Los cristales de plata del laúd de Ziryab
restituyen tu infancia en los palacios de agua.
Con una antorcha subes a los altos alcázares
de la memoria y miras latir a la ciudad:
los alminares negros, los patios, las hogueras
de los amaneceres, el aljibe, el incierto
astrolabio del lento mercader que aventura,
con camellos y esclavos, sus pasos por la niebla.
Poemas españoles
La ciudad de los ojos en tu recuerdo: el hilo
de luz en las callejas, los narradores ciegos
de cuentos, los viejos adivinos,
los camellos que traen maderas aromáticas.
El desertor, las torres, la algarabía del zoco,
los mercaderes tristes de marfil y tapices,
el azafrán, las cúpulas, el arrayán, los zócalos,
Al Fath el especiero y el domador de monos
que vienen del oasis remoto de Xauén.
Los ríos del paraíso en las lentas marismas
de Hudaybiya, la médula
insondable del limo.
Con cálamos del Tigris dibujas en el aire
la sedición del tiempo, las torpes abluciones,
el anaquel de arena, el alfar, la carcoma,
las altas caravanas que devora la luna.
El lugar de la luz en la alcazaba inmóvil
bajo la media luna.
Perdida la memoria,
tener la indiferencia mineral del lagarto,
la madurez cansada de la granada abierta
y, como los profetas, el don de obrar milagros.
‘Así tuvo lugar el único viaje’
F. Brines
I
Surcarás otros mares de amarga geografía.
Volverá con las naves la paloma del sueño,
el velo del ocaso, la túnica del alba fría de los inviernos.
II
Sobre este mar de sueños el ocaso te avisa
acantilados.
‘sueño con los serrallos azules de Estambul’
A. Colinas
I
Detrás de las almenas frágiles de los días,
sólo una patria, Livio, leve al hombre:
evocar las hogueras
en la cima del monte azul de la nostalgia.
Blow, winds and crack your cheeks
Shakespeare
Sobrevuelan los buitres mi ceguera de nieve.
Ladran los perros. Anda
despierta la mentira mientras la esquirla afila
su venganza agudísima por mis ojos nublados.
Un erial pedregoso como una penitencia
abona mi osamenta y nutre la morada
flor antigua y sin savia de los días pasados.
‘veo llegar cada tarde mis restos a la playa’
J. Rodríguez Marcos
I
Así como el que cuenta sus denarios,
pesadamente inclina
su esqueleto de plomo en la tarde imprecisa,
así tú vas contando los ocasos del agua,
los ríos inseguros, los barcos que se llevan
el eco de los címbalos tras el viento delgado.
Seguid la carretera que tendida
entre prados está
como inmenso reptil de fina escama
parado a descansar,
y una plaza, antesala de una aldea,
por fin encontraréis
donde la vieja iglesia está orgullosa
de su misma vejez.
Y allí donde agrupadas las acacias
al declinar el sol
parecen los guardianes que se estrechan
para velar mejor;
allí donde las brumas misteriosas
flotan entre la luz;
donde corta el escueto campanario
el horizonte azul;
allí donde las negras cordilleras
parecen a mi afán
negras perlas formando de los valles
el sombrío collar,
está la pobre aldea que idolatro
porque en ella nací,
cuando el otoño descolora impío
de la selva el matiz.
Vive las noches
estrujando entre las manos
el silencio umbroso de los solos.
Altera su vigilia la incógnita lejana
del rugir de la calle.
¿Son los mismos pobladores del día
los que tremolan?
¿O son los lémures crepitantes
de la noche?
La lluvia, en alemán, es masculina.
Penetra el ángel del manantial,
caen sus racimos de medianoche
con la furia y el clamor del inocente.
La vigilia espera, la hora espera
la silenciosa red del condenado,
la soga, el fusil, la guillotina,
por el odio ancestral de los vencidos.
