La poesía me hizo suya en un lecho de arena
y hojas blancas
lamidas por la brisa
con un sol rojo enardecido
con una luna abandonada
Y fue mi sangre
Fue mi piel
Mi propia sombra
La poesía fue mis alas hacia la libertad
De : Mortal in Puribus
La poesía me hizo suya en un lecho de arena
y hojas blancas
lamidas por la brisa
con un sol rojo enardecido
con una luna abandonada
Y fue mi sangre
Fue mi piel
Mi propia sombra
La poesía fue mis alas hacia la libertad
De : Mortal in Puribus
Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un poema.
Flemática mujer de hermoso pelaje
en cintura
enmarañado pelo,
una araña carga en su pubis ancestral
negra hasta los meniscos,
perturbadora de la noche
calla, arrolla
En la esquina ebria
de Fresh Point
su rostro negra asoma,
tartamudea la anciana
medusa embadurnada de olores.
Qué de mí
si en mi cama se extiende
enrollada en mi cuello
absorta de delirios
con sus esmeraldas me mira.
No es el ungido escorpión
en el lecho entre horas,
no está. Se retuerce
me ataca con el flagelo
de su cola.
Voy buscando
huracanada y ola
bebiendo del vacío
como en mi sombra y sola
castañuela de suspiros
coros de abuelos
transparente en mi anhelo
buscando ese presagio
en otros cielos.
A veces la vida viene como la carta más baja
rozamos con otros transeúntes
la suciedad en las aceras
habitamos los árboles, los pájaros
pedimos el pan como los pobres.
A veces
la vida viene como la vileza.
Soy un racimo de uvas
y aguanto como puedo
este oleaje creciente de su boca
aguijoneándome al sol.
Hasta que estallo.
Usted se me escapa en los pasillos como
un discóbolo impregnado de aceite.
Pero todo lo que habla es una mano enguantada
por mis medias.
(Desnuda, froto su voz contra las caderas
de la sábana
para no dormirme tan triste.)
Te ofrezco la serena
languidez de mi pena,
la tristeza que acaso
no di a nadie a mi paso.
El supremo pecado
En virtud sublimado.
Agua clara en el jarro
que es mi cuerpo de barro
un ciclón hecho brisa
por tu sola sonrisa.
Apenas te veo, o antes de verte,
en lo mínimo del encuentro,
ya presiento que lo que nos rodea
es nuestra trampa,
que el cielo tiembla.
Pero nos salvamos, amorosos, de lo negro.
Nos salvamos de esa penumbra de teatros
que otros llaman mundo
y nosotros llamamos cosa, disparidad, tontería.
Quiero mirarte, dejar encendida la luz.
Quiero no estar seguro de mis cegueras,
encender las esquinas de esta cama constante.
Porque demasiado sabemos de las cosas tristes
y de las cosas mudas, y demasiado
de los ojos, los apenas-ojos
de los cadáveres rosados.
A lo lejos,
los espantapájaros distantes
se hunden en su gloria.
Escuchar la máquina contestadora,
descubrir que nadie llamó
a tiempo.
Haciendo turnos
en las filas
y los itinerarios,
las criaturas se excusan y no saben por qué.
Y, sin embargo, hay algo que me empuja
hacia los horizontes de los tristes,
hay alguien que mis carnes arrebuja
con el mismo jirón que su ser viste.
Ir sin ellos, el sueño de mi vida;
y al ver que no lo alcanzo y que me pierdo,
mientras en ese sueño rasgo y muerdo,
me duele el corazón como una herida.
He visto al victimario de mis ansias.
Aullaba en su boca la ignorancia.
Envenenadas puntas que taladran,
las voces ancestrales cómo ladran.
Quizás si lo que llevo aquí en la frente,
que yo creo una selva, es una grieta,
y seré como el triste del poeta
que se murió de sed junto a la fuente.
(fragmento IX)
Minarete de alabastro,-
Torrecilla de alabastro cimbradora
Cual pedúnculo vibrátil, -¡es tu cuello!
Si tu cuello,
Hija mía, madre mía, novia mía,
Es la blanca columnita cimbradora
Que se yergue balancea
Que se yergue columpiando la presea
¡de tus rizos de tus ojos de tu faz encantadora!
Si acaso al otro lado de la vida
otra vez, por azar, nos encontramos,
¿se reconocerán nuestras miradas
o seremos tan sólo un par de extraños?
De todos modos te amaré lo mismo.
