La casa de mi infancia

Los recuerdos de mi infancia
caminan sobre las baldosas frías de esta casa
que parece enferma,
arrugada como un anciano invadido de invierno
que aguarda con último quejido
la cálida luz de los veranos.
El abandono ha invadido las paredes
con alma de asesino y dibuja sobre las habitaciones
una cartografía gris, húmeda
que oscurece los recuerdos que apenas permanecen.

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Líneas

A la orilla de la carretera
hay amapolas
y campesinos recogiendo fresas
en una huerta cercana.

Hay gravilla y margaritas,
cristales rotos.

Hay líneas continuas y discontinuas
-a la orilla de la carretera-,
hay amigos por llegar, días futuros,
hay distancia y vacaciones en el mar y regresos con regalos.

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Lluvia

Ha comenzado a llover,
calladamente,
como si diciembre amenazase con perdurar por siempre
entre nosotros.
Las calles se han salpicado de nombres propios,
de recuerdos que discurren, como el agua,
recuerdo abajo.
Tal vez por eso,
hoy he rememorado mi infancia,
las páginas repetidas del pasado,
una noche frente al fogón,
calado de ingenuidad hasta los huesos,
escuchando sobre el tejado de pizarra
este mismo sonido monótono de la lluvia
golpeándolo todo,
regresándolo todo,
reprochándolo todo.

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Manos

Tomaste mi mano entre la tuya
de un modo casual
e inocente,
y, lentamente,
nos fuimos alejando del grupo,
unidos de ese modo invisible
en que dos
son uno.

Ocultos entre los almendros
buscamos la complicidad
de las miradas.

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Mañana

Vendrán una mañana los abrazos que amagué,
los labios,
las manos que entre mis manos
fueron espuma,
las palabras de vino
matriz del polvo.
Vendrán una mañana con su vacío,
dejarán sobre mis sábanas
el hueco inútil,
la muda caligrafía de todo lo incompleto.

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Mar (Porque el mar)

Porque el mar,
con su constante precisión de olas imparables,
viene y va,
se aleja o regresa,
resuelve su singular lejanía
con unas palabras de espuma
que bajo el sol
se desvanecen.
Ese mar que alimenta fantasmas y retornos,
ese mar que alimenta buques con pesadas cargas
y caracolas en las manos de un niño,
ese mar que desencadena tu rostro y mis labios,
tu noche y mis miedos.

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Mirada

Te miré a los ojos
y tú
respondiste a mi mirada
como si ya me supieses
de otro tiempo.
Durante aquel instante
nos amamos,
nos cubrimos el uno al otro
de besos,
escribimos nuestros nombres
sobre la arena de la playa,
tuvimos miedo a perdernos
y nos abrazamos,
y nos hicimos promesas
que perdurarían
eternamente,
y como el tiempo
-a pesar de su ceniza-
no puede borrar
aquello que se ama
tan apasionadamente
yo aún permanezco allí,
en mitad de la plazuela,
mirándote a escondidas
mientras me observas,
perdido ya por siempre
en lo más profundo y lejano
de tus ojos.

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Nombre

Yo aquí, tan lejos,
ocupado en llenar de piel
esta cama sin calor
desde hace días,
odiando sin cesar a esta bombilla
que, a veces,
amenaza con privarme de luz,
como si pudiese con ello
cegarme tu recuerdo.

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Oscuridad

A veces la gripe o la garganta venían a salvarme de un día de escuela y de un maestro con joroba que tuve. Mi madre me preparaba entonces una taza de leche caliente con miel y unas gotitas, bajaba las persianas de mi habitación con sigilo, como cuando moría alguien, y colocaba en mi mesilla un viejo transistor a pilas de color anaranjado.

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Palabras I

Estoy solo. Palabras, apenas, me acompañan,
Su sonido crepita en mi interior
como ascuas de memoria que cuentan la falsedad
de los verbos que alguien grabó sobre mi frente.
Han ido muriendo los instantes
como una inútil sucesión de olas
que alcanzan sin porqué la orilla.

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Palabras II

Hay palabras que ya no decimos,
que se quedan varadas entre el deseo
y los labios,
que se arrastran por nuestro cansancio
y son espuma.
Van cayendo los días sobre nosotros
como una tormenta de costumbres
que ha empapado de inviernos
el libro que guarda
nuestra ruta de regreso.

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Pantín

Te gustaba sentarte sobre una roca. Apoyabas el pecho
sobre las rodillas y te cubrías
del azul ilimitado del océano. Luego,
te dejabas navegar como bote a la deriva.
En silencio observábamos
el tránsito inseguro de los barcos de pesca
que se alejaban con lentitud
de la costa de Cedeira.

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Pasado

Si Dios me diese la oportunidad
de regresar a mi pasado,
no guardaría tantas lágrimas
ni tantos besos.
Salpicaría todas las mañanas con un verso nuevo
que llevarme a los labios,
me dejaría navegar salvaje
donde antes me atenazaba el miedo,
no amagaría aquel abrazo
que se perdió por siempre
en lo más profundo del reproche.

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Promesas

Pienso que, al fin,
no sería tan difícil
despojarme de tu voz,
de tus manos entrelazadas en las mías
como buscando entre mis dedos
una promesa que nunca te hice.
No resultaría tan difícil olvidar
la urgencia nocturna de las sábanas,
tu cuerpo y el mío como frases agitadas
aguardando unos labios que las nombren,
buscándonos entre sujeto y predicado
un verbo que nos hiciera imprescindibles.

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Recuerdo

A veces era domingo
y llovía.
A veces oscurecía de repente
y las casas encendían sus luces
al fondo de la noche.
En una de aquellas luces
yo te imaginaba;
imaginaba tu habitación
llena de peluches,
tus juegos de cartas con olores,
te imaginaba tendida sobre tu cama
escribiéndome cartas de amor,
dibujando corazones rosados
que contenían mi nombre,
y como la imaginación es perversa
y no sabe de derrotas,
te imaginaba a ti
imaginándome a mí
del mismo modo.

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Secundarios

Aquel año visitamos todos los cines de la ciudad.
Fue una locura.
Los miércoles hacíamos cola para ver los estrenos.
Los viernes
ocupábamos vacío en las duras butacas del Internacional; películas en blanco y negro, actores que lapidaban su amor
en Cinemascope.

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Sueño

En esta alargada sombra
en que deriva la vida
aún queda un trozo de mar
azul e inmenso
en el que podemos soñar
que donde se extinguió el amor
aún quedan frescos los labios,
que donde secaron los labios
aún permanece,
húmedo, fresco y rosado,
el roce de su poesía.

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Te desnudas

Te desnudas frente al espejo –ciudad cansada-
y caen como polvo
las prendas que te visten y aquellas, invisibles,
que te protegen.
Te invade de repente el olor a callejón de medianoche,
a vidrios rotos, a borrachos de aliento impertinente
que cantan la falsedad de los años.

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Todos los puertos I

Cada uno de nosotros encierra un barco
que sueña travesías y playas y un puerto cercano
donde pasar la noche.
Hay latitudes que recogen nuestra infancia
y curan nuestra piel de salitre
con devoción de madre,
hay otras latitudes que aguardan nuestra visita
con piel desconocida.

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Todos los puertos II

En todos los puertos habita
una prolongación de mí –ojos,
piel,
sístole,
diástole,
labios para un beso-
que nace o muere cada día.
Son ojos,
piel,
puerto,
travesía,
de los pequeños dioses indígenas,
blancos y negros,
que habitan la isla que soy
ayer,
hoy,
mañana.

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