Quien de linda se enamora,
atender deve perdón
en casso que sea mora.
El amor e la ventura
me ficieron ir mirar
muy graciosa criatura
de linaje de aguar;
quien fablare verdat pura,
bien puede decir que non
tiene talle de pastora.
Quien de linda se enamora,
atender deve perdón
en casso que sea mora.
El amor e la ventura
me ficieron ir mirar
muy graciosa criatura
de linaje de aguar;
quien fablare verdat pura,
bien puede decir que non
tiene talle de pastora.
Quien sabría nin diría
cuánta fué tu omildanza,
o María, puerta e vía
de salud e de holganza.
Fianza
tengo en ti, muy dulce flor,
que por ser tu servidor
habré de Dios perdonanza.
Noble rosa, hija e esposa
de Dios, e su madre dina,
amorosa es la tu prosa,
Ave, estela matutina.
Señora, flor de azucena,
claro viso angelical,
vuestro amor me da gran pena.
Muchas en Extremadura
vos han gran envidia pura,
de cuantas han hermosura:
dubdo mucho si fue tal
en su tiempo Policena.
Fizo vos Dios delicada,
honesta, bien enseñada:
vuestra color matizada
más que rosa del rosal,
me tormenta e desordena.
Hoy no estoy
escapé de la hora mundial
y no tengo piel
me desalojé
y soy lo que voy nombrando
y voy en lo que va volando
y creo en lo que sigo mintiendo
Muro del aire y de las edades
no me detengas!
Hoy un hombre se subió a un árbol
y el árbol bajó por el hombre.
El ascendió por los frutos,
las hojas bajaron por sus ojos.
El hombre levantó las ramas.
La sombra quedó colgando
en un atado de pájaros
esperando más cargamento,
otras identificaciones,
nuevos espejos,
más coloquio.
En realidad habíamos nacido
el uno para el otro.
Jamás tuvimos un «sí» o un «no».
Comíamos los dos de un mismo plato.
Ella leía, yo dormía.
La transfusión de ideas era magnífica.
La parentela se daba la mano los domingos.
Esta es la triste historia de
una de las mujeres más
hermosas de todos los tiempos
y que los negociantes bautizaron
con el nombre de
Marilyn Monroe.
Parcelaron su cuerpo
y su alma,
trataron de cerrarle
la boca
y su inteligencia
y abrir su escote…
hasta lo imposible.
No es que me dé vergüenza recordarlo.
Ahí viene mi padre poniendo en orden
las herramientas antes de fabricarme.
Siempre tan exagerado para sus cosas:
asegurando a sus amigos que mascaría
el mar o desclavaría las estrellas
para hacer mellizos
en menos que canta un gallo.
Ya no te acercas como antaño, cuando el azulejo
ahuyentaba la muerte de las ramas del sauce
y en silencio las vegas del río nos guardaban
de la noche despoblada y el espanto.
Tu hermosura aparece cada vez más breve
y tus voces no se oyen por el verde de los montes.
Has cambiado de apariencia tantas veces
que sólo te reconozco entre las sombras,
cuando regresan del norte las lechuzas
y el sapo extiende sus redes bajo el agua.
Hace treinta años tu perfil deslumbrante
se insinuó en la corteza del sauce
y en la llama desprendida de la acacia,
me consolaba tu recuerdo, la esperanza de tus besos.
Es mil novecientos sesenta y nueve, y caminas
por la avenida Bolívar de Valencia
con un libro de poemas en el bolsillo. Las aceras
angostas y los cedros ajenos
a la blanca voracidad del acero.
El viento del este sacudía, por ultima vez, las ramas
de estos árboles.
Caminas entre nubes de vapor
por una calle que desconoces.
El silencio es oscuro en esta ciudad.
Sus voces te confunden,
mientras el viento llega
a tu cara con el silbido
plateado de una hoja. La noche
ya no es un ángel con amplios
patios y ventanas, sino
el lomo delgado de un tronco
que cruzan tus miedos y ansiedades.
Aquella pobre niña
que aún no tenía senos…
Y la niña lloraba:
—Yo quiero tener senos.
—Señor, haz un milagro:
un milagro pequeño.
Pero Dios no la oía,
allá arriba, tan lejos…
Y cogió dos palomas,
se las puso en el pecho…
Pero las dos palomas
levantaron el vuelo.
