quiso evocar edades ya borradas,
nombres que fortalecen,
y anunciando la noche más difícil
dijo: ‘busca el lucero’.
La primera es morir por amor.
La segunda, definitivamente no hacerlo
y aparecer en tu boca como un niño muerto.
Trescientas horas bajo un sol desnudo
que se llena de algas y está próximo a existir:
un comienzo excelente para olvidar los avisos
y clavarse en el mundo
y clavarse en el mundo.
Lamento.
Lamen todas las cuchillas las bocas de la tierra: lamento.
La caída de los brazos. Lamento.
Cien mil mujeres agitándose las venas. Lamento.
Un horror que acabe el llanto
de cuevas en el ojo, en los ojos las cuevas
de los ojos, un ojo invocador
de araña, un ojo-lamento.
I
Nunca se ha visto un blanco, un encarnado,
tan amorosos como el lindo verde.
Andrew Marvell
El árbol y su cielo.
Ya despierta la fábula en las cosas.
El cielo de mi risa
sobre el ágil velamen del columpio.
Esta es la comarca
donde dieron tu cuerpo a la llanura
donde tú, tus caderas
erais agua y volteo de matanzas, mano
meciendo el hambre, tú loca canción.
Dame un nombre con el que acusarte
ahora en que te tiemblo ante la tumba:
ésta, la comarca
tu furia tierna en los delirios,
mientras mojamos tres dedos en la cruz,
flor para el caído
y puerta abierta en el lamento y los disparos.
Para Alberto Velásquez
Alza la dulce muerta su carne soterrada
en verdes que se extienden del suelo a la retina.
Con un gesto de flor responde a tu llamada;
sobre su nombre nuevo un pájaro se inclina.
Lo demás… gracia rota, palabra peregrina,
corazón exprimido y sueño sin morada,
como fuego celeste -¡trémula serafina!-
permanece en tu amor y quema en tu mirada.
a Diana Bellessi y Eliana Ortega
las mujeres enfermas que jugaron con burros
las que cavaron tumbas en las palmas de un trueno
las sólo voz dormidas en los centros solares
las hambrientas de todo
las preñadas con todo
las hijas del golpe y de los sueños mojados
las que fijan continentes que dejaron atrás
las niñas con pimienta en sus quince traiciones
las de pan-a-diez-céntimos sin cafetería
las del turno de visita con oficios de muerte
las madres eternas de los locutorios
las arrasadas, las caratapiadas, las comepromesas
las terribles solitas en las salas de baile
las clandestinadas pariendo futuros
las oficinistas que ahogaron sus príncipes
las acorraladas
las desamparadas, las sepultureras
las del polvo sobreimpuesto y el trago a deshora
las poquito conquistadas
las niñitas vestidas con mortajas azules
las que cosen el mundo por no reventarlo
las mujeres con uñas como mapas creciendo
las hembras cabello-de-lápida
(todavía más grandes que su propio despojo)
las corresquinadas, las titiriteras,
las que tierra se trajeron atada a los bolsillos
las nunca regresadas
las nunca visibles
las del nunca es tarde
las del vis-a-vis sin un plazo de espera
las reinas en los parques y en los sumideros
todas ellas las mujeres que me llegan con todos sus cansancios,
todas, en sigilo: las amantes
y mis camaradas.
I
Amor que se cruzó por mi camino
y me encontró en la sombra, abandonada.
Amor que fuera luz en la callada
y sombría espesura del destino.
Esencia de lo noble y de lo fino:
le sorprendí brillando en su mirada.
Alma encarnada en mi seno
¿de qué mundos has llegado?
¿Por qué entre miles de madres
a mí has buscado?
¿Qué lección dura o sencilla
has de aprender en la Vida?
¿Habrá más risa y más canto
por tu venida
o debo de tener lista
carga de fe y de valor,
para hacerle frente, juntos,
al Amo Dolor?
En un lugar del alma, entre muros de olvido
y en arenas estériles, se entierran los amores
que nos nacieron muertos; y en tierra bendecida,
donde sueño tras sueño la vida siembra flores,
los que ya comenzaban a fabricar su nido,
cuando los alevosos minutos cazadores
les hirieron el alma… y los que sólo han sido
samaritano ungüento para nuestros dolores.
Miré a la dulce niña del pasado
con piel ansiosa y con el ojo puro,
dibujando su forma contra el muro
donde el amor la había equivocado.
Era yo misma…cuerpo ya olvidado,
gesto de ayer y corazón seguro;
simple inocencia en el afán oscuro
y ssecreto del canto inaugurado.
¡Si tienes sed, Adán, abrévate de mi boca!
¡Ten fe y obra el milagro! ¡Mis besos serán buenos
como el agua que un día brotara de la roca
y como la que el Hijo de humildes nazarenos,
que será, de amar tanto, Dios mismo, cambie en vino!
Esta colina de girasoles
convertida en zompopero humano;
estos hombres amargos
con desafiantes niños sin ropas;
esta sequía veranera
y estas humedades que cultivan fiebres;
estas muchachas morenitas
jugando a ser mujeres antes del tiempo;
estas madres de quince partos
y diez hijos cabales en el hambre;
estos abuelos come-sin-dientes;
estos mendigos de mendigos;
estos ladronzuelos robando cuanto pueden
desperdicios de robos mayores;
estos perros como ánimas solas;
esta ‘fuerteza’ que es paraje y defensa
de los que nacen para morir pobres.
Gimes, y en vano a la cerrada puerta
llamas de Cloe, que al divino ruego
de amor nunca ha cedido.
Duerme, y no la despierta
ni el más vehemente ruego,
ni el más hondo gemido.
Vete: cual Cloe fría
está la noche; y en la niebla bruna,
ya su disco de plata
tiende a ocultar la luna.
Peso del aire, vuelo de la tierra
en opuesta verdad y simbolismo;
doble color del cielo y del abismo
que el ojo exacto de la vida encierra.
Sal aceptada, dulcedumbre en guerra,
paisaje del espejo y de ti mismo;
isla del sueño, mágico bautismo,
ángel sin voz que llama y que destierra.
Si queréis de mi lira
oír los sones,
dadme vino de Lesbos
que huele a flores.
Y si queréis que dulces
amores cante,
venga Lelia a mi lado
y el vino escancie.
Pero no en cinceladas
corintias copas,
¡porque el vino de Lesbos
se liba en rosas!
Vivo un temblor de presentimientos
y estoy en medio de la borrasca
como la sacudida hoja de un árbol inútil.
Presencio el instante que enloquecidos visionarios
anunciaron con signos de relámpagos
y me dobla su fuerza incontenible
y su maduro peso funeral.