A veces cae el velo de la noche
y nos muestra su faz incuestionable,
sus pozos, su espiral, el latido último
de un palpitar de fuegos pavorosos.
A veces somos noche sin disfraz,
cuerpo oscuro que clama el sacrificio,
y es ella quien pronuncia nuestro nombre
desleído en las gotas del lenguaje.
Es la oscuridad
asentada por los resquicios
de la sombra,
con esos peces
que siembran
pan de pétalos noctámbulos.
Los peces rodean el istmo
de las manos candentes.
Extrañan la ausencia de los cuerpos.
Breves lapsos de tiempo se atesoran
en la estable marea de la vida,
cuando no trunca el río su crecida
hacia esas aguas que lo enamoran.
Es una ola el lugar de la partida
donde juegan aquellos que se ignoran,
y con puños la espuma rememoran
como dados que ciernen una herida.
Elevados los gemidos al secreto
en la fragua abisal, abigarrada,
del insomnio que desvela
a los árboles enraizados en el mar
que a los sueños pertenece.
Dime, noche,
por qué te ocultas en el fluir
de los ovarios de la oscuridad,
siempre madre de caballos
que se desvían amaneciendo
penumbras y amapolas.
Llora el sol el camino hacia la noche
con sus párpados huidizos,
cerrando los ojos ante el día
que ambiciona el salitre del mar
y perpetuarse ciegamente
ante la noche.
El día queda devastado.
Imponente, el mástil nocturno se avecina,
con el caudal de las rosas oscuras
que transpiran el olor aciago
de los besos de una luz inmóvil.
Hermanadas la furia y la blasfemia
en el sino mortal del sacrificio,
se derrite el incienso de los tallos
con un rito de ancestros y pulgares.
El umbral del dolor, que galvaniza
el recuerdo de un Dios inmóvil, roto
por las balas, la noche, la memoria,
acude a cizañar las madreselvas.
La noche es movimiento de penumbras
luchando para ser eternas, río
de manos en los cuerpos que divaga
sobre el influjo de la sangre dulce.
Silenciosos, los ángeles nos aman
como aman los caimanes, con la furia
de un sexo desmedido, con lujuria.
Atraviesas el cierzo y la desdicha
de un ulular hambriento y desangrado
que emerge al despuntar la madrugada.
Amanecen los pechos florecidos
por el ámbar, la luz de las farolas,
que reflejan los cuencos y canastos.
Están vacíos, cual daga sin sangre,
mordidos por dolor en sus extremos,
cuadrados por el ángel de la furia.
Malditos los que invocan a la noche
para admirar tan sólo su negrura.
No ven la luz de las hojas tenues
que alumbran como pequeños dados
el dormitorio de las estrellas.
Vendrá el cierzo que triste deambula
por los orificios de los pozos y murallas,
a derribar el claustro de los cisnes.
Me conmueven las horas de la noche,
el vibrante rotar de sus aletas,
el singular acento de sus párpados.
Como un niño, rescatan la inocencia
transgredida entre soledad y nieve,
la libertad del mundo de los sueños.
¿O esclavos son los sueños, la memoria
que nos dirige atrás sin pasaporte,
y nos revela a cámara encendida
la terrible verdad de la mañana?
La voz oscura prende soledades,
aísla el sueño,
perturba a los insomnes.
La lluvia, la palabra de la noche,
también roza el día con su aliento
de fuerza estremecida por las nubes
que lavan el círculo polar
con las ablaciones de la nieve.
La hendidura polar se reencarna
en difusos remansos laterales.
Los ciervos comen cólera bendita,
venganza de una diosa inconsistente.
Porque es ella la voz de las tinieblas
que perfuma el cantar de sus quereres.
Es ella el cuerpo anclado en la ternura
de unas manos acariciando el pan.
Tus ojos son el luto incandescente
que se derrama al envolver las manos
con la cera caída de los cirios,
la mirada de estrellas expectantes.
