En el principio
-antes del espacio-tiempo-
era la Palabra
Todo lo que es pues es verdad.
Poema.
Las cosas existen en forma de palabra.
Todo era noche, etc.
No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas.
El niño Pestiño
del que os voy a hablar,
tiene una historia
muy particular:
si le daban agua,
pedía limón,
si le daban juego,
quería un sillón.
Contra y recontra
el niño Pestiño,
daba sus pasos
a cada hora.
No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua
porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo.
Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad
porque yo sé que el pueblo la derribará un día.
Verdes tardes de la selva; tardes
tristes. Río verde
entre zacatales verdes;
pantanos verdes.
Tardes olorosas a lodo, a hojas mojadas, a
helechos húmedos y a hongos
El verde perezoso cubierto de moho
poco a poco trepando de rama en
rama, con los ojos cerrados como
dormido pero comiendo
una hoja, alargando un garfio primero
y después el otro,
sin importarle las hormigas que le pican,
volteando lentamente el bobo rostro
redondo, primero a un lado
y luego al otro,
enrollando por fin la cola en una rama
y colgándose pesado como
una bola de plomo; el salto del sábalo en el río;
el griterío de los monos comiendo
malcriadamente, a toda prisa,
arrojándose las cáscaras de anona unos a otros
y peleándose, charlando, arremedándose
y riéndose entre los árboles;
monas chillonas cargando a tuto monitos
pelones y trompudos;
la guatusa bigotuda y elástica
que se estira y encoge
mirando a todos lados con su ojo redondo
mientras come temblando;
espinosas iguanas… temblando;
espinosas iguanas
como dragones de jade
corriendo sobre el agua
(¡flechas de jade!);
el negro con su camisa rayada, remando
en su canoa de ceiba.
Cuenta una leyenda
que las mujeres de las trenzas
aran la tierra y cuidan de ella,
con sus niños en la chepa.
Que cultivan preciosas flores
que ponen sobre la mesa,
junto a sabrosas recetas.
Y que, misteriosamente,
tiñen el cielo,
al llegar la noche,
de poderosas estrellas.
Caracolita del mar,
dime qué susurras
en oído atento
y silencioso hablar
de quien te escucha.
Dime qué susurras,
Caracolita del mar,
y te contaré mis secretos,
a la orilla de la noche
y de los sueños.
Dime que tienes tiempo
para contarme un cuento
esta noche,
mamá.
Quiero que me susurres
bajito,
tendido sobre mi oído,
historias del más allá.
Quiero que me traigas duendes
y que hagas sonar trompetas
y, junto con mil caballos,
llenes mi habitación
de magia, color y fiesta.
Llegó el verano
que rima con O.
Sol, canción,
sandía y melón.
El mar suena a risa
y el pueblo a tambor.
[Que no acabe nunca esta canción…]
Helado, pescado
y vestidos de lima limón.
Al lado del pozo de la vida escrutas las aguas oscuras:
acechas tendiendo los oídos ansiosos a la piedra que tiras,
dura y pesada pregunta que inquieta la verdad del fondo
húmeda tierra de fango que los pies con que pisas ansían.
Pájaro cantor,
que pías a la mañana
bajo el manto de la noche,
el silencio del mochuelo,
y el rocío de la flor.
Sereno de la mañana,
abrigo de llanto y sueños,
pájaro madrugador.
***
Autora: ALMUDENA ORELLANA PALOMARES
Nombre de suave lienzo y blanco lino,
paisaje donde nevó rosas heladas,
primavera cuajada en amor joven.
Cuántas huidas, cuántos escalofríos
entre tú y yo levantaron nuestro puente.
Puente de plata o tela de araña, dulce,
donde al amanecer la niebla se columpia.
Belleza mascadora de chiclet,
donde la feminidad alcanza el límite del vigor,
y los músculos campan durísimos,
inaprensibles al pellizco galante.
Próxima a las puertas del sexo,
te mantienes un milímetro distante de la salida,
y tu amenaza de desbordar el área de juego
es más una travesura que subraya
la curvatura de tu trayectoria,
falsamente estirada en súbito zig-zag.
¡Cu-cú!
Cantaba una cabra,
vestida de gala
sobre una manzana.
¡Miau!
Maullaba una mula,
mientras pintaba el cielo
sobre una grúa.
Podían nadar las aves
y volar los cocodrilos.
¡Llevaban pañales
los grillos!
Me podéis borrar del Libro de Oro,
mis compatricios.
Hace tiempo que no pienso si el Turco sube o baja,
y mis buques están anclados en el muelle.
No me tienta ocultar mi calva
bajo la tiara de dogo.
En lo alto del bosque está mi eremitorio.
Llegaste cuando el cielo de otoño auguraba nieve.
Un camino perdido te conducirá a mí.
El invierno nevó fuera mientras dentro
calentaba el gozoso verano.
Quedaste prisionera.
La nieve borró los caminos.
