En el telar de la trastienda,
de todos los colores,
en todos los idiomas,
de todas las medidas,
Ahmed ofrece alfombras:
las extiende, las cubre, las explica,
con el último precio las enrolla.
Altivo tras los fardos
Ahmed come a escondidas.
En el telar de la trastienda,
de todos los colores,
en todos los idiomas,
de todas las medidas,
Ahmed ofrece alfombras:
las extiende, las cubre, las explica,
con el último precio las enrolla.
Altivo tras los fardos
Ahmed come a escondidas.
Superpones la calma,
una calma geométrica.
Desnivelas remansos
de terraza en estanque,
de boj en escalera.
Acordonas las formas de los dioses
y das principio
al libro en los estantes,
al estuco y los mármoles,
a las victorias.
Reúne al sol,
por caminos de polvo,
las recuas sin estrépito.
En caóticas filas se amontonan
como una multitud de patas sucias.
La sombra del oasis los rezuma.
Aplastados y viejos, de rodillas,
en la gran explanada
su cuello balancean
con senil parsimonia.
Sola por el plano de su planta,
del amanecer a la fatiga,
Habiba arregla camas
y repone las toallas
sin faltarle la sonrisa.
Siempre amanece por las calles del invierno.
Arremete la lluvia tras los árboles
con rigores de lápida y frescura.
Siempre amanece por los miradores del viento,
en la lengua del Lima lamiéndonos la vista.
De ahí la lejanía,
la penumbra ojival que dan los pórticos,
la bruma derretida,
la piedra minuciosa.
Insistió.
La garganta en las verjas, las pendientes,
los flancos rosas del derrumbe,
el martillo del agua del envés,
la madera sellada en el balcón
de una larga clausura.
Quién sabe,
su soledad estaba plagada de refugios,
levitaba en la cola de la niebla,
rotaba aún
sin saber donde vuelven las corrientes.
Canta tu estrofa, cálida cigarra,
y baile al son de tu cantar la mosca,
que ya la sierpe en el zarzal se enrosca
y lacia extiende su verdor la parra.
Desde la yedra que a la vid se agarra
y en su cortina espléndida te embosca,
recuerda el caño de la fuente tosca
y el fresco muro de la limpia jarra.
Deteniendo severo magistrado
su pie ante las canéforas preciosas,
mira en sus caras de puprpúreas rosas
el pudor por carmines dibujado.
El temblador ropaje replegado
les da esbeltez de vírgenes graciosas
y llevan en las manos primorosas
ricas bandejas de oro cincelado.
Mirarte solo en mi ansiedad espero,
solo a mirarte en mi ansiedad aspiro,
y más me muero cuanto más te miro,
y más te miro cuanto más me muero.
El tiempo, pasa por demás ligero,
lloro su raudo, turbulento giro,
y más te quiero cuanto más suspiro,
y más suspiro cuanto más te quiero.
I
En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,
a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.
¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche!.
I
Aquella eterna fonte está ascondida.
¡Que bien sé yo do tiene su manida
aunque es de noche!
II
Su origen no lo sé pues no le tiene
mas sé que todo origen della viene
aunque es de noche.
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dexaste con gemido?
Como el ciervo huyste
haviéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ydo.
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decilde que adolezco, peno y muero.
Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero
que muero porque no muero.
I
En mí yo no vivo ya
y sin Dios vivir no puedo
pues sin él y sin mí quedo
éste vivir qué será?
Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
toda ciencia tracendiendo.
I
Yo no supe dónde entraba,
pero cuando allí me vi
sin saver dónde me estaba
grandes cosas entendí
no diré lo que sentí
que me quedé no sabiendo
toda sciencia trascendiendo.
1
Un pastorcico solo está penado
ageno de plazer y de contento
y en su pastora puesto el pensamiento
y el pecho del amor muy lastimado.
2
No llora por averle amor llagado
que no le pena verse así affligido
aunque en el coraçón está herido
mas llora por pensar que está olbidado.
Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se alcança por ventura.
I
Sabor de bien que es finito
lo más que puede llegar
es cansar el apetito
y estragar el paladar
y assí por toda dulçura
nunca yo me perderé
sino por un no sé qué
que se halla por ventura.
Sin arrimo y con arrimo,
sin luz y ascuras viviendo
todo me voy consumiendo.
