El pozo seco

Dejé mi copa en el brocal maldito.
Grité hacia abajo, hacia el profundo hueco,
pero el coro sarcástico del eco
me devolvió multiplicado el grito.
Llegaba tarde: el pozo estaba seco.

Un gran golpe de viento llenó el pozo,
y, al recorrer su vertical garganta,
en su más honda hondura oí un sollozo,
donde cantaba el agua y ya no canta…

Brillaba entonces la primera estrella,
pero el anochecer amanecía
cuando me puse a comparar aquella
profunda sed del pozo con la mía.

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Elegía lamentable

Desde este mismo instante seremos dos extraños
por estos pocos días, quien sabe cuántos años…
yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido
uno de esos que nadie confiesa haber leído.

Y así mañana, al vernos en la calle, al ocaso,
tú bajaras los ojos y apretarás el paso,
y yo, discretamente, me cambiaré de acera,
o encenderé un cigarro, como si no te viera…

Seremos dos extraños desde este mismo instante
y pasarán los meses, y tendrás otro amante:
y como eres bonita, sentimental y fiel,
quizás, andando el tiempo, te casarás con él.

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Elegía para nosotros

Erguida en tu silencio y en tu orgullo,
no sé con qué señor que te enamora,
comentas a manera de murmullo:
¡Mirad ese es el hombre que me adora!

Yo paso como siempre, absorto,… mudo,
y tú nerviosamente te sonríes,
sabiendo que detrás de mi saludo,
te ahondas y después te me deslíes.

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Me llegabas en la brisa y en la espuma

Me llegabas en la brisa y en la espuma,
tú, la perdida para siempre…
Tú, la que ennoblecías el sabor del recuerdo,
que ahora llegas más casta y más ausente…

Me llegas en el viento que huele a lejanía,
me llegas en la sal que sabe a muerte,
tú, sombra arrinconada en un silencio;
tú, la perdida para siempre…

Ya no sé por qué sordo camino de la ausencia
bajo que estrellas moribundas vienes,
con los pies inseguros llenos de polvo y de rocío,
tú, la perdida para siempre…

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Nocturno IV

Así estás todavía de pie bajo la lluvia,
bajo la clara lluvia de una noche de invierno.
De pie bajo la lluvia me llega tu sonrisa,
de pie bajo la lluvia te encuentra mi recuerdo.
Siempre he de recordarte de pie bajo la lluvia,
con un polvo de estrellas muriendo en tus cabellos
y tu voz que nacía del fondo de tus ojos
y tus manos cansadas que se iban en el viento
y aquel cielo de plomo y el rumor de los árboles
y hasta la hoja aquella que te cayó en el seno
y el rocío nocturno dormido en tus pestañas
engarzando diamantes en tu vestido negro.

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Poema de la culpa

Yo la amé, y era de otro, que también la quería.
Perdónala Señor, porque la culpa es mía.
Después de haber besado sus cabellos de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa el castigo.

Fue un pecado quererla, Señor, y sin embargo
mis labios están dulces por ese amor amargo.

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Poema del amor lejano

Puedes irte y no importa, pues te quedas conmigo
como queda un perfume donde había una flor.
Tú sabes que te quiero, pero no te lo digo;
y yo sé que eres mía, sin ser mío tu amor.

La vida nos acerca y a la vez nos separa,
como el día y la noche en el amanecer…
Mi corazón sediento ansía tu agua clara,
pero es un agua ajena que no debo beber…

Por eso puedes irte, porque, aunque no te sigo,
nunca te vas del todo, como una cicatriz;
y mi alma es como un surco cuando se corta el trigo,
pues al perder la espiga retiene la raíz.

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Poema del amor pequeño

Fue breve aquella noche. Fue breve, pero bella.
Poca cosa es el tiempo, que es también poca cosa,
porque nadie ha sabido lo que dura una estrella
aunque todos sepamos lo que dura una cosa.

Nuestro amor de una noche fue un gran amor pequeño
que rodó por la sombra como un dado sin suerte,
pero nadie ha sabido lo que dura un ensueño
aunque todos sepamos lo que dura la muerte.

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Poema del secreto

Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día y otro día…
y no puedo olvidar.

Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente…
y no puedo olvidar.

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Se deja de querer

Se deja de querer…
y no se sabe por qué se deja de querer;
es como abrir la mano y encontrarla vacía
y no saber de pronto qué cosa se nos fue.

Se deja de querer…
y es como un río cuya corriente fresca ya no calma la sed,
como andar en otoño sobre las hojas secas
y pisar la hoja verde que no debió caer.

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Te acordarás

Te acordarás un día de aquel amante extraño
que te beso en la frente para no hacerte daño.

Aquel que iba en la sombra con la mano vacía,
porque te quiso tanto que no te lo decía.

Aquel amante loco que era como un amigo
y que se fue con otra para soñar contigo

Te acordarás un día de aquel extraño amante,
profesor de horas lentas, con alma de estudiante.

