Dioses bajo la luz celeste y pura
luchan en la cubierta de la nave.
Escucho sólo el ruido de las armas
mientras intento ver desde lo oscuro.
Sólo el eco merece mi ceguera
e imagino el combate que no vivo.
Poemas cortos
Han caído las torres, y el desierto
es ahora tan grande como el alma:
esas torres que alcé y ese desierto
que quise mantener lejos del alma.
Los enemigos que inventé murieron
y si hay otros no quiero imaginarlos:
así que no vendrán los enemigos.
Y mi alma puede ser un descampado
en el que quedan restos de unas casas
humildes junto a montes de basura.
Cuando cae la tarde, un jorobado
y un perro asustadizo y diminuto
vienen de no se sabe dónde y vagan
por sus valles umbríos y apacibles.
Ya no salgo de casa. Otros no salen
después de haberlo visto todo; en cambio,
yo me encierro después de no ver nada,
o sólo las estrechas pasarelas,
las altas pasarelas pavorosas.
Otros recuerdan los jardines falsos
del amor y los días en que amaron
o creyeron amar, y otros, los libros
leían de niños y marcaron
su vida para siempre, ya que nunca
pudieron entender cómo es el mundo.
Y todos se consuelan de esta forma
e incluso se entusiasman cuando sienten
que la memoria puede moldearse
a voluntad y dar lo que no daban
el amor, los jardines y los libros.
Nunca he visto gozosa a la discordia.
No conozco el olor que tiene el campo
después de la batalla. Nunca he visto
caballos sin jinete entre las picas
vagar y entre los muertos. No conozco
la voluntad de ser invulnerable
ni el estupor que nace con la herida.
Nunca he visto gozosa la discordia,
no conozco el olor que tiene el campo
después de la batalla. Nunca he visto
caballos sin jinete entre las picas
vagar y entre los muertos. No conozco
la voluntad de ser invulnerbale
ni el estupor que nace con la herida.
Amigos, el amor me perjudica:
no permitáis que caiga nuevamente.
Podemos emprender una campaña
o el estudio de textos olvidados:
algo que me mantenga distraído.
No me habléis de la dulce voz de aquélla
ni del hermoso talle de esa otra.
Me puse a divagar y pensé en Rusia;
también pensé que el alma es como Rusia
y que son sus fronteras las de Rusia,
amenazadas por las mismas hordas.
Después pensé en un carro de combate
que avanza por la estepa día y noche
dejando sus rodadas infinitas
en los fangales del primer deshielo.
También mueren caballos en combate,
y lo hacen lentamente, pues reciben
flechazos imprecisos. Se desangran
con un noble y callado sufrimiento.
De sus ojos inmóviles se adueña
una distante y superior mirada,
y sus oídos sufren la agonía
furiosa y desmedida de los hombres.
Tampoco tengo claro qué tarea
debo cumplir; si todo se reduce
a acompañar en esta pesadilla
el dolor y el orgullo de los hombres
y llegar al final sin sufrimiento,
o si hay que herir también y ser herido.
Cuando a mi estéril corazón me vuelvo,
por las eternas dudas asolado,
pienso en Tartaria, en gélidos desiertos,
y una sombra comienza a tomar forma
y una forma se encarna lentamente,
mientras mi débil voluntad conquista.
Deseo entonces que el jinete eterno,
a quien turban inmensas lejanías,
lleno de desazón, se ponga en marcha.
Me acosté sin cenar, y aquella noche
soñé que te comía el corazón.
Supongo que sería por el hambre.
Mientras yo devoraba aquella fruta,
que era dulce y amarga al mismo tiempo,
tú me besabas con los labios fríos,
más fríos y más pálidos que nunca.
Al cabo, son muy pocas las palabras
que de verdad nos duelen, y muy pocas
las que consiguen alegrar el alma.
Y son también muy pocas las personas
que mueven nuestro corazón, y menos
aún las que lo mueven mucho tiempo.
Al otro lado de este bosque inmenso
me espera el mundo. Todo lo que he visto
sólo en mis sueños tiene que esperarme
al otro lado de este bosque. Es hora
de ponerme en camino, aunque el viaje
se lleve varios años de mi vida.
Toma tu cruz, Señor, te la devuelvo.
Toma tu sacerdocio y tu prestigio.
Haz sólo tus milagros.
Yo seguiré a mi aire, como siempre.
El seco estrépito
de un repentino alzarse de palomas
estremeció mis pasos.
Fue como si algo
se me escapará de la carne,
sorprendida su raíz.
Como si al muerto que guardo
le levantaran la losa y por el mundo
caminara ya sin nada entre las manos.
(En memoria de Rocío Dúrcal)
A Carlos Garzón,
amante del cante y del diamante
Alvaro urtecho
La muchacha andaluza, victoriosa
en tantísimas hazañas del canto:
del cante jondo al pasodoble,
de la gutural canción de barrio madrileño
a la balada y al rock.
Cuerpo cierto y sombra equivocada,
la luz es también la soledad del ojo
y lo contemplado.
Mas ¿hasta cuándo?
Hasta que la lluvia descienda a la nube
y la luna abandone su órbita legendaria.
Del aire hacia fuera;
en todo caso lejos del tiempo y el azogue
engendra la imagen sobre el vidrio.
Ni antes ni destino:
¿A qué lugar, a qué cielo de los mundos
habrá huido la luna mortal?
Llueve,
y mientras el agua me arrulla,
recuerdo y escucho.
¿Escucho lo recuerdo?
En ese caso te estaría oyendo:
tu voz suena como un coro,
no una sino muchas veces.
Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
Refugia su hermosura como si fuera un espejismo.
Pero no puede evitar tanta belleza.
Hay en su cuerpo llanuras y colinas.
Bosques misteriosos,
lúcidos torrentes,
grandes cataratas entre sombras,
poderosos campos repletos de amapolas.
Así que leve y suavemente
ilumina cuanto toca.
Me gusta cuando sales de paseo
a ver escaparates simplemente-
y te fijas en detalles inocentes
que nadie ha visto: esas medias
rojas llenas de arabescos, esos
guantes de lana tejidos con mis huesos.
Me gusta cuando explotas de alegría
-¡y yo sin entenderte!-
Los poetas se reúnen por la noches.
Beben vino y comen versos.
Buscan sentido a las palabras.
Los poetas dan un giro a los sonetos.
En este tiempo hostil, propicio al odio,
los poetas conspiran a crédito.
Rastrean en lo barroco de sus versos.
Vivo en una calle
con nombre de Académico
mundano,
pero fino.
Arriba,
en la azotea,
anidan todavía
sus versos
que jamás he leído.
¿Te acuerdas de las últimas luciérnagas? Latía
su fulgor movedizo sobre la fronda ilesa.
Ahora que, caprichoso, el verano se enfría
y un aire de inclinada caligrafía inglesa
hace vibrar los cables y se instala en los setos,
las he visto otra vez.
Son los pies los que hablan
al caminar sin rumbo.
Se agosta el surco
y se desciende
a una planicie sin principio
para hallar la palabra
que contenga al silencio.
Ella se acerca
tan cerca
y huye.
Leo las noches
en el limbo de las horas todas
del árbol.
Deslizo
por el costado impreciso
de los cálices.
Lúcida nimiedad
de las palabras.
Esta sangre derramada
No es la sangre de Dios.
Cómo interpretar las señales
Si los clavos son tan de este mundo.
No olvidan los nuestros
Que somos la renovación
Del primer sacrificio.
¿Hacia dónde corre el tiempo?