Ya no veo la alegría,
de tristeza me sustento;
no hay dentro del alma mía
más que amor y abatimiento.
Me acobarda mi pasión;
ni luchar con ella puedo:
yo me tengo compasión;
yo a mí misma me doy miedo.
Ya no veo la alegría,
de tristeza me sustento;
no hay dentro del alma mía
más que amor y abatimiento.
Me acobarda mi pasión;
ni luchar con ella puedo:
yo me tengo compasión;
yo a mí misma me doy miedo.
Empezar por la página primera,
capricho inútil de los hombres es,
pues ha de ser del Álbum la postrera.
Si se toman los libros al revés.
El primero que el Álbum haya abierto
puede en verdad decir que lo empezó;
pero nadie dirá, con dicho cierto,
que pone fin en donde empiezo yo.
Escucha, madre mía,
la de el velo de estrellas; bienhechora,
dulce y bella María.
Escucha la que implora
dolorido y mortal; madre y Señora.
Si a mi débil acento
romper los aires y turbar es dado
allá del firmamento
el azul sosegado,
escucha, virgen pura, mi cuidado.
No es posible, Señor, que a quien te ama
no vuelvas la mirada enternecido;
pasión ninguna el corazón inflama
que tu aliento, Señor, no haya encendido:
no es posible, Señor, que quien me llama
me consienta partir como he venido,
melancólica, pobre, avergonzada
de no lograr de ti ni una mirada.
Sí, yo te creo; viva mi fortuna
y viva el canto de mi humilde boca
si abrasada en tu amor mi alma no invoca
para cantar la fe musa ninguna:
de las musas el arte importuna
cuando tu amor me abrasa y me sofoca,
y me place exhalar a mi albedrío
tonos amantes para ti, Dios mío…
Sí, yo te he visto clara y transparente
como la luz que me ilumina veo,
arrebatada, he visto en mi deseo
tu mirada, Señor, resplandeciente;
una vez nada más tu hermosa frente
he contemplado y me turbó el marco,
y esa vez nada más que te he mirado
me dejaste el espíritu arrobado.
¡Qué caso tan peregrino
un año sin primavera!…
Pasó sin que yo la viera
¿o es tal vez mi desatino?
¿Qué bandos de ruiseñores
en la arboleda cantaron
y que a millares brotaron
y se agostaron las flores?
Me acuerdo bien del venturoso instante
cuando vi yo la luz en vuestro oriente.
¡Cuánta luz, cuántas llores, cuánta gente
y qué mundo tan bello y tan brillante!
¿Por qué no estaba alegre tu semblante
tú que lleno de luz eternamente
en ese mundo que feliz te nombra
tienes el alma donde esta tu sombra?
¡Jesús! la tremenda guerra
que movéis a mis canciones
me maravilla y me aterra.
¿No salen en nuestra tierra
por las damas campeones
y salen por los garzones?
Vaya en gracia, caballero,
de perseguidos donceles
paladín; sois el primero
que por sostener infieles
a las damas guante fiero
arroja en el suelo ibero.
Cuando exhala de esa suerte
vuestra Lira dormitando
un eco tan dulce y blando
¿a qué queréis que despierte?
Dejadlo siempre soñando.
Ni vos debéis lamentar
que estén sus cuerdas rompidas,
pues que las sabéis pulsar
tan bien que por vos heridas
aun rotas quieren sonar.
La luz del día se apaga;
rosa blanca, sola y muda
entre los álamos vaga
de la arboleda desnuda,
Y se desliza tan leve,
que el pájaro adormecido
toma su andar por ruido
de hoja que la brisa mueve,
Ni para ver en su ocaso
al sol hermoso un instante
ha detenido su paso
indiferente y errante.
AL SEÑOR DON JOSÉ MARÍA CLAROS
O no hay tierra ni ser, o hay Dios y cielo;
tal cuando niña discurrió la mente,
llevada del amor que hace al viviente,
buscar a Dios con instintivo anhelo;
luego de joven al cruzar el cielo,
hirió su pedernal mi pie inocente,
y más cierta añadí —no es ilusoria
la tierra ni el dolor; hay cielo y gloria.
Brillaba el sol aquel día
con luz clara, pura, hermosa;
yo no sé qué presentía,
pero estaba el alma mía
agitada y recelosa.