Como un barco velero y silencioso
que rodea al vaivén del aire el istmo
yacente de la península inmóvil,
con sus crespones negros desplegados
al roce de las nieves y los vientos,
así transita la oscuridad tardía.
La luz amortajada
surge con un soplo de árbol.
Vamos a bendecir la oscuridad
con ramos de sayales y murciélagos,
con velas sarmentosas y guitarras
que dobleguen al ángel de la furia.
Pero también vendrá a nuestras casas
con un alarido constante y seco,
y devorará los panes,
y beberá el vino que era agua
de nuestros propios labios.
El fiero deslizar de la penumbra
acentúa los rasgos invernales
de los besos que nunca sucedieron.
¿Dónde van esos besos que son agua
marchita por el ulular del ángel?
¿Dónde rezan los árboles hundidos?
Si se apaga el poder de la memoria
a los pies del cordero devastado
¿dónde sollozarán las madreselvas?
Florecemos, aupados por la lumbre,
con la inocencia de agua que respira
el anónimo olor de los claveles.
Nos embrujan las plantas y los pájaros,
el desuello, las flores invernales,
como una cantinela abovedada
que resurge del polvo de los días.
¿Cómo podrás volver a ser quién eres?
Si la noche te coge de la mano,
te lleva más allá de las estrellas,
junto al país donde los niños lloran.
¿Qué le explicarás a tu incierto amante?
Cuando la bruma envuelva tu sagrario
y tus pechos estén áridos de alas,
y hacia el norte no veas ningún trance:
¿Qué aprenderás de las horas oscuras?
La noche circuncinda madrugadas
con un afán caníbal, encantado.
Es la fiera que arrancará las flores
con la espuma de las nubes y las bestias,
asolando la yema de la lluvia,
en un zigzag de escalofrío y caras
miserables.
Tiemblan las ramas tenebrosas de los ángeles
de una noche intensa,
resguardada en los nidos, con las tórtolas,
cambiante de su sino y su ventura.
Las flamígeras alas del edén están partidas,
quebradas en mil puntos llameantes,
sembrando de ceniza el paraíso
con el polvo de golondrinas muertas.
El día es el eclipse de la noche.
Como un sarcófago
que se abre para recoger a un muerto,
respira la mañana antropomorfa.
Como un luto, reviven las ventiscas
insoladas, sollozan los escombros,
se atreven a llorar los papagayos.
Y el niño aquella noche
le pidió a la niña que le odiara;
y ella, recogidas las manos en su cintura,
lloró en grieta el largo camino de la palabra,
fría de silencios y de tiempos,
de quien antes le pidiese que le amara.
Una mujer en la ventana,
incierta como luna navegando por el mar,
princesas destronadas que inventan historias
de reyes rojos, y mujeres sueño con labios
muertos, donde crecen las manos de los árboles.
Una niña del miedo llorando en el acantilado
mientras contempla a una ahogada.
Me visto para la luna
que influye sobre mi único enamorado.
Me visto y salgo a su encuentro
deslizándome por entre las ruinas
que el sol ha hecho visibles durante el día,
escalo para lograr un encuentro
y canto mi miedo a los ríos salvajes
que crecen bulliciosos mientras fluye la noche.
«Sin esperanza,
con convencimiento.»
A. González
Aquí, la puerta abierta,
unos gatos que muerden basuras y esperanzas
«esta marejadilla sin plata que arrasar»
y aquí suelo dejarme,
sentada hacia la lluvia
sin apenas decirte lo mucho,
sin tu forma de hablarme socavada en el gesto.
«De este puro amor mío tan delicadamente idiota.»
Rafael Alberti
De golpe
me estremezco como si siete grados
bajo cero
sacudiesen el tedio sin contar para nada
con mi visión del mundo
y de la explotación.