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Tu collar de perlas

Yo he visto perlas claras de inimitable encanto,
de esas que no se tocan por temor a romperlas.
Pero sólo en tu cuello pudieron valer tanto
las burbujas de nieve de tu collar de perlas.

Y más, aquella noche del amor satisfecho,
del amor que eterniza lo fugaz de las cosas,
cuando fuiste un camino que comenzó en mi lecho
y el rubor te cubría como un manto de rosas.

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Preludio para una máscara

El rocío decora los restos de un naufragio
Donde sólo la muerte palpita débilmente.
Los astros ya no agitan sus tiernas cabelleras
Sobre el rostro invisible que decora el rocío.

Sin color se adelanta por la muerte un recuerdo
Que aprisiona en sus alas la forma que mi cuerpo
Tendrá cuando sea el tiempo de que la muerte quede
Enterrada en el rostro que decora el rocío.

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Aproximación a Venus

Para unas muchachas de Bances Candamo,
al margen de un estudio de Pedro Penzol

Belzeraida, Armelina y Bradamante,
hermosas como el saludo matinal de la oropéndola,
vestidas de nostalgia y de poesía, decidieron
pasar un breve tiempo -el otoño no más, sólo el otoño-
en las praderas reservadas en el planeta Venus
para los viajeros de excepcional belleza.

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Breve viaje nocturno

Mi madre no sabe que por la noche,
cuando ella mira mi cuerpo dormido
y sonríe feliz sintiéndome a su lado,
mi alma sale de mí, se va de viaje
guiada por elefantes blanquirrojos,
y toda la tierra queda abandonada,
y ya no pertenezco a la prisión del mundo,
pues llego hasta la luna, desciendo
en sus verdes ríos y en sus bosques de oro,
y pastoreo rebaños de tiernos elefantes,
y cabalgo los dóciles leopardos de la luna,
y me divierto en el teatro de los astros
contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo.

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Canción sobre el nombre de Irene

¡Qué bueno es estar contigo ante este fuego, Irene,
saber que sigues llamándote así, Irene;
que tu nombre no se te ha evaporado de la piel
como se evapora el rocío de la panza del sapo!

Ah decir Irene, Irene, Irene, Irene,
cerrando los ojos y diciendo nada más Irene
por el solo placer y la magia de decir Irene,
Pedaleando en el aire existas o no existas,
¡qué real y sólida eres, qué verdadera eres
en medio del irreal universo por llamarte Irene!

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El hombre habla de sus vidas anteriores

Cuando yo era un pequeño pez,
cuando sólo conocía las aguas del hermoso mar,
y recordaba muy vagamente haber sido
un árbol de alcanfor en las riberas del Caroní,
yo era feliz.

Después, cuando mi destino me hizo
reaparecer encarnada en la lentitud de un leopardo,
viví unos claros años de vigor y de júbilo,
conocí los paisajes perfumados por la flor del abedul,
y era feliz.

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Génesis

Sus rodillas de piedra, sus mejillas
frescas aún de la reciente alga;
sus manos enterradas en la arcilla
que el cuerpo oscuro hacia la luz cabalga;

y su testa nonata todavía, blanda silla
de recóndita luz, de espera larga,
fue ascendiendo detrás de la semilla
ida del verbo a la región amarga.

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Jamás, con ese final

Si tomas entre los dedos
la palabra amor,
y la contemplas de derecho a revés,
y de arriba abajo,
verás que está hecha de algodón,
de niebla,
y de dulzura.

Si después aprisionas
la palabra música,
sentirás entre tus dedos
el crujir de una frágil
lámina de arena.

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Las estrellas

¡Cuántas estrellas anoche!
¡Yo las veía tan claras y cercanas
como higos de cristal, como frutillas azules!
Me parecía, Teresa,
que todas las estrellas te miraban
con la misma alegría con que te miran
los ojos de mi alma.

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Nocturno luminoso

Music I beard with you was more than music,
and bread I broke with you was more than bread.
Conrad Aiken

Como un mapa pintado de violento amarillo sobre una pared gris,
como una mariposa aparecida de súbito en medio de los niños en el aula,
inesperadamente así, cuando es más noche la noche de los ciegos extraviados
en el laberinto,
puede aparecer de pronto una figura humana que sea como un cirio
dulcemente encendido,
como el sol personal, o como el recuerdo de que hay también estrellas
y hermosura,
y algo bello cantando todavía entre las viejas venas de la tierra.

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Olvido

¡Cómo el olvido ha ido destruyendo
el mundo aquel que edificamos juntos!
¡Las abejas sonoras, los pastos, el estruendo
del río bramador acorralado, los difuntos
ecos del viento que partió gimiendo
con tu enorme cadáver, y ardió los juncos
con llama tan veloz que aún está ardiendo,
con ceniza tan cruel que aún están truncos!

