Deja que mis manos,
sombra,
no se extiendan inútil
en la oscuridad,
deja que acaricien tu rostro
si tenerlo no puedo,
si verlo no consigo,
No esperes la madrugada
para confundirte con la luz
no me dejes resignado
a esperar la noche
para rogarte de nuevo.
Dedos de sol
atraviesan la floresta,
y con su toque mágico,
cual Midas milagroso,
la llena de tonalidades
verdes, doradas y amarillas.
Por el contorsionado camino
regresa la vacada,
dejando tras de sí una estela de oro…
Agoniza la tarde entre el silencio de la campiña,
vuelvo mis pasos,
cargo el sol sobre mis espaldas,
y sigo mi sombra,
de regreso a casa…
con la magia en mis pupilas.
He subido la colina
con mis manos alzadas
para tocar el cielo.
He deslizado por la suave pendiente
acariciando la hierba
Exhalar, suspirar y aspirar,
aspirar, suspirar y exhalar.
Humedecer el cuerpo
en el ejercicio de subir y bajar las colinas
extender los brazos en el éxtasis
alcanzar la felicidad
con un grito salvaje,
en el cielo y en la tierra…
La tristeza es roja
El invierno verde
Blanco de luto
Noches amarillas
Negro de la alegría
Tierra rosada
El amor es café
Colores…
algún día
descubriré sus secretos.
Los que transformaron su nacionalidad y lenguaje para sobrevivir
(puertorriqueños en Nueva York, cubanos en Miami
o mexicanos en California)
los que mueren de soledad en sus apartamentos,
o dentro de un carro,
los explotados por las embajadas y consulados
organizaciones, empresarios, coyotes, abogados, policías,
políticos y familiares,
los que apenas saben leer y escribir pero que
mantienen la economía del país
(más de dos mil millones de dólares frescos anuales en los últimos 17 años,
sin tomar en cuenta todos los negocios
alrededor de los hermanos lejanos).
Busca la brisa
entre el desierto negro
algún vestigio verde
en el cual posar su afán.
Levanta curiosa
nubes breves
pequeñas y brillantes
soplando la superficie.
Eleva pedazos del cadáver
sobre torbellinos juguetones
polvo sobre polvo revuelve
tratando de insuflarle la vida
Traviesa se desliza presurosa
hacia el atardecer
dejando tras de ella
una estela de muerte
que le dice adiós desesperada..
Luz fantasmal
se posa sobre el jardín
sobre el techo de las casas
en la altura de los árboles
quietud de luna llena
inunda mi cuarto
retroceden las sombras presurosas
mi rostro en la ventana
atestigua la magia nocturna
el hechizo de las estrellas
portal del misterio
abierto a mis sueños
avanza la noche
hacia la muerte luminosa
que asoma, tímida,
con sus rayos de muerte…
Inhala, exhala
Inhala, exhala
Inhala, exhala
… hasta secar
en el fondo,
la pega.
Niños en la plaza.
Lejos viajó mi sueño
sobre espaldas de mariposa
atravesó la casa
saltó al jardín
besó las flores
para dejar su amor
libre, ya de su peso
veloz, buscó el horizonte
cabalgó sobre la brisa
con el sol de la mañana
sus irisados reflejos
se perdieron en la bruma.
Allá lejos de tu patria
decidieron la muerte de tu raza
no vieron tus lágrimas
de impotencia centenaria
ni tu bolsillo vacío
de aspiraciones perdidas
ni la desesperanza frente a la muerte
de los niños hambrientos
ni oyeron tus ruegos
de paz y justicia
ni el protestar de tu estómago
frente a la opulencia prohibida
ni el campo arrasado
de cosechas inútiles
ni la sed abrasadora
frente a las fuentes secas
Allá lejos, con aire acondicionado,
seres extraños, de camisa blanca y corbata,
en oficinas cerradas, iluminadas,
planearon el despojo
de tu patria, tu cultura,
de tu tierra, de tus hijos,
Allá lejos
se oye el trepidar de huesos
bajar de las montañas,
salir de las ciudades,
de las selvas, de los campos,
con el rayo en la mano…
He soñado esa palabra…
que se escapa de mis dedos
huye de mis labios,
no llega a mis oídos.
Entre los sonidos confusos,
he logrado distinguirla
entre las voces del pueblo,
he percibido su presencia
mas, esquiva mis dedos, labios y oídos.