En Lokbias tañe una flauta,
en Sanssouci;
así consuela su nostalgia
Ptolomeo;
Friedrich también.
Estrujadora Alejandría,
severa Postdam;
es melancólico ser rey,
leyendo a Cátulo o a Voltaire.
Cercano a la orilla de Libia
o a la llanura central de Europa,
el auletés,
pensando en legionarios o cosacos,
mariposa nostálgica, chupa la miel
de la triste flor de la flauta,
combándose bajo el klaft o el tricornio
la nostálgica cabeza colgada del más allá.
-En la noche escuché tu voz.
Entre sueños fui llamada por ti.
Sin pereza aparté la ropa de mi lecho.
En seguida puse mi pie en el frío suelo.
Y pisé las aliagas para subir a tu monte.
Apretando los espinos busqué tu cumbre.
¡Ya huele a Navidad!
A mazapanes blandos
y chocolate caliente.
A polvorones, musgo,
leña humeante
y ardiente.
¡Ya llega, ya viene!
Para jugar con los niños
y rebozarse en la nieve.
Para danzar con las hadas
y soñar con los Reyes.
Un sol nocturno bruñó con su óleo tus largas piernas.
Donde el hueso se junta a la piel, brilla con blancura de acero.
Tu risa de granizo repica en el pandero de la luna,
que exhala la música tejida por la dulzura de tus pies.
¿Dormida? ¿Hecha cuajado río o luna?
¿Fuera de ti, pálida voz de la tierra?
¿Labio de mármol que oscuro anhelo calla?
No oso acercar manos que tiemblan
a la desnuda y yerma saudade de tu cuerpo.
Bajo las pestañas no sé qué cabalgadas;
qué perfecci6n de bosques y senderos;
qué bueyes con cuernos de laurel adornados
con pardas muchachas en los lomos florecidas.
Perdida sobre la tierra,
varada a orillas del mar,
solita se ve a una sirena.
Dicen que es una
estrella del mar,
con las escamas de bronce,
los dientes de marfil,
y la melena de plata.
Que hacía castillos
de arena, soñando
con ser humana.
Oh tú, alegre, que los brazos levantas desnudos,
de espesos racimos de azúcar cargados,
mientras el amanecer sonríe en tu boca;
en cuyo cuerpo de los frutos canta la sangre,
toda canción, campana de tierra, vida.
Por tu garganta de paloma el arrullo sube,
lírico azogue, termómetro de nieve,
temperatura de la dicha, clima exacto.
En Tintagel suena un cascabel. Petit-cru.
Vino de Avalón, la isla de las hadas. Tristán
para la rubia Iseu lo atrajo. Alegra el corazón
su música hechizada. La amiga es
por el embrujo, lejos del amigo, feliz. ¡Dios:
el desdichado envió a la desdichada la dicha!
Un cabello de ángel
colgando del cielo,
si no es la espada de Damocles,
es soga para el espíritu,
gemido equilibrista,
que, en él agarrado,
puede mecerse sobre la tierra
y creer que es la araña de un hilo
arrancado de su propio cerebro,
cordón umbilical que lo vincula
a su nido que está en el azul.
Carnestolendas se acercan.
Carnestolendas me traigas.
Con colores para el rostro
y alegrías para el alma.
Con maquillaje de plata
y máscaras de porcelana blanca.
Con caretas de tez tostada,
cabezudos y comparsas,
para ocultar con ellos
los malestares del alma.
Ciega, impasible muerte de tu boca.
Está callada, está rota y oscura
aquella su rosada arquitectura
fiel a mis labios cálidos de roca.
La gloria de tu aliento ya no evoca
calientes rosas de esta tierra dura,
sino la sombra y soledad futura
de tus labios de mar.
Una dura raigambre de alto helecho
he elegido por tumba prematura
en esta soledad de arena oscura
donde gime la sangre de mi pecho.
Lejos está el amor. Aquí cosecho
un bronco sol para mi sepultura.
Aquí crece mejor la quemadura
que quiero para el fondo de mi pecho.
Sobrevolando las aguas
navegaba el velero
sobre la mar.
¡Velero!
Gritaban los delfines.
¡Velero!
Cantaban las ballenas
guiando con su canto
al velero en su remar.
Soñaba el velero
con surcar las aguas,
las aguas del mar.
A la fresca de junio nació,
Bicho, bichín, bichón.
Tras la alegría de mayo,
como un ratón.
Con sonrosadas mejillas
y dedos muy largos.
Con la sonrisa pintada
¡y el juicio ya bien formado!
Así vino al mundo,
tras despedirnos de mayo,
el príncipe de los sabios:
…Bichín…
¡Bichín Colorado!
Bailaba la niña alegre
en una noche estrellada.
Movíase, al son del aire,
bajo la luna de plata.
¡Cómo bailaba la niña!
¡Cómo la niña bailaba!
Con ojos como dos faros
y finas pestañas bordadas.
Con el corazón muy blanco
y mariposas en el alma.