El guerrero hiende el agua con su espada como una gran libélula que ameriza y no puede volver a levantar su vuelo parecido al nupcial. Crea violáceas salpicaduras que recaen con lancinante elegancia sobre la superficie dúctil del charco
Tienes un felino en la garganta: sabe nadar, es criatura anfibia.
huella de un sueño no es
menos real que la de una pisada
Georges Duby
Milagrosa la no sangría póstuma que nos aplican los ángeles: deja en el alma una trasverberación, un balido de Dios en el oído.
Ten la apariencia de una flor inocente;
pero sé como la serpiente debajo de ella
William Shakespeare
En ese lugar donde tú descubriste tu alma, me introducías la semilla donde a la mujer se le introduce la semilla, y ese líquido invisible nadaba cuerpo arriba hasta mi corazón, como un cometa, moviendo la cola, nadaría en el cinturón del universo al seguir el camino de piedras blandas que los astrónomos llaman constelación.
La madre dice: ‘Cállate’.
Maga de las palabras abortadas antes de tener vísceras, mide su tamaño y sabe que la niña ha de engullir al revés la cuerda de los vocablos, hilo mágico que de la luz se adentra al hígado del laberinto. El decir de la niña no tiene derecho de gravedad: sale, y en cuanto toca la bastilla de los labios es borrado por las manos de la madre, esponjas de orfelinato que escurren su ácido sobre la pizarra del aire que une a las dos.
El amor es una yema que acercas de noche. No tarda en hacerse instrumento de acariciar a la altura de los labios (escurres una leche; parpadea lo blanco, me abro de par en par). Ahí instilas el perfume, me inoculas (nada que ver con la sangre).
Abrí sin malicia. Curiosidad femenina, usted sabe. La vasija venía sellada. Pero la hoz del destino tiene el poder de arrebatar luz al día. Y en la granada de su boca, el hado arrebaña sus demonios mientras me dice que yo, y cada uno de nosotros que cayó como lluvia en este lugar, somos también una caja.
El rostro es un laberinto. Tú lo sabes frágil y enmarañado, amarillenta puerta de un mapa desertado por los países de antes.
¿Qué desvarío del polvo te hace ver pájaros con instrucciones para dividirlos? ¿Qué marea de otro color que azul inunda la barca un día de caída?
Tiene particular fuerza la noche, como para
adormecer los cuerpos, ansí también para despertar
las almas y llevarlas a que conversen con Dios
Fray Luis de Granada
¿Qué velo arroja violentamente la noche sobre nuestra mutua presencia que cuando arremete, en la humildad de tu alcoba atestada de libros, te sale de la garganta lo que no te sale de día, lo que se duerme en tu vishuddha² a la luz del sol y despierta con los sentidos al atardecer?
Si tuvieses una no boca, lo que de ti más me apeteciera serían tus no labios. Ex-capullos que acercas y repentinamente se convierten en objetos cortopunzantes y acarician mi propia boca. Y me besas, y me zurces, y me gotea la sangre en la nuca, pero no es sangre.
En tus sueños,
un barco de luz surca la sombra
navío fantasma de tu vigilia.
En tus días,
un barco de sombra
surca la luz,
navío habitado de tus sueños.
Mi padre, hombre culto y respetable, me enseñó unos latinajos. Todos se me olvidaron (la memoria es un nogal que crece todo raíz), salvo uno que me parpadea dentro del ojo como faro nocherniego al vigilar un cielo de nubes graves y viento creciente: noli me tangere.
Es consabido: los peces nadan al revés, pero unidos por el cinturón de Orión, su charnela de escamas que el agua desvaina. Nadan en la lluvia de tu pleura, uno al sur otro al norte, uno arriba otro abajo, uno hacia las nubes, otro hacia la bruma, izquierda derecha.
Tú, comulgando bajo las dos especies
de la claridad de lo opaco
Jean-Clarence Lambert
Crecí tanto dentro del pozo que puedo tocar al mismo tiempo el fondo y el boquete que da claridad. El sol luce en lo alto, brillo de verano, fácula rodeada de azul.
Un libro se cierra como la muerte cierra los días.
No quise acabar con una mención sobre los distintos tipos de veneno. No quise extenderme sobre el silencio (los rabinos dicen que el quinto estrato del infierno lleva el nombre de silencio; el mío no es así, es un lugar de luz).
Yo me tengo que reconocer.
No soy prisma. No soy camaleón.
Dios es mi mentor,
el curador de mi sala de exposición
más alumbrada
y yo
su espejo.
Se anuda la voz alrededor de un mástil invisible que me creció durante las tormentas de mi infancia.