Sol de medianoche
Crisol de corazones
Sonriente cuarto menguante
Creciente de pasiones
Llena de placeres
Nueva de fuego
Vocera del amor
Espero con ansias que regreses…
Como ala plegada de mariposa
tu falda ondea
llevándote en leve vuelo
presurosa,
por el camino silencioso.
En cada esquina
esperaré la casualidad
de verte entre la gente
y extenderé la urgida mano
para mendigarte
centavos de tu recuerdo
o lo que alcance
la generosidad de tu memoria…
He alzado mis desnudos brazos
hacia el cielo
rogando agua,
sin respuesta.
He hundido en las entrañas de la tierra
mis nudosos dedos
en busca de la fuente,
inútil.
He alzado mi delgado cuello
oteando el horizonte
en busca del oasis
y sólo veo arena.
Recorre la tronante voz del dios,
el ancho y largo cielo.
Amontona las nubes grises,
revuelve los vientos de los cuatro puntos cardinales,
los lanza con furia sobre los usurpadores de su reino.
Tiembla el frágil ser humano ante el retumbo prolongado,
ante el rayo que castiga al intruso de la Tierra,
el que debe pagar las ofensas a la Madre que lo acogió en su seno.
Rompe el cristal del silencio
cantar de grillos y ranas,
la luna y su séquito de estrellas
emergen del horizonte
la noche tiende su alfombra,
luz fantasmal
se posa sobre la tierra,
danzan las sombras
al compás de la algarabía
pasa la luna y su séquito de estrellas
La sombra de la nube
Nos cubrió
Delicada, suave, tibia,
Se pegó a nuestros pasos
Se entretuvo con nuestras sombras
Oyó nuestros susurros
Oyó nuestros secretos
Juguetona,
Se alejaba y regresaba
La sombra de la nube…
Retozas sobre las hojas
estremeces las ramas
te deslizas por el árbol
juguetón, veloz, inquieto,
de arriba hacia abajo
de abajo hacia arriba
viento del Norte
saltas de árbol en árbol
envuelves al bosque
te escabulles presuroso
tras de ti, estela de hojas,
brazos agitados,
te despiden
hasta el próximo verano..
Quiero mutilar las yemas de mis dedos
las que tienen grabado tus nombres
para no escribirlos más
para no pronunciarlos más
para no leerlos más
para no escribirte más
Sube curvilínea la carretera
arriba el imponente cerro
abajo despierta la ciudad
Frente a mi puerta
dejo atrás mis pasos…
Aves que expanden sus alas
Revolotean sobre mi cabeza
Vuelan sobre mi rostro
Se posan sobre mis hombros
recorren mis brazos y piernas
Juegan sobre mi espalda
Anidan en mi pecho…
Vuelan, tímidas, presurosas,
Alzándome,
Tus manos.
Ya se oye el fuerte aleteo
de las palomas blancas
sobre las calles y avenidas
en los parques y plazas…
Esta noche
Buscaré los detonantes
De tus explosiones interiores
Sobre tu piel minada
De atentados sorpresivos
Uno a uno los buscaré
Uno a uno los estallaré
Hasta llegar al éxtasis
De la destrucción total…
Gritos y lamentos llegan al cielo
ya no hay dioses
ni palabras sagradas
cuyo conjuro detenga la pestilencia.
Vientos feroces azotan la desvalida Tierra
huracanes furiosos ahora arrasan el suelo fértil
lluvias pertinaces limpian la superficie de la Tierra
ríos desbocados inundan las aldeas
terribles sacudidas estremecen ciudades
fríos y calores extraños estremecen a los humanos.
Hoy
el silencio se posó sobre mis libros
llegó a mi casa
selló mis labios
calló mi boca
ató mis dedos
El silencio
acecha mis palabras
cuando quieren escapar
de la atadura obligada,
de la censura previa,
de los testigos ocultos
El silencio
se lanza sobre mis palabras
las devora feroz
las infecta de terror
las asesina sin piedad.
Danzan los árboles,
abrazados al viento, que lleva el ritmo,
agitan sus hojas, con ondulantes movimientos,
agitan sus ramas desesperadas
susurros, silbidos, crujir de ramas, caída de hojas,
éxtasis de la danza que ya baja a la ciudad.
Quietud de bestias, que tiemblan temerosas.
Tira el viento de tu falda,
cabalga sobre las ondulaciones de tu cabello,
recorre presuroso las partes de tu piel desnudas,
travieso, veloz, inquieto,
una y otra vez regresa para jugar contigo,
una y otra vez tira el viento de tu falda…
Tanteamos en un cuarto a oscuras
esa palabra que alumbre mundos interiores
y testimonie grandeza y miseria
de nuestras pequeñas vidas
pero algunas veces, mientras buscamos,
son otras las palabras que se encienden
(como sueños todavía no soñados por nosotros)
y que iluminan con mayor claridad
más allá de la razón de amor
que empuja a nuestra mano cuando escribe:
y entonces el poema.
