La renuncia

De un tiempo a esta parte
el corazón elude, con astucia,
ese don de la tierra: el roce de los cuerpos.
A qué volver a mendigar
el fulgor inexperto de unos labios fértiles
pero inconstantes,
derrotados de antemano por la siega del tiempo.

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La vida breve

Hundido, más que preso, en la fatiga
de estar vivo, sin haber hecho
otro merecimiento que señales de humo
desde el pozo,
sentirás descender sobre tu frente
la placentera humedad
de la indolencia, como si aceptaras
que la vida es un reflejo en el cristal,
un atisbo de música en la noche,
un movimiento
en el lindero del bosque que te hizo soñar
cuando eras niño,
un póstumo gorjeo que inaugura el silencio,
un fuego breve
que sin embargo sirve, lo mismo que un milagro,
para olvidar,
una vez y mil veces,
el subterráneo frío de la muerte.

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Las hojas muertas

A Francisco Álvarez Velasco

Vencido por la erosión, conforme con el triunfo
de la edad, qué paradoja,
abrirá al azar (desvanecido ya el presagio
de una tarde tan triste) el viejo tomo
que arrastra a sus espaldas
veinte años de olvido.

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Melancolía

En el borde de una tarde poco propicia
al escándalo de la mentira,
cuando nadie vigila los síntomas del tedio
que te cerca, entregado a la rumia
de una melancolía espesa y sin origen,
tu cuerpo se desvanece en el incierto placer
de deshojar el tiempo transcurrido.

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Música de silencio

Solamente es posible envejecer
lo mismo que la música, acorde
tras acorde hasta la nada, el éxtasis,
la cumbre. Queda la música
prendida en la conciencia
como lapa tenaz, como alfiler
de sombra, y nuestra cima
es el silencio, el inmóvil paisaje
de la muerte.

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Nunca aprendemos

Porque el instante es todo, el beso
que se da es un lento disturbio,
un fantasma de ceniza:
si supiera durar sería fuego.

Anega en un frescor inesperado
la pasión de los amantes,
su ciega soledad.
Se disuelve sin más
y se nos muere
contra la fría losa de los labios.

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Para dormir en paz

No temo el arraigo de la soledad
en el derrumbadero de las tardes,
ni el desvalimiento de la cólera
que destruye a traición nuestra esperanza,
ni el agudo entrechocar de la erosión
en la conciencia alerta de mis huesos,
sino tu eterna ausencia repentina,
más grave y más amarga que la muerte.

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Sábado

A Florentino González

Me he sentado frente al silencio
del atardecer -donde no llega
el graznido de la modernidad-
a indagar en el sentido de la vida,
a contemplar la belleza
de las piernas que pasan, distraídas,
por mi puerta, ajenas al alboroto que levantan.

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AL TÚMULO DEL REY

«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!
Porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

»Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

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ÁLAMOS

a Ángeles Dalúa

Una lluvia ancestral cae de los álamos,
convierte en breve espejo cada hoja.

Es un árbol callado que se eleva
de la raíz hasta la línea firme
de la luz, y corren sus hogueras
por la carne profunda.

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CUERPO NOMBRADO

Quiero nombrar tu cuerpo, tu oscuridad, tu lumbre,
el pecho que se inflama,
tu savia azul, el río de tus astros.

Quiero nombrar tu cuerpo, tus caminos,
el laberinto tibio, las girándulas,
el sexo umbrío, las vísceras ocultas,
esa linfa secreta que va trenzando el tiempo.

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DANZA

Los juncos se movían,
las ramas de los álamos,
la hojarasca,
el agua en el estanque,
las agujas del pino.

Y más acá
la sangre de los hombres
se mecía también,
poseída
de tanto movimiento.

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FILOLOGÍA

He amado las palabras con mi hambre más honda,
sentí su piel de musgo muy cerca de mis labios,
su ceniza y su luz coronando mis dientes,
diluirse en mi lengua, caer hacia el profundo
abismo de mi carne. Muy lenta, y torpemente,
como a aves fugaces, perseguí las palabras.

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LA VISITA DEL ÁNGEL

Ángel desnudo, mujer inacabable,
demonio mineral que llevó hasta mis labios
el fruto más sabroso, la delicia
ardiente de su beso.

(Volvería a nacer sólo por apresar
el fulgor encendido de aquel cuerpo).

Como un eco de diosa inmarcesible,
la memoria, como un mar de infatigables gozos,
me ha traído el fantasma de aquel beso.

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LEJOS DE CÓRDOBA

Estas aguas no son aquellas aguas,
ni es esta la ribera. Y mis manos
¿son las mismas que antaño acariciaron
la estela de su cuerpo? Otro fulgor
de acero incendió las pupilas.

Que al fin todo es efímero. En el agua
la muerte me reclama.

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LLUVIA

El agua deslíe la conciencia, una a una
empapa las imágenes, se agitan sus reflejos,
tiemblan sólo un instante sobre la herida. Nunca
acabará la lluvia. En la memoria llueve,
vuelvo a ver los charcos de la infancia, una manta
empapada sobre vagas cabezas, y un rostro
muy fugaz de mujer.

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MADRE

Abrí los párpados en medio de la noche
y tú estabas allí, insomne, aguardando
la lenta aparición, la inminente presencia
de la luz, del alba que no llega (del fuego
que regresa de una estación desierta)
y tú estabas allí, profunda y blanca,
tendida sobre la multitud de los instantes,
apartando la turbiedad confusa de mi sueño,
labrando el tiempo firme, inmóvil, de la muerte
(la edad remota de insectos transparentes
y arroyos escondidos) con su amargura
de mano inalcanzable, de boca detenida
sobre la frente nueva, de beso que separa
el porvenir, y lo devuelve al seno de la tierra,
al estallido ciego de otra edad.

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