Si pudiera crecer en el ángel de tu ira
como una lengua muda que se le escapa al sueño
la ausencia lograría al borde de tu herida
el argumento de lo no creado
si pudiera verte por dentro desnudo de palabras
una luz granizada imantaría distancias
y grabaría la página que se alza en tus latidos
como un número espeso que circula en la sed.
Poemas cortos
Como ave parte y en señal de fuego llega
de su hueco brotan flores creciendo en brasas
en llama una paloma forma el aire
del sueño mi lengua incendia un astro.
En la flama su raíz conoce el mundo
girando sobre si la llama insiste
en esa música que canción de aire se vuelve.
Húmedo el movimiento de la rosa que silba
goteando desde el alba su vacío.
Tibia el alma arde en la brisa
afina el viento su breve latir
en tu cintura sueño a flor de agua
donde una luz seduce
el íntimo retozo de tu vuelo.
Trae la guitarra el día lluvioso
gimiendo hacia adentro en el alcohol
enferma el tiempo su flor
y su barro de sueño enuncia el aire
en un decir de muerte espesos ríos
persiguen sus orillas como una selva hollada
cuando Dios estaba aún azul dentro del hombre
El lunes es el nombre de la lluvia
cuando la vida viene tan malintencionada
que parece la vida.
El martes es que lejos pasan trenes
en los que nunca vamos.
El miércoles es jueves, viernes, nada.
El sábado promete, el domingo no cumple
y aquí llega otra vez- o ni siquiera otra:
la misma vez- la lluvia de los lunes.
Joven,
yo era un vanidoso inaguantable.
‘Esto va mal’, me dijo un día el espejo.
‘Tienes que corregirte’.
Al cabo de unas semanas era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Con tu mirada tibia
alguien que no eres tú me está mirando: siento
confundido en el tuyo otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus te quiero, alguien
acaricia mi vida con tus manos y pone
en cada beso tuyo su latido.
Mi vida: tantos días
que no estuve en El Cuzco
ni en Siena ni en Grenoble,
tantos aviones rubricando el cielo
en los que yo no iba, tantas voces
cuyo calor jamás
tocó mi corazón.
Sólo el tiempo, vacío,
sólo el tiempo, esta estepa
desesperada, sólo
ver los martes, los miércoles, los jueves,
ver cómo suceden, implacables,
los tubos de Colgate.
Raro asunto la vida: yo que pude
nacer en 1529,
o en Pittsburg o archiduque, yo que pude
ser Chesterton o un bonzo, haber nacido
gallego y d’Ors y todas esas cosas.
Raro asunto
que entre la muchedumbre de los siglos,
que existiendo la China innumerable,
y Bosnia, y las cruzadas, y los incas,
fuese a tocarme a mí precisamente
este trabajo amargo de ser yo.
Me inspiro
Las estaciones son el suelo
Los puertos el agua y la tierra
Los aeropuertos ¡oh! Los aeropuertos
Porque cuando voy en el aire
Mis sentidos
Despegan
De un viejo poblado
Y de cultos
A nuevas Escuelas Filosóficas.
De un Dios cansado de dictar el acto de crear
De los poetas hermanos del tiempo
De esta corta historia de Repúblicas
De piel De persianas De asfalto
De la siempre ciudad de ayer
Es la flor que llevamos
En los ojos En el corazón En la mano
Y sin esconderla
En la frontera Dos países nos delatan
En ese mundo sin siesta
Muestran Ofrecen Venden
Las postales que coleccionan turistas
Cerebro Sexo Color
Y no saben que si se detienen
De noche o de día
Los robots Las turbinas Los motores
Pueden escucharse los lamentos de los humanos
Y el timbre de voz de los inmigrantes.
Un pasajero de este viaje
Me solicita
Una hoja.
Quiere hacer No respondo.
Se entierra en el asiento…
Recoge sus pies Y queda en su lugar.