Ahora no recordamos si el pie entonces
pateó una piedra o cayó de un árbol mientras jugaba
para quedar ante nosotros aprisionado en esta radiografía.
A pesar de no ofrecer la consistencia de la carne adherida
uno imagina una hoja seca con sus nervaduras
pugnando por flotar en las sombras de la placa.
Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un
ejército y se unta las costuras de su armiño raído con la sangre o
el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida
monarquía
así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo
detonar o esparcirse como reina que abdica y prendió sus pe-
zones como faros de un vendaval confuso, interminable, como
sargazos donde se ciñen las marismas
Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de
pájaros rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento
de extinción del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más
la certidumbre
de extinción de extinción como un incendio
como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de
un amante anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de
un nimbo
que el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más
que éste sea un sol, y no amanezca
y no se dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas, las
escolopendras con sus plumeros de moscas azules y amarillas
(Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece)
Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie,
yerras por las pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que
pudiera organizar los sismos
Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire
caliente del desierto, sus hélices resecas
Bajo las matas
En los pajonales
Sobre los puentes
En los canales
Hay Cadáveres
En la trilla de un tren que nunca se detiene
En la estela de un barco que naufraga
En una olilla, que se desvanece
En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones
Hay Cadáveres
En las redes de los pescadores
En el tropiezo de los cangrejales
En la del pelo que se toma
Con un prendedorcito descolgado
Hay Cadáveres
En lo preciso de esta ausencia
En lo que raya esa palabra
En su divina presencia
Comandante, en su raya
Hay Cadáveres
En las mangas acaloradas de la mujer del pasaporte que se arroja por la
ventana del barquillo con bebito a cuestas
En el barquillero que se obliga a hacer garrapiñada
En el garrapiñero que se empana
En la pana, en la paja, ahí
Hay Cadáveres
Precisamente ahí, y en esa richa
de la que deshilacha, y
en ese soslayo de la que no conviene que se diga, y
en el desdén de la que no se diga que no piensa, acaso
en la que no se dice que se sepa…
Hay Cadáveres
Empero, en la lingüita de ese zapato que se lía, disimuladamente, al
espejuelo, en la
correíta de esa hebilla que se corre, sin querer, en el techo, patas arriba
de ese monedero que se deshincha, como un buhón, y, sin embargo, en
esa c… que, cómo se escribía?
y esa mitología de tías solteronas que intercambian los peines grasien-
tos del sobrino: en la guerra: en la frontera: tías que peinan: tías que
sin objeto ni destino: babas como lame: laxas: se oxidan: y así ‘flotan’:
flotan así, como esos peines que las tías de los muchachos en las guerras
limpian: desengrasan, depilan: sin objeto: en los escapularios ese pubis
enrollado de un niño que murió en la frontera, con el quepís torcido;
y en las fotos las muecas de los niños en el pozo de la frontera entre
las balas de la guerra y la mustia mirada de las tías: en los peines:
engrasados y tiesos: así las babas que las tías desovan sobre el peine
del muchacho que parte hacia la guerra y retocan su jopo: y ellas pien-
san: que ese peine engrasado por los pelos del pubis de ese muchacho
muerto por las balas de un amor fronterizo guarda incluso los pelos de
las manos del muchacho que muerto en la frontera de esa guerra amo-
rosa se tocaba: ese jopo; y que los pelos, sucios, de ese muchacho,
como un pubis caracoleante en los escapularios, recogidos del baño por
la rauda partera, cogidos del bidet, en el momento en que ellos, solita-
rios, que recuerdan sus tías que murieron en los campos cruzados de
la guerra, se retocan: los jopo; y las tías que mueren con el peine del
muchacho que fue muerto en las garras del vicio fronterizo entre los
dientes: muerden: degustan desdentadas la gomina de los pelos del
peine de los chicos que parten a la muerte en la frontera, el vello des-
peinado.
En el condón del jopo, engominado, arisco, mecha o franja de sombras
en la metáfora que avanza, sobra, sobre el condón del jopo la mirada
que acecha despeinarlo, rodar la redecilla en las guedejas:
un público pudor, irresistible, tieso en la goma del spray: la goma
libidinizada, esa saeta de la mata en el enroque de la fima, el gime, el
fimoteo: denuedo de las uñas en el mechón de grima.