Antes de ver la tormenta
el Alción la pronostica:
así una emoción violenta
que se siente y no se explica
a veces nos amedrenta.
A MIS AMIGOS DE MADRID
¡Oh generosa luz, oh hermoso Oriente
del pensamiento que buscaba el mío,
siempre confuso y ciego en el sombrío
y solitario claustro de mi mente!
¡Oh luz amada, luz resplandeciente,
en cuyos rayos mi esperanza fío,
luz de mi alma, luz de mi deseo,
que iluminas al fin, que al fin te veo!
RESPUESTA AL EXCMO. SR. D. MATEO SEOANE
Pálida insomne, lánguida doliente,
sombra tan sólo de criatura humana
ya consumida por la fiebre ardiente
viene de las orillas del Guadiana.
La copa de cristal donde bebía
el agua, que a mi sed siempre era poca
al acercar mi enardecida boca
una vez y otra en sangre se teñía.
La niebla del diciembre quebrantaba
del sol los melancólicos fulgores
cuando en mi corazón de tus amores
el acento primero resonaba.
El segundo diciembre se acercaba
trayendo para mí nieblas mayores
que a merced de los vientos bramadores
tu nave en el Atlántico bogaba.
¡Bravo!… generación; rauda caminas
a modelar tus hombres con las fieras;
¡bien tus nobles misiones adivinas,
te escapas de las cátedras latinas
y en las plazas de toros te atrincheras!
Nuevos campos de lid a los toreros
levanta ¡o patria!
Nos ha dado el Señor cielos hermosos
con luz, por que los ojos alumbremos,
y nosotros los pueblos ingeniosos
con humo del cañón la oscurecemos.
Nos ha dado unas tierras deliciosas
donde las vidas sustentar podamos,
y nosotras las gentes belicosas
con sangre de los nuestros las regamos.
¿Mi vida, Carolina, escribir quieres?
Deja por Dios tan peregrina idea
que podrás sólo hacer que el mundo vea
en vez de lo que soy lo que tú eres.
Digno de ti será lo que escribieres
a tu alma harás brillar en tu tarea,
mas nunca harás que el juicio exacto sea
de cómo yo he cumplido mis deberes.
Alberto, si lloro o canto
siempre con voz dolorida,
no es que tenga de la vida
recuerdos el corazón;
Es que el dolor presintiendo
antes que el dolor le hiriera,
como en pena verdadera
he sufrido en la ilusión.
Hechas polvo caen, hermano,
las flores del jazminero
y ha perecido el postrero
pimpollo de aquel rosal,
cuyo vástago lozano
tantos hijos sostenía,
que ignoro cómo vivía
la gran planta maternal.
Emilio, en el firmamento
gran revuelta se prepara
pues la avecilla más cara
de mi jardín emigró;
y por las noches el viento
su vuelo tanto levanta
que de las parras quebranta
las hojas que el sol doró.
Si clamo a ti, Señor, ¿no has de escucharme
tú de quien es la inmensidad oído?
¿Tú que la hirviente mar has contenido,
no has de poder el corazón calmarme?
¿Un átomo de luz no podrá darme
ése que tantos soles ha encendido?
¡Extremada bizarría!
¡Rendimiento cortesano!
¡Bondad la del castellano
consumadísima es,
pues con una dama altiva
mueve altivo una querella,
por que logre el triunfo ella
de que se rinda a sus pies!
A quien vencido se aclama
con tan noble gallardía,
no tiene la musa mía
nada, señor, que añadir;
si no es que a vos mucho estima
el sacrificio costoso
del empeño generoso
que os obliga a desistir.
En despedidas nuestra vida pasa
cada día un adiós ¡ay triste vida!
¡que siendo vida en tiempo tan escasa,
la hayamos de pasar tan afligida!
Aun el de ayer nuestra mejilla abrasa
llanto de la postrera despedida,
y hoy se agolpa a los ojos otro tanto…
¡qué lluvia tan perenne es la del llanto!
Emilio, mi canto cesa;
falta a mi numen aliento.
Cuando aspira todo el viento
que circula en su fanal,
el insecto que aprisionas
en su cóncavo perece
si aire nuevo no aparece
bajo el cerrado cristal.
Celebré de mis campiñas
las flores que allí brotaron
y las aves que pasaron
y los arroyos que hallé,
mas de arroyos, flores y aves
fatigado el pensamiento
en mi prisión sin aliento
como el insecto quedé.