Al vapor de la mañana
hundí mis ojos,
toqué árboles, arcilla,
toqué elcolor con ellos,
toqué las pieles de las frutas,
las lenguas ásperas toqué
de los ganados
usando de dulce la verdura
en la humedad mis ojos se perdieron
con la dicha.
Ya entiendo:
la ciudad vivirá más que yo
que la he amado.
Allá ella,
abandonada.
Su corazón será
un inmenso cacto,
cubierto de primores
y de muertos.
5
Sin embargo me iré a hacer otras ciudades;
por un leve tiempo dejarás de importarme;
aunque me vaya te estaré haciendo falta.
Allá hace un pájaro sus ruidos
siempre lejos
y cerca del oído
allá debe de estar
de allá viene el sonido
hacia allá va toda
la alegría
de esta pájara mía.
Amplio,
como el más amplio amor
es el espacio
donde las montañas
dan de sí su cuerpo elaborado;
sobre uno de estos senos de la tierra
pone su mano el sol
y se levanta.
¡Malhayan el desprestigio y el prestigio!
Si sólo venimos a morir sobre la tierra,
sobre la flor,
sobre las flores de la tierra,
déjenme arder
auque sea
en la realidad olímpica y eterna de los sueños.
Ay la rosa
fragante de
mi corazón
despedazada
por el amor
de la
ciudad,
amortajada
en humo,
desodorizada
ay la rosa.
La golondrina es animal corriente,
es obvia su semejanza con el torso de una mujer flaca
aullando en la cama de los árboles; tocan sus plumas
más ocultas las ramas con el viento;
es obvia su semejanza
con sus piernas, sus caderas (la línea),
quizás un velo para tapar honestamente,
aladamente,
el pubis de la golondrina.
Iba por las calles viendo el esplendoroso andar de las mujeres bellas, compungido por mi azarosa consistencia de venado;
a través de la campana de humo, que tarde o temprano tañerá por nuestra retirada, hendía el prepotente sol
y nos tocaba con indiferencia las fibras aquellas que mueven de un lado para otro nuestros estados de ánimo.
Del viejo señorío sólo quedan estos viejos escombros que veo
y que celebro.
Aquí habrá estado la sala donde se recibía
(alguien aparecía con el servicio del té),
se hablaba en esta sala, de seguro, de los caminos del tiempo;
alguna mano rozó alguna mejilla,
alguna mirada rozó el lindero del silencio
y se concertaron almas con encanto.
IV
Me arde la piel,
soy más hachón
que hombre
un metro
setentaiséis centímetros
de lumbre
con la cresta blanqueando
enrojecida:
ya no tengo remedio;
ardo
en la Ciudad de México.
V
Eran líquidos mis pies
y eran líquidas mis manos
y todo de agua me vi.
Tres:
Alguien dejó una flor de papel sobre mi mesa,
es linda y morada y verde, gracias.
Esperé una flor toda la vida,
y hoy, martes raspado de melancolía,
no sé de dónde, me ha llegado.
Pinche florecita de papel,
te quiero.
Con el dedo meñique
me rasco el corazón;
esta casa que hicimos,
estos muros cubiertos,
qué de color, qué de
violento gusto colgado
en las paredes.
Hasta los pisos
están llenos.
Este laberinto en el que
ya no nos perderemos
ni de chiste.
Viene el conquistador;
en la sedienta casa de su corazón
la muerte vierte ríos;
con millares de hachones de cabellos incendiados
aluza el hombre de la soledad sus compañías;
son actos universales sus palabras.
Todo pase a la muerte, dice,
todo lugar y toda gente
que no tenga algo de mi nombre,
menos las casas de Píndaro, el poeta.
Las palabras no son aire
ni se las lleva el aire.
Las palabras, cuando caen,
se filtran en la tierra,
se escurren por las eras geológicas,
por las cavernas subterráneas
y llegan al fin a un gran depósito
que ha ido creciendo con los siglos
de donde parte la sustancia
que genera las plantas
y los árboles
dadores de los únicos frutos
que en verdad nos alimentan.
Éste que sale del baño no soy
el que entré en la regadera.
Era otro. Tenía un topacio en cada ojo.
Venía de ver la verdad escueta
y la trenzada hilatura de los sueños.
Era un yo mismo mucho más potente,
capaz de salir de sí, de su piyama
y ponerse en la tierra de los otros,
con la mirada interna del que sueña
extendida a la vista de todos,
a tomarse su jugo de naranja.
Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.
Detén tu espesa y húmeda maraña,
viento;
párala un poco
mientras pasan mis ojos
a peinar la cabellera tenue de la luz.