Pero los lapiceros, las sandalias,
lo que me habría gustado ser piloto…
y ahora llegas tú
con veinticinco mil maneras de acariciar mis dedos
aunque no estés de acuerdo con lo que yo
pensé
del precio de la pina y la última decisión
que ha tomado el gobierno.
Tal como prometió ha vuelto el rey de Ítaca.
Ha sido un largo viaje.
Por ti desafié la ira de los dioses.
Atrás quedaron tierras, caricias de otros brazos.
La música más bella que un mortal escuchara.
Hoy brilla el mismo sol en este hermoso cielo
que iluminó violento los días de mi dicha.
«Había mucho de angustia en mi necesidad de herir
aquella sombría ternura que amenazaba complicar mi vida.»
M. Yourcenar, Memorias de Adriano.
Tenía mi juventud, mi niñez casi,
y toda la belleza de la vida que empieza.
Libertad sin saberlo.
Pastorcico nuevo
de color de azor,
bueno sois, vida mía,
para labrador.
Pastor de la oveja,
que buscáis perdida,
y ya reducida
viles pastos deja;
aunque vuelta abeja,
pace vuestras flores.
Si sembráis amores
y cogéis sudor;
bueno sois, vida mía,
para labrador.
Que el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?
El clavel, lindo en color,
y la rosa todo amor;
el jazmín de honesto olor,
la azucena religiosa,
¿Cuál es la más hermosa?
La violeta enamorada,
la retama encaramada,
la madreselva mezclada,
la flor de lino celosa.
Segadores, afuera, afuera,
dejen llegar a la espigaderuela.
Quién espiga se tornara
y costara lo que costara
porque en sus manos gozara
los rosas que hacen su cara
por agosto primavera.
Segadores, afuera, afuera,
dejen llegar a la espigaderuela.
Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.
Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.
Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.
Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,
celebrando los días de su dama,
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.
Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos
y en conservar su construcción orgánica,
como hábiles que son en la botánica,
pues conocen las hierbas diuréticas,
catárticas, narcóticas, eméticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.
Un oso, con que la vida
se ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.
Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondióle: «Muy mal».
LXVI
Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era
más necio que rico),
cuya casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.
«¡Lástima que en vivienda tan preciosa»
le dijo un amigo,
«falte una librería!, bello adorno,
útil y preciso.»
«Cierto», responde el otro.
Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente
amigo, ¿qué es esto?».
«¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego…;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».
Qué otro ruego ferviente
Sino el de contar siempre con la espera segura
De un lugar animoso de descarga y de tregua
No un bastión no un refugio
No otro domicilio
Que el designado en pleno aire mudable
Por el amor de la mirada
Tibio lugar de espera no porque nadie llame
No porque clame la impaciencia
Lugar de espera porque en él entramos
Con el rostro de paz del esperado
Como el barco acogido
Sin proclama en el puerto atareado
y contra un firme espacio
Atracando en el tiempo en movimiento
En una hora de escala
Hecha suelo de lentos desmbarcos
Y fondeadero azul de la memoria
Entre los pocos hace mucho acostumbrados
A conocer de lejos nuestras velas
Y a ver mecerse nuestro casco ocioso
En la pereza de esos muelles
Y sino el de volver a veces
A ese revuelco límpido de afanosa camada
Trayendo de muy lejos hasta su centro mismo
Alguna pura lumbre en la mirada
Que allá en su soledad
Ha sotendio a solas la de las sirenas.
Qué poco dura
la huella de una página
o el sabor de un verso,
o el saber de tan débil arquitectura;
poesía;
mezcla de tejidos y piel y memoria,
alquimia de fluidos y sangre y fotos y nada
sobre la palma inerte de esta hoja
que mide su tiempo
en ausencias al cuadrado.
Barcos como olas, como alas.
Barcos que buscan barcos
como labios, como besos.
Barcos que regresan
como infancias, como ayeres
como pinceles de nuevo color
sobre el pasado.
Barcos que zarpan y que se alejan,
que derriten en los ojos
su distancia.