La espiral que describe al completar el nudo es tan veloz y me marea a tal grado que pido clemencia. Está apretado al punto de que la palabra más venenosa (conozco mujeres que las fabrican con leche de murciélago, colas de lagartija, extractos de plantas urticáceas y zumo de frutas incomestibles) queda atrapada en el corazón interior del lazo.
¿Cuántas criaturas nacidas muertas después de la ovariotomía de emergencia que yo misma me practiqué, vieron la luz en días aciagos? ?Cuánto dura el tiempo de moratoria entre el pensamiento y el parto que se da por la boca?
Quería escribir versos hermosos, decir: El cisne blanco se desliza como vela en el espejo del lago; decir: las espigas de trigo titilan en la luz del ocaso.
¿Qué le habrás dicho a la Muerte
cuando llegó?
¿Qué le habrás dicho
asomada a esa ventana
que tú sola habías colocado
en el muro más alto?
Espera, que aún canto.
Espera, que a la bastilla
le faltan diez puntadas
e hilo tan lentamente.
Oscura gruta tu garganta
como el filo de un vacío
cuando el sol ahí se mete
Icaro en descenso:
caída libre por las cuerdas vocales
Tus palabras disuelven su veneno fértil
elixir de alacrán en mi oído.
El tribunal tiene asientos de terciopelo rojo. Han invitado al juicio a todos mis conocidos, que serán llamados a atestiguar en mi contra. Me llaman, esposada y amordazada, a la barra de los acusados. Los cargos son recitados por el juez en alejandrinos polirrítmicos: ‘Por los cisnes sedosos que acarician las cañas/con sus quillas de plumas a medio luminosas/una rosa de nieve deshoja ella infinita/cuyos pétalos forman círculos en las aguas’¹.
Dios ha hecho votos de silencio.
Habrá quien te hable de su indiferencia.
Te diga de él:
‘Dios respira un soplo de amapola’.
‘Dios cierra el estuche de tu corazón’.
Pero tú sólo sabes que Él no responde.
La vida es una navaja.
En la noche y bajo una
muda elocuencia de piedra,
la sombra de los cipreses
es como un grito en la niebla.
Coros de voces descalzas
ponen sus ágiles pies
sobre las copas oscuras
de los árboles; después
la aguda espada de un grillo
hiere un hermoso silencio
de blanca carne de lirio
y de cabellos de incienso.
Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.
Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
Caminando al azar por los caminos,
por los muchos caminos distintos de la vida,
voy tirando palabras desnudas en el viento,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
Son palabras dispersas, acaso sin sentido,
palabras misteriosas que afluyen a mi boca,
cuyo origen ignoro.
Tambor. ¡Tambor! Hermana: yo no quiero ser tambor
me duelen demasiado los ojos en el agua
desde que tengo abierta esta herida en el viento.
Una vez me sembraron el alma de recuerdos
y crecí como un árbol en la noche del tiempo,
en donde está cayendo
como una sola gota, para siempre, el silencio.
Por dentro de tu noche
solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
por dentro de tu noche caída entre estas islas
como un cielo terrible sembrado de huracanes;
entre la caña amarga y el negro que no siebra
poque no son tan largos los cabellos del agua;
inmediato a la sobra caoba de tu carne:
tamarindo crecido entre limones agrios;
casi junto a tu risa de corazón de coco;
frente a la vieja herida violeta de tus labios
por donde gota a gota como un oscuro río
desangran tus palabras,
lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
bailemos un merengue:
un furioso merengue que nunca más se acabe.
Lo redondo es un ángel caído en el vacío
de su propio universo,
donde la oscura voz de su verdad resuena
llena de eternidad cerrada y de infinito.
Lo redondo es un río que sale y que torna
de nuevo hacia sí mismo, hacia la hueca nada
donde su ser gravita.
¿Quién encendió la lámpara perenne de la rosa?
¿Quién desató el pequeño enigma de la hoja,
de la apretada piedra donde habita el silencio?
Cuando el ángel pregunta ya deja de ser ángel;
la ignorancia es la espada desnuda que defiende
su rosa de inocencia;
la rosa que no sabe ella misma el origen
terrible de su nombre, de su propio fantasma
cerrado como un nudo de aroma hasta la muerte.
(Fragmentos)
En torres de cristal campanas de oro
Repicaron el alba de tu muerte.
En estuarios de luz dio el sol su lloro.
No ya en violas de tristeza inerte;
Labró de lazulitas sus terlices
Y topacios la pena de perderte.
En la desolada tarde,
Claribel,
Al claror de un sol que no arde,
Claribel,
me vuelve el amante alarde,
aunque todo dice «es tarde
Claribel».
Lleva en sus alas el viento,
Claribel,
tu nombre como un lamento
Claribel,
y en vano mis ansias siento
volar tras aquel concento,
Claribel.