I
Mi alma está desassida
de toda cosa criada
y sobre sí levantada
y en una sabrosa vida
sólo en su Dios arrimada.
Tras de un amoroso lance
y no de esperança falto
volé tan alto tan alto
que le di a la caça alcance.
I
Para que yo alcance diesse
a aqueste lance divino
tanto bolar me convino
que de vista me perdiesse
y con todo en este trance
en el buelo quedé falto
mas el amor fue tan alto
que le di a la caça alcance.
I
En el principio morava
el Verbo y en Dios vivía
en quien su felicidad
infinita posseýa.
El mismo Verbo Dios era
que el principio se dezía
él morava en el principio
y principio no tenía.
Encima de las corrientes
que en Babilonia hallava
allí me senté llorando
allí la tierra regava
acordándome de ti
¡o Sión! a quien amava
era dulce tu memoria,
y con ella más llorava.
Dexé los traxes de fiesta
los de trabaxo tomava
y colgué en los verdes sauzes
la música que llevaba
puniéndola en esperança
de aquello que en ti esperava.
Cansado, con las inútiles estrellas de la tierra sólo lleno
y cansado como únicamente puede estarlo
quien ha tenido en cada momento que soportar la vida
como si fuera de otro
busca en un joven pasado tal vez inexistente
las señas y caminos
con los que edificar desde esta noche
unos proyectos más ligeros de prisiones
y que un recobrado aire sin edad te traiga entonces
nombres, historias y retratos que juren que tuviste
y que se dispongan por fin a silbarte entre la arena:
has de ser el escritor y el cielo, esta no es tu vida,
jamás lo ha sido y como ahora
tu oficio van a ser los maleficios
has de volver a ser de nuevo el poeta extraño
que por su olvido busque las comisuras del cielo,
sobre muerte palabra y risas tú, sobre tiempo
y muerte un pájaro triste de violines magos,
miradas en clave ya tú sobre la muerte.
Besitos y mordisquitos en las orejitas era lo que escribíamos
al final de unas postales no tan obscenas como horteras,
también en los hociquitos y Viva el Mejillón Peludo
cuando las enviábamos a niñas adorablemente estúpidas
y Gola Pola Amapola qué tal las misiones en Angola
o de mayor yo también quiero ser cura
si iban dirigidas al gris colegio horrible,
besitos y mordisquitos o cabramozabigote!
Igual que las fotografías, los abrazos o recuerdos,
el sexo es poco más que un miedo, uno más
entre los tantísimos trucos
que trabajosamente acunamos, para seguir viviendo.
Un cansancio necesario, una sabida pero inconfesada treta
que nos permita sentarnos en un bar
hasta que sin quemar se consuman las colillas de la lluvia
y abrazar después en ellas aquellos anticuados fantasmas
que fueron nuestros o que, simplemente,
a nuestro vacío nombre respondieron.
Como las antes tan respetadas plañideras
han sido prohibidas en los días y en los cuadros
-pues cada vez se hizo más persistente el rumor
de que su oficio hacía cosquillas a los muertos-
quizá sí podría asegurarles que nunca como ahora
estuvo tan en suspenso el mundo.
De entre la mentiras una de las que prefiero
es la luna. Antigua o perdida, ni los locos
la creen, y con sus torpes palabras pueden
fabricársele torpes vestiduras. Porque
el poeta -gata falsa- a veces no está
para cielos o pájaros es por los que os hago
una confesión última.
Pero se ve, pero se mira e, incluso,
aunque sólo sea sombra, se respira.
Lo sé al compás del silencio y con madre lluvia.
Lo sé y lo sé dormido. Detrás del cristal, de nuevo alcohol
los astillados ojos y siendo otro en un bar gris
o absurdo: ahora es otro nombre de nunca,
ahora te lo regalo, ahora es mentira,
acaso para mí ya no tú sino nadie abraza
y aunque ceniza es cada amor, cada palabra,
aún se ve o se mira, se ve, mira, se mira
y acaso mañana descubra similares castigos
en la infamia de una vida
que incansablemente
me atardece.
En nada hay más mentira que en los aniversarios,
que en creer que Dios o el tiempo
para el vivir trabajan
y que en las calles aún quedan
minutos para todos.
Sólo la derrota puede llegar a tener forma de plaza,
y quizá por eso no hago más que pedir prestado
el miedoso yeso de unos ojos
para romperlo mientras finjo
grabar versos ahogados
en el escondido corazón de las pizarras.