No me inquieta no contestar
Cuando es ficción
Cuando no hay evolución
Y no siento nada cuando recreo a un desconocido.
Te distraen
El extranjero en tu ciudad
Los asociados entre sí de corazón
Tu gente en los símbolos
La ciencia La ideología El sortilegio La teoría
De la Evolución universal que engendró el Terror
El rescate de la memoria histórica
Y el sentimiento de haber sido observado
Entre tanto disperso.
¿Quién o quiénes
Desde el continente observan este barco?.
¿Con quién o con qué hombres
Estoy disputándome
El horizonte?.
Retorno a mi país y llego a otro.
Soy el condenado a buscar…
Esa tierra que especifica mi alma
Esa raíz que no cambia de personalidad
Ese azote de los ojos al cerebro
Ese tiempo testimonial Esa gente que existe en mí
Y mi desesperación
Pasa por calles que tienen su sirena y sirenas.
De poblado en poblado
La modelada El mundillo El furor de vivir
Extiende la divertida mezcla social.
Por un libro Por el periódico
O por el tendido eléctrico recibimos la noticia:
Un español
Que vivió en América
Ha traducido
Al castellano
A poetas románticos ingleses.
Las aves negras
Que de noche duermen en el tendido eléctrico
Auguran tu final.
Las que de día cantan
Te distraen.
Mientras fuerzo el ejército
De mis huesos
En el aire inmóvil de la noche.
A los tigres de Neruda A los felinos de Whitman
Con sus bastones Con sus sombreros Con sus gabardinas
Y sus marchas hacia mundos más justos.
Por las floridas barrancas
Pasó anoche el aguacero
Y amaneció el limonero
Llorando estrellitas blancas.
Andan perdidos cencerros
Entre frescos yerbazales,
Y pasan las invernales
Neblinas, borrando cerros.
Una lágrima cae
sobre la cal del suelo, arde
bajo mis pies, abrasa en soledad
mi soledad.
Toma el cuerpo que se entrega a tu cuerpo
como si eterna fuera la pasión que esgrime.
Holla su carne hasta el abismo del clamor
porque nunca sabrás en qué grieta del bosque
culminará su tránsito, se hundirá tu pisada.
No temo el arraigo de la soledad
en el derrumbadero de las tardes,
ni el desvalimiento de la cólera
que destruye a traición nuestra esperanza,
ni el agudo entrechocar de la erosión
en la conciencia alerta de mis huesos,
sino tu eterna ausencia repentina,
más grave y más amarga que la muerte.
Alguien supo desde el primer momento
que sólo soy un muerto que ha venido
a aprender ese estupor,
un pobre muerto que no puede dormir,
un muerto
que ausculta con paciencia
la rumia de vivir.
Vana ambición,
sin duda, cuando la ejerce un muerto.
A Florentino González
Me he sentado frente al silencio
del atardecer -donde no llega
el graznido de la modernidad-
a indagar en el sentido de la vida,
a contemplar la belleza
de las piernas que pasan, distraídas,
por mi puerta, ajenas al alboroto que levantan.
A Paco Solano
Un tercio de siglo, si somos razonables,
apenas es un soplo. Sentado en una piedra,
pienso que soy un viejo y no siento
temor: miro a las nubes, solas, en lo alto
y el alma, según gime, se serena.
A la guerra me lleva
mi necesidad;
si tuviera dineros
no fuera en verdad.
Aquel que tiene de escribir la llave,
con gracia y agudeza en tanto estremo,
que su ygual en el orbe no se sabe
es don Luis de Góngora, a quien temo
agraviar en mis cortas alabanças,
aunque las suba al grado más supremo.
¡Bien haya quien hizo
cadenitas, cadenas;
bien haya quien hizo
cadenas de amor!
¡Bien haya el acero
de que se formaron,
y los que inventaron
amor verdadero!
¡Bien haya el dinero
de metal mejor!
¡Bien haya quien hizo
cadenas de amor!