Si a la pelambre de los güeldos lía, caparazón de anís, la sobreceja,
enarca sus trebejos un aceite de alambre. El encarnado pie, si avanza,
atrácase, en la remolina de los pliegues, en los pegasos de limozul
asaetinados en el brete, que se emberretan en el vuelto: el derrame de
flejos sobre las cejas almendradas.
Tus ojos medievales, quizá grises quizá verdes,
y los ojos azules mencionados en la literatura occidental.
Palabras inapropiadas como pingüinos en el Sahara,
y el saber que nunca supimos.
Preferir lo zafio a lo sublime
como un mandato que nos destierra del paraíso
y nos conmina a penetrar en el triple recinto:
en el primer recinto está la mano que sujeta,
en el segundo la mano que condena,
en el tercero las dos manos de la matrona universal.
¿A dónde iremos?
¿A dónde iremos
donde la muerte no exista?
Más, ¿por ésto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para siempre.
Aún los príncipes a morir vinieron,
los bultos funerarios se queman.
Alegráos con las flores que embriagan,
las que están en nuestras manos.
Que sean puestos ya
los collares de flores.
Nuestras flores del tiempo de lluvia,
fragantes flores,
abren ya sus corolas.
Por allí anda el ave,
parlotea y canta,
viene a conocer la casa del dios.
(De Nezahualcóyotl cuando andaba huyendo del señor de Azcapotzalco)
En vano he nacido,
en vano he venido a salir
de la casa del dios a la tierra,
¡yo soy menesteroso!
Ojalá en verdad no hubiera salido,
que de verdad no hubiera venido a la tierra.
(Con que saludó a Moctezuma el viejo, cuando estaba éste enfermo)
Miradme, he llegado.
Soy blanca flor, soy faisán,
se yergue mi abanico de plumas,
soy Nezahualcóyotl.
Las flores se esparcen,
de allá vengo, de Acolhuacan.
Escuchadme, elevaré mi canto,
vengo a alegrar a Motecuhzoma.
En la casa de las pinturas
comienza a cantar,
ensaya el canto,
derrama flores,
alegra el canto.
Resuena el canto,
los cascabeles se hacen oír,
a ellos responden
nuestras sonajas floridas.
Derrama flores,
alegra el canto.
Con flores escribes, Dador de la Vida,
con cantos das color,
con cantos sombreas
a los que han de vivir en la tierra.
Después destruirás a águilas y tigres,
sólo en tu libro de pinturas vivimos,
aquí sobre la tierra.
Sólo allá en el interior del cielo
tú inventas tu palabra,
dador de la vida.
¿Qué determinarás?
¿Tendrás fastidio aquí?
¿Ocultarás tu fama y tu gloria en la tierra?
¿Qué determinarás?
Nadie puede ser amigo
del dador de la vida.
¿Eres tú verdadero…?
¿Eres tú verdadero, tienes raíz?
Sólo quien todas las cosas domina,
el dador de la vida.
¿Es ésto verdad?
¿Acaso no lo es, como dicen?
¡Que nuestros corazones
no tengan tormento!
Todo lo que es verdadero,
lo que tiene raíz,
dicen que no es verdadero
que no tiene raíz.
Estoy triste, me aflijo,
yo, el señor Nezahualcóyotl.
Con flores y con cantos
recuerdo a los príncipes,
a los que se fueron,
a Tezozomoctzin, a Quaquauhtzin.
En verdad viven
allá en donde de algún modo se existe.
He llegado aquí,
soy Yoyontzin.
Sólo busco las flores,
sobre la tierra he venido a cortarlas.
Aquí corto ya las flores preciosas,
para mí corto aquellas de la amistad:
son ellas tu ser, ¡oh príncipe!,
yo soy Nezahualcóyotl, el señor Yoyontzin.
Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso deveras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
Me siento fuera de sentido, lloro,
me aflijo, cuando pienso, digo y recuerdo:
¡Oh, si nunca yo muriera,
oh, si nunca desapareciera!
¡Allá donde no hay muerte,
allá donde se alcanza la victoria,
que allá yo fuera!
Por fin lo comprende mi corazón:
escucho un canto,
contemplo una flor:
¡Ojalá no se marchiten!
No acabarán mis flores,
no cesarán mis cantos.
Yo cantor los elevo,
se reparten, se esparcen.
Aún cuando las flores
se marchitan y amarillecen,
serán llevadas allá,
al interior de la casa
del ave de plumas de oro.