Juntos. O separados.
Se me murió el olvido
de repente.
Inesperada-
mente,
se le borraron las palabras
y fue desvaneciéndose
en el viento.
En busca suya el corazón tocaba
todas las puertas.
Nadie. Nada.
Y allí donde estuviera se instaló
de nuevo,
el doloroso amor,
el implacable,
interminable-
mente.
Un breve instante se cruzaron
tu mirada y la mía.
Y supe de repente
-no sé si tú también-
que en un tiempo
sin años ni relojes,
otro tiempo,
tus ojos y mis ojos
se habían encontrado,
y esto de ahora
no era más que un eco,
la ola que regresa,
atravesando mares,
hasta la antigua orilla.
¡Cuán plácidas al alma las horas de tristeza
en que la tarde muere, al toque de oración!
Del sol en el cenit, da el rayo en la cabeza,
al ponerse en ocaso, nos da en el corazón.
Dando vueltas al globo de los mundos,
asombrado un alumno así exclamaba
«en torno a tan pequeños continentes:
¡cuánta agua !»
mientras yo, por las penas abrumado,
murmuraba inconsciente estas palabras
«en torno a escasas dichas de la tierra:
¡cuánta lágrima !»
Dos partes tiene el mundo, según cuento,
dos partes nada más;
una donde estás tú, mi dulce aliento,
otra donde no estás.
Arrojáronlos, sí, pero en sus ojos
quedó impreso el hermoso panorama
del Paraíso, y la siniestra llama
de aquella espada, fulminando enojos.
Por eso al contemplarse todo amante
en las pupilas de su dueño amado,
ve en el fondo el Paraíso reflejado,
y chispas de la espada fulgurante.
Rumor de diez noches en diez diferentes estancias.
Después, se dejaba dormir. En vano yo retaba al sueño
gentil de su cayado, lo salpicaba con el rocío que germina
en las palmeras; invariablemente era su presencia y no la
mía la tentadora, la travesía, el cuidado, la gangrena.
La escena tan temida -finalmente- está teniendo lugar. Allí, siempre, del otro lado. No hay justicia poética. ¿Quién narra, si la hay? ¿O era éste el deseo? La expectativa ¿de qué audiencia? El soñador que sueña la pesadilla ¿qué se desea? Si toda la Comedia es sólo el andamiaje del carro de Beatrice, si el imperio de Adriano no es más que la medida del solipsismo suicida de un esclavo ¿será el desasosiego la vara que mide la liberación?
La metáfora ha muerto.
Nada se parece a nada.
La más mínima fracción de cada átomo absorbida en la tarea de cumplir su ínfimo mandamiento. Sostenerse en el ser, cada mañana, no importa qué. La anatomía exhausta del ciprés… La terquedad crispada de los pinos… El blanco inocuo del hielo en el dintel.
Sequía. Sequedad. Corolario: proceso de consumación. Un objeto junto a otro. Y sin embargo, se diría, se llevan bien. La abolición, la insistencia. Hay algo jocoso en devenir. Algo grave y, no obstante, socarrón, en oponerse.
Tanteos en la mar violenta. Agitación. Un cierto envolvimiento de remolino o torrente. Depende de la dirección. Depende de si se podría siquiera hablar de dirección o de mejor deshacerse. ¿Indulgencia? ¿por qué no? Al menos insistir. Un acto de presencia, como tantos (tanteos en la mar).
Vio a Cristo amamantando a los perros. Vio un hueco en el lugar del corazón. Vio una parva de heno, una oreja de Dumbo, una cola de buey, un grano de sal gruesa, un hangar, un telescopio. Vio una batalla de ángeles y demonios en el fondo de la alberca.
Visión prismática, dividida, dispersa. Un no sostenerse en el lugar sino rodearlo y rodear el vacío que se deja.
Observación: un mantener viva la llama de una pura fe sin credo ni culto ni reliquia. Un mantenerse viva en la fe -un vacío.
Se abre en rueda mi mano y gira el pecho
la elevación del agua sus pezones
en el sonoro vínculo del ser
irse es retornar en el hilo del beso
danza el fuego la cera del deseo
gota amada de instantes capturados
talle el reloj de tu minuto carne
ondas de labios al pie rosas germinan
tacto violeta en el latido mudo de la piel
estirada hasta el punto crecido del orgasmo
fuga la noche el deseo y en sus límites
la llama del lenguaje funde cuerpos.