No quiero

No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.

No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.

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Belleza cruel

Dadme un espeso corazón de barro,
dadme unos ojos de diamante enjuto,
boca de amianto, congeladas venas,
duras espaldas que acaricie el aire.
Quiero dormir a gusto cada noche.
Quiero cantar a estilo de jilguero.
Quiero vivir y amar sin que me pese
ese saber y oír y darme cuenta;
este mirar a diario de hito en hito
todo el revés atroz de la medalla.

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Bombardeo

Yo no iba sola entonces. Iba llena
de ti y de mí. Colmada, verdecida,
me erguía como grávida montaña
de tierra fértil donde la simiente
se esponja y apresura para el brote.
Era mi carne, tensa y ahuecada,
nido cerrado que abrigaba el vuelo
de un ala sin plumón y con grillete:
casi cristal y casi sueño.

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Colina

Ola cuajada en la piedra
con espuma de romero,
hasta tu desnuda cima
me has levantado sin vuelo.
Sobre tu lomo clavada
-mástil sin vela en el viento-
de un horizonte redondo
soy matemático centro.
Ocres, amarillos, verdes,
me enredan los pensamientos…
-pinos, tierra; tierra, pinos;
Duero, chopos; chopos, Duero-.

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Destino

Vaso me hiciste, hermético alfarero,
y diste a mi oquedad las dimensiones
que sirven a la alquimia de la carne.
Vaso me hiciste, recipiente vivo
para la forma un día diseñada
por el secreto ritmo de tus manos.

«Hágase en mí», repuse.

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La otra orilla

A la orilla del río, en una orilla,
miro la otra: juncos, hierva suave,
troncos erguidos, ramas en el viento,
cielo profundo, vuelos desiguales…

¿Y esta orilla?… Mirarla, verla, verme,
estando aquí y allí; completa, ubicua…

Cuando te miro, amado -amor en medio-
también quisiera estar en la otra orilla.

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Muerto al nacer

No aurora fue. Ni llanto. Ni un instante
bebió la luz. Sus ojos no tuvieron
color. Ni yo miré su boca tierna…

Ahora, ¿sabéis?, lo siento.
Debisteis dármelo. Yo hubiera debido
tenerle un breve tiempo entre mis brazos,
pues sólo para mí fue cierto, vivo…

¡Cuántas veces me habló, desde la entraña,
bulléndome gozoso entre los flancos!…

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Mujer

¡Cuán vanamente, cuán ligeramente
me llamaron poetas, flor, perfume!…

Flor, no: florezco. Exhalo sin mudarme.
Me entregan la simiente: doy el fruto.
El agua corre en mí: no soy el agua.
Árboles de la orilla: dulcemente
los acojo y reflejo: no soy árbol.

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Sin llave

Me tienes y soy tuya. Tan cerca uno del otro
como la carne de los huesos.
Tan cerca uno del otro
y, a menudo, ¡tan lejos!…

Tú me dices a veces que me encuentras cerrada,
como de piedra dura, como envuelta en secretos,
impasible, remota… Y tú quisieras tuya
la llave del misterio…

Si no la tiene nadie… No hay llave.

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Abandono

¿De qué remota lengua desasida
proviene este resabio de abandono?
En cavilosa soledad corono
una imagen de niña estremecida.

¿De qué lejano olvido, que se anida
en las letales naves del encono,
desembarca esta queja con su tono
de brisa a la intemperie amanecida?

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Agua

Nubes, helechos rumorosos, piedras,
mi cuerpo anticipándose a los goces
en la colcha mullida de la hiedra;
la siesta me sazona con sus roces

y un tumulto de pájaros rehúye
el vasto territorio del desvelo;
extrañamente de mis dedos fluye
un manantial que sorbe el desconsuelo.

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Ahora me olvidas

Y ahora me olvidas.