¡Un año más!… un año, Ángela mía,
y aún no ha mudado mi horizonte triste,
y de tan ancha tierra como existe
no he descubierto un palmo todavía;
¡un año más!… un año día tras día
lentos conté, y enero se reviste
de nuevo sol para ostentar mañana
su cabellera por los hielos cana.
Tórtola, te vuelvo a hallar;
roncas ambas de cantar
nos encontramos las dos:
¿te ha dado ventura Dios?
¿Cómo te fue en el amar?
Cual yo enamorada y niña
te abandoné en la campiña
cantando en son placentero
¿dónde está tu compañero?
Abrid los ojos, célica María,
más que la luna del enero, claros,
abrid los ojos y mirad cuán raros
son los dones que Dios tierno os envía:
el serafín más bello que tenía
entre sus dulces serafines caros
coronado de rayos celestiales
coloca en vuestros brazos virginales.
Yo vi lucir los albores
de esa purísima atmósfera,
y brotar las claras aguas
de aquella ribera hermosa,
y nacer de su arboleda
una por una las hojas.
Yo he visto esas altas sierras
ir subiendo entre las sombras,
y alzarse el puente y la torre
y las casas y las rocas,
y surgir el barquichuelo
entre las plácidas ondas,
y aparecer en la orilla
esa gente pescadora.
Escuchad mis querellas,
recinto y flores del placer abrigo,
imágenes tan bellas
como ese cielo que os protege amigo.
Asilo de inocencia,
consuelo del dolor, bosque sombrío,
ir quiero a tu presencia,
y tu césped regar con llanto mío.
Ya el enemigo de la patria mía,
el genio de la guerra destructora
dobla rabioso la falange impía
ante la paz gloriosa y vencedora.
Cesó el llanto y la sangre y la agonía
que derramó la espada vengadora
y tras del triste y pavoroso día
luce risueña suspirada aurora.
LA EMPRESA DEL FERROCARRIL DE EXTREMADURA
Bien llegados a España, caballeros.
Esta joven nación, su tierra pura
os brinda a los amigos extranjeros
que lecciones la ofrecen de cultura:
por el terso carril marchen ligeros
los hijos de la rica Extremadura,
vuestras artes, y ciencias y portentos
a igualar y vencer con sus talentos.
¡Qué abatida estará, Señor, mi vida
cuando no te consagro ni un acento!
¡Qué hundido debe estar mi pensamiento
cuando así te abandona, así te olvida!
Preséntasme la tierra florecida,
resplandeciente en lumbre el firmamento,
y en vez de bendecirte y celebrarte
bajo los ojos para no mirarte.
Tú, huéspeda de villa populosa,
yo de valle pacífico vecina,
tú por allá viajera golondrina,
yo por aquí tortuga perezosa:
tú del jardín acacia deliciosa,
yo del arroyo zarza campesina,
¿qué indefinible, rara inteligencia
enlaza seres de tan varia esencia?
¡Hijo del mar, espíritu querido!,
alto ingenio inmortal de la poesía,
escucha desde el mar este gemido
que mi amoroso corazón te envía:
yo te adoro en el mar, y yo he venido
a escuchar en sus hondas tu armonía
y en su brisa tu aliento a respirar,
porque están mis amores en el mar.
Estos pliegues de vida
colgados a los huesos
esta cintura aún visible
donde te aferras
a ratos
estos muslos anchos recios
que trotan tus espacios
esta cadera ahuecada
estuche para tus manos
estas piernas que te asfixian
con nudo de terciopelo
desde la oscura garganta
hasta el fuego
-tierno
mástil
que trastorna los sentidos-
estos pies que te caminan
estas manos que te hurgan
esta mujer que te quiere,
aquí
en el cuarto imperfecto.
La luna es el día incendiado bajo el árbol.
El agua quema mi garganta
sólo una palabra fresca
inunda mi cuerpo y mi alma.
Es la palabra que juntó nuestros pasos
en cualquier esquina
y tropezó entre sombras
y adoquines
y encontró el camino del mar
perdido.
Traes en tu cuerpo la leyenda
de un navegante cansado.
Es tan grato, en silencio,
descalzarte de barcos,
recoger de tus ojos
las sirenas perdidas,
las redes enlamadas,
los sonidos ocultos de las olas.