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Rapsodia para el baile flamenco

Dialogar con la muerte es la hermosa imprudencia
de quienes aprenden a cantar desde la cuna al borde del abismo.
El canto y la danza también pueden ser fervorosos rituales de la
desesperanza,
escuelas de lo terrible pobladas de una infancia hipnotizadas por los ojos
de la madre,
los ojos de una fascinada mujer que a su vez viene rodando por los siglos,
con su encantamiento amarrado a la cintura, y quiere arrojarlo de sí,
con palmas, con gemidos, con arranques de un fuego que prende
otro fuego más hondo, para evitar el imperio de la ceniza en el alma,
y levantar la sangre hasta los rostros de los santos de papel.

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Silente compañero

(Pie para una foto de Rilke niño)

Parece que estoy solo,
diríase que soy una isla, un sordomudo, un estéril.
Parece que estoy solo, viudo de amor, errante,
pero llevo de la mano a un niño misterioso,
que a veces crece de repente, y es un soldado aherrojado,
o es un hombre mayor meditabundo, un huésped del reino de los lúcidos,
y se encoge luego, se recoge hasta devolverse a la niñez,
con sus ojos denominable arcano, con su látigo inútil con su estupor,
y este niño retráctil me acompaña, y se llama Rainiero en ocasiones,
y en otras el Presente, y el Caballero Huérfano,
y el Soldado sin Dormir Posible,
y comulga con el comunicado mundo de ultratumba,
y conoce el lenguaje de los que abandonaron, condenados, el cuerpo,
y pelean a alma limpia por convencer a Dios de que se ha equivocado.

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Soneto para no morirme

Escribiré un soneto que le oponga a mi muerte
un muro construido de tan recia manera,
que pasará lo débil y pasará lo fuerte
y quedará mi nombre igual que si viviera.

Como un niño que rueda de una alta escalera
descenderá mi cuerpo al seno de la muerte.

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Testamento delpez

Yo te amo, ciudad,
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.

Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,
yo te amo, ciudad.

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A la luz de tu sombra conmovida

A la luz de tu sombra conmovida
deja de escuchar a tantas voces tuyas,
me quedaré desnudo de silencio
cuando me des tu intimidad desnuda.

Los recuerdos que corren por tu sangre
Te han dejado fragante de ternura,
Fuerte eternidad estremecida
Y el color secular que te circunda.

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Ansiedad

Esta flor mía, viva luz sin reflejo,
ahogada en ella misma,
bebiéndose a mi sombra su más íntima savia,
su perfume más puro,
sintiendo en cada pétalo, la clausura del aire
y el secuestro del agua, de la nube, del árbol…

Esta flor mía, encendida, consumiéndose sola,
muerta en su propia música,
apretada en su tallo, quebrado ya de angustia;
quemándose a sí misma,
en tanto que la tierra desnuda su ternura
y es más ancha la vida,
y el canto,
y la mañana…

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Cuba

Cuba, flotante línea suspendida
en la punta del agua sin sosiego;
llama en el centro de su propio fuego,
roja al viento la túnica encendida.

Cuba, de amor extiendes tu medida
y la sombra sepulta su astro ciego:
tu sangre, ardiente luz, es dulce riego
para alzar el tamaño de la vida.

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El mar

Se ha caído al suelo el Mar. Difícil
recogerlo, alzarlo, ayudarle.
La masa espesa se mece y se deshace en espuma,
en olas; se contrae y distiende, se agita y calma,
se enfurece y desborda como en inútil esfuerzo por levantarse.

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Isla en el tacto

I
Cosida al mar y al viento por puntuadas olas
a puro sol prendida,
tu perfil, isla mía, tu contorno en el agua
con tu constante litoral dibujas
revuelto hacia la luz y hacia la espuma,
hacia el húmedo mundo clamoroso
donde pierden la tierra y el árbol sus fronteras,
donde encuentra el azul su razón en los mapas
y se disuelve en sal la geografía.

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No te voy a decir

No te voy a decir
que quiero ser la arena
que tus pies desnudos acaricie,
ni los rayos del sol que bajen jubilosos
a dorar más aún
la fina miel que forma tu epidermis,
ni el agua que la abrace con su espuma
ni el viento que la bese
y agite sus cabellos.

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Nocturno diferente

Hay una noche limpia: la del mar y la luna.
Había un pueblo de luces en el agua tranquila
con calles solitarias por donde, sin quererlo,
dejábamos vagar nuestra inquieta ternura.

Era una noche limpia, brillando entre las sombras.
Nos quedamos teñidos de luna y de horizonte
al ritmo de la voz anciana del botero.

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Soneto

Sigo, Amor, con mi júbilo sin bridas
por senderos de mieles tu carrera,
viajando con tu llama y tus heridas
desde el justo contorno de tu esfera.

El pulso tengo de innombrables vidas
en tu perfil sesgado a tu manera
como tu fortaleza tiene asidas
las campanas al sol de mi bandera.

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