Yo soy el anarquista de las bengalas,
el anarquista único, el que permanece y pasa:
he tenido nombres en los que dormían las frutas
de los corazones raros. A todas horas trabajo,
y en especial cuando la gente afirma
que no hago nada.
Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas
pero sí me has oído decir con insistencia
que el día menos pensado voy a procurar
olvidarme la inocencia y la ternura
sobre el mostrador de cualquier casa de empeño.
Pero jamás conseguí inquietarte, o así lo sospecho.
Al pie de una cuesta olvidada o llovida,
al pie de una ajena infancia acaso, detrás de la tierra
y muchísimos años después de que tuviera nombre todo
olvidado o llovido sólo pide en su entierro el mendigo
que en monedas le sean dadas las limosnas, pocas o muchas.
No existe la muerte, no ha existido nunca.
Aunque bajo su amenaza haya vivido el hombre,
en su mentira, no existe la muerte, no existe,
y si adivináis tras la luna el exacto rostro
de la ausencia, si con olvido miráis
la pupila oscura de la espera
entenderéis que no existe, que de verdad no existe
y que cómo iba a existir ella y qué nombre
hubiéramos podido darle entonces a esta tierra.
A veces empiezan bien mis sueños, y entonces
pueden llegar a ser playas de África
o improbables pasajes de avión hacia el deseo.
A veces empiezan bien mis sueños, a veces me recuerdan
lugares que no he visto y en los que fuimos tan felices,
lugares anónimos, antiguas cartas, aventuradas huidas
y si hay suerte pueden llegar a ser incluso
unas cuerdas vocales que afinan su voz
entre unas piernas.
Nadie sabe el silencioso peso de la sombra
o siempre hay quien sufre más, quien con todo el dolor
en una estancada agua no sabe qué dios caído
o qué recuerdo logrará disipar
la risa afilada y fría de la noche.
Nosotros esperábamos jinetes, jinetes no sabíamos de quién,
jinetes quizá de nadie. Alguien tenía que enviar jinetes,
eso nos dijeron, por eso los esperábamos. En calmar llagas
con vendas de silencio
matábamos el tiempo. Así
esperábamos jinetes. Pero
ya no esperamos.
Si el hombre tuviera tiempo de sobras
es posible que hiciera grandes cosas.
Pero tras su espesa piel el tiempo alienta
una sutil maraña de trampas y estrategias;
tras su espesa piel o en su disperso puzzle
ocasionalmente brinda adoquín de besos
para que torpes como somos
nos demos menos cuenta
de que a través de ajedreces, adioses,
inutilidades, esperas y otros juegos
poco a poco y sin saber
se vaya haciendo teoría confirmada
el que la vida nos aplasta
(y esto me gusta decirlo con un verbo que suena
como un saco de patatas).
No es bueno apretar el alma, por ver si sale tinta.
El papel sigue siendo el asesino el asesino de ti-
y quizá es mejor que la sombra y que sus dagas
por antiguas voces descalzas vayan. Por antiguas voces,
muy lejos del número y sus cárceles, entre nieblas
olvidadas.
En la soledad hiriente y absoluta a la que no he conseguido
nunca darle nombres y entre
sus sábanas que tantas veces
recuerdo son del miedo hay
todavía una arrolladora, inexplicable, casi
vergonzosa ternura que creo
que me asalta los ojos y quizá
en ellos me devora.
Noche ni con más noche se consuela. Después
que un árbol arrancado probó a con sus
sombras congraciarse ofreciendo a las pequeñas,
diarias muertes caramelos exilio
de nadie se ha hecho el verso:
hasta el estúpido oficio de leerle al tiempo
las líneas crueles de su mano se ha perdido.
Bajé del sueño, del sol y el miedo.
Bajé y seguí bajando. No había nada.
Deseé volver. Pero en el descenso
había olvidado cómo a la infancia
del primer verso trepar de nuevo.
Y así (niños y niñas) me quedé solo,
de ninguna parte rey y en mi noche
por nadie abandonado.
El papel en blanco jamás es sólo el papel en blanco:
hablar de eso es hablar fácil, mas no el decir y es cierto-
que la página en la soledad más profunda consumida
es la vida sin versos o llena de los poemas que nadie,
de los que eres tú, ha de poder escribir nunca.