Te espero cada noche
cuando levantas anclas en mi espacio
y una lluvia de estrellas
te hace perder el rumbo
y un enjambre de peces y caricias
nos recobra el naufragio tan deseado.
Soy recinto
de todas las palabras colgadas en el viento
de la luz que atraviesa mi curva cordillera
de la canción del sueño
del mar con sus espumas
del alma desbocada al filo de una estrella
Soy voz
que no se esconde
que explora sus tejidos
que aúlla en el misterio de todos los silencios
que murmura a la vida
que acecha en la vigilia
que da vuelo a la risa venciendo la nostalgia.
Cúrame con tus manos,
toca de mí el olvido
que se fue acomodando entre los pliegues.
No venga la tormenta a amordazar mis sueños,
sólo esta lluvia suave, vespertina
despierte en mí los pétalos dormidos.
Desnúdame en silencio,
hoja por hoja
hasta dejar al descubierto el punto
del estremecimiento.
Desnuda
me miro en el espejo perturbable.
No tengo rostro
mi signo del zodiaco es el desorden.
Sola estoy
cuando podría ser otra vez el lento
obstinado presagio de tus dedos.
Este es sólo el exordio del placer.
El corazón se me fue
donde vuestro vulto vi,
e luego vos conocí
al punto que vos miré;
que no pudo fazer tanto,
por mucho que vos cubriese,
aquel vuestro negro manto,
que no vos reconociese.
Que debaxo se mostrava
vuestra gracia y gentil aire,
y el cubrir con buen donaire
todo lo magnifestava;
así que con mis enojos
e muy grande turbación
allá se fueron mis ojos
do tenía el corazón.
Con la beldad me prendistes,
con la gracia me robastes,
con la bondad me feristes,
al punto que me mirastes.
De la prisión no recelo,
que de mi grado será,
ni por el robo me duelo,
pues en tal lugar está;
mas del golpe que me distes
con la bondad que mostrastes,
el más triste de los tristes
para siempre me tornastes.
Callad vos, Señor,
nuestro Redentor,
que vuestro dolor
durará poquito.
Ángeles del cielo,
venid dar consuelo
a este mozuelo,
Jesús tan bonito.
Éste fue reparo,
aunque él costó caro,
de aquel pueblo amaro
cativo en Egipto.
He conocido las voces
que me llamaban antes de nacer,
por el sobresalto que he sentido
pienso que ya es la hora.
Éste es mi primer viaje
y me ha parecido tan breve.
Guardián de esta miserable estancia
acércate y observa,
árboles, madrugadas y vasijas
todo está en su sitio.
el sobretodo es mi mejor amigo
bebemos vino de consagrar en los viñedos
y nos emborrachamos,
compartimos el amor con las mujeres.
mi sobretodo es sensual y seductor.
en la cárcel era un colchón
en los prostíbulos era un refugio
con las manos hundidas en los bolsillos
que me salvaba del naufragio de los besos baratos.
Una mano
más una mano
no son dos manos
Son manos unidas
Une tu mano
a nuestras manos
para que el mundo
no esté en pocas manos
sino en todas las manos
¡Eya, velar! ¡Eya, velar! ¡Eya, velar!
Velat, aljama de los judíos,
¡eya, velar!,
que non vos furten al Fijo de Díos.
¡Eya, velar!
Ca furtárvoslo querrán,
¡eya, velar!,
Andrés e Peidro et Johán.
¡Eya, velar!
Non sabedes tanto descanto,
¡eya, velar!,
que salgades de so encanto.
Milagros de Nuestra Señora – versos 877 a 940
IX
Era un simple clérigo pobre de clerecía
dicié cutiano missa de la Sancta María;
non sabié decir otra, diciéla cada día,
más la sabié por uso que por sabiduría.
Milagros de Nuestra Señora – versos 401 a 460
III
Leemos de un clérigo que era tiestherido,
ennos vicios seglares ferament embevido;
peroque era locco, avié un buen sentido,
amava la Gloriosa de corazón complido.
Comoquiere que era en ál malcostumnado,
en saludar a ella era bien acordado;
nin irié a la eglesia nin a ningún mandado,
que el su nomne ante non fuesse aclamado.
Milagros de Nuestra Señora – versos 525 a 564
V
Era un omne pobre que vivié de raziones,
non avié otras rendas nin otras furcïones
fuera quanto lavrava, esto poccas sazones:
tenié en su alzado bien poccos pepïones.