Fui anónimo guijarro
tramontando tu arena
pétalo
que se fue desprendiendo de tu cerco
un canto sin acordes resonando
en sordas caracolas.


ahora me olvidas.

Pero cuando entregue
esta envoltura descartable
y
mi identidad se duerma
desbrumaré mis ojos
te miraré con olvido
ahogaré tus palabras
en el silencio.

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Andinismo

Los labios suben;
laboriosos, escalan las uñas,
las rodillas
-andinistas de fuego-,
ávidos, se demoran en los pozos de sombra
que conceden la luz.
La exploración se adentra
entre el follaje hirsuto y la fuente pequeña.
Se someten al hueso de un codo guerrillero,
a la remota axila,
a la nuca en declive;
hacen alto en las manos,
manantial de arcanas vibraciones.

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Bajel del viento

La complicidad de mi cama
se ha vuelto un campo ingrávido y lejano;
ya no tiene largueros ni pies ni cabecera.
Es una interminable llanura incandescente
donde mi ser se calma.
Desprendida del mundo brujulo entre los astros;
deshabito el incógnito territorio del cuerpo,
destrabando mis jarcias,
y parto
desplegando los brazos,
desamarrada y leve:
bajel de viento.

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Brindis

Toma la copa de mi corazón
y bebe.

De su cuenco de sombra
paladea
las centellas airosas que me cruzan,
desde el rojo voltaje de sus nervios,
el sabor de mi centro.

Toma mi corazón,
y sorbe
su resentimiento en las rocas,
la espumosa alegría de la mañana,
el dulzor sentencioso de las despedidas,
al atardecer.

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Cifra

Cómo el dolor me abre el deseo.

Tenderme a la vera de tu cuerpo
sospechando las ansias,
los temblores,
ornar con flores robadas
el puente de nuestro aliento
intercambiando besos,
trozos de tiempo.

El sol se nos metió en los dedos
haciendo borbotar
el caldo del encuentro.

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Condena

Húmeda y germinada en el deseo,
extraña ante un perfil que desconozco,
cierro puertas,
clausuro el país de la fiebre.

Las personas que amo me ven partir;
se quedan con mi cáscara baldía.

Soy un navío
con el timón varado frente al risco
desde donde despeño la palabra,
prisionera de muros caducos
que asedia un vendaval estéril.

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Hacia el país de la alegría

Surca el itinerario de la espuma
mi terco corazón desbrujulado;
un esquivo temblor sus velas suma

al luminoso aroma congregado.
Mi acento entre que calla y que te nombra
va alertando al follaje sobre el vado.

Timon el confidente de la sombra,
la luna pensativa me acompaña:
su rojiza preñez mi pulso asombra.

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Insomnio

Del vasto territorio del insomnio,
de su ilímite páramo de sombra,
traigo hilachas de ausencia entre los labios,
una huella que me hurta y que te nombra.
¿Qué distancias de fiebre y desvarío
por las estribaciones de la aurora
recorro suplicante, pierdo, ansío
destejiendo la trama de las horas?

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Itinerario del deseo

Anoche tuve audiencia con mi cuerpo,
tu fantasma, mis señas personales:
indagué en el desánimo, en el cerco
de mis fiebres. Obsesos arenales

me circundan y crecen hacia adentro.
Me someten sus dunas, a las cuales
rehúyo, añoro, niego, miento, encuentro,
ofrendando el temblor de mis portales.

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La silla

Cuando salí al jardín entré en un sueño;
imán sin voz, vacío luminoso;
desde tu cuerpo ausente y de mi gozo
la silla me habla cuanto más me empeño

en acallar tu imagen en mis ojos.
Me cercan sus espaldas rigurosas.

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Marina

Caminar
por las arenas de tu pensamiento,
viajar de polizón en las bodegas de la espera,
y ceder
-a esa espera de ti,
de tu deseo sobreviviente de un cataclismo de espumas.

El horizonte se aposenta en mí
recostándose
del otro lado de mi frente.

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