Igual que no es ningún genio quien sospecha
que la lentitud venenosa de un otoño
tiene por testigo final a cualquier calle
la tinta de este papel también es la tinta última
y en la improbable forma con que consiga
abrazarme a su mentira jamás podrá
ser más cierta la vida.
(1926-1948)
Había suficientes parras en tus párpados
para dormir al sol, si así te parecía:
yo sé que sabías eso y también que yo recorro
las mismas calles que cruzaste intentando
convertirlas en múltiple escenario de ti mismo,
las noches que volviste mosaico de ocios o de sueños,
antiguas piezas únicas hechas de alcantarillas dominadas,
de cementerios asaltados, un solo desierto o arco
tensado para extremar, para extremar en lo posible
y hasta el fin la vida.
La caligrafía del amor está hecha de mariposas y de sangre,
mientras se redondea una o masculla un lobo, en el palito de la t un tonto jazmín suspira,
y asimismo hay que decir que la caligrafía del amor se parece a la de la vida
porque es bastante más que extraña, que la caligrafía y el amor
son peores que la tristeza y que la lluvia, mucho peores, sí,
y que ningún destino es tan horrible y tan hermoso
como el de quienes se envían sueños de pechos y cinturas
aprisionados bajo sellos de diecisiete o sesenta y pico pesetas
-eso depende de la urgencia, también del sitio-
y que en los abortados celofanes del adiós y sus distancias
con gran terquedad fingen creer que para cosas como éstas
aún resulta mínimamente útil el correo.
Porque vivir no basta al hombre, porque la cárcel
injusta de los días hace que se pudra
la pequeña carne de los sueños
o porque no me quedan calles ya que guarden
alguna risa dentro, o algún nombre,
sobre mi mesita de noche tengo preparado
el final cianuro silencioso.
Las memorias se venden bien, pero su precio oscila.
Depende de si guardan árboles, lagos, travesuras de infancia,
columpios o lunas, algo que se llamó ideales
y también amores, abuelas tiernas, huesos, frutas.
Sí: los sueños ya suben mucho, y sobre todo algunos.
La cálida o porosa tinta de mis sueños
afónicos pájaros da a un torso
sobre el fino papel vegetal de la memoria
y esos pájaros pueden igual ser lunas tardías
que el oculto alfabeto con que unas piernas
sin un solo respiro reelaboran nuevo el mundo.
En los ojos y otros muertos lento pesa
el mundo o el cansancio. Y quisiera ya
olvidarlo simple, cegarme fiero y un todo adiós
decir lleno de noches o de ahogadas piedras o mendigos
que no guardasen rabia
hacia los infames engaños
con que en las mañanas del sonido ingenuos
habitable creímos esta vida.
Haber escrito tan en la sombra como para que quieta sangre sea
la que duerma una obra; haber escrito la sombra o haberla sido,
desde sus clausuradas ventanas haber dicho adiós las mismas veces
que huérfana es la tierra, vanamente haber hincado
en el papel silencios
que resultaron al fin
no ser llaves maestras
y que después de haber conseguido
soportar así la vida procesiones de fracasos
en las telarañas de la tinta- ya muerto
te publique algún poemas
una desconocida revista de provincias
y que entonces alguien los encuentre cualquier cosa,
que alguien los encuentre es un ejemplo- francamente divertidos.
La causa de las palabras, que para nada sirven,
o para vivir tan sólo, es una causa pequeña.
Pero si cada día sabes con mayor certeza
que no sólo repudias las coronas
sino que cada vez te dan más asco;
si en verdad no quieres hacer de tu ya arruinada inteligencia
una prostituta mercenaria que venda sus pechos o su alma
a cualquier hijastro del dinero o si, sencillamente,
poco necesitas y tan sólo te importa soportar
con dignidad la vida y sus tristezas
mejor será que asumas desde ahora
la inevitable condena de la soledad y del fracaso
y que como luminoso o ciego abandono de estrellas
a esa pequeña, muy ridícula causa ya te abraces,
que del todo lo hagas y que en tu habitación vacía
las palabras del fuego sean ceniza, que se asalten
y persigan, que tengan frío, en su noche
a solas, por decir tu nombre.
Haber perdido la vida ya muy pronto,
y en cualquier esquina; haber sentido
cómo escapaba poco a poco
el agua de los ojos,
haber tenido tanto miedo y tanto frío
como para acabar siendo nada más
que miedo y frío.